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La cuestión migratoria desestabiliza Baviera

Un joven con una bandera antifascista en Chemnitz, Alemania.

El día 3 de octubre tiene un significado especial en Mödlareuth, una aldea de 40 habitantes perdida en las colinas boscosas de Franconia, a caballo entre Baviera y Turingia. Durante 24 años, de 1966 a 1990, este pequeño Berlin –como es conocida– quedó dividida en dos por un muro de hormigón de 700 metros de largo y 3,30 metros de alto. A un lado del arroyo Tannbach, que atraviesa el pueblo, estaba la RFA; al otro, la RDA. Cada 3 de octubre, día de la unidad alemana, festivo en Alemania, llegan a Mödlareuth  cientos de curiosos con el fin de descubrir un fragmento de historia todavía muy vivo.

El pasado miércoles 3 de octubre, el pacífico baile de turistas se veía algo perturbado por la campaña electoral bávara, 11 días antes de las elecciones, previstas para este domingo 14 de octubre. Los comicios regionales se siguen muy de cerca desde Berlín, porque influirán en el futuro de una Angela Merkel que dirige el país, considerablemente debilitada, pero también en Bruselas, donde se ve a Baviera como un laboratorio de mutaciones de derechos en el continente.

La Unión Social Cristiana (CSU), un antiguo partido conservador que gobierna Baviera desde hace más de 60 años, reunía a sus simpatizantes para celebrar la reunificación de los dos Estados alemanes junto con las federaciones de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) de los nuevos länder vecinos de Sajonia y Turingia, en la enorme “carpa de la cerveza” instalada para la ocasión en las inmediaciones del Museo Alemán.

A 200 metros, Alternativa por Alemania (AfD), un joven partido de extrema derecha con un fulgurante ascenso, en las encuestas y en la mente de la gente, hizo lo propio con los suyos. Tanto es así que los partidarios de los tres partidos políticos, blancos en exclusiva y de edad avanzada, compartieron ese día el mismo aparcamiento. “Una provocación, pero no sólo”, sonríe orgulloso, Theo Taubmann, líder local de la AfD. La gente sigue prefiriendo el original a la copia y establecerse aquí es una oportunidad para atraer la atención de los votantes de la CSU”.

Para entender por qué se acusa a los conservadores bávaros de copiar a la extrema derecha, conviene recordar brevemente lo que está ocurriendo a 300 kilómetros al norte de Mödlareuth, en Berlín.

Desde la llegada al poder en marzo, la gran coalición gobernante, integrada por la CDU, la CSU y los socialdemócratas del SPD, se tambalea cuando la cuestión migratoria entra en escena. Un hombre encarna el ala muy derechista del Gobierno: el ministro del Interior Horst Seehofer –por cierto, líder de la CSU y ex primer ministro bávaro, de 2008 a 2018–. “La cuestión migratoria es la madre de todos los problemas de este país”, llegó a decir, por ejemplo, al diario Rheinische Post a principios de septiembre, una crítica directa a la política de acogida de refugiados aplicada por la canciller de la CDU, Angela Merkel.

Estas declaraciones populistas son el resultado de una estrategia deliberada: al alinearse con la retórica antimigrantes de la AfD, la CSU espera frenar el progreso de ésta y consolidar su hegemonía en la región. Y cabe decir, como poco, que no parece estar funcionando. Los últimos sondeos, que hay que tomar con cautela, predicen que la CSU caerá drásticamente hasta obtener el 33% de los sufragios. Algo que no sucedía desde... 1950.

Se podría pensar que ante esta anunciada “catástrofe”, la CSU podría suavizar su discurso. Ante los aproximadamente 2.000 activistas reunidos en Mödlareuth, el actual ministro-presidente del “Estado Libre” de Baviera, Markus Söder, candidato a su propia sucesión, quiso mostrar su intransigencia, aunque sin llegar a denunciar el “turismo de asilo” como hizo en junio. Para este hombre robusto, que mide 1,94 metros, “el enfoque multicultural de la sociedad ha fracasado por completo. Para poder permanecer en Baviera hay que hablar alemán, entender bávaro y, si se es particularmente inteligente, franconio [el dialecto del norte de Baviera], también”.

“Los ciudadanos quieren que la cultura y la identidad del país y de su gente permanezcan como son”, dice Markus Söder. “En última instancia, cada inmigrante debe adaptarse a nuestros valores y costumbres y no al revés”.

