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Una cuarta parte de la población protesta en Hong Kong: ¿quiénes son?

Un manifestante pasa junto a un graffiti antigubernamental en una pared durante una marcha en Hong Kong.

Margor Clément (Mediapart)

¿Hasta dónde llegará la desobediencia civil para hacer ceder a las autoridades? El enorme movimiento de protesta en Hong Kong, inicialmente moderado en sus formas de acción, parece cada vez más proclive a los métodos más radicales, lo que dice mucho sobre la exasperación social y política y también sobre la politización de la sociedad. Cuantos más años pasan, más crece la influencia de Pekín y menos aceptan los hongkoneses la idea de tener que someterse al gobierno central.

Estudiantes, por supuesto, pero también jóvenes trabajadores, jubilados, abogados, empleados de finanzas, trabajadores del metro, personal sanitario, directivos, comerciantes y empresarios, una larga lista de categorías socio-profesionales se ha unido al movimiento de desconfianza respecto a Pekín. Desde las zonas populares de Tuen Mun o Shatin hasta los sectores más acomodados de la isla de Hong Kong, todos los barrios del territorio de 1.100 km están implicados en esta protesta intergeneracional provocada por un proyecto de ley sobre extradiciones hacia China. Y cuando Pekín acaba de intensificar su retórica, más de 1,7 millones de personas, la cuarta parte de la población, ha contestado de nuevo su autoridad el pasado domingo y están dispuestos a repetirlo este fin de semana convocados por el Frente Civil de Derechos Humanos. Y se están preparando otras huelgas.

La jefa del Ejecutivo hongkonés, Carrie Lam, acusa desde el principio a los jóvenes de primera línea de ser unos alborotadores y de desestabilizar la economía de Hong Kong. “Es falso. La mayor parte de los manifestantes son pacíficos y moderados”, criticaba el domingo un jubilado participante en la gran marcha. “Carrie Lam se obstina en su arrogancia y sus falsos argumentos, lo que explica también por qué hay tanta gente movilizada, y no todos tienen 20 años”, explicaba este cartero retirado. La protesta actual está “lejos de ser un simple movimiento estudiantil. La crisis es muy profunda. Aunque yo desapruebo a veces ciertos métodos de los manifestantes y algunos hayan podido sobrepasar los límites, apoyamos su lucha”.

Es el mismo discurso que mantienen tres jóvenes treintañeras que hemos encontrado en las recientes movilizaciones, interesadas en política solo desde primeros de junio. “El gobierno se empeña en no responder a nuestras demandas (la retirada del texto sobre las extradiciones, una investigación independiente sobre la actuación policial y la aplicación del sufragio universal) y eso explica la radicalización del movimiento y sus métodos”.  Y también un aumento de la participación.

Un estudio publicado a mediados de agosto por investigadores de cuatro universidades del territorio permite elaborar el perfil de los participantes preguntados en el transcurso de 12 manifestaciones, grandes concentraciones y manifestaciones móviles y estáticas. Los más representados son los del grupo de edad de 20 a 29 años (49%), seguidos de los de 30 a 39 años (19%), los mayores de 40 años (16%) y los de menos de 20 años (11%).

Desde comienzos de la primavera, una parte de los hongkoneses se han alzado contra el proyecto de ley sobre extradiciones porque, según ellos, pone en peligro los valores fundamentales del territorio semiautónomo y también sus ventajas económicas. Autorizar que se ponga a la gente a disposición de la justicia china, opaca y corrupta, sería un golpe a la independencia de la justicia hongkonesa y al atractivo de su economía para las empresas del mundo entero. Al negarse las autoridades a transigir, el movimiento ha avanzado en sus métodos, sus reivindicaciones y su participación.

Según ese estudio universitario publicado a mediados de agosto, el 50% de los manifestantes se considera de clase media y el 41% de clase trabajadora. A finales de julio, por ejemplo, más de 600 funcionarios (bien pagados en comparación con el sector privado) rompieron su reserva y firmaron una petición denunciando la gestión de la crisis por el gobierno y sobre todo por la policía y poco después, el 2 de agosto, 40.000 de ellos (sobre un total de casi 180.000) se manifestaron pese a su deber de reserva y el riesgo de sufrir sanciones.

“La policía llama ‘cucarachas’ a los manifestantes”

Los profesores prevén no empezar las clases en septiembre para hacer valer su “responsabilidad en la educación y la protección de las jóvenes generaciones”. Por otra parte, un hecho insólito, abogados han organizado ya dos veces marchas silenciosas para denunciar procedimientos judiciales a menudo políticos y contra la independencia del sistema judicial garantizado por el principio de “un país, dos sistemas”. Citaban especialmente el caso de un estudiante detenido por “tenencia de armas” cuando llevaba un bolígrafo con puntero láser.

