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Esta Europa que nos avergüenza

Ursula von der Leyen, presidenta electa de la Comisión Europa.

Edwy Plenel (Mediapart)

"Las palabras pueden ser como pequeñas dosis de arsénico: se tragan sin prestar atención, parecen no tener efecto y, pasado un tiempo, se siente el efecto tóxico". El recuerdo de esta constatación de Victor Klemperer nos vino espontáneamente a la mente al descubrir que la nueva Comisión Europea encabezada por la alemana Ursula von der Leyen contaría con una vicepresidencia para "proteger nuestro modo de vida europeo", confiada al griego Margarítis Schinás. Su título, en inglés, parece hacerse eco del orgullo imperial estadounidense del "American Way of Life": "Vicepresident for Protecting our European Way of Life".

Lingüista, filólogo y filósofo alemán de origen judío, Victor Klemperer consiguió sobrevivir al nazismo en Alemania. Su arma de resistencia fue la escritura de un excepcional diario íntimo que describe, día a día, la contaminación de las formas de pensar por la lengua totalitaria (Mes soldats de papier [Mis soldados de papel] y Je veux témoigner jusqu’au bout [Yo quiero dar mi testimonio hasta el final]). Ofrecerá una visión más analítica y teórica sobre el envenenamiento de la lengua alemana por el lenguaje del nazismo, LTI, la lengua del III Reich.

Las palabras son importantes, insiste en la obra Klemperer, mostrando hasta qué punto la propagación de la ideología nazi, su banalización y su aceptación, fueron acompañadas por una retórica en la que las frases y los símbolos "nublan la inteligencia". Pues bien, es esto lo que está en juego para nosotros, europeos, hoy, con esta nueva Vicepresidencia que asocia las cuestiones migratorias, dicho de otro modo, hombres y mujeres que vienen de fuera y ejercen su derecho fundamental a desplazarse, con la "protección" de una identidad común, idealizada y fantasiosa, que estos movimientos poblacionales pondrían en peligro: la propagación, la banalización y la aceptación de retóricas xenófobas y racistas.

Todas las explicaciones textuales, por muy abundantes que sean, no cambiarán nada: se trata de una nueva concesión a la hegemonía de las obsesiones identitarias, este enunciado avergüenza a Europa. La nueva presidenta electa de la Comisión Europea objetará que las cuestiones migratorias dependen también de las competencias de la cartera de Asuntos Interiores, confiada a una laborista sueca que se encargó de la acogida de refugiados en su país; subrayará, como lo hace en su programa, que el modo de vida europeo incluye prioritariamente la defensa del Estado de derecho; recordará que ella misma acogió en el seno de su familia a un refugiado sirio de 19 años, como relató durante su discurso delante del Parlamento Europeo el pasado 16 de julio…

No obstante, el mal ya está hecho: un Ejecutivo de la Unión Europea que abarca desde la derecha alemana pasando por los socialistas españoles, y por la nueva derecha macronista francesa, ha aceptado banalizar la idea que proclama que los migrantes, exiliados y refugiados constituirían una amenaza para la vida cotidiana de los pueblos del continente, de sus habitantes, sus culturas, su manera de ser, de actuar y de pensar, en definitiva de vivir –pues son estas sensibles realidades, tan distintas como variadas, las englobadas en la expresión elegida "modo de vida"–. Cómo no ver que todo, sí, cada palabra, en la definición de esta vicepresidenta, es aterradora, cargada de potenciales derivas, de renuncias redobladas y crudas cobardías.

¿Protección? Dicho de otro modo, siguiendo al pie de la letra la definición de la enciclopedia Larousse: "Acción de proteger, de defender, a alguien de un peligro, un mal, un riesgo". Esta palabra establece que el Otro en movimiento, quien pide hospitalidad, quien busca vivir mejor, quien quiere escapar del azar de su lugar de nacimiento, quien huye de las injusticias sociales, de las negaciones democráticas, de los trastornos bélicos o los desastres climáticos, quien se desplaza para inventar su destino impulsado por sueños o ambición, que ejerce un derecho fundamental garantizado por la Declaración Universal de Derechos Humanos, que imita lo que siempre han hecho y siguen haciendo los propios pueblos europeos proyectándose al mundo y viajando por todos los continentes; sería una amenaza. Si bien la verdad de la historia europea, de la constitución de la riqueza y la construcción del poder del continente, de su fuerza económica, así como intelectual, demográfica e intelectual, es que Europa ha sido moldeada, producida e inventada por el encuentro con la diversidad de los pueblos del mundo.

¿Modo de vida? ¿Entonces, habría un único modo de vida en Europa? Esta expresión, por sí sola, concentra la negación de cuestiones sociales a través de la promoción de cuestiones identitarias. ¿Qué modo de vida puede ser común a todas sus poblaciones cuando los países europeos se ven enfrentados a desigualdades, ya sean económicas, de acceso a la educación, la salud, los servicios públicos, la vivienda, los medios de transporte, etc? ¿Qué significa esta formulación que proviene de una pretendida identidad civilizadora común y superior, que acabaría con más distinciones sociales, si no es más que una artimaña ideológica para descartar la cuestión evidente de la apropiación de la riqueza por parte de una minoría, a un nivel nunca alcanzado desde finales del siglo XIX? La retórica identitaria es la negación de la pluralidad de los pueblos, ya sea social o cultural. Y este Gran Mismo de la identidad facilita el camino al Gran Uno de poderes intolerantes ante las disidencia y diferencias, disputas y reivindicaciones –los chalecos amarillos franceses han sufrido esta dolorosa experiencia–.