El exministro de Finanzas, Desarrollo Regional y Patria de Horst Seehofer reconoce que su riquísima región –594.000 millones de euros de PIB en 2017, es decir, más que 22 de los 28 Estados miembros de la UE– con un crecimiento insolente  –del +18,3%, entre 2010 y 2017– necesita mano de obra migrante cualificada “dentro de nuestra capacidad de acogida”, a la vez que añade: “Si alguien viene aquí para crear problemas o cometer delitos, debe abandonar el país lo antes posible”.

A tenor de los fuertes aplausos que acompañaron a la diatriba del político de Núremberg, la audiencia parecía, en general, encantada con estas aclaraciones. Sentado en la  tercera fila, vestido con su mejor Lederhose, los tradicionales pantalones corto de cuero, un asistente dice con su cerveza Pilsner Maß en la mano: “El señor Söder no es radical, es consecuente. Una ola incontrolada de inmigración ha arrasado Alemania y Baviera fue la primera afectada”. Su compañero de mesa, Roland Schricker, de 61 años, coincide: “No sólo has de aguantar, también tienes que actuar y planificar. Y eso es exactamente lo que CSU lleva haciendo desde 2015”.

Melanie Kuriczak, de 19 años, que trabaja en la Junge Union, la organización juvenil del partido, lamenta que “el debate a nivel federal refleje una imagen tan negativa. Esto da la impresión de que no somos creíbles y nos distrae de las preocupaciones de los votantes. En Berlín, el Gobierno está dividido, pero aquí la CSU está unida”.

En la “carpa de la cerveza”, las voces disonantes son raras. Con la posible excepción de Wilfried Anton, de 78 años, un concejal de la vecina ciudad de Hof: “Seehofer ha ido demasiado lejos desde mi punto de vista en su crítica a las políticas de la canciller. Esa no es la manera de dirigirse a un jefe de gobierno, a una mujer. Muchos de nuestros votantes no lo han entendido, se han sorprendido. Cuando no estás de acuerdo con tu socio, tienes que resolverlo en privado, no en los medios de comunicación”. Este miembro del partido “desde hace más de 50 años” llegó incluso a pensar en salir de él, después cambió de idea: “Hay que luchar desde dentro para hacer cambiar las cosas”.

En el ámbito local, otros militantes han dado el paso. Y especialmente en los círculos religiosos, que están muy implicados en la integración de los refugiados. En Kulmbach, la llamada “capital secreta de la cerveza”, Richard von Schkopp, que preside la influyente Diakonie, la organización benéfica de la iglesia protestante, devolvió su carné en julio tras 48 años como afiliado. “Los debates sobre la política de asilo fueron el detonante”.

Aún más demoledor: en Bamberg, el canónigo de la diócesis católica Peter Wünsche abandonó la CSU en el verano, 44 años después de haberse afiliado. “Una campaña electoral concebida como un concurso para evitar las solicitudes de asilo, el uso de expresiones discriminatorias como turismo de asilo, el desmantelamiento de la cancillería sin motivo, una política que juega con el miedo a los extranjeros: todo esto ya no coincide con mis valores”, dijo indignado.

Refugiados

La romántica Bamberg, de 73.000 habitantes, es un lugar donde los efectos de la política bávara de acogida de inmigrantes son más evidentes. La ciudad, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, es una de las siete ciudades de la región que alberga una “Anker-Einrichtung”, un centro destinado a reunir a los solicitantes de asilo que esperan una decisión sobre su destino y a aquellos a los que se les ha denegado el permiso, antes de devolverlos a su país de origen. Un sistema introducido oficialmente el 1 de agosto, y que se extenderá a nivel federal, que el ministro del Interior Horst Seehofer considera el futuro de la gestión de los refugiados en Alemania.

En su sitio web, el gobierno del distrito de Alta Franconia, que no ha respondido a las peticiones de Mediapart (socio editorial de infoLibre) y que también prohíbe el acceso a los periodistas al lugar, al margen de las visitas de prensa estrictamente supervisadas, se jacta de que “la agrupación de todas las autoridades locales relevantes (gobierno de Alta Franconia, la Oficina Estatal de Asilo y Repatriación, la Oficina Federal de Migración y Refugiados, la Oficina de Asuntos Sociales, la Oficina de Salud, el Tribunal Administrativo, la Agencia de Empleo y la Policía) contribuyen a acelerar el procedimiento administrativo constitucional al que tienen derecho los solicitantes de asilo. Con el traslado a una Anker, los residentes también deben estar más familiarizados con la vida en Alemania para prepararse para la integración en caso de que se les conceda el estatuto de protección”.

Casi 1.400 residentes de 15 países, entre ellos unos 200 niños, residen actualmente en lo que fueron hasta el año 2014 los cuarteles del Ejército de los Estados Unidos.

