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¿Es intocable Netanyahu?

El primer ministro saliente de Israel, Benjamin Netanyahu, en el cementerio del Monte Herzl, en Jerusalén (Israel).

Una semana después de la victoria del nuevo partido Azul y Blanco de Benny Gantz en las elecciones legislativas, es el derrotado Benjamin Netanyahu, líder del Likud, el designado por el presidente israelí Reuven Rivlin para formar gobierno. Descartado por los votantes, rechazado por las principales figuras de su propio partido por su comportamiento político sin escrúpulos (procesado por corrupción, abuso de confianza y malversación de fondos), Netanyahu se ha beneficiado de un sistema político en las últimas, de la mediocridad de su rival y de la falta de oferta política alternativa creíble para encontrarse en condiciones de conservar el poder que ejerce ininterrumpidamente desde hace más de diez años.

Aunque los días 2 y 3 de octubre debe comparecer ante el fiscal general Avichaï Mandelblit, que puede imputarle antes de finales de año en tres causas financieras, en estos momentos se encuentra en condiciones de llevar a la Knéset [Parlamento], como deseaba, la aprobación de la ley de inmunidad dirigida a protegerlo de los jueces. Sin embargo, antes tendrá que formar gobierno y obtener el apoyo de una mayoría de al menos 61 de los 120 diputados de la Knéset. Por el momento, Netanyahu tiene una asamblea de 55 diputados de partidos de derecha y de extrema derecha y de partidos religiosos ultraortodoxos.

La tarea va a ser ardua. Su antiguo aliado, el “hacedor de reyes” Avigdor Liberman, fundador del partido nacionalista laico procolonización Israel Beitenu, muy arraigado entre los rusoparlantes, lidera ocho diputados que podrían dar la mayoría al primer ministro. Pero es hostil a los partidos ultraortodoxos, a los que acusa de querer establecer una teocracia judía. Y las leyes para proteger la laicidad que considera inaceptables para una gran parte del electorado tradicional de Netanyahu. Quedan los seis miembros de la alianza Partido Laborista-Gesher y los cinco miembros de la Unión Democrática, vestigios de la izquierda sionista, ahora aliados con Gantz, y difíciles de convencer para que deserten. De momento.

En cuanto a Gantz, que rechaza, desde hace una semana, el gobierno de amplia unidad nacional sugerido con insistencia por el presidente, rechazó la oferta avanzada el miércoles, tan pronto como Netanyahu lo designó, de participar en un gobierno Likud-Azul y Blanco. “El partido que yo dirijo no aceptará formar parte de un gobierno cuyo líder está gravemente acusado”, dijo el exgeneral en su página de Facebook.

Netanyahu tiene ahora 28 días –a los que se podrían añadir, si fuese necesario, 14 días adicionales para formar una coalición parlamentaria de al menos 61 diputados y formar gobierno-. Si fracasa, el presidente no llamaría a Gantz, se dice en el entorno del jefe de Estado, sino que pediría a 61 diputados que presenten otro candidato o votaran para disolver la Knéset y celebrar nuevas elecciones. Las terceras elecciones en menos de un año.

Tras una campaña de violencia verbal sin precedentes en la que el primer ministro, desautorizado por figuras históricas de su propio partido, parecía impulsado, según Haaretz, por “la histeria de la desesperación” y una estrecha derrota –33 diputados de Azul y Blanco, 32 de Likud–, el insumergible Netanyahu no sólo ha superado el récord de permanencia en el poder que ostentaba el fundador del Estado, David Ben Gurion. De nuevo es –¿por cuánto tiempo?– el actor principal en la escena política local. Lo que pone cruelmente de manifiesto las lagunas de la democracia israelí. Pero también el amateurismo y la falta de audacia de su adversario.

Al principio, sin embargo, las cosas parecían ir bastante bien para Gantz. Su partido no sólo había ganado un escaño más en la Knéset que el Likud, sino que incluso, a falta de una mayoría de 61 diputados, contaba con un apoyo parlamentario superior en dos votos –57 frente a 55– que el de Netanyahu. Y se benefició de una iniciativa política histórica: por primera vez en 27 años, los cuatro “partidos árabes” que representan a los palestinos de Israel (20% de la población), reunidos en la Lista Unida, habían anunciado que apoyarían la candidatura de Benny Gantz para el puesto de primer ministro con el presidente Reuven Rivlin.

“En nombre de la Lista Unida”, escribió su líder, Ayman Odeh, en un artículo publicado en The New York Times, “recomiendo que el presidente de Israel elija a Benny Gantz, [...] para que sea el próximo primer ministro, con el fin de formar la mayoría necesaria para impedir que Netanyahu opte a otro mandato. Este debe ser el final de su carrera política”. A cambio de este apoyo, Odeh había pedido a Benny Gantz que se comprometiera a poner fin a las demoliciones de casas en las aldeas árabes, a tomar medidas contra la delincuencia y la inseguridad en las localidades árabes de Israel, a abolir la ley de 2018 que declara a Israel el Estado nacional del pueblo judío y a reanudar las negociaciones con la Autoridad Palestina.

“Ha llegado el momento de que Gantz nos muestre si es una alternativa a Netanyahu o a su doble”, dijo la diputada Aida Touma-Sliman. Esperanza traicionada. Sin siquiera iniciar negociaciones sobre las demandas de la Lista Unida, Gantz, que temía ser presentado ante el electorado judío como “dependiente de los votos árabes”, simplemente respondió: “Nuestro programa aborda todas estas cuestiones”. A pesar de esta ingrata recepción de su propuesta histórica, Ayman Odeh la había mantenido e informado al jefe de Estado el domingo 22. Consciente de que los dirigentes de Balad, una de las cuatro formaciones de la Lista Unida, consideraban que ha ido más allá de su mandato al apoyar la candidatura del ex jefe de gabinete ante el presidente. Aunque parecía esperar que Gantz iniciara negociaciones que al menos hubieran hecho posible el cambio, pero que nunca llegó.

