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Agresiones sexuales de un aspirante a la Corte Suprema de EEUU: la historia se repite

Brett Kavanaugh, candidato para reemplazar en el Tribunal Supremo al juez retirado Anthony Kennedy.

El 11 de octubre de 1991, una mujer negra de 35 años, profesora de Derecho de Oklahoma, comparecía y se expresaba de forma contundente en el Senado de Estados Unidos. Ese día, ante un panel de senadores, todos hombres y todos blancos, Anita Hill habló del acoso sexual al que la sometió su exjefe, el juez conservador Clarence Thomas, que en aquel momento estaba a punto de ser nominado para la Corte Suprema de los Estados Unidos, el primer afroestadounidense propuesto para este cargo en dos siglos.

Anita Hill relató el acoso permanente de Thomas, en el Ministerio de Educación, después en la Agencia Federal Antidiscriminación, encargada de investigar la violencia sexual en el trabajo. Entonces, a pesar de sus reiteradas negativas, Thomas insistía en salir con ella. Con frecuencia le hablaba de películas pornográficas “en las que se ve a personas con penes grandes o enormes pechos entregados a diferentes actos sexuales”. Ante la mujer, evocaba sus proezas sexuales.

“Decir esto es la experiencia más dolorosa de mi vida”, dijo Anita Hill a los senadores. “Pero tengo el deber de compartirlo”. Gracias al impactante testimonio de Anita Hill, la opinión pública estadounidense descubrió la noción de “acoso sexual”, teorizada ya en 1979 por la profesora de derecho Catherine MacKinnon. Las palabras de Anita Hill desencadenaron una conciencia histórica. Hill es considerada ahora una de esas voces feministas que ayudaron a liberar las voces de las mujeres mucho antes de #MeToo –el año pasado fue elegida para dirigir una comisión contra el acoso sexual creada en Hollywood a  raíz del caso Weinstein–.

En ese momento, sin embargo, algunos senadores cuestionaron su historia, en ocasiones con comentarios sexistas. Thomas, nombrado por el presidente George Bush, lo desmintió, denunció lo que calificó de “circo” y de “linchamiento”. El Senado, entonces controlado por los demócratas, le confirmó en el cargo por un estrecho margen.

Thomas fue elegido miembro vitalicio del Tribunal Supremo, donde se ha distinguido por su tendencia muy conservadora, en particular en el ámbito de la igualdad de género. En 1994, dos periodistas, Jane Mayer y Jill Abramson, confirmaron en un libro, Strange Justice, la existencia de cuatro testimonios similares a los de Anita Hill. Estas mujeres nunca llegaron a declarar en el Senado.

Ahora, 27 años más tarde, Estados Unidos están siendo testigo de una extraña nueva versión del caso Clarence Thomas. El juez federal Brett Kavanaugh, una figura del derecho judicial, elegido en julio por Donald Trump para entrar en la Corte Suprema, se ha encontrado con las acusaciones de varias mujeres de agresión sexual.

Las acusaciones se remontan a la década de 1980, cuando era estudiante de secundaria en Georgetown High School, una escuela secundaria de la élite estadounidense, y luego en la prestigiosa Universidad de Yale. Deborah Ramírez, exalumna de la Universidad de Yale, cuenta cómo Kavanaugh, borracho, entonces con 18 o 19 años, le mostró su pene.

Julie Swetnick, exalumna de Georgetown High School, también describe a un Kavanaugh borracho, “agarrando a mujeres sin su consentimiento”, “tratando de quitarse la ropa”. Asegura haber sido víctima de una “violación en grupo [...] allá por 1982” y recuerda haber visto a Kavanaugh y a otros jóvenes “en fila” frente a habitaciones donde yacían chicas inconscientes.

Por su parte, Christine Blasey Ford, profesora de psicología en Stanford, California, explica que fue atacada por un Kavanaugh “que tropezaba, ebrio”, en el verano de 1982, una noche con un pequeño grupo, en los suburbios de Washington. Según su historia, Kavanaugh y un compañero de juerga la empujaron a una habitación, luego a una cama riendo, trataron de quitarle la ropa, poniéndole la mano en la boca para evitar que gritara.

