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Fin de la era Draghi, el hombre que ha mantenido a duras penas el euro

Mario Draghi, en una imagen de archivo.

Martine Orange (Mediapart)

Draghi es tal vez el hombre más poderoso de toda Europa. Es en todo caso el que la ha sostenido con dificultad durante los últimos seis años y el que ha evitado el derrumbe del euro y la división de la UE. Sin embargo, durante esta campaña europea, nadie ha hablado de Mario Draghi, de su papel como presidente del Banco Central Europeo, del balance de su gestión o del perfil de su sucesor a partir de octubre.

En las elecciones europeas de 2014 todos se hacían eco de la traumática crisis de la zona euro, de la crisis griega, de las acciones de la Troika o de los defectos de la construcción europea. Estos temas han sido colocados bajo la alfombra durante los debates electorales cinco años después. Las izquierdas radicales han preferido poner sordina a sus discusiones sobre la salida del euro y los más atrevidos han osado reclamar que el BCE, que ha sido capaz de encontrar cientos de miles de millones para el mundo financiero, libere también algo de dinero para financiar la transición climática y la lucha contra el calentamiento global. Todos los demás han preferido simplemente olvidar el tema para no despertar malos recuerdos, como si fuera urgente fingir creer que todo estaba en orden y que se habían ya descartado todos los riesgos en la zona euro.

A falta de que otros lo hagan, Mario Draghi se encarga personalmente de hacer un balance de la situación ahora que se dispone a dejar la presidencia del BCE. Él es poco complaciente y, aunque ha sido capaz de alejar el peligro de división en Europa gracias a la “magia” monetaria del Banco Central, no deja de insistir en el hecho de que deja una zona vulnerable, una construcción sin terminar y sin duda irreformable por los desacuerdos tan grandes entre los países miembros.

A pesar de la gravedad de la situación a lo largo de la última década, los responsables políticos han sido incapaces de pasar por alto sus divergencias e intereses para aportar respuestas a la altura de la crisis: no han sido corregidas ninguna de las disfunciones importantes como la deriva económica en beneficio de Alemania, la política monetaria única que no es corregida por ningún mecanismo de redistribución entre los diferentes países, la ausencia de dispositivos de solidaridad y reparto de riesgos, la ausencia de garantías como último recurso, la imposibilidad de ajustes aparte de la devaluación interna, etcétera, disfunciones señaladas en la construcción de la zona euro.

“Algunos afirman que se han dedicado al proyecto europeo pero lo han hecho bien con ingenuidad al abrazar ideas nobles pero inalcanzables o adoptando una actitud cínica”, ha acabado declarando Mario Draghi durante un coloquio en Fráncfort el pasado 21 de mayo, apuntando directamente a responsables políticos de diferentes países. Lo que les reprocha en el fondo es haber dejado al BCE, con sus medios reales pero insuficientes vista la magnitud de los problemas, luchar solo contra la amenaza del hundimiento del euro.

El futuro de la zona euro

El reproche puede ser prolongado. Junto al puesto de presidente de la Comisión Europea, el de la Presidencia del BCE es el más importante en Europa. En vista del eminente papel político que ejerce de un tiempo a esta parte y de la importancia de las decisiones de la institución monetaria para la actividad económica de toda la zona, podríamos esperar que los principales jefes de Estado y de Gobierno examinaran con atención la elección del sucesor de Mario Draghi y que sopesen sus ideas y sus proyectos. Porque su elección tendrá amplias repercusiones sobre la política monetaria elegida, determinando en parte el futuro de la zona euro y el de sus habitantes.

Pero antes de inclinarse sobre las diferentes opciones de política monetaria defendidas por los candidatos, antes de preguntarse sobre los medios que convendría poner en práctica en el futuro, todo se transforma en una batalla por las influencias y las procedencias. El nombramiento del futuro presidente del BCE se decidirá en un comité restringido tras las elecciones europeas según las relaciones de fuerza surgidas del escrutinio.

