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La tortura, Argelia y la República: por fin la verdad

Imagen del libro 'L'Affaire Audin' (El caso Audin), con un retrato del joven matemático asesinado.

Dos presidentes más o menos de derechas habrán dicho lo que sus predecesores de la izquierda no supieron decir. Después de Jacques Chirac, que en 1995 desbloqueó la memoria francesa de la Ocupación y la colaboración con el nazismo, Emmanuel Macron finalmente ha abierto de par en par el armario de las heridas y los secretos de la guerra de Argelia.

A través de la trágica suerte del joven militante comunista argelino Maurice Audin, detenido en Argel por el Ejército francés el 11 de junio de 1957, torturado y más tarde ejecutado o torturado hasta la muerte –la incertidumbre persiste– por soldados, el octavo presidente de la Quinta República ha reconocido públicamente la existencia de un “sistema instituido sobre una base jurídica, de poderes especiales” que “ha sido el desafortunado motivo de actos a veces terribles, incluida la tortura”. Para todos aquellos que, durante los últimos más de 60 años, han mostrado su compromiso en esta lucha por la verdad, se trata de una victoria que recompensa su valor, lealtad y perseverancia.

Por supuesto que conocíamos la verdad, como recuerda Michèle Audin, escritora y matemática como su padre, en el hermoso libro que le dedicó, Une vie brève (L'Arbalète Gallimard, 2013): “Maurice Audin tenía 25 años en 1957, fue arrestado durante la batalla de Argel, torturado por el Ejército francés, asesinado, se organizó el simulacro de fuga y se hizo desaparecer los rastros de su muerte”. Pero lo que pedíamos era que, al reconocerlo, la República Francesa lo afrontase con todas sus consecuencias, admitiendo que la guerra de Argelia fue acompañada de una institucionalización de la tortura, en una perdición que abrumaba a los tres poderes, el Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial.

La declaración institucional de esta verdad de la historia, tan esperada como tardía, abre por fin la vía a la reconciliación de las memorias argelina y francesa, dado que este pasado traumático sigue estando activo en nuestros dos pueblos, de generación en generación. La declaración presidencial es un llamamiento para que trabajen juntos, en su maltratada diversidad; para que efectúen juntos esa labor de verdad y memoria. Al gangrenar la República, la sistematización de la tortura, pero también las desapariciones, las detenciones arbitrarias, los campos de internamiento y la violencia contra la población civil, han llevado a Francia y Argelia a una separación que ha herido a ambos países, provocando desgarros y radicalizaciones que, de no haber sido por la obstinación ciega de los gobernantes franceses, tal vez se habrían podido evitar.

A este lado del Mediterráneo, somos millones de personas, a caballo entre al menos tres generaciones, los que formamos parte de esta historia común: los y las descendientes de los trabajadores argelinos en Francia, muchos de los cuales en su momento abrazaron la causa nacionalista; los pieds noirs, esos europeos de Argelia que no eran todos, ni mucho menos, colonos opresores –Maurice Audin fue uno de ellos–, familias judías sefardíes cuya patria ancestral era Argelia; las comunidades de harkis, doblemente víctimas de la historia porque fueron rechazadas y despreciadas por ambas partes; por no hablar de todas las líneas, donde acechan, como fantasmas, los silencios de los padres, los soldados del contingente o los soldados de carrera que tuvieron que librar esta guerra en la que Francia fue moralmente derrotada.

Pero el alcance de la declaración de Emmanuel Macron concierne tanto a nuestro presente y futuro como a la historia de esta guerra colonial, ilegítima y desastrosa, que se prolongó durante ocho años (1954-1962) que llevó a la perdición de la Cuarta República. Una guerra que terminó sólo con la independencia de Argelia, cuatro años después de la caída de este régimen en 1958 a golpes de los ultras, partidarios de la Argelia francesa. En efecto, se trata de una alerta sobre los peligros sin retorno de cualquier estado de emergencia que, con el pretexto de amenazas de seguridad, saca a la democracia de su legalidad ordinaria y, en consecuencia, de su curso democrático.

El texto presidencial subraya que se trata de una ley “aprobada por el Parlamento en 1956 (que) dio carta blanca al gobierno para restablecer el orden en Argelia”. Y es esta ley de los llamados “poderes especiales” la que permitidó la delegación de poderes policiales al Ejército, poderes que, por lo tanto, no tenían control y en los que se permitían todos los excesos, en particular “el sistema entonces llamado ‘arresto y detención’, que autorizaba a las fuerzas del orden a arrestar, detener e interrogar a cualquier ‘sospechoso’ con el fin de luchar más eficazmente contra el adversario”.