Los hechos alegados son graves. También son difíciles de investigar, porque se remontan a hace 35 años y esas mismas mujeres dicen que no se acuerdan de todo. También miran con crudeza la cultura viril de las “fraternidades” norteamericanas, estos grupos de muchachos en los que la camaradería está a menudo sellada por el alcohol y el abuso verbal o sexual de las mujeres jóvenes. Varias investigaciones de prensa han mostrado que Kavanaugh, capitán del equipo de baloncesto en secundaria, bebía mucho en ese momento, a veces se volvía violento y a menudo hacía comentarios degradantes.

El mero testimonio habría justificado una investigación en profundidad, pero con el pretexto de que fueron revelados “en el último momento", los republicanos del Senado se negaron a posponer el proceso de nombramiento de Kavanaugh y a remitir el asunto al FBI, como es habitual. También se negaron a convocar a Mark Judge, un amigo de juergas de Kavanaugh, quien según Christine Blasey Ford estaba presente en la habitación el día de su ataque.

[Brett Kavanaugh será investigado por el FBI por las acusaciones de abusos sexuales antes de que el Senado afronte el voto para confirmar o no su candidatura. Donald Trump ordenó este viernes que se inicien las pesquisas después de que el Comité Judicial de la Cámara Alta, en un giro inesperado, reclamara esta investigación antes de que el pleno del Senado tome una decisión definitiva sobre el nominado].

A cuarenta días de las decisivas elecciones de mitad de mandato, que pueden cambiar el curso de la Presidencia de Trump, los republicanos quieren una victoria política lo antes posible. Brett Kavanaugh es el juez que podría, durante muchos años, hacer inclinarse a la derecha a la Corte Suprema, la más alta instancia judicial del país. Sobre todo, no quieren renunciar a esta oportunidad histórica tan esperada.

Los demócratas sospechan que este hombre de extrema derecha, un exasesor de George W. Bush en la Casa Blanca, quiere acabar, entre otras, con la posibilidad de abortar. Las audiencias de Kavanaugh estuvieron marcadas por los incidentes. En las redes sociales, los mensajes de apoyo a Christine Blasey Ford y otras mujeres han florecido. Donald Trump, también él acusado de agresión sexual, puso en duda los hechos. Los republicanos siempre han asegurado que Brett Kavanaugh será nombrado lo antes posible.

Kavanaugh, Thomas: 27 años después, las mismas palabras

El pasado jueves, testificaron en este contexto Christine Blasey Ford y Brett Kavanaugh. Al igual que en 1991, estaba implicado un juez conservador. Como en 1991, le acusa una profesora universitaria. Blasey Ford no fue humillada. El caso de Anita Hill y el #MeToo pasaron por allí: los republicanos de la Comisión de Justicia del Senado, todos hombres, prefirieron delegar sus preguntas a una fiscal de Arizona especializada en violencia sexual. No se atrevieron a refutar su testimonio ni a atacarlo. Cobardes y arrogantes con Hill en 1991 (empezando por el exvicepresidente de Barack Obama, Joe Biden, aunque más tarde se ha disculpado), los demócratas felicitaron a Blasey por su “valentía”.

“Aterrorizada” al principio de su audiencia, la mujer de 50 años habló de la agresión. “Me empujaron sobre la cama y Brett se subió encima de mí. Empezó a pasarme las manos por encima y a frotarse las caderas. Traté de escapar, pero pesaba demasiado. Brett me agarró y trató de quitarme la ropa. Él tenía problemas porque estaba demasiado borracho y también porque yo llevaba un traje de baño de una sola pieza. Pensé que iba a violarme. Traté de gritar pidiendo ayuda. Cuando lo hice, Brett me puso las manos en la boca para evitar que gritara. Eso es lo que más me aterrorizaba. Pensé que quería hacerlo, que iba a matarme accidentalmente. Brett y Mark se reían, borrachos”.

