La portada de mañana
Ver
El Gobierno sacará adelante el plan de reparación para víctimas de abusos con o sin la Iglesia

Lo mejor de Mediapart

¿Está listo EEUU para la paz en Afganistán?

Un soldado monta guardia en un punto de control en el distrito de Maiwind en Kandahar (Afganistán).

Cuando Donald Trump anunciaba el sábado 7 de septiembre la cancelación de la invitación cursada a los líderes talibanes para que firmaran un acuerdo en Camp David, la segunda residencia de los presidentes de Estados Unidos, sorprendió a todos. En primer lugar, porque nadie sabía de dicha reunión, antes de borrarla abruptamente del orden del día. En segundo lugar porque, dar la bienvenida a los líderes talibanes a Estados Unidos, días antes del aniversario del 11 de septiembre de 2001 no parecía de buen gusto, especialmente a ojos de los partidarios conservadores de Trump. Y, por último, porque a pesar de casi un año de conversaciones directas en Doha entre los emisarios de la Casa Blanca y los antiguos anfitriones de Osama bin Laden, el contenido del acuerdo de paz no parece augurar nada bueno para la estabilización de Afganistán.

Tras casi 18 añosdel conflicto perpetuo en Afganistán, es decir, la lucha entre Washington y las milicias islamistas que controlaban el país hasta octubre de 2001, las negociaciones iniciadas en Catar hace un año parecían estar progresando. Por primera vez, al menos oficialmente, los nuevos y viejos dueños del país se sentaban en la misma mesa tratando de encontrar una salida. A principios de septiembre, el emisario estadounidense, el veterano diplomático Zalmay Jalizad, anunció un “principio de acuerdo”, al que sólo le faltaba la rúbrica de Donald Trump. La reunión de Camp David iba a ser una oportunidad para anunciar este importante hito al resto del mundo. Pero descarriló debido a que el presidente estadounidense, tres días después, el 10 de septiembre, despedía sin previo aviso a su asesor de seguridad nacional, el súper halcón John Bolton. ¿Qué ha sucedido?

En primer lugar, el contenido del acuerdo negociado en Doha. Según los términos revelados por ambas partes, los estadounidenses se han comprometido a retirar 5.400 soldados en los próximos 135 días, y los 8.600 restantes en los próximos seis meses, completando así una salida del conflicto en el que han estado sumidos durante casi dos décadas. A cambio, los talibanes prometen alejarse de Al Qaeda e impedir que su país sea utilizado como base para ataques contra Estados Unidos. Por su parte, el actual Gobierno afgano no ha participado en las conversaciones, lo que dice mucho sobre cómo le ve, tanto Washington como los talibanes.

Si bien estas propuestas parecen un poco cortas al término de nueve reuniones celebradas en 11 meses, es porque la ecuación que hay que resolver es extremadamente difícil. Como prometió durante su campaña electoral, Trump quiere sacar a los GI GI[soldados] de Afganistán y poner fin a la participación de Estados Unidos en la región. Los talibanes, por otro lado, quieren evitar fracturar su movimiento, compuesto de múltiples clanes y tendencias políticas, unidos en torno a un solo tema: la rápida salida de los estadounidenses.

Por su parte, el Gobierno de Kabul no quiere verse abandonado por el Tío Sam, que, por el momento, está evitando recaer en la guerra civil de los años 90 entre las fuerzas gubernamentales, los rebeldes islamistas y los señores de la guerra locales. Por último, casi anecdóticamente, pero aún tiene mucho pese, Catar está presionando para que se firme un acuerdo resultante de las conversaciones en su territorio, que permitiría al pequeño emirato gasístico ganar una victoria psicológica contra Arabia Saudí, que le ha impuesto un bloqueo durante dos años.

Por lo tanto este acuerdo debía haber sido validado en Camp David el 9 de septiembre, antes de que Donald Trump echara el freno mediante una serie de tuits. El argumento oficial para la cancelación fue un ataque talibán el jueves 5 de septiembre, que mataba a 16 personas, entre ellas un soldado estadounidense: “Si no son capaces de lograr un alto el fuego durante estas negociaciones de paz, probablemente no tengan el poder de firmar un acuerdo significativo. ¿Quiénes son estas personas que matan para fortalecer sus demandas?”, justificó el presidente de Estados Unidos.

Pero nadie cree en esta explicación. Los talibanes –su posición ha sido bien conocida durante años– siempre se han negado a aceptar un alto el fuego. Como explica un diplomático europeo, recientemente destinado en Kabul, “los talibanes están negociando y luchando al mismo tiempo. Siempre lo han hecho”. La verdadera razón de la cancelación, según ha publicado la prensa norteamericana, parece ser que Trump se había comprometido por su cuenta a firmar un acuerdo, impulsado por su emisario Zalmay Jalilzad, con la esperanza de repetir el mismo golpe que con Kim Jong-un.

