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3.000 mujeres yazidíes desaparecidas cinco años después del genocidio

Mujeres con niños huyendo de Baghuz, último reducto del Estado Islámico en Siria.

Jean-Pierre Perrin (Mediapart)

Tras la derrota del Estado Islámico (EI) en Irak y en Siria, hay desaparecidas aún cerca de 3.000 yazidíes, mujeres, niñas y adolescentes. Muchas familias de esta minoría de habla kurda querían creer que la caída de Baghouz a finales de marzo, el último enclave yihadista importante sirio, cerca de la frontera iraquí, iba a permitirles volver a encontrar a una hermana, una hija o una madre.

Vana esperanza: las cautivas yazidíes han resultado ser muy poco numerosas en este reducto. A día de hoy no se sabe prácticamente nada de lo que ha ocurrido con esas miles de mujeres que fueron esclavas sexuales del Daesh durante cinco años. Muchas de ellas lo son todavía. Podrían encontrarse en regiones de Siria aún controladas por el EI, dispersadas en regiones recónditas de Irak u obligadas a seguir a los yihadistas en su fuga. Podrían encontrarse en Turquía o en algún país árabe.

“Hay alrededor de 3.250 personas todavía en manos del Daesh” dice Shirin Azadpour, presidenta de la ONG Acción para las Mujeres y Ayuda a las Minorías (AFAM). “Las mujeres representan el 80% y los niños el 20%. Cuando conseguimos localizar a una o varias mujeres, o a niños, informamos a la Oficina de Netchirvan Barzani (el presidente del Gobierno regional del Kurdistán), que paga el rescate que permite liberarlos. Se trata de operaciones ultra secretas de mucho riesgo tanto para los intermediarios como para las mujeres y sus familias”.

Cuando los hombres de Abu Bakr Al Bagdadí, que acaba de autoproclamarse califa hace unas semanas, atacaron el macizo de Sinjar tras la toma de Mosul el pasado 3 de agosto, siguieron un plan muy elaborado. En este macizo montañoso del norte de Irak vive la mayor parte de los yazidíes, unas 550.000 personas. Sus raíces en esos lugares se remontan a 6.500 años, aunque muchos han llegado ahí para refugiarse después de haber padecido masacres y persecuciones religiosas durante siglos. Allí se encuentran también muchos lugares de culto a los que están apasionadamente unidos.

En los ataques del 3 de agosto no se dejó nada al azar. Las localidades fueron cercadas y las carreteras cortadas. Los permeshgas del Partido Democrático del Kurdistán iraquí (PDK), supuestos defensores de la región y dispuestos a “ir hasta la muerte” (eso significa el nombre permeshga), huyeron durante la noche sin ni siquiera avisar a la población yazidí, lo que hace pensar que hay un acuerdo entre ellos y los hombres de negro.

En cada pueblo, los yihadistas reúnen a las familias, separan a los hombres de las mujeres y los niños de menos de once años. Los hombres son ejecutados en masa, a veces tras haber cavado las fosas comunes, y algunos son decapitados o quemados vivos. Las mujeres y las niñas, tras haberlas robado todas sus joyas, son llevadas en autobús a centros de selección para ser dadas o vendidas a los yihadistas, sobre todo las de edades entre 12 y 16 años. Enseguida se organizan verdaderos mercados de esclavos, como se ha podido ver en algunos vídeos difundidos por el EI.

Según los datos de la Oficina kurda para los yazidíes, las incursiones del 3 de agosto de 2014 y los días que siguieron permitieron a los yihadistas secuestrar a 6.417 yazidíes, de las que 3.425 fueron liberadas o lograron escapar durante su cautividad. Al menos 3.200 hombres y adolescentes de más de 11 años fueron ejecutados —han sido descubiertas hasta hoy unas 80 fosas— y decenas de pueblos saqueados, destruidos o quemados.

“Los seguidores del Estado Islámico someten a cada mujer, cada niño y cada hombre yazidí que capturan a las atrocidades más horribles”, según estableció poco después en su informe el presidente de la comisión de investigación del Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Para la comunidad yazidí, se trata de la campaña genocida número 74 de su historia, siendo la más espantosa la de 1915, que sufrió innumerables masacres —tal vez hasta de 250.000 personas— en la zona fronteriza entre Turquía y lo que luego sería Irak.

No obstante, en agosto de 2014 llegaron a escapar de los asesinatos y raptos entre 120.000 y 150.000 personas, que se refugiaron en el monte Shingal (Sinjar en árabe), una montaña devastada e importante lugar espiritual yazidí que sería rápidamente rodeado y donde cientos de personas, sobre todo niños y personas mayores, morirían de hambre y sed. Los supervivientes serían salvados gracias a una audaz operación militar llevada a cabo por los combatientes del PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán), que abrieron una brecha en el asedio de los yihadistas, permitiendo su evacuación hacia las regiones kurdas de Irak.

Cinco años después, el EI ha sido vencido pero la situación de los yazidíes sigue siendo muy dramática. Unos 400.000 de ellos viven aún en campos de refugiados en el Kurdistán iraquí y en Turquía. En Sinjar la situación sigue siendo precaria, como lo muestra el asesinato el 23 de julio de dos yazidíes por un comando del EI. La mayor parte de los pueblos no han sido reconstruidos y tampoco las decenas de lugares religiosos arrasados a base de explosivos o bulldozers.

