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La juventud marroquí dice "basta" a la represión

Soufiane Al Nguad, encarcelado en Marruecos por un comentario en las redes sociales.

El 25 de septiembre, Hayat Belkacem, de 19 años, perdía la vida frente a Gibraltar. Murió asesinada con un arma automática a manos de la Marina Real de su país, Marruecos. Asesinada con sus sueños, el Corán, el protector solar y algunas monedas de euro mientras intentaba salvar el pellejo y llegar, sin papeles, a la cercana España a bordo de un barco atestado de migrantes.

Su muerte al alba indignó a Marruecos, que rememoraba de golpe los peores años de plomo. Y Hayat, “la vida” en árabe, hija de Tetuán, estudiante de Derecho, de padre obrero y madre desempleada, se ha convertido en una mártir. Mártir de la inmigración clandestina, en un país que se ha convertido de nuevo en una de las principales puertas de entrada a El Dorado europeo, pero sobre todo se ha convertido en mártir de un reino de desigualdades sociales que lo único que tiene que ofrecer a la juventud es la miseria, el desempleo o el exilio, a su cuenta y riesgo.

En todo el país se han sucedido las manifestaciones, en las que se corean consignas como: El pueblo quiere saber quién mató a Hayat, ¡Te vengaremos, Hayat! Especialmente en el norte, en Tetuán, la ciudad de Hayat, la perla del Rif, donde “Los Matadores 2005”, los ultras del MAT (Moghreb Athletic Tetouan), el club de fútbol local, se convirtieron en primeros portavoces de la cólera y el dolor, recordando con ello hasta qué punto los estadios son hoy uno de los últimos foros de protesta en el Marruecos represivo de Mohammed VI.

Tres días después de la tragedia, antes del partido contra el Kawkab de Marrakech, donde silenciaron el himno nacional con silbatos, instaron a ir vestidos de negro y a protestar “contra la política opresiva del Majzen [el régimen] contra su puebloMajzen y del que Hayat es víctima”, al son de “el pueblo quiere renunciar a su nacionalidad” y “Viva España”. Una afrenta al Gobierno cuando hace sólo unos meses levantó las prohibiciones de entrada en los estadios impuestas a los ultras marroquíes desde los actos violentos de 2016, que causaron la muerte de dos hinchas del Raja de Casablanca.

En las redes sociales, donde se hace todavía más evidente el enfado, protegidos de la represión policial, los llamamientos de los ultras de Tetuán para manifestarse “a favor de Hayat” fueron muy compartidos, ya que la joven representa a esta generación sacrificada de jóvenes de 15 a 34 años, sin futuro, que supone un tercio de la población. Sufian Al Nguad es uno de ellos. Enseguida compartió el evento en su página de Facebook. Porque él mismo podría haber sido Hayat. Cada año, cientos de miles de marroquíes intentan cruzar el Estrecho, embarcándose en una lancha o en patera con destino a España, la nueva tierra prometida. A pesar de la probabilidad de acabar en el cementerio de Gibraltar, engullido por las aguas...

A sus 32 años, la vida de Sufiane Al Nguad transcurre como la de cualquier joven marroquí, entre dificultades y frustración, rabia y desesperación. En su página de Facebook, a finales de septiembre, arremetió contra el “silencio de los partidos políticos”, aplaudió la iniciativa de los ultras de Tetuán, grupo al que no pertenece, y llamó a unirse a la manifestación “por Hayat”.

Y ahora languidece en la cárcel por ello. La Justicia marroquí le condenaba en octubre a dos años de prisión firme y al pago de una multa de 20.000 dirhams (1.850 euros) por llamar a manifestarse en memoria de Hayat, ametrallada hasta morir, “por alentar a participar en una manifestación no autorizada”. La sentencia, recurrida, acaba de ser rebajada a un año de prisión.

Pero para las ONG –que desde la primera condena presionan para conseguir la puesta en libertad del hombre– sigue siendo “un veredicto abusivo, injusto e inaceptable”. “Sufiane Al Nguad no tiene que estar en la cárcel porque no ha hecho nada malo. Hizo un llamamiento a unirse a una manifestación que ni siquiera organizó en solidaridad con una mujer inocente, que fue injustamente asesinada! No hay caso. Lo inculparon por insultar al Reino”, denuncia Ahmed Benchemsi de Human Rights Watch.

Para este experiodista, fundador de la revista TelQuel y del desaparecido Nichane, que sufrió las consecuencias de la intimidación del régimen marroquí y ahora residente en Estados Unidos, “Soufiane Al Nguad es otro ejemplo de la represión que se vive. Fue arrestado preventivamente. Le pasó a él pero pudo haberle ocurrido a cualquier persona. ¡No es ningún líder, sino un ciudadano normal! Se está perfilando un modus operandi. No tienen otra respuesta a la ira social que arrestar a la gente”.

“En Marruecos, ahora, cualquier intento de protesta social se acalla dando ejemplo”, continúa Ahmed Benchemsi. Se ha puesto de manifiesto en los dos últimos grandes movimientos sociales, donde se reclamaba más justicia social y trabajo en Alhucemas, en la región del Rif, y en Jerada, en el Este y que fueron violentamente reprimidos. Activistas y simpatizantes fueron detenidos en masa, encarcelados y condenados a penas de hasta 20 años de prisión.

En un país donde el fútbol desata pasiones, el poder de movilización de un grupo de ultras provoca sudores fríos al régimen. 14 seguidores del club de Tetuán, de 18 a 23 años, detenidos durante la manifestación de Hayat, fueron arrestados el pasado mes de octubre y condenados a penas de entre uno y diez meses de prisión por “ultraje a la bandera nacional”, “manifestación no autorizada” y “destrucción de bienes públicos y privados”.

Sin embargo, a pesar del miedo, la represión de la libertad cada vez más mermada, las voces no se acallan. Si bien salir a la calle es peligroso, los estadios y las redes sociales se utilizan cada vez más como espacios de indignación. Hay que escuchar “Fi bladi Dalmouni”, la canción que se ha hecho viral, publicada en Youtube a finales de septiembre por los seguidores del Raja Casablanca, y que suma ya casi dos millones de reproducciones, para entender la desesperación de la juventud marroquí, “maltratada”, “despreciada”, “ya muerta”.

“En este país, vivimos en una nube oscura / Todo lo que pedimos es paz social (...) Nos drogaron con el hachís de Ketama / Nos dejaron como huérfanos / Esperando el castigo del último día (...) Robaste la riqueza de nuestro país / Compartiéndola con extraños / Destruiste a toda una generación...”, canta la multitud.

Algo ha cambiado en el Reino, dejando fluir una ira generalizada. Incluso la figura, sagrada, del rey recibe ataques frontales, lo mismo que el honorable Majzen, en las redes sociales o incluso en los medios de comunicación. Ya no es una línea roja. Como el hombre que, interrogado por un periodista sobre su obsesión por huir de su tierra a Europa, respondió: “Ya que el rey prácticamente vive en el extranjero, tiene fondos y propiedades en el extranjero, se cura en el extranjero... ¿Por qué se le pregunta a los pobres abandonados a su suerte?”. _________

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Traducción: Mariola Moreno

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