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#MeToo: el caso de las hermanas Khatchaturian despierta las conciencias rusas

María y Angelina Khatchaturian, en una audiencia en Moscú el 27 de junio.

Julian Colling (Mediapart)

¿Era necesario que sea un hombre el que muera para que al fin aparezca en primer plano la cuestión de la violencia doméstica? ¿Hacía falta un suceso espectacular para que se emancipe la palabra de las mujeres? Son preguntas legítimas, un año después de la aparición de esta sórdida historia que transformó a Krestina, Angelina y María Khatchaturian, que entonces tenían 19, 18 y 17 años, en símbolos del inmenso problema de Rusia respecto a la violencia contra la mujer.

En julio de 2018, las tres hermanas mataron a cuchillazos a su padre Mijail, mientras dormía, un hombre importante en la comunidad armenia moscovita, de trayectoria dudosa, conocido en la calle como alguien muy respetable pero que en casa era un auténtico torturador.

Sus hijas acudieron inmediatamente a la policía, explicando el calvario que vivían desde su infancia, que incluso llevó a una de ellas a intentar suicidarse. Golpes, agresiones sexuales, tortura psicológica, humillaciones…, el relato de las hermanas, que a menudo no iban a la escuela para que no descubrieran sus hematomas, da escalofríos. El mismo día del parricidio, dicen, habían sido atacadas con gas lacrimógeno.

Ante esos testimonios, la justicia rusa ha tenido el gesto poco común de autorizarlas a permanecer en su domicilio en espera del proceso. Pero en junio les cae un jarro de agua fría: son acusadas formalmente de “asesinato en banda con premeditación”, el cargo más grave de este tipo, penado entre diez y veinte años de cárcel.

En diciembre de 2018, la periodista Audrey Lebel contaba a Mediapart la tímida aparición de un #MeToo ruso, como consecuencia de la controversia que afectaba al diputado sexista Leonid Sloutski, que al final no fue importunado y siguió ocupando su importante puesto como jefe de la comisión de asuntos exteriores de la Duma rusa. Ahora, la onda de choque provocada por el caso Khatchatourian, único, tiene otra amplitud.

De esta forma, ante el shock producido por la detención y las penas a las que se enfrentan, se ha creado en junio un movimiento inédito a favor de estas chicas para apoyarlas y tratar de presionar para que se anule su enjuiciamiento. El 19 de junio se manifestaron decenas de personas en las proximidades de la sede de la comisión de investigación. A finales de junio, un teatro comprometido de la ciudad, Teatr.doc, propuso una sesión con el título de Tres hermanas, una pieza escrita sobre este caso. El ayuntamiento, por su parte, ha prohibido toda gran concentración, en un país donde el problema de la violencia doméstica no es considerado importante por las autoridades.

Aún así, el 5 de agosto se concentraron entre 1.000 y 1.500 personas en San Petersburgo, pero es sobre todo online y en redes sociales, como ocurre con frecuencia en Rusia, donde la movilización es inmensa. A día de hoy, más de 350.000 personas han firmado una petición para reclamar clemencia con las hermanas. Incontables mensajes de apoyo circulan por VKontakte, Telegram, Instagram, Facebook, etc.

El domingo se celebró en la Fabrika, un centro cultural de moda en Moscú, un gran concierto a favor de las hermanas Khachaturian, al que asistió Mediapart, con la notable presencia del grupo punk y feminista Pussy Riot. El día anterior, el ayuntamiento había rechazado la solicitud de una enésima marcha de apoyo, en un momento en que anda de cabeza en un contexto de protestas políticas y de manifestaciones por las elecciones locales libres.

Eso no desanimó a los centenares de personas que allí se congregaron, donde se podían escribir cartas a las acusadas o también hacer donativos. Estaban presentes gente anónima y activistas feministas o de derechos humanos, pensando ya en una gran manifestación para otoño, coincidiendo con las próximas vistas del juicio.

Estamos frente a un caso de derechos humanos”, explicaba la jurista Natalia Sekretereva. “No hay que castigar a estas chicas, sino rehabilitarlas, reintegrarlas en nuestra sociedad. Han actuado en legítima defensa, era sus vidas o la de él, nadie hizo nada por ayudarlas. Ahora, mucha gente dice que son simples asesinas… Eso es lo que más me ofende”.

Este caso ha traído a la luz un flagelo oculto en Rusia. Muchas voces conservadoras –transmitidas la mayor parte por los grandes medios televisivos– piensan que esa violencia doméstica es un tabú y que no hay que inmiscuirse en la vida de las familias. Todo eso dentro de un formol de sexismo muy anclado en la sociedad rusa, impulsado incluso por diputadas ancladas en otros tiempos.

“El patriarcado y el sexismo son muy comunes aquí. Pero el hecho de que conociéramos esa palabra, a partir de ahora un tema de discusión, muestra que Rusia evoluciona lentamente”, dice Serguei, un joven profesor que vino al acto del domingo.