¿Europeo? En su búsqueda asumida de un poder conquistador, la nueva presidenta de la Comisión Europea reivindica una defensa de los "valores europeos". Decididamente, no debemos haber aprendido nada de la historia moderna de Europa para mantener este lenguaje frente al mundo, el de un continente, de una civilización, de pueblos que se creen superiores a los demás, capaces de demostrarlo, autorizados a encerrarse en la certeza de lo bueno y lo justo. ¿Qué diferencia existe entre los discursos identitarios que, hoy en día, acompañan a los nacionalismos xenófobos en todo el mundo, siempre encubiertos con argumentos culturales, ya sea en Nueva Delhi, Beijing o Moscú, Riad o Ankara, Brasilia o en Washington? No es el mundo, el extranjero y el resto del mundo, sino Europa, que se ha nutrido durante mucho tiempo de conquistas coloniales y, por lo tanto, de rapiñas y de masacres, que se enriqueció con el comercio de esclavos, que inventó el totalitarismo moderno, protagonizó crímenes contra la humanidad, asumió el genocidio de una parte de ella misma, su parte judía y gitana.

Ningún pueblo, ninguna nación, ningún continente, ninguna civilización puede pretender ser propietario de lo universal. Peor aún, es esta misma pretensión la que constituye la negación, ya que induce a la creación de una jerarquía entre culturas, orígenes e identidades. Al apadrinar la ideología del choque de civilizaciones, se convierte en una profecía autocumplida, acentuando el avance del mundo hacia enfrentamientos, conflictos y desórdenes. En este sentido, esta vicepresidenta encargada de "proteger nuestro modo de vida europeo" no hace más que consagrar y prolongar la renuncia de Europa a sus propios valores, retomando el lenguaje de su presidenta, que atestigua la dolorosa gestión de las cuestiones migratorias: "La Unión Europea necesita fronteras más humanas": esta declaración de Ursula von der Leyen, durante su primer discurso delante del Parlamento en Estrasburgo, es una afrenta. Pues si el Mediterráneo, nuestro mar común, se ha convertido en un cementerio marino, es por culpa de una Europa que, a través de Frontex, ha convertido este mar en una frontera y un muro, en lugar de erigirse como una vía de acceso, como un pasaje de uniones, como un lugar de participación y relaciones.

"No es la inmigración lo que amenaza o empobrece, es la rigidez del muro y del cercado de uno mismo". Esta declaración de Édouard Glissant y Patrick Chamoiseau tiene 12 años. Fue en 2007, cuando el francés Nicolas Sarkozy abrió, por primera vez, este camino de renuncia creando un Ministerio de Inmigración e Identidad Nacional. "La noción misma de identidad ha servido durante mucho tiempo como muralla -continúan este acertado manifiesto-. Cuando los muros caen: hacer cuentas de lo que pertenece a uno mismo, distinguirlo de lo que tiene el Otro, que se erige como una amenaza ilegible, es la huella de la barbarie. El muro identitario ha dado como resultado confrontaciones eternas de pueblos, imperios, expansiones coloniales, la trata de esclavos negros, las atrocidades de la esclavitud estadounidense y todos los genocidios. El muro de la identidad ha existido, todavía existe, en todas las culturas, todos los pueblos, pero es en Occidente donde ha sido más devastador bajo la amplificación de la ciencia y la tecnología".

A esta identidad-muro, se opone la identidad-relación que se abre a la diversidad y las diferencias, donde uno se descubre gracias al intercambio con el Otro. A diferencia de los "valores" fijos y cerrados revindicados por el nuevo Ejecutivo europeo, esta visión relacional conlleva un proyecto político visionario que proyecta a Europa hacia un nuevo diálogo con el mundo, donde prevalecería el reconocimiento de la igualdad en detrimento de la búsqueda del poder. Además, solo este imaginario es coherente con la urgencia ecológica, como recordaron en 2018 los científicos e investigadores del Museo Francés de Historia Natural en su Manifiesto sobre las Migraciones. "No hay vida sin desplazamientos", se lee, dado que "la movilidad es esencial para el mantenimiento de la vida en la Tierra". Concluyendo en estos términos: "Con el objetivo ético de enraizar al ser humano en la naturaleza, frente al hecho natural e histórico de la migración, la hospitalidad aparece como un objeto filosófico y como una característica que singulariza al ser humano entre los seres vivos".

En coherencia con nuestras posiciones de siempre (leer aquí nuestro manifiesto de 2009, en francés, contra la proclamación en Francia de una "identidad nacional", en francés), siempre elegiremos el deber (natural) de hospitalidad en lugar de la defensa (arbitraria) de valores. Y haciendo eco a la llamada de Édouard Glissant y Patrick Chamoiseau para "protestar contra este Ministerio-muro que intenta acostumbrarnos a lo peor", solemnemente llamamos a todos los parlamentarios europeos comprometidos con la defensa de los derechos humanos, que no tienen fronteras ni propietarios, a exigir la cancelación de esta denominación "que intenta acostumbrarnos a lo peor, acomodarnos gradualmente a lo insoportable, a hacernos frecuentar, en silencio, hasta rozar el riesgo de la complicidad, lo inadmisible".

Y, si lo consiguen como parece ser el caso, les pedimos que vayan más allá desafiando las políticas migratorias represivas y regresivas, cuya profunda xenofobia ha sido exhibida por esta elección semántica.

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[La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, dará marcha atrás y cambiará el controvertido nombre que dio a la vicepresidencia encargada de las migraciones, según han asegurado fuentes comunitarias]

  Traducción: Irene Casado Sánchez

Leer el texto en francés:

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