Aunque con lagunas, su testimonio es preciso. La fiscal elegida por los republicanos se enreda entre detalles innecesarios y no logra detectar ninguna incoherencia. Blasey Ford cuenta su historia con emoción, mientras narra como profesora de psicología los mecanismos por los cuales las víctimas de abuso sexual miran fijamente sus recuerdos a la cara de su abusador. “Al 100%”, respondió cuando un senador le preguntó si estaba segura de que Kavanaugh había abusado de ella esa noche.

Varias veces lo dirá de nuevo: no tiene dudas. “Su testimonio es extremadamente conmovedor, extremadamente creído y extremadamente creíble [...] Es un desastre para los republicanos”, dijo el periodista Chris Wallace a Fox News, uno de los pocos periodistas que no alaba a Trump en este canal ultraconservador adquirido del presidente estadounidense.

A primera hora de la tarde, Brett Kavanaugh, con el gesto firme, se sentó en la misma silla ocupada una hora antes por su acusadora. Como si nada hubiera cambiado en 27 años, el juez federal se lanzó a una larga, airada y a menudo agresiva diatriba, marcada por largas pausas, gritos y fuertes jadeos al micrófono. “Mi familia y mi nombre han sido destruidos permanentemente por acusaciones maliciosas y falsas”. Kavanaugh niega tajantemente cualquier agresión sexual: no estaba allí, sugiere que Christine Blasey fue víctima de otro hombre, evita el testimonio de otras mujeres, que de todos modos no fueron invitadas a testificar. Con menos compostura, Kavanaugh utiliza las mismas palabras que Clarence Thomas en 1991: “vergüenza nacional”, “circo”. Allí donde Thomas habló de “parodia”, él habla de “farsa”.

Donde Thomas distinguía motivaciones racistas en su contra, Kavanaugh sugiere la posibilidad de un complot, “un golpe político calculado y orquestado, alimentado por un enfado contenido contra el presidente Trump y las elecciones de 2016, una venganza en nombre de los Clinton” –Kavanaugh formó parte del equipo del fiscal especial Kenneth Starr que investigó el caso de Monica Lewinsky durante la presidencia de Clinton–. “No me intimidarán”, amenaza a Kavanaugh. “Quizás no sea confirmado en la votación final, pero nunca me retiraré de la carrera”. Kavanaugh parece un niño malcriado y caprichoso amenazado con perder un juguete.

Envalentonados por su enérgica defensa, varios senadores republicanos tomaron la palabra, pasaron por alto a la fiscal, quien supuestamente debía hacer las preguntas por ellos, y se embarcaron en vibrantes súplicas en defensa de Brett Kavanaugh. Lindsay Graham, el halcón que susurra al oído de Donald Trump, fue el que hizo una defensa más virulenta. Acusó a los demócratas de querer “destruir” a Kavanaugh. Espeta: “No tienes que disculparte por nada" y añade: “Esto no es una entrevista de trabajo, es un infierno”. Kavanaugh se muestra encantado.

Después de ocho horas y cuarenta y cinco minutos de audiencia, se levanta la sesión. En Twitter, Donald Trump reitera todo su apoyo a Kavanaugh. “El juez Kavanaugh le ha mostrado a Estados Unidos por qué lo apoyo. Su testimonio fue poderoso, honesto y cautivador. La estrategia de los demócratas para destruirla es vergonzosa... El Senado debe votar”.

El mensaje presidencial ha sido escuchado. Los republicanos, con mayoría de voto en el Senado, comenzaban la votación este viernes. Para ellos, nada ha cambiado. Como si el testimonio de Christine Blasey Ford no importara. Como si las otras mujeres silenciadas no importaran. Dicen que es la palabra de una contra la de otro. Kavanaugh, según el republicano Ben Corker, debe disfrutar del “beneficio de la duda”.

Él y los demás esperan que Kavanaugh sea elegido en breve miembro vitalicio de la de la Corte Suprema de Estados Unidos. 

Traducción: Mariola Moreno

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