Pero el entorno más próximo del presidente no está en absoluto en la misma línea; el ex asesor de seguridad nacional John Bolton y su secretario de Estado Mike Pompeo siempre han apoyado una política exterior fuerte (y armada). El acuerdo previsto con los talibanes les parecía demasiado desfavorable para los intereses de Estados Unidos. Así que fueron ellos los que tuvieron que agarrar a Trump por la chaqueta, convenciéndolo in extremis de que retirara su invitación a Camp David. Y el siempre belicista Bolton pagaba los platos rotos tres días después ya que, una vez más, la posición de la Casa Blanca parecía incoherente.

“La mayoría de los talibanes sólo conocen la guerra como modo de vida”

Por su parte, los talibanes se mostraron encantados de culpar a Washington de este desastre: “Ante todo es una pérdida para Estados Unidos: su oposición a la paz es clara para el mundo, su historial humano y financiero seguirá deteriorándose, y sus compromisos políticos serán considerados poco fiables”. Y reiterar su verdad: “Hace 20 años, ofrecimos un mercado a los estadounidenses, nuestra posición sigue siendo la misma hoy en día”.

Sobre este último punto, es cierto que los talibanes no han cambiado. Quieren que los estadounidenses se vayan, se pondrán de acuerdo con el gobierno afgano después. Y ahí está el problema, porque todo el mundo teme que después de la retirada de los estadounidenses, los antiguos estudiantes de teología decidan derrocar a las autoridades de Kabul. A pesar de las decenas de miles de millones de dólares gastados en reclutamiento, equipamiento y entrenamiento, el Ejército nacional afgano sigue siendo considerado poco fiable e incompetente.

“Sabemos que los talibanes quieren establecer un Estado islámico en Afganistán”, recuerda el diplomático europeo, “pero no sabemos cómo o si están dispuestos a participar en elecciones libres y aceptar su resultado si les resulta desfavorable. ¿Están también dispuestos a deponer las armas como parte de un programa de amnistía y reintegración? No se pronuncian sobre la cuestión”.

Los talibanes, hasta ahora, han logrado que Washington acepte su posición para negociar la retirada de los GI y posponer un acuerdo con el Gobierno afgano. Pero muchos occidentales dudan de la voluntad de los islamistas de tratar pacíficamente con Kabul. “La mayoría de los talibanes sólo conocen la guerra como una forma de vida”, dice un miembro de una ONG que ha trabajado mucho sobre el terreno y prefiere permanecer en el anonimato, ya que su organización no le permite hablar.

“En los últimos 50 años, ha habido muy pocos períodos de paz y tienen una visión de su misión en la tierra a muy largo plazo. Han estado resistiendo a la principal potencia militar del mundo durante casi dos décadas, por lo que unos pocos años más o menos no los asustan. Además, la guerra los une. Si se detiene, son los viejos conflictos tribales los que reaparecen”.

Los líderes de la insurgencia son conscientes; entre ellos hay líderes pastunes que ven la integración en el juego democrático con buenos ojos, si eso les garantiza la autonomía, pero otros insurgentes más fundamentalistas no prevén otra cosa que el establecimiento de un califato al estilo Dáesch. Por el momento, estas diferentes facciones y sus miríadas de inflexiones regionales están luchando contra un enemigo común. ¿Pero qué pasa cuando el Tío Sam se pliega? ¿Aceptan hablar de paz con Kabul o se embarcan en una conquista de la capital, como después de la retirada del Ejército rojo?

En este choque de ambiciones contradictorias, la posición del presidente Ashraf Ghani, ex funcionario del Banco Mundial, parece no servir de nada. La elección presidencial (en la que está haciendo campaña para la reelección) está prevista para el 28 de septiembre. Pero si los talibanes no participan, está claro que harán todo lo posible para interrumpir las elecciones con ataques, causando aún más víctimas afganas (casi 1.400 civiles muertos desde principios de 2019).

Sobre todo, como Ghani y los miembros de su gobierno han confiado con frecuencia en privado, “si los americanos se retiran completamente, vendrán malos tiempos”, en palabras de uno de ellos durante una visita a París a principios de 2019. A Donald Trump apenas le preocupa, pero a sus asesores Bolton y Pompeo, sí, aunque sea sólo por razones ideológicas.

¿Trump ha cerrado definitivamente la puerta cerrada? No hay nada menos seguro, ya que el anfitrión de la Casa Blanca, que sigue buscando un verdadero éxito diplomático desde que se le escapó su baile norcoreano, bien podría relanzar la idea de una firma con los talibanes por iniciativa propia. Al destituir a Bolton, se quita un impedimento a la negociación, el villano que impedía la foto de Trumpvillano estrechándole la mano de los talibanes. Además, una vez que Ashraf Ghani sea reelegido, como parece probable, será más fácil implicarlo y preparar el terreno para las próximas elecciones dentro de cinco años, con los insurgentes si es posible. Los talibanes, por otra parte, no tendrán nada que perder. La suspensión de la invitación a Camp David probablemente sólo sea momentánea.

Afganistán, el conflicto más mortífero del mundo

Afganistán, el conflicto más mortífero del mundo

Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

Más sobre este tema
stats