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Europa: los peligros de la retórica de bloques de Macron

La canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente francés Emmanuel Macron, en una imagen de archivo.

Ya había probado esta división en el periodo entre las dos vueltas de las elecciones presidenciales francesas del año pasado, frente a Marine Le Pen. Ahora que se acercan las europeas de 2019, Emmanuel Macron está a punto de repetirlo, poniendo en escena una oposición simplista; se presenta como el campeón de las democracias liberales, frente a los “iliberales” dirigidos por el húngaro Viktor Orbán.

Tras un encuentro en Roma a finales de agosto entre el italiano Matteo Salvini y Orbán, que acababan de criticar a Macron, el jefe de Estado francés respondió inmediatamente: “Si querían verme como su principal oponente, tienen razón”.

Invitado el pasado mes de abril al Parlamento Europeo en Estrasburgo, Macron describió la que es, a su juicio, la alternativa para 2019, entre “los que quieren una Europa que ha dejado de ofrecer alternativas, los que quieren una Europa del repliegue, los que quieren una Europa de la costumbre, o los que están dispuestos a llevar una Europa de la ambición, una soberanía reinventada, una democracia viva, en la que creemos”.

El relato del Elíseo para 2019 consiste en anticipar una batalla entre “nacionalistas” y “progresistas”, entre “populistas” y “liberales”, o entre “democracias liberales” y regímenes “antiliberales”. “Hay una fractura fundamental que hay que reconocer”, insisten desde el entorno del presidente. “Si no reconocemos esta división, perdemos la lucha”.

Y dicha fuente insiste: “Todas las elecciones, al menos desde el Brexit en 2016, han demostrado que en nuestras sociedades occidentales, hay una brecha entre la apertura y el cierre, entre aquellos que se sienten cómodos con la idea de la apertura a la migración, el comercio, las ideas y aquellos que temen esta apertura”.

El portavoz de los ecologistas en el Parlamento Europeo, el belga Philippe Lamberts, quien puso en apuros a Emmanuel Macron cuando llegó a Estrasburgo en abril, lo resume a su manera. “Macron necesita demonios como Orbán y Salvini para destacar. Son los mejores enemigos del mundo, se nutren unos de otros. Quieren polarizar el debate para que todo lo que no son ellos desaparezca”, añade Lamberts, que sentencia: “No basta con decir que somos proeuropeos, no hay un solo proyecto para hacer Europa”.

En un tono más prudente, Pierre Moscovici, comisario europeo que suena como posible líder de los socialdemócratas europeos para las elecciones de mayo, esboza una posición intermedia: “Las elecciones se basarán en dos divisiones complementarias. Hay quienes quieren continuar la aventura europea y quienes quieren destruirla. Pero no todos los proeuropeos tienen exactamente las mismas ideas, no todos son progresistas”, argumenta el socialista.

Como Orbán, Salvini o el polaco Jaroslaw Kaczynski, Marine Le Pen, a la cabeza de la Agrupación Nacional (RN,), parece regodearse ante la retórica puesta en marcha por Macron para el próximo año, porque ella, como los demás, los sitúan en el centro del juego; la oposición entre los “mundialistas” abiertos a la “inmigración masiva” y los partidarios de la “Europa de las Naciones” marcaron su discurso de reingreso en Fréjus en septiembre. El lanzamiento para los europeos del antiguo asesor de Donald Trump, Steve Bannon, que ve la política italiana como “el centro del universo político”, podría reforzar aún más la lógica de bloques entre los llamados “demócratas” y los “autoritarios”.

Otras capitales europeas parecen dispuestas a hacerse eco de esta retórica, como España y Portugal, dos países liderados por gobiernos socialdemócratas convencidos de la necesidad de reforzar la integración europea y abiertos a la acogida de inmigrantes y predispuestos con relación a Macron.

