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Alemania tiene un problema: sus bancos

Sede de Deutsche Bank, en Francfort (Alemania).

Martine Orange

Ha muerto el proyecto de un gran campeón financiero alemán. Deutsche Bank y Commerzbank han anunciado este 25 de abril el abandono de sus negociaciones para fusionarse. “Tras un análisis exhaustivo, el consejo del Commerzbank ha llegado hoy a la conclusión de que un acercamiento con el Deutsche Bank no aportaría suficientes beneficios para contrarrestar los riesgos suplementarios, los costes de reestructuración y los aumentos de capital necesarios asociados a una integración a tan gran escala. En consecuencia, los dos bancos han decidido interrumpir sus negociaciones”, ha explicado el Commerzbank en un comunicado.

El anuncio de este fracaso ha sido recibido con alivio tanto por los inversores como por los sindicatos de ambos bancos. Porque hay que decir que este proyecto, deseado y apoyado a duras penas por el ministro alemán de Finanzas, Olaf Scholz, suscitaba poco entusiasmo e incluso mucha aprensión.

Desde el anuncio de la posibilidad de acercamiento, los sindicatos de los dos bancos –que se sientan en sus consejos de administración– se habían opuesto a este proyecto demasiado destructor de empleos. Según sus estimaciones, más de 30.000 empleos estaban en riesgo si se llevaba a cabo la fusión. Los grandes accionarios de ambos bancos, en especial los fondos cataríes que vinieron a socorrer al Deutsche Bank en el momento de su crisis de 2008, cuestionaban también la pertinencia de ese arriesgado acercamiento.

Sus temores eran transmitidos por los responsables políticos alemanes. “Dos pavos enfermos jamás han hecho un águila”, ironizaba Olav Gutting, diputado de la CDU, muy crítico con el proyecto. Además del temor a un coste social elevado, los parlamentarios se preocupaban por el riesgo que este proyecto de megabanco podría entrañar para las finanzas públicas. La retórica del ministro alemán, tomando acentos gaullistas que nunca se han dado en Alemania, sobre la necesidad de crear un campeón bancario nacional para acompañar a la potencia económica alemana, nunca han conseguido cambiar la hostilidad de los responsables políticos, de todas las tendencias, hacia este faraónico proyecto.

Pero la oposición más eficaz, aunque discreta, a este acercamiento ha sido sin duda la de los reguladores bancarios europeos y americanos. Desde hace años, Deutsche Bank es para ellos un tema al que tienen aprensión. Con más de 1,5 billones de dólares en activos (equivalente al 46% del PIB alemán) y un papel central en todo el sistema bancario internacional, el Deutsche Bank es considerado desde hace años por los reguladores como el banco más sistémico del mundo, pero también uno de los más enfermos.

A pesar de los numerosos planes estratégicos implantados desde hace diez años, no ha borrado sus infamias del pasado: su cartera de derivados que, aunque ha disminuido mucho desde la crisis de 2008, se estima todavía en más de 40 billones de dólares (valor aproximado, es decir, que se toma en cuenta el valor de los activos subyacentes, aunque el riesgo real es bastante menor, del orden del 1 al 2%). Y casi cada mes hay nuevos escándalos que vienen a recordarle su pasado. El último, el blanqueo de dinero negro con el acuerdo del Danske Bank, que ha provocado una serie de registros en su sede.

Ver a este banco, que nunca ha saneado sus resultados, aproximarse al Commerzbank, también frágil (nacionalizado en 2008, todavía no se ha repuesto de la crisis y el Estado no ha conseguido devolver el 15% que conserva como privado), no ha tranquilizado a dichos reguladores. Para ellos tampoco dos pavos enfermos hacen un águila. Aceptar esa fusión que habría terminado por crear un conjunto bancario aún más grande, más arriesgado y más frágil, supondría correr un riesgo importante para el conjunto del sistema financiero internacional y cuestionar su credibilidad.

Poco después del anuncio del proyecto, el BCE y el Consejo de la Junta Única de Resolución (que supervisa la unión bancaria) hacían saber que los dos bancos debían garantizar que la entidad surgida del acercamiento sería capaz de encontrar una solución en caso de crisis con el fin de evitar que los contribuyentes tengan que pagar por su rescate. “Si un banco se hace demasiado grande, complejo o interconectado (...) debe disponer de fondos propios complementarios”, declaraba en marzo Andrea Enria, presidente del consejo de vigilancia del BCE ante el Parlamento europeo. Los reguladores estimaban que, antes de cualquier acercamiento, el Deutsche Bank debía recaudar al menos 10.000 millones de euros de capitales complementarios para consolidar sus fondos propios.

Por su parte, las autoridades de regulación americanas hacían saber que el Deutsche Bank debería en el futuro, como sus homólogos europeos instalados en los EEUU, conformarse a las reglas allí en vigor y reforzar sus fondos propios y su liquidez para afrontar una nueva crisis, lo que va a imponer aún nuevos aumentos de capital. ¿Cuánto? Misterio.

Porque los Estados Unidos son la caja negra del Deutsche Bank. El gigante alemán ha llevado a cabo una política de conquista agresiva a partir de sus filiales americanas pasando por debajo de todos los radares de control de los reguladores americanos y europeos, y ha preparado todos sus golpes y comprometido miles de millones de euros y de dólares en todas las especulaciones financieras. Las actividades americanas del Deutsche Bank dan tanto miedo que han disuadido a todo competidor de llevar a cabo un ataque hostil contra el gigante alemán, incluso estando enfermo. Han metido miedo incluso a la dirección del Commerzbank.

