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Giuliani, el lastre de Donald Trump

El abogado del presidente Donald Trump, Rudolph Giuliani.

Se trata de una secuencia emocional. “Sí, absolutamente... Lo que temo es que se pueda escribir en mi lápida: “Rudy Giuliani - El hombre que mintió por Donald Trump”. La confesión realizada hace unos meses a la revista The New Yorker, resulta emocionante, ¿no? No, de hecho, sólo era otra gran mentira de Rudy Giuliani, el exalcalde de Nueva York, ahora en el centro del increíble escándalo ucraniano que ha hecho que el presidente Donald Trump se vea inmerso en un proceso de impeachment. Además, el hombre añadía acto seguido: “Pero si eso ocurriera, ¿qué podría hacer? ¡Estaría muerto!”.

Así es él, Rudy Giuliani, de 75 años. Dispuesto a todo, y preferiblemente para lo peor, con el que es su lema: “Mi única obligación es defender a mi cliente, no hacer filosofía”. La palabra filosofía debe entenderse en su sentido más amplio, ética, moralidad, deontología, etc. El abogado personal del 45º presidente de EE.UU. es como su cliente y amigo; un entusiasta seguidor de la post-verdad, las noticias falsas y los hechos alternativos. ¿Deformación profesional de un exfiscal federal que se convirtió en un político cínico y luego en abogado de causas desesperadas? No sólo.

Su odio a los demócratas, un ego sólido como el granito y un amor incontrolado por los dólares y el poder han hecho del “alcalde de América” el pit bull más peligroso de la Casa Blanca. Pero al tirar de la correa y ladrar enseñando todos los colmillos, se arriesga a echar al “amigo Donald” al cieno. Estos últimos días así lo han demostrado. El conocido como Hurricane Rudy tiene vía libre en el plató de los canales de noticias para llevar a cabo actuaciones extravagantes.

Esta es la táctica del llamado bombardeo en alfombra, que ya se utilizó –no sin éxito– el año pasado y a principios de este mismo año contra el equipo del fiscal especial Robert Mueller, al frente de la investigación de la injerencia rusa en 2016. Se trata de saturar el espacio, de enarbolar documentos improbables como prueba, de golpear las posiciones opuestas con un eslogan, máximo dos, hecho para marcar al espectador, y luego de gritar, farfullar y agitar en todas direcciones sus dedos decorados con grandes anillos con ojos enfurecidos.

“¡Sí, te demandaré por difamación! Como siempre, dices estupideces increíbles. ¡No, cállate, cállate, cállate, cállate! ¡No sabes de lo que estás hablando, idiota!”. Afirmaba hace unos días, en Fox News, el portavoz de Trump, y Giuliani quería ajustar cuentas con el demócrata Chris Hahn.

"No, no me puede interrumpir este imbécil”, añadía dirigiéndose a la presentadora. “Cállate, cállate, cállate, no quiero discutir con un mentiroso en serie”. Para continuar con un: “Hay algo muy sencillo, Joe Biden [vicepresidente de Obama y candidato demócrata a las elecciones de 2020] cometió delitos extremadamente graves”.

En este torrente de acusaciones, mentiras, amenazas e insultos, suelen prevalecer las habladurías. Por ejemplo, este diálogo durante el Cuomo Show, en CNN, la cadena de las fake news, según Trump :

Cuomo: “¿Le pidió a Ucrania que investigara a Joe Biden?”

Giuliani, que interrumpe a Cuomo: “No, ahora, no”.

Cuomo: “¿ Le pidió a Ucrania que investigara a Joe Biden?”

Giuliani: “¡Por supuesto que lo hice!”. Y después de múltiples invectivas, para concluir: “Creo que su TV es realmente un horror, traidora de la comunidad nacional”.

Más que nunca, Rudy Giuliani echa humo. Probablemente porque, más allá de su cliente Trump, también debe defender su propia persona. El hombre, que durante su fallida campaña presidencial en 2008 dijo ‘Soy duro, soy fuerte, pero soy racional’, parece perder todo el sentido común a medida que se levanta el telón de sus tejemanejes políticos y de negocios en Ucrania.

Porque, sin él, el escándalo ucraniano no amenazaría a Trump con otro deshonor y sobre todo con el final de su carrera política. La comisión de investigación de la Cámara de Representantes, encargada del procedimiento de destitución, no se equivocó. El 30 de septiembre decidió convocar a Giuliani. El abogado dispone de 15 días para remitir a la Comisión todos los documentos, correos electrónicos, etc., relativos a sus actividades en Ucrania. Y el comité insiste: si, por casualidad, se negara a comparecer, justificaría un artículo de “obstrucción” cuyo efecto sería reforzar aún más el procedimiento de impeachment...

