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Sobreexplotación de la tierra y el clima: un círculo vicioso

En Asia y África vive el mayor número de personas vulnerables a una desertificación creciente.

Christophe Gueugneau (Mediapart)

El mes de julio ha sido el más caluroso registrado hasta ahora. 2018 figuraba ya entre los años más calurosos. Un estudio acaba de demostrar que cerca de una cuarta parte de la humanidad está amenazada por la escasez de agua. El último informe anual de la ONU, de julio, establece que, por tercer año consecutivo, ha aumentado el hambre en el mundo afectando ya a más de 820 millones de personas.

En este contexto ansiógeno, las 196 “partes” (195 Estados más la UE) han adoptado el jueves 8 de agosto el informe especial del Grupo de Expertos Intergubernamental sobre la Evolución del Clima (GIEC) sobre el clima y la tierra. Ese informe (se puede leer íntegro aquí) trata en especial “del cambio climático, la desertificación, la degradación de la tierra, la gestión sostenible de los suelos, la seguridad alimentaria y las emisiones de gas de efecto invernadero en los ecosistemas terrestres”.

Al menos 107 autores de 52 países –más de la mitad procedentes de países en vías de desarrollo, señala el GIEC– han examinado más de 7.000 estudios científicos para redactar el informe. Se ha publicado sobre la marcha un “resumen a la atención de los responsables”, negociado paso a paso durante algunos días en Ginebra. El informe es una continuación del “Informe 1.5” publicado en octubre pasado, que hacía un repaso detallado a la vez de los esfuerzos que hay que hacer para contener el aumento de la temperatura global a 1,5 grados de aquí a 2050 y los riesgos a que nos enfrentamos en un mundo con más de 2 grados de aumento global. En unos meses está previsto otro informe especial, esta vez sobre los océanos.

En el resumen publicado, los científicos del GIEC documentan un círculo vicioso: cuanto más se degradada la tierra, menos participa en la lucha contra el desajuste climático, más se intensifica la crisis climática y más se degrada la tierra. “Los cambios climáticos pueden intensificar el proceso de degradación de la tierra, en especial por el aumento de la intensidad de las precipitaciones, las inundaciones, la frecuencia y la gravedad de las sequías, el estrés térmico, los períodos de sequía, el viento, la subida del nivel del mar y la acción de las olas, el deshielo del permafrost y la modulación de los resultados por la gestión de la tierra”, escriben los científicos.

“La estabilidad del suministro alimentario podría disminuir a medida que la amplitud y la frecuencia de los fenómenos meteorológicos extremos que perturban las cadenas alimentarias aumentan. El aumento de los niveles de COen la atmósfera puede también reducir la calidad nutricional de los cultivos”, añade el GIEC.

Es urgente actuar

Para estos expertos es también urgente actuar, tanto en la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero como en la restauración del suelo. “Retrasar las medidas de atenuación del cambio climático y de adaptación en todos los sectores tendría efectos cada vez más negativos sobre la tierra y reduciría las perspectivas de desarrollo sostenible”, dicen en el informe.

Por otra parte, estiman que es urgente seguir los escenarios que reduzcan rápidamente las emisiones ya que “el informe de las medidas previstas en los escenarios de emisiones elevadas podría tener repercusiones irreversibles en ciertos ecosistemas, lo que, a más largo plazo, podría acarrear importantes emisiones suplementarias de GEI (gases efecto invernadero) procedentes de los ecosistemas y acelerar el recalentamiento planetario”.

Entre 2007 y 2016, las actividades agrícolas, forestales y otras actividades relacionadas con la utilización de las tierras han representado alrededor del 13% de las emisiones mundiales de CO, el 44% de las emisiones de metano (CH4) y el 82% de las emisiones de protóxido de nitrógeno (NO) procedente de la actividad humana, es decir, el 23% de las emisiones netas totales de GEI debidas al hombre. Estos dos últimos gases son, respectivamente, 24 y 265 veces más contaminantes que el dióxido de carbono.

El 70% de las tierras emergidas y no cubiertas por el hielo son utilizadas directamente por el hombre, según el informe. En la conferencia de prensa de la presentación del informe, Valérie Masson-Delmotte, copresidenta del grupo I del GIEC, ha recordado que una cuarta parte de esas tierras está degradada actualmente. Por otra parte, a nivel mundial, la agricultura utiliza el 70% del agua dulce disponible.