Pero si este movimiento popular se eterniza puede afectar a la estabilidad de la plaza financiera hongkonesa, que es al mismo tiempo una verdadera puerta para  China hacia la economía mundial y un lugar privilegiado para las inversiones de los oligarcas chinos. En consecuencia, la semana pasada Pekín elevó el tono amenazando con un boicot a las empresas que apoyen las protestas. La compañía aérea hongkonesa Cathay Pacific ha servido de ejemplo. Cathay había sido objeto de la ira de los nacionalistas chinos después de que algunos de sus 27.000 empleados hubieran participado en las manifestaciones por la democracia o hubieran expresado su apoyo al movimiento. El resultado fue que fueron despedidos dos pilotos y su presidente cesado.

A pesar de los riesgos, ¿cómo se explica que unas categorías socio-profesionales tradicionalmente moderadas y apolíticas se unan a la protesta? “La causa inmediata del enfado de la gente es la violencia policial”, estima Benson Wong, un politólogo hongkonés independiente.

El 21 de julio marcó un cambio decisivo a este respecto acentuando una fractura en la sociedad. Ese día, un centenar de hombres armados con palos atacaron a manifestantes en Yuen Long, al norte de los Nuevos Territorios, cerca de la frontera con China. La policía no intervino, para muchos una señal de connivencia entre las fuerzas del orden y las mafias.

“La policía nos llama a los manifestantes ‘cucarachas’, nos deshumaniza y dispara de cerca sobre los manifestantes”, denunciaba una madre que se manifestaba con su hijo el pasado domingo. Otros residentes y comerciantes están también ofendidos lanzar lacrimógenos en zonas turísticas y centros comerciales o cerca de los edificios de viviendas. “Los métodos de la policía de Hong Kong ya se parecen a los de la policía china y eso es intolerable. Aquí no estamos en China”, dice esa madre, indignada.

Del mismo modo, las autoridades se han negado varias veces a conceder autorizaciones para manifestarse con el argumento del mantenimiento del orden y la seguridad. Eso ha caldeado los ánimos y llevado a miles de personas, familias y jubilados incluidos, a participar en concentraciones ilegales –a pesar del riesgo de persecuciones judiciales- para defender el simple derecho de manifestarse y expresar su adhesión a los derechos constitucionales. “Estamos relegados a manifestarnos por la defensa de los derechos humanos y nuestras libertades cívicas básicas”, resumía el domingo a Causeway Bay la señora Wong, profesora de piano de 36 años.

“Mucha gente piensa que la violencia no viene de los manifestantes, sino de la policía. A pesar de que en el pasado condenaban incondicionalmente la violencia, cada vez más hongkoneses piensan ahora que es necesaria para protegerles y para presionar al gobierno a acceder a sus demandas”, estima Benson Wong. Para él, “muchos miembros de la sociedad civil no son actores en el movimiento, pero lo comprenden e incluso se adhieren”.

Mientras, el gobierno local trata como puede de dar la vuelta a una parte de la opinión, no sólo prometiendo el oro y el moro de una mayor integración con China, sino sobre todo a través de la gigantesca región de la Gran Bahía que va desde Honk Kong hasta Macao y Canton, y generar millones de empleos y enormes beneficios.

El ministro de Finanzas hongkonés anunció el pasado viernes subvenciones a las guarderías, reducción del impuesto sobre los salarios, ayudas en las facturas de electricidad y otros gestos para los particulares además de tantos otros atractivos para los mayores, los más jóvenes y los más desfavorecidos. Ha prometido también bajadas de alquileres y otras ayudas financieras a las pequeñas y medianas empresas que representan cerca de la mitad de los empleos y empiezan a padecer la crisis actual, en especial los sectores de la distribución, la restauración y el turismo.

“En Hong Kong, la redistribución de la riqueza solo afecta a ciertas categorías de la sociedad”, subraya Benson Wong. “Es la política del divide y vencerás. Mientras, en Macao (la otra región administrativa especial de China) las autoridades locales cuidan a todos los ciudadanos, residentes permanentes o no”, quienes reciben cada uno el equivalente a 10.000 patacas al año (1.100 euros) en ayudas públicas.

Pero eso sin duda no bastará para calmar la exasperación de los hongkoneses. Desde 2014 sobre todo, el fracaso relativo del Movimiento de los Paraguas llevó a mucha gente a abandonar la idea de protestar, por miedo a enfrentarse a la ira de las autoridades chinas. La protesta actual les ha vuelto a dar esperanzas y les ha mostrado que una movilización popular podría hacer recular a Pekín. _______________

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  Traducción de Miguel López.

Aquí puedes leer el texto original en francés:

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