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Rusia, Irán y Turquía se frotan las manos tras la decisión de Trump de salir de Siria

Trump y el secretario de Defensa de Estados Unidos, el general James Mattis, que ha presentado su dimisión.

Con el anuncio de la retirada de las tropas estadounidenses de Siria (unos 2.000 soldados) en los próximos tres meses, Donald Trump lanza una onda expansiva a la geopolítica de Oriente Medio. Se trata de una verdadera sacudida, porque las consecuencias de esta decisión parecen favorecer al régimen de Bashar al-Assad, Rusia, Irán y Turquía, en detrimento de los aliados de Estados Unidos, kurdos sirios e iraquíes, Iraq e Israel. Estamos ante otra demostración de que la diplomacia estilo Trumpestilo Trump sigue siendo impredecible y muy alejada de las opciones de política exterior de Estados Unidos en el último medio siglo.

Esta decisión –dada a conocer, como ya es habitual, en Twitter, este miércoles 19 de diciembre– ha sido una sorpresa, no tanto por su contenido, porque Trump ha venido repitiendo regularmente desde la campaña de las presidenciales de 2016 su intención de repatriar a los militares estadounidenses, sino por su aparente urgencia. Según los medios de comunicación estadounidenses, el presidente tomó la decisión un día antes, después de una reunión en un comité selecto con algunos asesores de la Casa Blanca y los secretarios de Estado y de Defensa, la mayoría de los cuales se opusieron a la retirada.

El principal argumento de Donald Trump –“hemos derrotado al Estado Islámico en Siria, [...] ganamos [...], es hora de que nuestras tropas regresen a casa”– es puesto en cuestión por su propia Administración, particularmente en el Pentágono. Brett McGurk, el enviado especial de Estados Unidos a cargo de la lucha contra el Daesch, dijo la semana pasada en una sesión informativa en Washington: “Si hemos aprendido una lección en los últimos años, es que para derrotar a un grupo como el Estado islámico, no basta con recuperar su territorio e irse; es necesario garantizar que las fuerzas de seguridad locales estén en su sitio y sean capaces de mantenerse”. Y añadía, sin saber lo que su jefe iba a anunciar: “Una retirada de EE.UU. sería peligrosa si nos limitáramos a decir que ‘el califato ha sido derrotado, ahora sólo tenemos que irnos’”. Incluso el asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, John Bolton, obsesionado con el debilitamiento de Teherán, afirmaba el pasado septiembre: “No nos iremos mientras las tropas iraníes permanezcan fuera de las fronteras de Irán y lo mismo en lo que respecta a las milicias iraníes en Siria”.

Como la mayoría de las decisiones tomadas por Donald Trump, resulta difícil descifrar las razones subyacentes. Sin embargo, muchos observadores han vinculado este anuncio a una entrevista que tuvo con el presidente turco Erdogan en el G20 a principios de diciembre y luego el viernes 14 de diciembre por teléfono. Según varios periodistas estadounidenses, Recep Tayyip Erdogan se quejó una vez más de que los estadounidenses preferían apoyar a las “grupos terroristas” kurdos antes que a su aliado turco de la OTAN. Se refería al apoyo de Washington desde 2016 a las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), integradas principalmente por milicianos kurdos considerados cercanos al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), que Ankara considera una organización terrorista.

El problema es que Estados Unidos no sólo ha apoyado a las Fuerzas de Autodefensa con ataques aéreos, misiones de inteligencia y entrenamiento. Las FDS ha sido la principal fuerza impulsora de la erradicación de Daesch en Siria, y el Ejército estadounidense no tiene más que elogios para los soldados kurdos que han demostrado ser leales, valientes y excelentes luchadores. A día de hoy, las FDS controlan una gran parte del noreste de Siria y continúan dando caza a los extremistas del Estado Islámico en el sureste del país. De modo que decir que se sienten especialmente traicionados por la Casa Blanca es poco. Las primeras reacciones hechas públicas a través de las redes sociales, de analistas o periodistas kurdos, son similares: “¡Os ayudamos, hicimos el trabajo sucio por vosotros y ahora nos abandonáis! ¡Gracias Washington!”.

También parece que la decisión de Trump llega coincidiendo con la venta de misiles Patriot a Ankara después de años de negociaciones y, en particular, desde que Erdogan haya considerado comprar un sistema equivalente a Rusia, lo que irritaba especialmente a los estadounidenses. También se produce después del pulso entre Turquía y Arabia Saudí por el caso Jashoggi, un conflicto en el que Erdogan tenía el control sobre Mohammed bin Salman, mimado por la Casa Blanca. ¿Ha habido un intercambio de cromos entre Estados Unidos y Turquía a costa de los kurdos sirios? A día de hoy, es imposible decirlo con seguridad, pero la cronología de los acontecimientos y la decisión solitaria de Donald Trump lo sugieren.