Hurricane Rudy está a punto de convertirse en Dirty Rudy, el hombre que trabaja el dirt y el garbage, recorre la basura y construye casos podridos contra los demócratas y contra quien parece ser el rival más serio de Trump para las presidenciales de 2020, Joe Biden. El abogado del presidente es uno de los protagonistas de la conversación telefónica del 25 de julio entre Trump y Zelenski, cuando el presidente estadounidense le pide a su homólogo ucraniano “un favor”, que abra una investigación contra Biden, padre e hijo, y se ponga en contacto con Giuliani.

Sigue siendo el centro de la denuncia del lanzador de alertas, hecha pública el 26 de septiembre: “El presidente de los Estados Unidos utilizó su poder para buscar la injerencia extranjera en las elecciones de 2020 en los Estados Unidos. Esta injerencia incluye presionar a un país extranjero para que investigue a uno de los principales rivales políticos del presidente. El abogado personal del presidente, Rudolph Giuliani, es una figura clave en esta iniciativa. El procurador general Barr también parece estar involucrado”.

La “muy, muy seria corrupción de la familia Biden”

Durante más de un año, Dirty Rudy multiplica sus contactos y se reúne con toda una serie de actores ucranianos; durante meses reclama por todo Estados Unidos una investigación por parte de las autoridades ucranianas sobre la familia Biden en Estados Unidos. Giuliani tiene una fijeza: el evidente conflicto de intereses de la familia Biden.

Mientras “Joe padre”, vicepresidente, trataba con el gobierno ucraniano, y conseguía, entre otras cosas, la destitución de un fiscal general (conocido por su corrupción y denunciado por varios países europeos y organizaciones internacionales), “Hunter, hijo” lograba, a cambio de una importante remuneración, sentarse en el consejo de administración de la compañía de gas Burisma. Está en manos de un oligarca sospechoso de varios fraudes, una vez refugiado en Londres, y exministro del presidente Viktor Yanukovych, derrocado en 2014 por la revolución del Maidán.

La historia viene de atrás y, tanto en el lado ucraniano como en el estadounidense, no hay pruebas tangibles que respalden la tesis de Trump de un Joe Biden que quería encubrir o tapar las posibles actividades ilegales de su hijo. Pero Giuliani no es ajeno a ello. Y, dado el nivel de corrupción de la Justicia ucraniana, es importante encontrar al juez o fiscal que le proporcione el tan esperado dossier sobre la “muy, muy grave corrupción de la familia Biden”, como reiteró Donald Trump el lunes 30 de septiembre.

Durante meses, Giuliani promete que un rayo caerá sobre los demócratas “mentirosos y corruptos”. El problema es que, para generar la tormenta, desplegó toda una diplomacia paralela. “Informaba al Departamento de Estado”, dice hoy, algo que parece completamente falso. La apresurada dimisión la semana pasada de Kurt Volker, el enviado oficial de EE.UU. a Ucrania, muestra cómo el pánico se está extendiendo entre los colaboradores de Trump y los republicanos.

Otra obsesión del abogado personal del presidente: ¡el complot del gobierno ucraniano para ayudar a Hillary Clinton en 2016! El hackeo de correos electrónicos democráticos se realizó en Ucrania y luego se atribuyó a la Rusia de Putin. Pasemos a la complejidad de las manipulaciones denunciadas por Giuliani. El domingo, Thomas Bossert, el primer asesor de seguridad nacional de Trump, explicó que esta teoría de la conspiración había sido durante mucho tiempo “completamente desmitificada”. “Estoy profundamente decepcionado de que Giuliani siga hablando con el presidente sobre esta teoría que, repito, no tiene validez”.

También son los demócratas y el Gobierno ucraniano los que, según se informa, hicieron caer a Paul Manafort, director de campaña de Trump, que ahora languidece en una prisión estadounidense por ocultar los 14 millones de dólares que recibió en Kiev por su asesoría al presidente Viktor Yanukovych. No hay pruebas que apoyen esta otra acusación.

Trump cree en ella y habló con Zelenski al respecto en su famosa conversación. Giuliani cree en ella. Trump tuitea las locas intervenciones de su abogado. Dirty Rudy está muy contento y, entre dos teles, tuitea y retuitea de nuevo al presidente. Giuliani está finalmente en el centro del poder, donde soñaba estar. Incluso aunque la casa se encuentre en peligro de venirse abajo.

Porque es una vieja historia entre los dos hombres. Volvamos a los años 90, cuando Rudolf Giuliani, alcalde de Nueva York (1994-2001), ayudó a resolver los asuntos inmobiliarios de un tal Donald Trump, a quien ya se había cruzado cuando era fiscal y se había ocupado de unos cuantos casos nauseabundos relacionados con el joven magnate del sector inmobiliario.