La enviada especial de la ONU a Irak, Jeanine Hennis-Plasschaert, no duda en denunciar en un comunicado “el fracaso actual de la estabilización”. “Alrededor del 20% de la población de Sinjar ha regresado, pero sólo el 5% de ellos son yazidíes”, precisa Shirin Azadpour. “La misma ciudad de Sinjar está completamente destruida y deshabitada y las infraestructuras no existen. Las escasas personas que vuelven allí lo hacen para buscar sus bienes y sólo se quedan unas horas para después volver a los campos, donde dicen sentirse más seguras”.

Obligadas a abandonar los hijos nacidos de una violación

“Es verdad que la pequeña ciudad de Sinjar está casi desierta, aparte de un panadero que ha elegido volver allí”, cuenta el cirujano y cofundador de Médicos sin Fronteras, Jacques Bérès, que ha vivido en la región. “En cuestión de seguridad, hay milicias kurdas y otras árabes, pero no se fían unas de otras y patrullan por separado”.

Regresar a Sinjar para los yazidíes no es sólo volver a los lugares traumáticos de las recientes masacres, sino también tener que coexistir con las tribus árabes que ellos acusan de haber colaborado con el Estado Islámico, haber participado en los saqueos de casas y la violación de mujeres e incluso, según algunos vídeos yihadistas, en las ejecuciones. Significa también colocarse bajo la protección de la policía iraquí, que no ha hecho nada para protegerles, o bajo las milicias chiitas pro iraníes de Hachd Al Chaabi (las fuerzas de movilización popular), numerosas en la zona de Sinjar y que consideran también a la religión yazidí como “herética”. Esta desconfianza hacia el gobierno iraquí ha quedado patente durante la recuperación del macizo del Sinjar por Bagdad al Gobierno regional del Kurdistán, tras el referéndum de 2017 sobre la independencia kurda: entonces, muchos yazidíes que habían regresado a la región, volvieron a irse hacia los campos de refugiados del Kurdistán de IraK.

En Bagdad ha sido conmemorado el genocidio, pero los discursos del presidente Barham Saleh y del primer ministro Adel Abdelmahdi mostraban puro oportunismo. Es lo que ha revelado el abogado yazidí Saib Khider: “No es una conmemoración (pues) seguimos viviendo este genocidio hasta hoy, en todos sus detalles. Nuestras heridas siguen abiertas”. Y lo están sobre todo porque las masacres y los feminicidios organizados por el Daesh, calificados varias veces como genocidio por los investigadores de Naciones Unidas, no han sido aún reconocidos como tales por la ONU.

No ha habido más persecuciones contra los responsables de las masacres, puesto que ni Irak ni Siria son miembros del Tribunal Penal Internacional (TPI) y el Gobierno regional del Kurdistán no está considerado como un Estado y no tiene un mandato para proceder a una investigación.

Más allá de los traumatismos provocados por la campaña genocida del EI, aunque hayan cambiado mucho las cosas, es toda una sociedad, antaño muy tradicional y conservadora, la que tiene dificultades para poner fin a sus penas. Una de ellas es la cuestión de los niños yazidíes secuestrados y convertidos al Islam, la mayor parte reclutados y convertidos en niños soldado. En la actualidad ha podido ser liberados 1.921 de ellos. “Muchos de los que hemos podido salvar reniegan de su familia y de su identidad. Algunos incluso consideran a sus padres como ‘adoradores del diablo”, se lamenta en un memorándum Haider Elias, presidente de Yazda, la principal ONG humanitaria yazidí.

Los hijos nacidos de violaciones plantean otros problemas. Si bien el Consejo Espiritual Supremo yazidí ha aceptado que “las supervivientes del genocidio” puedan ser reintegradas en la comunidad, lo que constituye un cambio histórico, ya que hasta ahora las mujeres que contraían matrimonio con un hombre de otra confesión eran excluidas, ha exigido que abandonen a los hijos nacidos de esas violaciones.

Vergüenza de comunidad”, dice indignada la investigadora iraquí Belkis Wille, que trabaja en especial para la ONG Human Rights Watch. “Muchas de las cautivas del EI que han tenido hijos como consecuencia de haber sido violadas me han contado lo doloroso que ha sido para ellas tener que entregarlos a orfanatos o a familias de yihadistas antes de poder volver a vivir en su comunidad”.

Por su parte, Bagdad ha obligado a que todos esos niños sean de religión musulmana, en aplicación de la ley iraquí, lo que ha provocado una áspera réplica de la exdiputada yazidí Vian Dakhil: “Si el Estado Islámico no representa (a ojos de Bagdad) al Islam, ¿por qué el gobierno iraquí fuerza a los niños nacidos de una violación a ser registrados como musulmanes?”.

El gobierno iraquí y el del Kurdistán no están haciendo nada para crear las condiciones necesarias para el regreso de los yazidíes, por lo que se cuestiona el futuro de esta minoría en su propio país. Haider Elias, el presidente de Yazda, se plantea lo siguiente: “Hoy pedimos a la comunidad internacional que o bien nos ofrezca un verdadero apoyo que nos permita quedarnos en nuestra tierra o bien nos ayude a ir a otros países donde estemos en seguridad”.

La ex esclava sexual y premio Nobel de la Paz de 2018, Nadia Murad, cuya madre y sus seis hermanos fueron asesinados por los yihadistas, que hace una incansable campaña para que su comunidad pueda encontrar un país, consiguió finalmente reunirse, el 17 de julio, con Donald Trump. Ella esperaba que su mensaje fuera oído y poder así hacer presión sobre Bagdad y Erbil. Pero tuvo que oír como respuesta: “¿Y usted ha conseguido el premio Nobel? ¡Es increíble! ¿Por qué razón se lo han dado?”. Sin comentarios.

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  Traducción de Miguel López

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