Amir, iraní de 29 años que llegó a Baviera a finales de 2017, lamenta las privaciones de libertad a las que como él, otros, están sometidos. “No se nos permite cocinar para nosotros mismos y tenemos que tragar la asquerosa comida de la cantina, que nos hace daño en el estómago. No tenemos derecho a un entorno de vida agradable porque las habitaciones y los aseos no se limpian. No se nos permite trabajar ni empezar a formarnos y tenemos que conformarnos con los 100 euros al mes que da el Gobierno. No podemos salir de Bamberg sin un permiso, que es casi imposible de obtener. No tenemos derecho al más elemental respeto por parte del personal, que dedica su tiempo a explicarnos que estamos mintiendo sobre nuestra situación”.

Amir, con un doctorado en Comercio Internacional y que tuvo que huir de su país tras convertirse al cristianismo, se resigna: “Yo era inteligente antes de venir aquí, pero nadie me pregunta qué puedo hacer. Incluso estaría dispuesto a trabajar en un restaurante si tuviera que hacerlo. Como refugiado, ya lo he perdido todo y el Gobierno está tratando por todos los medios de hacerme perder aún más”.

Pese a todo, se niega a tirar la toalla y asiste habitualmente a los cursos de alemán que imparten en el centro los voluntarios de Freund statt fremd (Amigo más que extranjero), una asociación creada en 2015 para “proporcionar ayuda concreta y enérgica a los refugiados” y combatir las carencias de los poderes públicos en materia de integración. “Las autoridades bávaras hacen muy poco al respecto, por desgracia”, constata consternada Renate von Rotenhan, coordinadora de una asociación que cuenta con 760 miembros activos.

Además de proporcionar a los migrantes apoyo social, legal, médico o escolar, actividades de ocio, ropa o enseres domésticos, la asociación ha abierto un café intercultural, Lui20, para reunir a residentes y recién llegados. Y trata de hacer superar los miedos. “Tener tantos extranjeros aparcados en el mismo lugar [en la Anker-Einrichtung] asusta a la población y refuerza los sentimientos xenófobos”, dice Ulrike Tontsch, una voluntaria.

Cada lunes, a las 18:00, la asociación organiza una reunión ciudadana para protestar contra las devoluciones a la frontera “que se han acelerado en los últimos tiempos, sobre todo a Afganistán,  un país en guerra” y la prohibición a los demandantes de asilo de trabajar “por meras razones de estrategia electoral porque Seehofer tiene miedo de la AfD”.

A nivel federal, Baviera es, junto con Brandenburgo, el land menos generoso en lo que concierne al asilo: en 2017, el 31,8% de los 27.647 demandas presentadas fueron aceptadas; la media es del 43,4%.

¿Hacia una coalición azul cielo y verde?

En la AfD, se considera que estas medidas drásticas no son suficientes. “La CSU fue el garante del conservadurismo, la tradición, la familia, la seguridad y la estabilidad de Baviera. Desde la apertura de las fronteras, esto ya no es así”, dice Michael Weiss, de 49 años, de Bamberg. Este votante “de siempre” de la CSU votará a la AfD el domingo. “La única solución es cerrar las fronteras”, dice, burlándose de la nueva policía de fronteras restaurada en julio por el Gobierno bávaro: “¡Sólo tres personas han sido detenidas en tres meses, tres! Eso es lo que dijo Seehofer. Esta decisión es sólo para apaciguar a la gente, pero no es la solución”.

En las elecciones federales de septiembre de 2017, la AfD obtuvo el mejor resultado en Baviera, de todos los länder de la antigua Alemania Occidental, con un 12,4% de los votos. Las encuestas realizadas en estas regiones muestran un ligero descenso, en torno al 12%. “Mucha gente no se atreve a decir que vota AfD. Baviera es una región conservadora y la CSU ya no lo es, así que estoy segura de que nuestros resultados serán mejores”, dice Beatrix von Storch, la carismática vicepresidenta del partido, entrevistada por Mediapart tras una reunión en Gefrees.

Sea como fuere, parece quedar descartado cualquier proyecto de coalición con la CSU. “No queremos gobernar como un partido menor, queremos imponer nuestras ideas”, dice Tobias Matthias Peterka, diputado por Bayreuth en el Bundestag.

Porque en Sajonia, donde se produjeron las manifestaciones racistas de Chemnitz, la CDU empieza a contemplar una alianza con la ultraderecha tras las próximas regionales. “No diré un no formal. Hay que respetar la voluntad de los votantes que se manifestará el 1 de septiembre de 2019”, decía en la radio pública MDR Christian Hartmann, elegido recientemente jefe del grupo de los conservadores en el Parlamento regional.