La campaña por la sucesión de Mario Draghi ha empezado entre bastidores ya desde hace meses. Cinco candidatos –todos hombres– suenan con insistencia: el exgobernador del Banco de Finlandia, Erkki Liikanen; el gobernador del Banco de Francia, François Villeroy de Galhau; el finlandés Olli Rhen, ex comisario europeo con Barroso; y también, como brazo derecho de Draghi, el francés Benoît Coeuré. Finalmente también se presenta el presidente del Bundesbank, Jens Weidmann.

Conforme se agotan los plazos la batalla se va recrudeciendo, sobre todo entre París y Berlín: el Gobierno alemán apoyando la candidatura del presidente del Bundesbank y el Gobierno francés, la del gobernador del Banco de Francia.

Los medios financieros siguen con atención esa evolución al ser el BCE, según ellos, el actor dominante de Europa estos últimos años. Mario Draghi ha evitado la catástrofe dos veces. Primero en agosto de 2012, cuando declaró que tomaría todas las medidas posibles –whatever it takes (lo que haga falta), según la expresión consagrada a partir de entonces– para evitar el desplome, y luego en 2015 cuando, con la zona euro amenazada por la deflación, impuso una política de interés cero en un programa masivo de recompra de deudas públicas y privadas –quantitative easing (flexibilización cuantitativa)– con el fin de apoyar las finanzas públicas y las economías europeas. De esta forma fueron distribuidos por el BCE cuatro billones de euros durante esta década, que desgraciadamente beneficiaron más al sistema bancario que a la economía real.

“La herencia legada por Mario Draghi ha logrado un consenso (…), ha transformado el BCE del Bundesbank en Reserva Federal”, dice The Financial Times. Las palabras son aduladoras pero en parte inexactas. Es verdad que el BCE ha terminado por romper las reglas tabú, calcadas del Bundesbank y que impuso desde su creación pero, con retraso, ha adoptado una política monetaria acomodaticia que se alinea con las prácticas de la Fed, la Reserva Federal americana, aunque también con las de los bancos centrales de Japón, China e Inglaterra, sólo por citar las más importantes, lo que ha permitido una sincronización al nivel mundial de las políticas monetarias en momentos críticos.

Pero nada asegura que esta conversión, impuesta por las circunstancias, sea definitiva ni que el futuro presidente siga los pasos de Mario Draghi. El BCE sigue sujeto a sus estatutos. Al contrario que la Fed, que también tiene por misión procurar el crecimiento y el empleo, el único papel de la institución de Fráncfort es luchar contra la inflación. Es más, con un criterio muy restringido, una inflación “inferior o igual al 2%”. Esta cifra mágica, como todo lo referido a las políticas económicas europeas, pueda dar lugar a interpretaciones variables. Entre el 1,3% y el 1,9% de inflación, las diferencias sobre la actividad pueden ser considerables en las economías modernas.

Esta posibilidad de “regreso a las bases” es aún más temida por el hecho de que la candidatura del presidente del Bundesbank vuelve con fuerza. La derecha alemana, temiendo no poder conseguir la presidencia de la Comisión Europea por la oposición de Emmanuel Macron, hace presión para que Alemania obtenga la presidencia del BCE. La perspectiva de ver a Jens Weidmann en ese puesto hace temblar tanto al mundo financiero como a numerosos gobiernos del sur de Europa: Jens Weidmann es considerado como el guardián del templo de la ortodoxia monetaria y económica alemana.