Pero contrariamente a lo que sugiere el Elíseo, muchos países se inclinan por esta línea divisoria de la política europea. En Bélgica, el jefe de Gobierno Charles Michel, que podría ser el aliado natural de Macron en estas cuestiones, permanece a distancia porque el futuro de su Ejecutivo depende del apoyo de los independentistas flamencos del N-VA, el primer partido del país, que se etiqueta en la división establecida por Macron entre los nacionalistas.

En los Países Bajos, el liberal en el poder Mark Rutte también condena las derivas del régimen de Viktor Orbán, pero nunca se ha sentido muy cómodo con el deseo de Francia de reformar la zona euro y profundizar en la profundidad política de la UE, en un momento en que la desconfianza casi generalizada hacia Europa y el auge del Partido por la Libertad de Wilders.

Pero es en Alemania donde la reticencia es más evidente; en particular porque esta oposición, juzga Berlín, refuerza el campo de los “iliberales”, pero también porque socava la sacrosanta unidad de los líderes europeos, que sería esencial para mantener en marcha la maquinaria europea. “Si Emmanuel Macron quiere ser el líder de un bando, no puede ser el líder de Europa. Debemos luchar por la unidad de Europa, no por su división”, explica el comisario (CDU) Norbert Röttinger, en declaraciones recogidas por Le Monde.

Las reticencias de la CDU-CSU se explican también por un cálculo estratégico más rudimentario, a medida que se acercan las elecciones de 2019. La derecha alemana sigue siendo el partido matriz del PPE, la familia de los conservadores europeos, ultramayoritarios en el Parlamento de Estrasburgo. A pesar de los excesos de Orbán, el CDU-CSU prefiere mantener en sus filas a este partido húngaro, el Fidesz, para evitar la creación de un grupo de extrema derecha en torno a Orbán, lo que reduciría la influencia del PPE en Bruselas. Incluso si eso significa hacer la vista gorda ante ciertos valores políticos que el jefe de Gobierno húngaro está ignorando alegremente.

Al jugar a la división entre liberales e “iliberales”, Macron también espera desestabilizar la unidad del PPE: el jefe de Estado francés sueña con su implosión, lo que le permitiría recuperar sus elementos más centristas en un nuevo grupo construido a medida tras las elecciones de mayo. El voto de una clara mayoría de los representantes electos del PPE contra Viktor Orbán a principios de septiembre en Estrasburgo (con la excepción de LR, en particular) confirma las tensiones internas y permite a Macron mantener sus esperanzas. El congreso del PPE que se celebrará en Finlandia en noviembre debería permitir aclarar este punto, en particular en lo que se refiere a la influencia del discurso del jefe de Estado francés sobre la derecha europea.

Clases sociales

Por el lado del Elíseo, se responde sin ambages a las críticas llegadas de Alemania: “Si los progresistas no unen sus fuerzas para unirse en lo esencial, porque esta división primaria se ve ensombrecida por todo lo demás, corremos el riesgo de una derrota que podría conducir a que los partidos populistas tengan presencia en el Parlamento Europeo. No debemos exagerar la división, ni exacerbarlo, sino mirarlo con lucidez”.

¿Un división que “se impone sobre lo demás”? Esta retórica parece estar, en esencia, equivocada. No se trata aquí de minimizar los peligros reales que plantea el acceso al poder de los partidos de extrema derecha, desde Italia hasta Austria. Tampoco se trata de acostumbrarse a las incursiones antidemocráticas de Viktor Orbán. Pero la retórica presentada por Macron parece incapaz de formular respuestas adecuadas a las emergencias del momento: acogida de migrantes, aumento de las desigualdades sociales, crisis climáticas.

Si la distinción liberal/iliberal se ve socavada, es al menos por dos razones fundamentales. En primer lugar, oculta las similitudes entre las políticas de Macron y las de Orbán. En torno a la mesa del Consejo Europeo de Bruselas, los dos jefes de Estado están lejos de estar en desacuerdo en todo. Incluso en el caso de la inmigración, que se supone que es el núcleo de su oposición, las diferencias parecen ser más de grado que de naturaleza.

