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Guerra a Irán: la soledad de Trump

El presidente de EEUU, Donald Trump.

René Backmann (Mediapart)

¿Duplicidad o incoherencia de la diplomacia norteamericana? En un momento en el que las cancillerías del planeta se alarman por los rumores de guerra en Oriente Medio y en el que Washington y sus aliados locales —Israel, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos— amenazan con responder por las armas a una actitud que consideran amenazante por parte de Irán, el presidente americano afirma que no quiere la guerra, sino que desea la apertura de un diálogo con Teherán.

Antes de tuitear que “si Irán quiere luchar, será el fin oficial de Irán”, después dijo, el lunes pasado durante un viaje a Japón, que “no queremos un cambio de régimen, lo que queremos es que no tengan armas nucleares”.

¿Cómo se explica una coyuntura estratégica tan extravagante, o una comunicación tan confusa en una región ultrasensible y ya muy inestable donde el menor incidente o malentendido puede degenerar en un conflicto importante? ¿Cómo un presidente que ha hecho campaña denunciando el coste exorbitante de las operaciones militares exteriores y prometiendo repatriar a unos 70.000 soldados todavía desplegados en Oriente Medio y en Afganistán puede amenazar con lanzar a su país a una nueva guerra y además anunciar el envío a la región de 1.500 soldados más?

La tentación es fuerte, naturalmente, de imputar la responsabilidad de esta situación al amateurismo y aventurismo de la administración Trump. Cuando un presidente americano elige como consejero de Seguridad Nacional a un político tan brutal como John Bolton, conocido por su desprecio a la ONU y partidario acérrimo de cambios de régimen a través de las armas en países hostiles a Washington, cuando él transfiere desde la dirección de la CIA al Departamento de Estado a alguien cercano al Tea Party tan belicoso y primario como Mike Pompeo, cuando para llevar el histórico dossier del conflicto israelo-palestino nombra a su propio yerno, Jared Kushner, joven multimillonario enriquecido, como él, en la inmobiliaria, pero tan inexperto e incompetente como él en materia de relaciones internacionales, se puede temer lo peor.

Sobre todo cuando se sabe que la llegada al poder de este presidente experto en shows televisivos y adepto a la comunicación por tuits ha provocado serios traumatismos en los servicios diplomáticos americanos. “Pasados ya casi dos años y medio desde la entrada de Trump en la Casa Blanca, no hay todavía director para Europa, Asia y Oriente Medio en el Departamento de Estado”, constataba la semana pasada, alarmado, un diplomático europeo destinado en Washington.

Conocido hasta la caricatura por la sucesión de informes de la publicación del plan Kushner para Oriente Próximo, la diplomacia tal como la concibe Trump y su clan se basa sobre todo en una convicción surgida del mundo de los negocios según la cual no hay conflicto que una buena conversación de hombre a hombre y a base de palo y zanahoria no pueda resolver. Indiferente a los resultados reales, más que insuficientes, de sus conversaciones con Kim Jong-un en Singapur y en Hanoi, Donald Trump no deja de jactarse del triunfo de sus intercambios directos con el dictador surcoreano, quien no ha renunciado a sus armas nucleares ni a sus misiles balísticos intercontinentales, como era la pretensión del presidente americano. Pero lo que sí ha conseguido Kim Jong-un es lo que buscaba al reunirse con Trump: la imagen pública de un dirigente capaz de negociar con el presidente de los Estados Unidos.

Lo que complica las cosas con Irán es que la desmilitarización de su programa nuclear y su control por la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA) fueron ya conseguidos en julio de 2015 por un presidente de los Estados Unidos junto a sus homólogos británico, francés, ruso, chino y alemán, además de la Unión Europea, y eso a cambio del levantamiento de las principales sanciones económicas europeas y americanas que sufría la República Islámica.

Pero ese presidente era Barack Obama, del que Trump ha denunciado cada iniciativa, y en particular esa, como “desastrosa”. Porque el levantamiento anunciado de las sanciones sobre energía, transportes y finanzas permitía prever el regreso de Irán a la escena diplomática internacional, así como un despegue espectacular de su economía. Perspectivas insoportables a los ojos de los dirigentes israelíes y de los rivales regionales de Irán como son Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos. Lejos de admitir que el acuerdo de julio de 2015 ponía fin a la “amenaza esencial” que la República Islámica suponía, a sus ojos, para Israel, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu estimaba, contrariamente a muchos militares y estrategas de su país, que el acuerdo no era más que una cortina de humo y que Irán seguía siendo más peligrosa que nunca, en particular por su vínculo con el Hezbollah libanés y por su implantación militar en Siria, acusación compartida en Riad por el príncipe heredero Mohamed Ben Salman (MBS) y en Abu Dabi por su mentor y modelo Mohamed Ben Zayed (MBZ), que temen la hegemonía estratégica que un Irán chiita próspero pudiera imponer en la región, de mayoría sunita.