En los límites de la política monetaria

A lo largo del mandato de Mario Draghi, Weidmann no ha dejado de oponerse a la política “laxa” del presidente del BCE, aunque Alemania haya sido la primera en beneficiarse. En lo más duro de la crisis del euro de 2011-2012, Weidmann estaba en contra del apoyo a los países de la Europa del Sur, en lucha contra una especulación financiera desenfrenada. Luego ha estado en contra de la recompra de las deudas de los países europeos más expuestos y, naturalmente, contra cualquier ayuda a Grecia. A continuación ha estado contra la política de interés cero adoptada en 2015 y también contra el quantitative easing y la recompra de las deudas públicas y privadas destinadas a ayudar al sistema financiero europeo, al juzgar sobreestimados los riesgos de deflación.

Pero en estos últimos tiempos, cuando Alemania ve su modelo mercantilista sacudido por la guerra comercial entre China y los Estados Unidos, Jens Weidmann ha matizado su posición, reconociendo que el crecimiento habría sido más débil si el país no hubiera contado con el apoyo monetario del BCE. Aunque rápidamente ha añadido que es importante normalizar la política monetaria europea lo más rápido posible.

“Su esperanza (la de la derecha alemana) es que una presidencia alemana en el BCE ponga un plazo a las tasas de interés negativo del actual presidente, a la política monetaria acomodaticia que ha llevado a una devaluación de los ahorros y los seguros de vida de los alemanes”, escribe Der Spiegel, citando a expertos que esperan también que Jens Weidmann consiga “despolitizar” el BCE.

Despolitizar, en el pensamiento de los expertos alemanes, es abandonar la interpretación flexible de las reglas y a veces el pilotaje visual de Mario Draghi para volver a una lectura estricta de los tratados y de esos porcentajes mágicos –3% de déficit, 60% de deuda y menos de 2% de inflación– que llevan a una conducta económica automática y remedios prescritos de antemano a una total neutralidad monetaria. Con el tiempo, cuando todos los países vuelvan a lo más importante de los tratados europeos, “reformando” suficientemente sus economías, entonces será posible, según la visión ordoliberal alemana, considerar una verdadera fusión monetaria y bancaria, un reparto de riesgos y un banco central en última instancia.

La perspectiva de regresar a una política monetaria europea estricta va a traer de cabeza a un gran número de países y medios financieros. Todos están acostumbrados a vivir con la ayuda de los intereses negativos y el dinero de los bancos centrales y abandonar esto de golpe, previenen, tiene el riesgo de provocar catástrofes en cascada. Se cita a menudo la amenaza de una explosión de la deuda italiana –135% del PIB– si Italia pierde el apoyo del BCE. Una amenaza que se supone alejará la candidatura de Jens Weidmann.

Presentándose como el candidato ideal, François Villeroy de Galhau dice, en varias entrevistas en periódicos financieros, que ofrece un “al mismo tiempo” monetario, reflejando las ideas y los intereses del mundo bancario y tratando con cuidado las posiciones alemanas. Los intereses negativos son cada vez más perjudiciales para la rentabilidad de los bancos, por lo que propone un mecanismo gradual que permita servir tasas de interés positivo a los bancos que hagan depósitos en el BCE, sobre todo los bancos franceses y alemanes. Al mismo tiempo, para corregir los defectos de la zona euro, es partidario de la creación de un mercado único de capitales en Europa y de amplias fusiones entre los grandes bancos europeos que se beneficiarían de una garantía europea única y no dependiente de su Estado de origen, como en la actualidad, con el fin de permitir el desarrollo de un mercado europeo de deudas privadas quedando las deudas públicas, prioritariamente, a cargo de los Estados.

Todo el mundo lo oye pero nadie lo cree de verdad: estas recetas, únicamente destinadas al sistema financiero, parecen insuficientes para impedir la desintegración de la zona euro. Pero las disensiones políticas y económicas entre los miembros de esta zona, que pueden acentuarse más después de las elecciones, impiden prever otra cosa.