Los dos hombres tienen en común dos pasiones: el dinero y el poder. Giuliani ganó millones de dólares con la marca “alcalde de Nueva York”. El del 11 de septiembre, el que, después del desastre, estaba omnipresente mientras Bush se encerraba en una base secreta. El que antes había “limpiado” la ciudad a costa de una brutal política de seguridad, de una impunidad organizada por la policía y de múltiples acusaciones de racismo. Todo esto ha dado lugar a libros de Rudy, programas de televisión de Rudy, conferencias de Rudy, inversiones de Rudy en países desagradables, en resumen, los negocios de Rudy donde la unidad de cuenta es el millón: consultoría, facilitador de negocios, inversor, abogado de negocios...

Pero en política, Giuliani nunca volvió a encontrar la martingala. Su candidatura a las primarias republicanas a las elecciones presidenciales de 2008 fueron un naufragio ruinoso. Matamoros Rudy no fascina al electorado republicano. Como lo resumió su máximo enemigo Joe Biden: “La retórica de Rudy es un sustantivo, un verbo y una referencia al 11 de septiembre”. Su increíble autosuficiencia molesta. Su inconsistencia ideológica es preocupante. El establishment republicano no lo quiere.

Donald Trump es su salvavidas. Se unió a su equipo de campaña en 2016, intervino en la Convención Republicana, que entronizó a Trump como candidato. El poder está al alcance de la mano. Rudy quiere el puesto de secretario de Estado, ministro de Asuntos Exteriores. Su tercera esposa, Judi, le pregunta. Pero Trump duda. Su viejo amigo es perfecto para prender fuego a los platós de televisión, para debatir durante horas en debates destartalados en el famoso vídeo “I catch them by the pussy”.

Secretario de Estado es otra cosa. El cargo se le escapa, al igual que todos los demás cargos ministeriales. El periodista Michael Wolff, que publicó dos libros sobre la loca presidencia de Trump, escribe unas cuantas páginas feroces sobre las desventuras de Dirty Rudy:

“¿Un puesto importante en la Administración? Este proyecto es un problema para todos los que rodean al presidente electo. Rudy, según la opinión general, incluso a veces Trump mismo, está un poco perturbado”. “Demencia senil”, dice Bannon. “Además, bebe demasiado”, dice Trump, quien, más de una vez durante la campaña, le echó en cara a Giuliani que estaba “perdiendo el control. Esta idea de un Giuliani perturbado no está exenta de ironía, porque ciertos rasgos de su comportamiento –la sobreexcitación, la grandilocuencia, la tendencia a decir casi cualquier cosa que se le ocurra– recuerdan extrañamente a Trump.

“Al menos es una bala que pudimos evitar”, dice Reince Priebus, el primer jefe de gabinete de Trump, cuando se asume que el exalcalde no irá a la Casa Blanca ni al gobierno. Pero lo hará un año y medio después, en abril de 2018, cuando se una al equipo legal del presidente y se convierta en su abogado personal. Aún así, según Michael Wolff, Trump le pidió que parara con la bebida, le impuso algunas curas de silencio mediático. Inmediatamente, el abogado se convirtió en secretario de Estado paralelo y atacó la caverna ucraniana de Alí Babá.

Los dos pies en el pozo negro de la corrupción

No es quisquilloso con los tiburones que le guiarán por los meandros de la política y los negocios ucranianos. La comisión de investigación no se equivocó a este respecto. Al mismo tiempo que convocaba a Rudy Giuliani, también convocaba a tres hombres: Lev Parnas, Igor Fruman y Semyon Kislin. Los tres son parte de la poderosa comunidad ucraniana americana.

Semyon SamKislin, de 84 años, es una figura en la comunidad de Brighton Beach en Brooklyn. Nacido en Odesa, emigró a Estados Unidos a principios de la década de 1970, donde hizo una fortuna vendiendo televisores y luego aparatos electrónicos, financió la campaña electoral de Giuliani en Nueva York en la década de 1990 y colaboró en el rescate financiero de Donald Trump. Tradicionalmente sospechoso de tener vínculos con grupos mafiosos rusos, nunca ha sido investigado en Estados Unidos, se le prohibió permanecer en Ucrania durante el mandato del expresidente Poroshenko, pero sigue siendo una potencia en ambos países.

“Sin duda, si Trump o Giuliani necesitan un guía turístico para descubrir el vasto pantano de corrupción en Ucrania, pocos saben más que Kislin”, señalaba The Daily Beast. Kislin se halla inmerso una batalla con Poroshenko, a quien acusa de robarle 23 millones de dólares.