Doce exigencias inaceptables

La permeabilidad entre el clan Trump y el entorno de Netanyahu, los vínculos creados en el Golfo por Jared Kushner y la presencia al lado de Trump de halcones como John Bolton o Mike Pompeo han hecho el resto. Romper Irán y obligarla a negociar un nuevo acuerdo mucho más duro, incluso provocar el hundimiento del régimen se ha convertido en uno de los objetivos más importantes de la administración Trump, a pesar de haber sido reconocido por los demás signatarios del acuerdo y por la AIEA el respeto escrupuloso por parte de Teherán de sus compromisos en materia de desmilitarización nuclear y de transparencia.

¿Cómo, en estas condiciones, podrían Trump y los suyos alcanzar este objetivo? En primer lugar, restableciendo y endureciendo las sanciones, lo que ha hecho Washington al salir unilateralmente, hace un año, del acuerdo de julio de 2015. A continuación, formulando doce exigencias, consideradas inaceptables por Teherán, que exponen a Irán a las “sanciones más duras de toda la historia” si no son satisfechas. Es una de las batallas de esta guerra diplomática silenciosa que se está en marcha. ¿Hasta dónde está dispuesto Washington a llegar en este pulso?

“Enfrentados a un presidente que parece seguir siendo imprevisible, a una administración caótica que no puede o no quiere ofrecer justificaciones coherentes a la mayor parte de sus decisiones, no queda otra elección que tratar de adivinar otras opciones posibles”, dice Stephen Walt, profesor de Relaciones Internacionales en Harvard. Para él, hay cinco y la más verosímil es la de la contención reforzada, basada en nuevas presiones que no alterarán las opciones políticas globales de Irán y no desembocarán en una guerra preventiva, pero que podrían incitar a Teherán a reducir su apoyo a algunos de sus socios locales y, por consiguiente, a obstaculizar su influencia regional.

“Es probablemente la hipótesis más plausible”, dice alguien conocedor del dossier. Pero sobre todo que Trump no espere que Rohani venga a sentarse a una mesa de negociación con él después de sus amenazas y el aumento de presiones económicas y otras sobre Teherán. Trump hace exactamente lo que no hay que hacer cuando se negocia con un dirigente iraní”. El ministro de asuntos exteriores de la República Islámica, Mohammad Javad Zarif, ha resumido esto en un tuit de respuesta al de Trump:  “Deje de amenazar a Irán. Pruebe con el respeto. Eso funciona”.

El presidente iraní Hassan Rohani no es Kim Jong-un. No busca ser fotografiado con el presidente de los Estados Unidos y no está dispuesto a comprometerse a un diálogo con él en condiciones humillantes para su país. Donald Trump lo sabe. En 2018, tras haber pronunciado un discurso incendiario contra Irán ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, había tratado de establecer, en vano, contacto por teléfono con el presidente iraní, también presente en New York. Emmanuel Macron, al que se pidió que hiciera de intermediario, declinó la propuesta aconsejado por un diplomático de su delegación.

Aunque la economía de Irán se venga abajo por las sanciones reestablecidas y reforzadas por Washington desde la salida de los Estados Unidos, en mayo de 2018, del acuerdo de 2015, y aunque hay en marcha presiones militares espectaculares en las fronteras de su país, el presidente iraní, muy debilitado políticamente pero ceñido hasta ahora a un respeto escrupuloso del acuerdo de 2015, no está dispuesto a dialogar con Trump ni a ofrecer a la poderosa coalición de enemigos de la República Islámica un pretexto para atacar Irán. El guía supremo, el ayatolá Alí Jamenei, afirma por su lado que “no habrá guerra con los Estados Unidos”.