Con ocasión de su última intervención en Fránkfort, Mario Draghi dio la espalda a los caprichos alemanes y franceses, pensando que formaban un grupo de bloqueo en la consolidación de la zona euro. “Desde hace tiempo estamos en un punto muerto en asuntos clave que incluyen la culminación de la unión bancaria y la profundización de la coordinación de las políticas presupuestarias. Este punto muerto ha sido prolongado por dos afirmaciones dicotómicas: la primera es que para llegar a la unión bancaria, la reducción de riesgos debe preceder al reparto de riesgos (posición alemana). La segunda es la idea de que la profundización del reparto de riesgos a través del sector privado debería primar sobre el incremento del reparto de riesgos para lo público (posición francesa), explicó.

Como han estado o están aún en el Consejo de Gobernadores del BCE durante estos años de crisis y tensión, el finlandés Erkki Liikanen y el francés Benoît Coeuré, que se muestran mucho más discretos en sus campañas, comparten numerosos puntos de vista con Mario Draghi. Para ellos, la construcción de la zona euro no puede continuar si el banco central no se dota de los mismos instrumentos que los demás bancos centrales en el mundo, si no puede erigirse sin discusión y sin condiciones previas en garante en última instancia de todo el sistema. Pero decir eso es un poco como constatar de antemano el fracaso. Frente a opiniones públicas cada vez más ariscas, incluso hostiles a Europa, ningún gobierno tiene ganas de avanzar.

Sean quien sea el próximo presidente del BCE, corre el riesgo de verse reducido a la impotencia, explica Wolfgang Münchau en el The Financial Times, expresando en voz alta los temores de numerosos observadores y analistas. Muchos temen que el futuro dirigente no tenga ni la agilidad ni la voluntad política de Mario Draghi ni las herramientas necesarias para contener las fuerzas desintegradoras que sacuden la zona euro.

Estas fuerzas desintegradoras, ocultas bajo potentes anestesias monetarias desde hace años, continúan lentamente su tarea, como recuerdan a modo de advertencia los economistas Robin Brooks y Greg Basile. Desde que comenzó la crisis, ya que no ha habido ningún elemento de redistribución o de compensación para corregir los efectos de concentración del mercado único y de una política monetaria única, Alemania ha registrado un crecimiento del 13% mientras que Italia ha visto caer su PIB un 5%. Sin embargo, si creemos en los cálculos del BCE, los dos países muestran actualmente un déficit de crecimiento potencial del -0,2%. “Estas estimaciones no cuadran con la realidad económica”, señalan, y piensan que tanto el BCE como el FMI se engañan cuando evalúan el estado económico de Europa. Para estos dos economistas, Italia y España están amenazadas por la deflación, una tendencia que puede agravarse al mismo tiempo que la coyuntura se degrada.

Esta es la preocupación que atormenta actualmente a los economistas. ¿Qué será de la zona euro si se produce una nueva crisis, cada vez más probable a la vista de las tensiones económicas y geopolíticas que se acumulan en el mundo? ¿Tendrán los responsables europeos aún la suficiente cohesión para afrontarla juntos? ¿Tendrá el presidente del BCE la voluntad, como Mario Draghi, de salir de todos los escenarios para mantener la existencia del euro? Y aunque así lo quiera ¿tendrá todavía las herramientas necesarias para hacerlo? Porque el BCE ha sacado ya todo el arsenal de instrumentos monetarios a su disposición, interés cero, recompra de deudas, garantías, y en lo esencial están todavía en esa tarea sin llegar a restablecer Europa.

“Aún tenemos herramientas”, asegura en varias ocasiones Benoît Coeuré, sin ser más explícito, lo que no ha convencido verdaderamente. A medida que la jubilación de Mario Draghi se acerca, se disipa la magia del presidente del BCE que ha permitido mantener la Unión Europea durante seis años gracias a su política monetaria. Vuelve a surgir la realidad de una crisis que nunca  ha sido resuelta entre los países europeos. Preocupante. _______________

La herencia de Draghi

La herencia de Draghi

  Traducción de Miguel López.

Aquí puedes leer el texto original en francés.

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