Mucho más joven, Lev Parnas también nació en Odesa y ahora divide su tiempo entre Florida y Nueva York. Está asociado con Igor Fruman, también nacido en Ucrania, y Rudy Giuliani los presentó como “sus clientes”. Porque los dos hombres, implicados en muchos causas en Ucrania, están aumentando los sinsabores y preguntas. Una larga investigación del Organized Crime and Corruption Reporting Project (OCCRP, un colectivo de periodistas), hace un balance de casos sospechosos, de negocios opacos en Ucrania, vínculos con los grupos mafiosos que mantienen en Odesa, y la capacidad de los dos hombres para entrar, previo pago, en el primer círculo del clan Trump.

Porque les ha costado alrededor de un millón de dólares en contribuciones a las campañas de los candidatos republicanos, incluyendo una súper donación de 325.000 dólares a un grupo de apoyo de Donald Trump. Como resultado, las puertas se les abrieron, la cena con Donald Trump, con su hijo Donald Jr. y una creciente amistad con Rudy Giuliani. Los dos hombres se encargaron de organizar las citas con los responsables ucranianos, con los fiscales, con el entorno del presidente Zelenski.

“Rudy y yo somos buenos amigos, jugamos al golf juntos. Tenía información de Ucrania, se la di. Organicé una llamada telefónica del fiscal ucraniano Chokin con el alcalde [Giuliani], obtuve informaciones nuevas. Lo hago porque soy ciudadano estadounidense, es mi deber patriótico y Trump es uno de los mejores presidentes estadounidenses que hemos tenido", apuntaba Lev Parnas en declaraciones a NPR.

El hombre está en el punto de mira por sus negocios y procedimientos. En cualquier caso, Rudy Giuliani “defiende y asesora a (sus) clientes”, se ocupa de casos, los teléfonos, citas con actores del mundo de los negocios y de la corrupción en Ucrania, con los que se reúne en este país, pero también en el extranjero, en Londres, Roma e incluso con ocasión de una visita a Francia, en una oficina del Senado francés, asegura el OCCRP.

Por lo tanto, estos amables intermediarios tendrán que explicarse bajo juramento ante la comisión de investigación de la Cámara de Representantes. Un mundo emerge, ya bien documentado en la denuncia del denunciante que desencadenó el procedimiento de impugnación. Un mundo de manipulación, crimen y dinero sucio. Y se dice que Dirty Rudy tiene algunas buenas razones para ponerse en la zona roja del tacómetro durante casi todas sus intervenciones en la televisión.

Lo que preocupa a los diputados y responsables republicanos. Algunos de ellos, lo confesaron en declaraciones al periódico Politico, sin revelar su identidad. “Lo mejor que Rudy podría hacer sería irse de vacaciones”, dice uno. “Ojalá se callara la boca”, suspira otro. “No estoy seguro de que esté ayudando al presidente al salir en la televisión cada 15 minutos”, añade un tercero. Todavía más grave para Rudy y Donald, es la declaración del lunes de Mitch McConnell, senador republicano y líder de la mayoría, según el cual si los diputados fueran al impeachment, el Senado no tendría otra opción que ir a juicio.

Porque el escándalo ucraniano podría combinarse con muchos otros. El martes pasado, The New York Times revelaba que, al igual que el ucraniano Zelenski, Donald Trump le pedía, en una reciente llamada telefónica al primer ministro australiano, que ayudara al ministro de Justicia William Barr a reunir información para una investigación que, según Trump, desacreditará la del fiscal especial Mueller.

Trump alcanza acuerdos con jefes de Estado o de Gobierno extranjeros para organizar su reelección. Esta vez, la historia, lejos el confuso culebrón de la injerencia rusa de 2016, es clara y fácilmente comprensible para los votantes estadounidenses. Esto explica los absurdos propósitos de Rudy y Donald y las declaraciones de un presidente dispuesto a la guerra civil.

El martes 1 de octubre, el 45º Presidente daba un paso adelante al denunciar un “golpe de Estado”, urdido en las entrañas de un “Estado profundo” y en las cocinas del Partido Demócrata. “Lo que está ocurriendo no es un impeachment es un golpe de Estado, que pretende hacerse con el Poder del Pueblo, su VOTO, sus Libertades, su Segunda Enmienda [de la Constitución, relativa a las armas], su Religión, su Ejército, su Muro fronterizo y los derechos que Dios les ha dado como ciudadano de los Estados Unidos de América!”, escribe en Twitter. No hay duda de que Giuliani se hará eco. _____________

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Traducción: Mariola Moreno

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