Dos ministros árabes en 71 años

Sin dejar la Lista Unida, los líderes de Balad decidieron entonces distanciarse de la propuesta de Ayman Odeh. Citando a los miles de palestinos asesinados por el Ejército israelí cuando fue estuvo dirigido por Gantz entre 2011 y 2015, y en particular las 2.400 muertes por las operaciones Pilar defensivo en 2012 y Borde protector en 2014, en la Franja de Gaza, eliminaron los nombres de sus tres representantes electos de la lista de diputados árabes que apoyaron al líder del partido Azul y Blanco. Esto dio ventaja a Netanyahu, ahora respaldado con el apoyo de 55 diputados frente a los 54 a favor de Gantz.

Estas cifras –como obviamente sabía el presidente israelí- sólo tienen un valor relativo en cuestiones constitucionales. El presidente suele elegir al líder del partido con el mayor número de diputados o el mayor número de simpatizantes en la Knéset para formar el gobierno, basándose en una antigua tradición y no en la aplicación de la ley fundamental. El texto de este último simplemente dice que “el presidente debe confiar la tarea de formar un gobierno a uno de los miembros de la Knéset. Debe hacerlo previa consulta a los representantes de los grupos parlamentarios. En otras palabras, Reuven Rivlin podría designar a Gantz, así como a Netanyahu o incluso a un "tercer hombre" elegido el 17 de septiembre, para intentar formar una mayoría y formar un gobierno.

El jefe de Estado israelí no lo ha ocultado: para garantizar la estabilidad del poder y satisfacer las aspiraciones del pueblo, estaba a favor de un gobierno de amplia unidad nacional que reuniera al Partido Azul y Blanco, al Likud y a otros partidos dispuestos y aceptados por los dos partidos principales. Fue el fracaso de las negociaciones sobre este punto entre Gantz y Netanyahu lo que le llevó a intervenir y nombrar, contra todo pronóstico, al primer ministro saliente, a pesar de su derrota. ¿Cómo se explica esta elección?

Ciertamente no por razones de complicidad personal. Aunque los dos hombres, que se conocen desde siempre, pertenecen al mismo partido, sus relaciones políticas y personales son muy malas. Especialmente desde que en 2014, Netanyahu hizo todo lo posible por evitar la elección de Rivlin como presidente. En dos ocasiones anteriores, en 2015 y de nuevo en abril pasado, el jefe de Estado confió a Netanyahu, que había ganado las elecciones legislativas y contaba con el apoyo mayoritario de la Knesset, la tarea de formar el Gobierno. En vano. Resulta inquietante que le dé una tercera oportunidad cuando el Likud acaba de ser derrotado. Algunos analistas, atribuyendo a Rivlin un maquiavelismo inesperado, creen que confió a Netanyahu esta misión imposible, en un momento en que debe rendir cuentas a la Justicia, para poner de manifiesto su probable fracaso y librar a la política israelí de él. Con la esperanza de que el Likud le aparte para permitir el gobierno de unidad nacional que el presidente está pidiendo. Maniobra arriesgada.

Otros observadores señalan que el jefe de Estado ha nombrado al primer ministro saliente no sólo porque tenía más apoyo que su rival en la Knéset, sino porque 10 de los 54 diputados que apoyaron la candidatura de Gantz eran árabes. Es decir, de hecho, no son aptos para desempeñar un papel político real en el sistema político israelí. Aunque no hay nada en los textos que recoja tal discriminación, la práctica política israelí exige que una decisión legislativa, para ser adoptada, deba incluir una “mayoría judía”.

La actitud de Benny Gantz hacia la decisión de Ayman Odeh, así como el cálculo atribuido, sin pruebas hasta la fecha, al presidente Rivlin, nos recuerdan que el lugar de los ciudadanos árabes en la sociedad israelí y en el sistema político es uno de los principales problemas a los que se enfrenta hoy el Estado de Israel.

Aunque constituyen la quinta parte de la población del país, si bien el 72% de ellos están dispuestos a ver a sus representantes electos unirse a una coalición gubernamental, si tienen 13 diputados en la Knéset –lo que convierte a la Lista Unida en el tercer partido más grande de Israel- los ciudadanos palestinos de Israel no son ciudadanos como los demás. El estado de abandono en el que se encuentran las regiones, las ciudades y los barrios en los que viven es una prueba de ello en el día a día. Esto también se refleja en el hecho de que en sus 71 años de historia, el Estado de Israel sólo ha tenido dos ministros árabes, ambos laboristas: Sala Tarif, Ministro sin cartera en 2001, y Ghaleb Majadleh, ministro de Ciencia, Cultura y Deporte en 2007. Y esta discriminación fue confirmada por la adopción el año pasado de la ley que define al país como el “Estado-nación del pueblo judío”.

Con la continua ocupación y colonización de los territorios palestinos, esta discriminación de la minoría árabe, de la que ahora se hace eco en las negociaciones para la elección de un primer ministro, debería llevar a los ciudadanos israelíes y a sus representantes electos a cuestionar la verdadera naturaleza de su democracia. Pero no es con un gobierno en manos de Netanyahu como se inicia este examen de conciencia política.

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Traducción: Mariola Moreno

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