El GIEC insiste en el hecho de que la temperatura media en las superficies emergidas aumenta más rápidamente que la temperatura media mundial si se toman en cuenta los océanos. Muestra sobre todo que la tierra se degrada cien veces más rápido que lo que se repara en las zonas labradas y entre diez y veinte veces más rápido en los campos no labrados.

Como reacción a este informe, Cécile Claveirole, piloto de la red de agricultura en France Nature Environnement, estima que “la artificialización de los suelos naturales, forestales o agrícolas, impacta enormemente en nuestra seguridad alimentaria así como en la capacidad de los suelos para retener agua, regular la humedad atmosférica, reducir los islotes de calor y almacenar carbono, sin olvidar que los suelos contienen una gran diversidad”.

Según el GIEC, en Asia y África vive el mayor número de personas vulnerables a una desertificación creciente. América del Norte, América del Sur, el Mediterráneo, África Austral y Asia Central podrían verse cada vez más afectadas por los fuegos forestales. Las regiones tropicales y subtropicales serían las más vulnerables a la disminución del rendimiento agrícola.

Pierre-Marie Aubert, coordinador de la iniciativa Agricultura Europea del Instituto de Desarrollo Sostenible y de Relaciones Internacionales (IDDRI), estima en su análisis del informe que las zonas áridas, que ocupan el 46% de las tierras emergidas y donde habitan 3.000 millones de personas, son en las que “los efectos esperados del cambio climático son más negativos, especialmente en términos de rendimiento agrícola y de incidencia de acontecimientos extremos”.

Pero los grandes centros urbanos no se van a escapar. El resumen a la atención de los responsables dice que “el calentamiento del planeta y la urbanización pueden reforzar el calentamiento de las ciudades y su medio ambiente (efecto islote térmico), en particular cuando hay acontecimientos relacionados con el calor, incluidas las olas de calor. Las temperaturas nocturnas se verán más afectadas por este efecto que las diurnas. El aumento de la urbanización puede también intensificar los episodios de precipitaciones extremas en las ciudades o de viento en zonas urbanas”.

Agroecología y regímenes alimentarios

El informe no se contenta con presentar un cuadro sino que propone también orientaciones para evitar lo peor. Se trataría, en primer lugar, de cambiar radicalmente nuestros modos de producción de alimentos. Para Laurence Tubiana, directora general de la Fundación Europea del Clima y copresidenta de la Convención Europea para la Transición Ecológica, “este informe del GIEC debería permitir a los responsables políticos comprender la urgencia de reformar nuestro sistema de producción agrícola para asegurar la seguridad alimentaria de los próximos años”.

“Los Estados deben invertir más en agricultura familiar, en particular a favor de las mujeres agricultoras, que sufren más el hambre y son la gran mercancía rechazada de las políticas agrícolas”, dice por su parte Nicolas Vercken, de la ONG Oxfam.

Sarah Lickel, encargada de defender el derecho a la alimentación en el Socorro Católico-Caritas Francia, estima que el informe define “el uso sostenible de las tierras que necesita transformar nuestra agricultura para avanzar hacia la agroecología, la agrosilvicultura, la agricultura biológica y las soluciones basadas en la naturaleza (protección de los ecosistemas forestales primarios)”.

“Las prácticas agroecológicas minimizan el uso de insumos externos y restauran la salud de los suelos apostando en las complementariedades agro-silvo-pastorales a escala de parcela cultivada. Se reemplaza el uso de pesticidas por un control biológico y se sustituyen las leguminosas a base de fertilizantes nitrogenados; estas prácticas recurren a la agrosilvicultura con el fin de minimizar el recurso al riego al reforzar la capacidad de los suelos de absorber el agua de lluvia. Son la ciencia agrónoma de este siglo”, dice Olivier De Schutter, copresidente del Panel Internacional de Expertos en Sistemas Alimentarios Sostenibles (IPES-Food).

En pocas palabras, habría que poner fin cuanto antes al agronegocio a nivel mundial esperando actuar a tiempo, especialmente porque el GIEC muestra que algunas soluciones tardarían varias décadas en producir sus efectos. Se trataría igualmente de reducir el derroche alimentario, que se estima en un 25% de productos alimentarios fabricados tirados a la basura. Habría también que cambiar nuestro régimen alimentario, en particular comiendo menos carne.