No nos atrevemos a esperar que esta posición histórica haga ahora reflexionar a los parlamentarios, quienes, en los últimos años, se han puesto de acuerdo para recortar el Estado de derecho con medidas excepcionales bajo pretexto de emergencias temporales que, como siempre, se convierten en permanentes, debilitando permanentemente los derechos individuales frente a la intervención estatal. ¿Cómo olvidar que las disposiciones del estado de excepción introducidas durante la presidencia de François Hollande, que más tarde incorporó al ordenamiento jurídico Emmanuel Macron, tenían como texto de referencia una ley aprobada en 1955 para reprimir el movimiento independentista argelino, y cuya ley por la que se establecían, un año más tarde, los poderes especiales, no será más que una prórroga y una extensión?

Pero la declaración sobre Maurice Audin va más lejos todavía; afirma que, sin la supervisión de los gobernantes y de los funcionarios que velan por ella, las democracias pueden ceder a prácticas de violaciones sistemáticas de los derechos humanos, incluido este crimen totalitario, la tortura y la negación de la humanidad de quienes son sus víctimas. No es casualidad que este destacado texto se inicie con una cita del historiador Pierre Vidal-Naquet, figura de la denuncia documentada de la institucionalización de La Torture dans la République (Éditions de Minuit, 1972), cuyo primer compromiso contra la guerra argelina fue precisamente L'Affaire Audin con el libro homónimo publicado en mayo de 1958 por Éditions de Minuit.

“Por supuesto, la tortura no ha dejado de ser un delito, en términos legales, pero se ha desarrollado porque quedaba impune”, dice el presidente de la República. “Y permanecía impune porque fue diseñada como un arma contra el FLN, que puso en marcha la insurrección en 1954, pero también contra aquellos que eran vistos como sus aliados, militantes y partidarios de la independencia; un arma considerada legítima en esa guerra, a pesar de su ilegalidad. Al no prevenir y castigar el uso de la tortura, los sucesivos gobiernos han puesto en peligro la supervivencia de los hombres y mujeres capturados por las fuerzas del orden. Sin embargo, en última instancia, es su responsabilidad garantizar la protección de los derechos humanos y, sobre todo, la integridad física de las personas detenidas bajo su soberanía”.

Rigor matemático y exigencia historiadora

“Es importante que esta historia se conozca, que se mire con valentía y lucidez”, añade Emmanuel Macron. Este valor y esta lucidez le faltaron a François Mitterrand, presidente durante 14 años (1981-1995) y figura guardiana del SP, cuya feroz actitud de negación paralizó a las potencias socialistas en estas cuestiones conmemorativas que siguen vivas y actuales hoy en día, aunque, para muchos de los que le acompañaron en el ejercicio de el poder –Pierre Joxe y Michel Rocard, en particular–, el desafío de la guerra argelina había sido su primer compromiso militante.

De Chirac a Macron, han saltado dos cerrojos que Mitterrand mantuvo cerrados. No sólo se había negado a hacer frente a sus compromisos juveniles de extrema derecha y después también a Vichy, donde fue condecorado por Pétain de la Francisque. También se negó a hacer frente a su compromiso ministerial activo de optar, durante la guerra de Argelia, por una represión sin salida, negando el derecho de los pueblos a la autodeterminación a fin de mantener a toda costa el imperio colonial. Será necesario, por ejemplo, esperar hasta su fallecimiento para que los archivos confirmen lo inflexible que se mostró, como ministro de Justicia del gobierno de Guy Mollet (febrero de 1956-mayo de 1957), intratable, al asumir 45 ejecuciones capitales de nacionalistas argelinos a los que casi sistemáticamente negó el indulto.

Durante demasiado tiempo la verdad de la guerra de Argelia, sus crímenes e injusticias, fue oficialmente negada, reprimida u ocultada, hasta el punto de que sólo fue reconocida como tal por la Asamblea Nacional en 1999, es decir, 45 años después del inicio de la insurrección independentista del FLN, fruto de la negativa francesa a permitir al pueblo argelino la autodeterminación. Por último, se asumió finalmente desde la cabeza del Estado, abriendo el camino a un trabajo de memoria reforzada por la decisión del presidente de la República de “fomentar el trabajo histórico sobre todos los desaparecidos de la guerra argelina, franceses y argelinos, civiles y militares” a través de una derogación general que abre “la libre consulta de todos los fondos archivísticos del Estado sobre este tema”.