Paralelamente a la aprobación de la ley de asilo e inmigración este verano en Francia, promovida por Gérard Collomb, preocupado por las regiones “sumergidas” por los emigrantes en Europa y dispuesto a exigir más expulsiones, Francia no se opuso, en la cumbre europea de junio, a la apertura de los discutidos “centros de aterrizaje” en terceros países, por ejemplo en Egipto. París, que nunca se ha mostrado muy entusiasta –a diferencia de Berlín– con el plan de reubicación de los inmigrantes establecido por la Comisión Europea en 2016 para esbozar una respuesta europea al reto de la migración, sigue distinguiendo, como todas las demás capitales, entre “refugiados” y “migrantes económicos”, estos últimos reconducidos a la frontera.

El Gobierno de Philippe también se negó la semana pasada a abrir sus puertos al Aquarius y a los 58 migrantes a bordo, argumentando que existe un estado de derecho marítimo (el desembarque debe tener lugar en el puerto más cercano). “Cuando hablamos de solidaridad, no son sólo palabras bonitas”, dicen en el Elíseo. “En seis ocasiones, desde junio, hemos enviado equipos a los puertos afectados y nos hemos ocupado de las personas que desembarcaron del Aquarius”. En la capital europea, Francia nunca se ha impuesto –más allá de los discursos–para iniciar una verdadera reforma del sistema de Dublín, que atribuye la plena responsabilidad de la acogida a los países de entrada de los inmigrantes, en este caso Grecia, Italia o España.

En cuanto al aspecto económico, Macron y Orbán se han enfrentado, por supuesto, en la cuestión clave de los trabajadores desplazados. París quería frenar el dumping social causado por la llegada de trabajadores del Este a Francia y a otros lugares.dumping

Pero la oposición sigue siendo más mesurada en una serie de cuestiones económicas importantes, desde el libre comercio hasta las políticas fiscales, pasando por las llamadas reformas estructurales (mercado laboral, pensiones, etc.), y los dos líderes se encuentran en posiciones “ordoliberales” incluidas en los textos europeos. Junto con Dublín, y otras capitales del norte de Europa, París está luchando estos días contra la cuestión de la fiscalidad de los gigantes de internet, que sin duda es decisiva para la campaña de las europeas.

Sobre todo, la interpretación entre “liberales” e “iliberales”, que parece hegemónica, nos impide salir de un análisis de Europa país por país, condenados a la aporía. Condena de antemano cualquier otro relato que contenga alternativas. En un ensayo reciente, publicado por Agone, tres sociólogos abogaron, al interpretar las crisis continentales, por el recurso a las clases sociales. Para evitar enfrentar a los fontaneros polacos y franceses entre sí, al oeste contra el este, al norte con el sur, insistieron en las experiencias comunes de una clase obrera en toda Europa, más allá de la pertenencia nacional. Según ellos, es imperativo trabajar en los cambios en la representación del continente, si esperamos que algún día la “Europa social”, una vieja serpiente marina europea, defendida durante mucho tiempo por Delors, pero que nunca se ha materializado, finalmente termine por hacerlo.

Otro ejemplo: los comicios europeos coincidirán con la celebración de elecciones municipales en España, donde estarán representados los “ayuntamientos rebeldes”, nacidos del movimiento indignado, que dirigen grandes ciudades del país, desde Madrid hasta Barcelona. Estos representantes municipales, desde Manuela Carmena a Ada Colau, abogan por un replanteamiento de la articulación entre el tejido local y las batallas europeas, con el fin de eludir a los Estados nacionales, que a menudo consideran como un obstáculo para la acción y para combatir mejor a la extrema derecha. Las propuestas de esta red de ciudades para otra Europa también merecerían ser sometidas a debate, con el fin de poner de manifiesto otras relaciones de poder en el corazón del edificio europeo.

Pero parece que Emmanuel Macron, ocho meses antes de las europeas, ha decidido lo contrario. El jefe de Estado ha optado por reducir los debates europeos a una retórica desgastada. De los cuales ni siquiera es seguro que saque partido, al final, en las urnas.

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Traducción: Mariola Moreno

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