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Videovigilancia: una socióloga detrás de la cámara

Imagen de archivo de cámaras de vigilancia en una calle de Ciudad Real.

Jérome Hourdeaux (Mediapart)

Élodie Lemaire ha pasado cerca de año y medio inmersa en el mundo de la videovigilancia. Entre los años 2014 y 2105, esta socióloga especialista en temas de seguridad y de justicia ha vivido el día a día de los diferentes eslabones de la cadena que asegura la vigilancia de Braville, una ciudad de Hauts-de-France (región al norte del país), cuyo nombre ha sido cambiado para proteger el anonimato de las personas que ha entrevistado.

Ha compartido días y noches de vigilancia con los vídeo-operadores, con los ojos pegados durante horas a las pantallas del Centro de Seguridad Urbana (CSU) y ha asistido a la extracción y explotación de vídeos solicitados por los policías y observando la utilización que se ha hecho de ellos en las investigaciones. En fin, magistrados y abogados le han permitido acceder a los casos en que la videovigilancia ha podido jugar un papel.

De su investigacion, Élodie Lemaire ha hecho un libro, El ojo de seguridad. Mitos y realidades (La Découverte, marzo 2019), que desvela la otra cara del decorado de la videovigilancia, que es a menudo poco reluciente, lejos de un Big Brother omnipresente y omnisciente. Al contrario de la idea común de que las cámaras serían cada vez más numerosas y más perfectas, incluso capaces de reconocer las caras o leer emociones, Élodie Lemaire describe una tecnología enfrentada a numerosos límites, sean técnicos, prácticos o humanos. La socióloga disminuye igualmente la importancia del vídeo, convertido en el nuevo rey de las pruebas, ya que su producción es sobre todo causa de confrontación y luchas de poder entre varias profesiones con visiones y prácticas muy diferentes.

El libro de Élodie Lemaire penetra en las entrañas de la videovigilancia lo más cerca posible de sus actores, ya sea mientras están en su puesto de trabajo o hablando con ellos al calor de un café. “Para acceder a este terreno —cuenta la socióloga a Mediapart— ha sido preciso conseguir autorizaciones y crear un expediente en el que se presenta un trabajo y se adquieren ciertos compromisos, sobre todo en términos de confidencialidad. En mi libro cuento mi entrevista decisiva con el procurador de la República de Braville, lo que me permitió tener acceso al mismo tiempo al palacio de justicia y a la comisaría”.

Pasada esta barrera administrativa, Élodie Lemaire ha podido establecer vínculos privilegiados con sus encuestados. “Todo va bien desde el momento en que respetas los códigos del terreno, comenzando por la discreción. Además, era un terreno familiar para mí, puesto que yo le había dedicado ya mi investigación doctoral, así que algunos antiguos investigados me recomendaron” nos explica. “El método de investigación tiene también su importancia. Yo soy partidaria de la observación participante, que consiste en compartir el día a día de los encuestados. He pasado 16 meses con ellos, de los cuales durante tres semanas he estado noche y día en el centro de seguridad urbano. Esto te permite crear relaciones de confianza. Ellos ven que se toma en consideración su trabajo y que les dedicamos nuestro tiempo, como lo hacen ellos. Esto es algo importante para los policías, que son personas que normalmente hacen muchas horas. Compartir el día a día ayuda mucho a soltar la lengua”.

La primera enseñanza de El ojo de seguridad es que éste sufre ceguera a menudo. “La primera limitación es la calidad de la imagen, que es muy diferente según los usos”, explica Élodie Lemaire. “Por ejemplo, los videoperadores del CSU de Braville comprobaron que las imágenes de la red de autobuses eran mejores que las suyas. También los fallos técnicos son extremadamente frecuentes y estas averías constantes llevan a los técnicos de mantenimiento a una tensión permanente. Finalmente, están todos los obstáculos físicos que pueden obstruir la visión de una cámara. Puede ser una rama de un árbol que no estaba prevista en el momento de la instalación o simplemente la noche, la lluvia, la niebla, etc.”.

Lejos de conformar una red unificada, el dispositivo de videovigilancia de Braville está constituido por un mosaico de operadores, unos públicos y otros privados, que gestionan su propia red interna. “Hay objetivos diferentes según los operadores”, continua Élodie Lemaire. “Me ha llamado la atención el contraste entre el discurso generalmente mantenido sobre la videovigilancia y el amplísimo abanico de dispositivos que van desde la cámara falsa a la cámara domo”.

Luego están las limitaciones humanas sobre lo que el videoperador puede ver. “Él no puede ver nada más que lo que la cámara capta, es decir, lo que pasa en los espacios abiertos al público. Hay entonces toda una parte de delincuencia que se les escapa”, aclara Élodie Lemaire. El agente debe también mirar la pantalla en el momento preciso, lo que no es nada fácil, sobre todo en el caso de las cámaras domo que, por defecto, giran sobre un eje horizontal cada treinta segundos”.

Cuando se produce una infracción, “hay que desactivar rápidamente el sistema y manejar la cámara con la mano”, explica la socióloga. “Porque los videoperadores no son más que dos, o incluso uno sólo, para ocuparse de alrededor de 90 pantallas, y deben echar un ojo a todas. Por haber pasado por ello, le puedo decir que al cabo de un instante no ves nada. Es un trabajo nada fácil y que además no está en absoluto reconocido”.