Para tratar de salvar la fusión, la dirección del Deutsche Bank y el Gobierno alemán han propuesto estos últimos días excluir las actividades americanas del perímetro de fusión. Ha sido incluso evocada la idea de transformarles en bad bank y de obligarles a financiarse con fondos públicos alemanes. El Gobierno alemán parece haber reculado ante la amplitud de los compromisos tomados.

Para el ministro alemán de Finanzas, este fracaso constituye un severo revés político. Al aprobar el fin de la fusión, a pesar de todo ha apoyado la idea de la necesidad “de contar con instituciones de crédito competitivas para apoyar los éxitos industriales mundiales alemanes”, una declaración recibida con un escepticismo general. “Una fusión nos habría creado problemas aún más grandes (…). Pero con el fin de las conversaciones sobre la fusión, los problemas el sector bancario no han sido resueltas. Continúan existiendo y deben ser tratados”, declara la diputada del SPD Ingrid Arndt-Brauer.

De hecho, el Gobierno alemán no ha terminado con el tema de los bancos. El caso del Commerzbank, según los observadores, es el más fácil de resolver. Incluso si el banco se topa con una fuerte competencia en Alemania y se encuentra con dificultades de desarrollo, su balance está saneado. Circulan nombres de eventuales compradores como el del italiano Unicredit o el holandés ING. Pero, para que un acercamiento pueda llegar a buen puerto, habrá sin duda que levantar previamente el obstáculo de la restricción de las garantías bancarias limitadas por país en la zona euro. Una exigencia que había impuesto el Gobierno alemán cuando trataban sobre la unión bancaria con el fin de evitar que “los contribuyentes alemanes paguen por los demás”.

Queda el caso del Deutsche Bank. Desde la crisis de 2008, el gigante bancario es un problema mayor para el Gobierno alemán. Moldeado por los principios liberales, el Gobierno ha dejado al banco llevar la gestión sólo, aunque Wolfgang Schäuble, entonces ministro de finanzas, se mostrara en varias ocasiones impaciente por los pocos resultados obtenidos.

A lo largo de sus diez últimas semanas, el banco ha cambiado tres veces de dirección y ha anunciado múltiples transformaciones sin que por ello haya llegado a limpiar sus actividades, sus resultados y recuperarse. Tras tres años de pérdidas, el Deutsche Bank ha anunciado un resultado de 267 millones de euros para una cifra de negocios de 39.600 millones. Su cotización en bolsa ha disminuido un 90% en un año para caer hasta 7,59 euros.

Esta caída ininterrumpida del Deutsche Bank es una preocupación constante para el Gobierno alemán. Si el ministro de finanzas Olaf Scholz se ha subido bruscamente al caballo “del campeón nacional bancario”, puede que sea menos por convicción que por necesidad. En enero, cuando empezó a lanzar la idea de un acercamiento al Commerzbank, acudió 23 veces a la sede del Deutsche Bank en el mismo mes para hablar de la estrategia del banco. Pero hay un problema: mientras que la cotización del banco se hunde, la de sus seguros de crédito (CDS o Credit Default Swap) despega. La desconfianza es total en el mundo bancario. El banco tiene las mayores dificultades para financiarse y lo hace a costes prohibitivos.

Entonces, para evitar una asfixia financiera y un riesgo de hundimiento, el Gobierno alemán intenta esta operación de última oportunidad proponiendo una fusión con el Commerzbank. Porque todos los demás candidatos se desentendieron por las mismas razones que las avanzadas por la dirección del Commerzbank: todos están atemorizados por los riesgos de tal operación. Las llamadas que presionan para realizar “una gran boda europea” no faltaron en su momento: hubo las de banqueros centrales –como el gobernador del Banco de Francia Villeroy de Galhau– y financieros, en particular Alex Weber (hoy presidente del UBS y que fue presidente del Deutsche Bank enre 2004 y 2011, periodo considerado como en el que el banco cometió los más graves errores de los que no llega a librarse). Incluso el ministro francés de finanzas, Bruno Le Maire, animaba a una fusión entre el BNP Paribas y el Deutsche Bank en nombre de la gran Europa, olvidando que ponía doblemente en riesgo a todos los contribuyentes franceses.

Tras el fracaso del acercamiento con el Commerzbank, la idea de un acercamiento entre el Deutsche Bank con otro establecimiento está enterrada en esta fase. El Gobierno alemán no puede ya apostar por el simple paso del tiempo, esperando que todo termine por resolverse. Diez años después de la crisis, los problemas del Deutsche Bank siguen siendo igualmente graves. Va a haber que ponerse a limpiar los resultados del gigante bancario, abrir los armarios donde tal vez se esconda algún cadáver y llevar al banco a un tamaño más gestionable.

Habida cuenta de la amplitud de las interconexiones del banco con todo el sistema financiero internacional, se puede entender que a los dirigentes bancarios, los responsables políticos y los reguladores les tiemble la mano. El menor error puede cifrarse en miles de millones e incluso provocar catástrofes.

Para el Gobierno alemán esto podría convertirse en una prueba política. Como cuando el escándalo del diésel, la población puede que descubra el reverso del decorado de los éxitos pasados. Y a pesar de todas las promesas hechas en el pasado, los contribuyentes alemanes podrían ser llamados a pagar para rescatar sus bancos. Con el Deutsche Bank está cayendo una nueva piedra del modelo alemán.

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  Traducción de Miguel López.

Aquí tienes el texto original en francés.  

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