12.000 mujeres asesinadas cada año por su pareja

Es esa corriente conservadora, que sacraliza la célula familiar y unos supuestos “valores tradicionales” difíciles de definir, la que triunfó en 2017, origen del caso Khachaturian y tantos otros: la descriminalización de la violencia doméstica. En cualquier caso, la violencia que no conlleve “heridas serias” u hospitalización es abordada por el derecho administrativo.

Es un retroceso en el arsenal de lucha contra la violencia, que ha causado un gran impacto, dirigido por otra mujer, la diputada ultraconservadora Elena MizoulinaElena Mizoulina (la ley contra la propaganda gay también es suya).

Es una decisión catastrófica. Eso ha dado alas a los agresores, que saben que a partir de ahora pueden salir adelante con una simple multa”, dice con rabia Alyona Popova, una de las militantes feministas más activas de Rusia. Popova explica que más de 16 millones de mujeres rusas se enfrentan a la violencia conyugal o familiar cada año, y sólo el 10% presenta denuncia. Cada año son asesinadas por su cónyuge 12.000 mujeres, es decir, la espantosa cifra de cuarenta diarias.

Esta militante enumera los casos recientes de feminicidios, como el de Oksana Sadikova, matada por su exmarido delante de su hijo en Cheliabinsk. Como reflejo, el 80% de las mujeres encarceladas por asesinato en Rusia lo están por haber matado a un cónyuge violento.

Ese retroceso legislativo ha tenido consecuencias desastrosas. Rusia es uno de los pocos países del mundo que no tiene una ley contra la violencia de género. “Es absolutamente necesario que esta epidemia cese y para ello nos hacen falta otra vez leyes que mejoren las anteriores”, dice Alyona Popova. Su petición a favor de la “re-criminalización” de la violencia ha conseguido ya 750.000 firmas.

“Porque ya no hay regulación alguna de esta plaga ni por la sociedad ni por las instituciones, nada. Ya no hay protección”, maldecía este domingo Oksana Vasiakina, la organizadora del concierto. “Este caso tiene el mérito de hacer el problema más visible para el gran público, fuera de los círculos de militantes”, observa Daria Serienko, activista y organizadora de los piquetes en Moscú. “La gente se da cuenta de que las mujeres están en clara desventaja frente a la justicia, especialmente en materia de defensa. Ahora, la próxima etapa es tomar la palabra. Que las mujeres se atrevan a testificar”.

Las válvulas parecen abrirse, a pesar de los vientos contrarios y la propaganda, por ejemplo, del victim shaming (culpar a la víctima). Como recuerda Audrey Lebel, el #MeToo ruso no ha esperado al #MeToo para existir. Desde 2016 llegó una oleada de testimonios a través del hashtag #яНеБоюсьСказать (no tengo miedo de hablar) desde Ucrania a Rusia, pero el movimiento ha tomado una fuerza considerable en 2019.

Hubo por ejemplo el #мне_нужна_гласность (necesito hablar), una llamada a testificar, y más recientemente el #янехотелаумирать (yo no quería morir), una campaña lanzada por Alexandra Mitrochina, una joven bloguera con dos millones de followers sensibles a estos temas. Mitrochina se ha asociado con Alyona Popova para montar la plataforma #ТыНеОдна (no estás sola) que recopila testimonios –más de 14.000- reúne consejos y ofrece asistencia jurídica a las víctimas. Propone también un algoritmo que genera un dosier de denuncia estándar para cumplimentar y presentar ante la policía. Se trata de simplificar un procedimiento difícil frente a una policía que, la mayor parte de las veces, no cree a las víctimas.

En el mismo sistema ruso hay voces oficiales que empiezan a oírse. Tatiana Moskalkova, comisaria de Derechos Humanos en la Presidencia de Putin, ha declarado que habría que “tomar en consideración” los abusos sufridos por las tres hermanas. El cambio de fondo deberá venir de la generación emergente.

“Estoy muy emocionada por la llegada de estas jóvenes, que admiro, que se sienten iguales a los hombres, que no están ya en los viejos esquemas de ‘valores tradicionales’, de la llamada ‘relación particular con nuestros hombres’ que tendrían las mujeres rusas y todo ese blablablá”, nos dice Alyona Popova. “El verdadero reto es tratar de convencer a las conservadoras, porque hay 12 millones más de mujeres de que hombres en Rusia. Si luchamos todas juntas, ganaremos”.

Las hermanas Khachaturian verán tal vez un desenlace positivo a su caso. El comité de investigación ruso acaba de reconocer el comportamiento nefasto del padre, siendo posible el abandono o, en su defecto, la reclasificación de los cargos contra ellas.

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  Traducción de Miguel López.

Aquí puedes leer el texto original en francés:  

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