Lucha contra la delincuencia

El libro cuestiona igualmente los supuestos efectos de la videovigilancia en la lucha contra la delincuencia. “Los diferentes actores no tienen a menudo idea alguna de la eficacia de sus dispositivos en materia de lucha contra la inseguridad”, cuenta Élodie Lemaire. “De todas formas, este no es el único objetivo. A lo que se da importancia es a los nuevos usos. Uno de los argumentos comerciales más fuertes de los fabricantes es la multifuncionalidad. La cámara se vende como si fuera la navaja suiza de la seguridad que permite realizar vigilancia, pero también control de carreteras, gestión del tráfico...”.

El vídeo ha adquirido, desde luego, una importancia considerable en los procedimientos penales, pero se basa en una construcción progresiva que Élodie Lemaire llama en su libro “la fábrica de vídeo-pruebas”, fruto del paso de imágenes entre las manos de diferentes profesionales que participan en la construcción de la prueba siguiendo el principio de un “embudo de filtros sucesivos”. “Cada uno ve lo que cree que ve”, nos explica ella. “El videoperador piensa que debe ver una infracción que se esté cometiendo. Los policías esperan que el vídeo identifique a  sospechosos y los magistrados están más distantes porque su posición en el procedimiento no es la misma. Para ellos, el vídeo se integra en un conjunto de pruebas convergentes”.

Detrás del proceso judicial se esconden tensiones sociales y luchas de poder que influyen en la construcción de la “video-prueba”. “Se ve bien que esta cadena reproduce una jerarquía social con un sector manual por un lado, los videoperadores, y por otro lado un sector intelectual, policías y magistrados. Esta jerarquía estructura toda la visión del rol de los vídeos en cuanto pruebas”, señala Élodie Lemaire.

Cada uno de estos actores tendrá su propia perspectiva del vídeo y podrá considerar las demás como amenazas para su terreno competencial. Las tensiones son especialmente evidentes entre los policías y los videoperadores. En su libro, Élodie Lemaire relata, por ejemplo, una noche de vigilancia en el CSU en la que ve en pantalla una detención en marcha. Inmediatamente coge el mando para tomar control de la cámara pero éste se bloquea y la cámara se desvía de la escena. Como le explica el videoperador, era la comisaría, que había tomado el control para impedir que el CSU presenciara la operación.

“Estas son cosas que pasan”, dice la socióloga. “Hay que entender que se trata de un espacio heterogéneo, compuesto por profesiones heterogéneas. Hay, pues, confrontación y reflejos de preservación del territorio. Para los policías nacionales, los videoperadores no son profesionales de la seguridad, por lo que no deben ver la escena de la detención. Para ellos es una forma de dar seguridad a un territorio”.

“Igualmente hacen ocultación de información para que pasen horas y horas buscando una secuencia vídeo”, continua Élodie Lemaire. En su libro explica por ejemplo que los policías pueden dar informaciones particularmente vagas sobre la hora de un incidente para buscar en los vídeos, obligando al CSU a hacer horas de trabajo suplementarias.

Frente a este dispositivo de tan dudosa eficacia que suscita tales tensiones, podríamos preguntarnos el porqué del éxito de la videovigilancia. “Es el forcejeo de esta tecnología el que ha logrado triunfar, a pesar de que muchos trabajos han mostrado los efectos muy limitados de la videovigilancia, sobre todo en cuanto a los objetivos de seguridad”, afirma Élodie Lemaire. “Su éxito se basa en una especie de creencia común y muy poco en la verdad. Y lo increíble es que esto no va a parar. Por otra parte, estamos viendo que esta creencia se difunde más allá del terreno de la seguridad para nosotros, los ciudadanos. Grabar se ha convertido en un reflejo para garantizar la realidad cuando eso no garantiza la realidad de los hechos”.

“Yo pienso, como propone Laurent Mucchielli (sociólogo y autor de Ustedes son grabados. Investigación sobre el engaño de la videovigilancia, Armand Colin, marzo 2018), que hay que hacer un cambio. No hay que preguntarse para qué sirve la videovigilancia, sino a quién sirve”, continua Élodie Lemaire. “Primero, hay intereses externos, como las implicaciones políticas y electorales. Luego, la videovigilancia se inscribe en estas nuevas formas de gobierno que se basan en un nuevo paradigma: la prevención de riesgos. Este paradigma se propaga en toda la sociedad, donde encontramos ya por todos lados un montón de indicadores con la misma preocupación. Pasamos de la peligrosidad a la gestión del riesgo, que constituye la piedra angular que se impone en todos los terrenos”.

Sin embargo, esta piedra angular, por mucho que se presente como un avance científico, no es neutral. “Las estadísticas dan una visión global que oculta un tratamiento individual” señala Élodie Lemaire. “Se vigila a ciertas personas en función de ciertos indicadores y ciertas categorías. Se instalan cámaras con prioridad en ciertos barrios. La videovigilancia tiene el objetivo que se le asigna, yendo en el sentido de una visión dominante que pone el acento en la inseguridad civil tomando como referencia la inseguridad social. El ojo de seguridad es también nuestro propio ojo, nuestra visión de seguridad del mundo social”. _______________

Traducción de Miguel López

Facebook, emblema del “capitalismo de vigilancia”

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Puedes leer el texto completo en francés aquí:

 

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