Sin embargo, desde la guerra con Irak, en 2003, nunca había estado tan tensa la situación en la región. Al anuncio de principios de abril de Washington de que el cuerpo de Guardianes de la Revolución, ejército de élite iraní bajo autoridad directa del guía supremo, se añadía a la lista negra de “organizaciones terroristas”, Teherán respondió un mes más tarde, con ocasión del primer aniversario, de la retirada americana del acuerdo nuclear, anunciando una “reducción de sus compromisos relacionados con este acuerdo”.

Entretanto, Washington había hecho mención sucesivamente a “amenazas creíbles” de Irán o de sus aliados locales contra la presencia americana en Irak, más tarde a “actos de sabotaje” no reivindicados pero imputados a ellos contra barcos comerciantes saudíes, después a “ataques de drones” contra oleoductos saudíes atribuidos a los rebeldes yemenitas hutíes apoyados por Irán y, finalmente, el cargamento de misiles por los Guardianes de la Revolución iraníes en dhowss civiles en aguas del Golfo para justificar un despliegue militar sin precedentes desde la invasión de Irak. Despliegue bastante convincente para fundamentar las amenazas que andan rondando.

El portaaviones Abraham Lincoln y su grupo de combate acaban de atravesar el estrecho de Bab El Mandeb y se encuentran en algún lugar en aguas de la península arábiga. Cuatro bombarderos estratégicos B-52 llegaron el 8 de mayo a la base qatarí de El Udeid, a unos minutos de vuelo de Irán. Otro barco de la US Navy, el Arlington, que transporta un contingente de marines, vehículos anfibios de desembarco, helicópteros y una batería de misiles anti-misil Patriot, está en ruta hacia Oriente Medio. Todo el personal no indispensable de la embajada y del consulado americano en Irak ha sido evacuado.

El Pentágono, al término de una reunión de la que se desconoce su nivel, ha actualizado un plan de intervención que prevé el despliegue en la región de 120.000 hombres, algo menos que en la guerra de Irak. Según una fuente diplomática árabe, Arabia Saudita ha aceptado que su espacio aéreo esté abierto a aviones de combate israelíes en caso de que tuvieran que participar en ataques contra Irán.

Conversaciones de Pompeo con el sultán Qabus

Uno de los problemas para la Casa Blanca es que estos gestos, aplaudidos en Israel o en Arabia Saudita donde en el entorno del príncipe heredero Mohamed Ben Salman, actual hombre fuerte del reino, hace un llamamiento a ataques americanos contra Irán, responden a amenazas cuya evaluación es discutida y que no cuentan con la adhesión de otros aliados históricos de Washington. Esto limita singularmente su alcance y reduce los riesgos de un conflicto abierto.

En el transcurso de una videoconferencia desde Bagdad, un oficial superior de la coalición antiterrorista internacional dirigida por los Estados Unidos,  el general británico Chris Ghika, declaró a un grupo de periodistas que le preguntaban desde el Pentágono que “no había habido ningún incremento de la amenaza presentada por las fuerzas apoyadas por Irán en Irak o en Siria”. “No hemos constatado ningún cambio en la posición o el despliegue de Hachid Al Chahib”, explicó, en referencia al vasto agrupamiento de tropas paramilitares dominado por las milicias chiitas, vinculadas a Irán, que combaten lo que queda del Estado Islámico.

En cuanto al ministro de asuntos exteriores de Emiratos, Anwar Gargash, cuyo gobierno denuncia regularmente la influencia iraní en el Golfo y hace el  llamamiento a una respuesta firme de los Estados Unidos, ha rechazado, en preguntas de Bloomberg TV, “especular sobre quién podría estar detrás de los actos de sabotaje en el  Golfo. Es la región en la que nosotros vivimos”, explicó. “Para nosotros es importante gestionar esta crisis”.

También muy prudente, el ministro británico de Asuntos Exteriores, Jeremy Hunt, indicó que su país estaba preocupado por el riesgo de conflicto accidental que presenta esta situación y por la “amenaza de escalada que no busca ninguna de las dos partes”. Preocupado igualmente por esta espiral  militar, el gobierno español ha retirado su fragata de la fuerza naval bajo mando americano que navegaba hacia el Golfo, mientras que Berlín y La Haya suspendían las operaciones de formación militar en las que sus militares estaban participando en Irak junto a los Estados Unidos.