Un escenario poco probable en Baviera. Parafraseando a Franz-Josef Strauss, el hombre que dirigió la CSU desde 1961 hasta su muerte en 1988, el ministro-presidente Markus Söder repitió en Mödlareuth que “no hay lugar para un partido democrático a la derecha de la CSU”, lo que significa que, en su opinión, la AfD es antidemocrática.

Frente a la ofensiva de la derecha dura, la izquierda intenta movilizarse. Incluso en la poco reivindicativa Baviera, cada reunión pública de Alternativa por Alemania atrae a contramanifestantes, de las filas del SPD, de los Verdes, Die Linke, el partido satírico Die Partei, sindicatos, asociaciones o círculos antifascistas.

El pasado 2 de octubre, mientras que los representantes de la AfD criticaban los, a su juicio, “8.500 millones de dólares malgastados en ayuda al desarrollo para África que dejan de ingresar los pensionistas” o “las escuelas de las grandes ciudades alemanas donde más del 50% de los niños son musulmanes”, ante el centenar de participantes convocados al castillo municipal de Lichtenfels –“la ciudad de los fabricantes de cestas”– cerca de cinco veces más personas protestaban en el exterior contra “el movimiento de los retrógrados”.

“Este partido no es una alternativa para nadie, así como los partidos de extrema derecha nunca han sido una alternativa en la historia de nuestro país”, dice, preocupado, el alcalde del SPD de la ciudad, Andreas Hügerich, quien reconoce la “responsabilidad política” de su partido por el ascenso de las fuerzas marrones y promete, casi fatalista, “predicar cada vez más tolerancia y solidaridad a[sus] conciudadanos”.

Sin embargo, este domingo, una formación de izquierdas podría beneficiarse del juego electoral. Las encuestas predicen que los Verdes obtendrán un resultado récord del 18% de los votos, lo que los colocaría en el segundo lugar, por detrás de los conservadores. El candidato del partido en Bayreuth, de 72.000 habitantes, famoso por su festival de ópera fundado por Richard Wagner, Tim Pargent, de 25 años, siente que las cosas están cambiando: “Cuando vamos de puerta en puerta, algunos votantes moderados de la CSU nos dicen que no les gusta el giro a la derecha que ha dado la CSU de Seehofer y que esta vez nos votarán a nosotros”.

Como signo de los tiempos que corren, los ecologistas no han dudado en incluir en su programa la defensa del Heimat, una palabra intraducible que se refiere tanto al lugar donde se nace, donde se crece, donde se está como en casa, y que por lo general ha recuperado la derecha para vincularlo con un sentimiento de pertenencia patriótica. “Preservar la Heimat también significa preservar el entorno en el que vivimos, con más tolerancia e igualdad de derechos. Nací aquí, pero no sólo es mi Heimat, sino también la Heimat de los que se instalan allí”, explica el candidato.

Si la CSU y los Verdes confirman en las urnas lo que predicen las encuestas, los dos partidos coparán conjuntamente más de la mitad de los escaños del Parlamento bávaro. ¿De ahí a imaginar una coalición? El 2 de octubre, Winfried Kretschmann, ministro-presidente ecologista del poderoso land vecino de Baden-Württemberg, puso las cartas sobe la mesa. “No estamos de acuerdo con las principales consignas de la CSU [en particular contra los migrantes]. Pero todo lo que hay debajo es mucho más suave”, garantiza el socio de gobierno de la CDU. “No puedo recomendar a los Verdes de Baviera que alcancen una coalición con Söder ahora, sólo puedo recomendar que sean abiertos”, continúa.

Aunque señala verdaderas diferencias de opinión con los conservadores, denunciando “la radicalización de su lenguaje”, el pragmático Tim Pargent no cierra la puerta; cree que “los partidos democráticos deben poder hablar entre sí”: “La lucha contra el cambio climático no puede esperar, ni puede ser sacrificada por los desacuerdos políticos”.

Lo mismo opina el codirector de la lista regional, Ludwig Hartmann, que según declaró en el periódico Süddeutsche Zeitung, hay que “estar preparado para todo” y anunció que los activistas ecologistas se reunirán el sábado 20 de octubre para decidir si abrir o no una ronda de negociaciones. Hartmann  asegura que ni siquiera tiene el número de teléfono personal de Markus Söder. La situación podría cambiar este domingo por la noche.

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Traducción: Mariola Moreno

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