El espectro de George W. Bush

Por supuesto, el Gobierno turco acogió con satisfacción esta próxima retirada de los soldados estadounidenses, asegurando que sus tropas en la frontera siria eran perfectamente capaces de garantizar la seguridad de la región. Pero la mayoría de los expertos en el conflicto sirio creen que Turquía también podría decidir invadir el noreste de Siria para aniquilar a las fuerzas kurdas, de modo que nunca se pueda crear ni un protoestado ni una entidad regional autónoma en manos de los kurdos. Hasta ahora, el hecho de que Estados Unidos estuviera estrechamente aliado con las Fuerzas de Autodefensa impedía este escenario. Ahora ya no.

La otra personalidad que ha saludado el anuncio estadounidense ha sido Vladimir Putin, quien dijo: “Donald tiene razón”. El presidente ruso considera, al igual que su homólogo estadounidense, que el Estado Islámico ha sido derrotado, pero sobre todo que la presencia estadounidense en Siria fue ilegítima desde el principio porque no respondió a un llamamiento de Damasco ni a un mandato de las Naciones Unidas. Y, sobre todo, Rusia se convertirá en la única gran potencia presente en Siria y ya no es probable que se vea contrariada en sus ambiciones de establecer allí una gran base militar regional.

Los iraníes son los otros beneficiarios de esta retirada. Si bien no están oficialmente presentes en Siria, es un secreto a voces que han enviado a cientos de milicianos al lugar y han animado al Hizbolá libanés a implicarse en Siria desde 2013. Israel a menudo ha dado la voz de alarma, temiendo entrar en contacto directo con las fuerzas iraníes en su frontera septentrional. En los últimos meses se han lanzado varias operaciones israelíes de bombardeo para eliminar las armas iraníes o los puestos de mando en Siria.

Según la prensa israelí, el primer ministro Benjamín Netanyahu, que conocía desde hacía tiempo el deseo de Trump de retirar las tropas estadounidenses, hizo todo lo posible para disuadirlo. En vano. Sin embargo, fue informado de la decisión el martes 18, un día antes del anuncio. En efecto, es un momento crítico para Tel Aviv, que lleva dos semanas destruyendo los túneles de Hizbolá que penetran en su territorio y que no mantiene las mejores relaciones con Moscú desde que derribó un avión militar ruso en septiembre.

Además de apoyar a los kurdos de las FDS en el noreste de Siria, las fuerzas especiales de Estados Unidos también tenían su base en Al-Tanf, un puesto militar cerca de las fronteras iraquíes y jordanas. Desde esta posición, los estadounidenses podrían bloquear el expansionismo iraní que, de otro modo, habría disfrutado de una ruta sin obstáculos de Teherán a Beirut, intervenido en los dos últimos focos de Daesh en Siria y supervisado el regreso de los combatientes del Estado Islámico a Irak en esta zona.

Porque aunque el "califato" de Daesh esté mermado, algunos de sus guerreros, y especialmente su ideología, no han muerto. En Irak, en particular, se asiste a un resurgir de las actividades terroristas en las provincias del norte (mientras que los ataques son menos frecuentes en Bagdad y en lo que fue el feudo de Daesh, en la provincia de Anbar). Según Michael Knights, investigador del Washington Institute for Near East Policy y autor de un reciente estudio sobre la violencia en Irak, citado por The Washington Post, “en el norte del país, los ataques están aumentando y el Estado islámico está eligiendo cuidadosamente estos objetivos; por ejemplo, mata a los líderes tribales y a los policías, lo que asusta a miles de personas que se niegan a cooperar con las autoridades por miedo a convertirse en los siguientes en la lista”.

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Siempre según Michael Knights, “una de las claves para la expansión del Estado islámico fue la libertad de movimiento del grupo en Siria. Es el lugar para obtener armas pesadas y explosivos, que son de más difícil acceso en Irak. Si no terminamos el trabajo [de eliminar a Daesch] en Siria, podría volver a ocurrir”.

Al coger a todos por sorpresa y afirmar que se ha logrado la victoria contra el Estado Islámico, Donald Trump no sólo corre el riesgo de irritar (una vez más) a sus aliados, abandonado (una vez más) a los kurdos, echando una mano (una vez más) a Vladimir Putin, sino que también corre el riesgo de acabar siendo el hazmerreír (una vez más), como George W. Bush, que había posado frente a una pancarta donde se leía “Misión cumplida” en mayo de 2003, un mes y medio después de la invasión de Irak. Con las consecuencias que conocemos hoy. ______________

Traducción: Mariola Moreno

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