En cuanto a Federica Mogherini, alta representante de la Unión Europea para asuntos exteriores, no ha dudado en hacer observar a Mike Pompeo, de paso por Bruselas para tratar de ganar para su causa a los ministros de exteriores de la UE, que más que ejercer una “presión máxima” sobre Irán, “la  actitud más responsable sería obrar con la mayor moderación para evitar una escalada militar”. En su escala bruselense, Pompeo no había sido invitado a explicarse como él esperaba durante la reunión de Estados firmantes del acuerdo de 2015. Debería haberse contentado con algunos encuentros bilaterales con cada uno de ellos. “No nos ha presentado ninguna verdadera prueba de las intenciones amenazantes de Irán”, ha declarado a TheWashington Post uno de los participantes de la reunión. “Podríamos incluso preguntarnos por qué ha venido”.

En cuanto a las conversaciones de Sotchi con Rusia, socio de Irán en Siria contra la rebelión anti Assad y los grupos yihadistas, no han sido mucho más esperanzadoras para la diplomacia americana. Tras varias horas de conversación con su homólogo Sergei Lavrov y una hora y media con Putin, en las cuales fueron tratados otros asuntos candentes —Venezuela, interferencia rusa en las elecciones americanas—, Mike Pompeo, que ha estado una docena de veces en los países de Oriente Medio, regresó a Washington sin haber conseguido los apoyos esperados. Curiosamente, al final de su viaje, el Departamento de Estado anunció que se había encontrado el 15 de mayo, es decir, después de estar con Putin en Sotchi, con el sultán Qabus. El soberano de Omán, mayor y enfermo, no es un dirigente político importante en la región, pero es conocido por mantener desde el reinado del Shah buenas relaciones con Irán y las relaciones diplomáticas y comerciales entre Teherán y Mascate han resistido todas las crisis regionales. Y el sultanato ha sido anfitrión de encuentros discretos, si no secretos, entre emisarios americanos e iranís. Fue precisamente en Mascate donde llegaron a buen término las negociaciones sobre el acuerdo de julio de 2015.

También curiosamente, al día siguiente de esta conversación entre Mike Pompeo y el sultán Qabus, el presidente de la Confederación Helvética Ueli Maurer, enterró todos los asuntos cesantes con Washington. Porque Suiza, que ya sirvió de mediador entre los Estados Unidos e Irán, representa desde 1980 los intereses americanos en la República Islámica. No ha trascendido nada sobre la conversación entre los presidentes americano y suizo pero podemos imaginar que no se contentaron con hablar sólo de un eventual acuerdo de libre intercambio.

Según TheWashington Post, la Casa Blanca habría encargado a Ueli Maurer dar a los dirigentes iranís un número de teléfono directo, que ya han indicado que no utilizarán. Mientras que esos dos intercambios discretos dejan entrever la hipótesis de una estrategia diferente, Irán continúa afirmando que el envío de tropas a Oriente Medio es “extremadamente peligroso” y amenaza con utilizar en caso de necesidad “dos nuevas armas secretas”. Por su parte, Pompeo continúa con su campaña de sensibilización de los gobiernos europeos visitando esta semana Berlín, Berna, La Haya y Londres, donde Trump debería unirse a él para una visita oficial.

La mayor sorpresa y sin duda la mayor decepción para Donald Trump en esta campaña de sensibilización y de movilización de los aliados de los Estados Unidos ha venido de Israel. Benjamin Netanyahu, que había previsto después de 2011, contra el parecer de Barack Obama, hacer ataques a blancos estratégicos en Irán, que reclama desde hace dos años y medio a su amigo de la Casa Blanca una actitud más agresiva con Irán y que defendía aún en febrero, en Varsovia, ante un fórum de diplomáticos árabes, “el interés común en una guerra con Irán”, sería de repente mucho menos entusiasta.

Los 150.000 misiles de Hezbollah

En público, al afrontar el espinoso problema de la formación de un nuevo gobierno, Netanyahu continúa proclamando su solidaridad con Washington frente a “la agresión iraní”, pero habría pedido a los responsables de los servicios de inteligencia y del ejército, según un cronista diplomático bien informado, que hagan “todos los esfuerzos posibles para que Israel no sea arrastrado a una escalada en el Golfo y que eviten cualquier interferencia en esta crisis”.