Si bien James Skea, copresidente del grupo III del GIEC dijo en la conferencia de prensa que “el GIEC no recomienda regímenes alimentarios a la gente, lo que hemos subrayado en base a pruebas científicas es que algunos regímenes tienen una huella de carbono más débil”. Por su parte, Valérie Masson-Demotte declaró el jueves que “hay soluciones en manos de los agricultores, pero también las hay en las manos de cada uno de nosotros cuando compramos comida y no la malgastamos”.

El GIEC estima en su resumen a la atención de los responsables que “los regímenes alimentarios equilibrados, que contienen alimentos de origen vegetal como los cereales secundarios, leguminosas, frutas y verduras, nueces y granos y alimentos de origen animal producidos en sistemas resistentes, sostenibles y de bajas emisiones de GEI, ofrecen importantes posibilidades de adaptación y de atenuación produciendo al mismo tiempo importantes ventajas secundarias en términos de salud humana”.

Pero hay amenaza de otro círculo vicioso: si la carrera de reducción de nuestras emisiones para preservar sobre todo nuestra seguridad alimentaria pasa por el desarrollo a gran escala de la bioenergía, esto tendría un impacto sobre la utilización de la tierra, intensificando los conflictos de su uso. “Si se aplica a una escala necesaria para eliminar el CO de la atmósfera, la repoblación forestal y la utilización de tierras para la provisión de materias primas para la bioenergía con o sin captura y almacenamiento de carbono, o para el biochar (especie de abono obtenido por pirólisis de biomasa), podría aumentar considerablemente la demanda de conversión de tierras”, escriben los científicos.

Más adelante, subrayan: “La utilización de residuos y desechos orgánicos como materia prima para la bioenergía puede atenuar las presiones de cambio de utilización de las tierras asociadas al despliegue de la bioenergía, pero los residuos son limitados y la eliminación de los residuos que de otro modo serían dejados en el suelo podría conllevar su degradación”.

Pierre-Marie Aubert, del IDDRI, recuerda en su análisis del informe que tres de los cuatro escenarios “arquetípicos” propuestos por el GIEC en su anterior informe especial se basan en un desarrollo incrementado de bioenergías, en la reforestación a gran escala y en proyectos de “bioenergy carbon capture and storage” (BECCS), siglas que designan proyectos tecnológicos aún sin desarrollar consistentes en repoblar amplios espacios con variedades forestales de crecimiento rápido con el fin de explotar la biomasa, quemarla para producir energía y captar el CO emitido en el momento de la combustión para cristalizarlo de forma estable.

Pero, para este experto, “la segunda enseñanza importante del informe es alertar sobre el hecho de que, hacer reposar la descarbonización de la economía en estos cambios de uso de las tierras a gran escala es incompatible con alcanzar una gran parte de los objetivos del desarrollo sostenible (ODD), tal como fueron adoptados en New York en 2015”.

“Se pone especial acento en la presión sobre el espacio que conllevaría tales cambios del uso de tierras. Una presión así tendría consecuencias sociales importantes, en particular en términos de acceso a la propiedad, y también medioambientales, como por ejemplo los riesgos relacionados con una intensificación dramática de las prácticas agrícolas y por consiguiente al recurso creciente a los pesticidas y fertilizantes sintéticos, contaminando así tierras, aire y atmósfera”.

Sobre el informe, la ministra francesa de Transición Ecológica, Élisabeth Borne, ha escrito en Twitter: “Lucha contra la artificialización de los suelos, desarrollo de la agroecología, mejor gestión del agua: no es demasiado tarde para actuar y eso es lo que continuaremos haciendo con determinación. Necesitaremos la movilización de todos para cambiar la situación”.

La ministra olvida demasiado rápido la autorización que han dado a Total para importar aceite de palma para su fábrica de La Mède, la ratificación del acuerdo UE-Canadá (CETA), las negociaciones para un acuerdo UE-Mercosur (que incluye el Brasil de Bolsonaro), la autorización de nuevas granjas-fábrica en Bretaña o también la autorización de nuevas prospecciones mineras en la selva amazónica en Guyana. ___________

Traducción: Miguel López

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Lee el texto original en francés:

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