“Si es simpatizante, lo es sólo de la verdad”, escribió en el prefacio de L'Affaire Audin el gran matemático Laurent Schwartz, que presidió el jurado de la tesis de Maurice Audin, defendida in absentia. El eco de esta lucha original, cuyos protagonistas principales fueron los matemáticos y los historiadores, se encuentra en la declaración presidencial: “Finalmente, el deber de la verdad recae en la República Francesa, que, tanto en este bando como en otros, debe mostrar el camino, porque sólo con la verdad es posible la reconciliación y no hay libertad, igualdad y fraternidad sin un ejercicio de la verdad”. Un pueblo debe saber afrontar la verdad, por dolorosa que sea para sí misma, para su honor o para su grandeza.

Dos compromisos –obviamente respaldados por una serie de activistas de buena voluntad, incluido el Partido Comunista al que se había adherido Maurice Audin, pero también la Liga de los Derechos Humanos, cuya fidelidad es continua– no han abandonado nunca la batalla, combinando el rigor matemático y las exigencias históricas. Matemático emérito, el diputado del LREM Cédric Villani, titular de la prestigiosa medalla Fields, se sintió depositario de esta exigencia de verdad, en la misma línea que sus antepasados, fallecidos como Laurent Schwartz, Henri Cartan y Gérard Tronel, o que seguían vivos y presentes, como Michel Broué (presidente de la Sociedad de Amigos de Mediapart), a quien había sucedido como director del Instituto Henri-Poincaré.

Tras la estela de Pierre Vidal-Naquet, la historiadora Sylvie Thénault, directora de investigación del CNRS, ha sido muy importante en la precisión de la declaración presidencial sobre el “sistema” que permitió el asesinato de Maurice Audin y de tantos otros, con total impunidad. Sus recientes trabajos sobre los magistrados durante la guerra de Argelia (2001) y relativos a las detenciones arbitrarias en la Argelia colonial (2012) son un referente. Al igual que La Gangrène et l'Oubli, un monumento conmemorativo del historiador Benjamin Stora, un hito en 1991. Nunca se podrá recordar lo suficiente a nuestros gobernantes –incluidos los actuales– en qué medida sin investigación universitaria libre, lejos de cualquier lógica de rentabilidad económica y utilitarismo comercial, este momento de la verdad nunca se habría producido.

A Pierre Vidal-Naquet le gustaba calificar de dreyfusista el compromiso de su generación contra la guerra de Argelia, subrayando lo mucho que defendía a los individuos contra la arbitrariedad y la mentira. Si hay una lección que sacar de esta larga lucha de los miembros de la sociedad civil, es ésta: el rechazo de la indiferencia hacia los demás y hacia el mundo, la preocupación por los hombres y mujeres afectados por la injusticia. Abogado de la familia Audin, un hombre encarnó esta exigencia hasta el último momento: seis días antes de su muerte súbita, el 26 de junio de 2017, Roland Rappaport le remitió una carta a Emmanuel Macron (Lettre de Me Roland Rappaport à Emmanuel Macron le 19 juin 2017 (pdf, 1 B))Lettre de Me Roland Rappaport à Emmanuel Macron le 19 juin 2017 (pdf, 1 B), presentándole nuevos documentos procedentes de los archivos de su colega Maurice Garçon, en los que se afirmaba que Maurice Audin “había fallecido en manos de los paras”.

El caso Audin fue, para el anticolonialismo, lo que el caso Dreyfus para el antisemitismocaso Audincaso Dreyfus: la defensa de la salvación de todos a través del destino de uno. En la contraportada del libro de Pierre Vidal-Naquet, publicado casi un año después de la muerte del joven matemático, Jérôme Lindon se limitó a reproducir un pasaje de Les Prouves (1898), la colección de artículos de Jean Jaurès en defensa de la inocencia del capitán Alfred Dreyfus. Dice, en el arranque: “Sí, ¿cuál es la institución que permanece en pie? Sólo queda una: la propia Francia. Por un momento, ella se sorprendió, pero se recuperó, y aunque se apagasen todas las antorchas oficiales, su claro sentido común todavía puede disiparse por la noche”.

Si Francia está de pie este jueves 13 de septiembre de 2018, es gracias a todas las personas que dirigieron esta larga y paciente lucha anticolonialista, de la que Maurice Audin fue a la vez emblema y mártir. ____________

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Traducción: Mariola Moreno

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