¿A qué se debe esta inesperada moderación de Netanyahu? Porque desde hace meses las estrategias israelíes estiman, en base a datos de inteligencia, que la amenaza más temida es ahora la de una “guerra del Norte” en la cual Irán apoyaría, desde sus bases en Siria, a su aliado libanés Hezbollah”, afirma en TheNew York Times Yaakov Amidror, oficial de inteligencia y ex consejero de seguridad de Netanyahu. “Sería devastador, no sé siquiera cuántos edificios de Tel Aviv serían destruidos”.

Es cierto que Hezbollah, que opera desde hace seis años en Siria al lado de su protector iraní, de Rusia y de la dictadura de Bachar Al Assad, ha perdido numerosos combatientes en ese frente pero también ha endurecido a sus unidades y enriquecido y perfeccionado su armamento. Aunque la aviación israelí ha hecho en 2018, según el ex jefe de Estado mayor Gadi Eizenkot, cerca de 2.000 incursiones en Siria para impedir la implantación militar iraní y las transferencias de armas modernas a Hezbollah, la milicia chiita libanesa dispondría hoy de casi 150.000 misiles, de los cuales 14.000 serían “Zelzal” iraníes de 200 kms de alcance y entre 20 y 200 misiles de muy alta precisión que permitirían alcanzar base aérea, refinerías e instalaciones químicas de Haifa o el reactor nuclear de Dimona.

Contra estos misiles, Israel dispone de baterías interceptadoras, misiles anti-misil Arrow de largo alcance, la Fronda de David, de medido alcance y el Domo de Hierro, de corto alcance. Pero las 36 horas de combates que acaban de tener en la franja de Gaza y alrededores han mostrado que las baterías anti-misil tenían una eficacia muy deficiente frente a ataques de saturación. Cerca del 60% de los proyectiles lanzados desde Gaza por Hamas y sobre todo por la Yihad islámica, apoyada por Irán, eludieron las salvas del Domo de Hierro y algunos alcanzaron aglomeraciones israelíes. Los militares israelíes están preocupados también por la creación al oeste de Irak de una base en la que milicianos iraquíes apoyados por Irán, habrían almacenado misiles que podrían alcanzar objetivos en Israel.

Los  iraníes no tienen la bomba atómica, su ejército es infinitamente menos moderno y poderoso que el de Israel”, constata un diplomático experto en la región.  “Su territorio es vulnerable a los ataques aéreos americanos o israelíes, pero su capacidad de causar daños  es enorme. Disponen de aliados en todo el Oriente Medio, el Hezbollah en el Líbano, los hutíes en el Yemen, las milicias chiitas en Irak, la Yihad islámica en Gaza, que pueden, si la República Islámica es atacada, transformar toda la región en un campo de batalla y, de paso, hacer explotar el precio del petróleo. Los israelíes son conscientes de ello, lo que explica su moderación. Están de acuerdo en que los Estados Unidos debiliten a Irán, pero si llegan hasta el enfrentamiento, no quisieran estar en primera línea”.

En Washington, los consejeros de Trump, por mucho que deseen complacer a su jefe, no pueden ignorar lo que se dice en los círculos diplomáticos del póker estratégico de alto riesgo jugado por el presidente americano. “Irán podría retomar la proliferación nuclear y Corea del Norte produce cada dos meses suficiente materia para una nueva bomba”, dice un diplomático europeo. “Es un fracaso. El balance de Trump será, si se obstina, que Corea del Norte continúe con la proliferación e Irán la retome”.

En el Pentágono, algunos responsables, comenzando por el nuevo secretario de Defensa Patrick Shanahan —en espera de aprobación por el Congreso— tratarían de imponer la idea de que, frente a Irán, es preferible la disuasión al conflicto argumentando entre otras cosas el coste desmesurado de una nueva guerra. Trump, que había anunciado la guerra de Irak como una “enorme y evitable falta” y que contaba con el apoyo decidido de Israel para ejercer una “presión máxima” sobre Irán, habría ya acusado Bolton y a Pompeo de haber ido demasiado lejos con las amenazas y de haber hecho más difícil su búsqueda de una negociación con Irán.

El hecho de que su administración haya elegido el reino de Bahrein, a 200 kilómetros de las costas iraníes, para celebrar allí el 25 y 26 de junio la Conferencia Internacional sobre los aspectos económicos del plan de paz israelo-palestino, que él considera como “el acuerdo del siglo”, demuestra que las presiones que ejerce contra Irán no irán tal vez, en esta ocasión, hasta la guerra.

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  Traducción de Miguel López.

Aquí puedes leer el texto original en francés.  

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