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La gran paradoja del 21A: un Parlamento más soberanista, una ciudadanía menos independentista

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La monarquía británica hace agua en plena tormenta del 'Brexit'

Boris Johnson y la reina Isabel II.

En apariencia, no ha cambiado nada. Como cada año, en esta época del año, la reina se ha retirado a su castillo de Balmoral, en Escocia. En unos días, cuando Isabel II regrese a sus lares londinenses, el estandarte real se izará en el Palacio de Buckingham.

El 14 de octubre, la monarca que más tiempo ha reinado en la historia del Reino Unido visitará probablemente el Palacio de Westminster para presentar, con gran pompa y beato, el programa legislativo del Gobierno, de acuerdo con la tradición y el deseo de Boris Johnson de dar una nueva dirección a la acción de su Ejecutivo.

En este otoño de 2019, la pompa real está intacta. Los cimientos del edificio de la monarquía británica, por su parte, se vieron sacudidos por un terremoto constitucional. Porque, si la sentencia dictada por el Tribunal Supremo el 24 de septiembre es humillante para Boris Johnson, también arroja una dura luz sobre los poderes inexistentes de la jefa de Estado británica. En el fondo, se plantea la cuestión de la razón de ser del papel desempeñado por la monarca y sus herederos.

En sus 25 páginas de conclusiones, los jueces, que imparten Justicia en nombre de Isabel II del Reino Unido, no responsabilizan a la reina de nada. Tampoco cuestionan la condición de víctima de la matriarca de 93 años del clan Windsor. No se discute si Boris Johnson mintió a Su Majestad sobre la verdadera razón por la que quería suspender al Parlamento unas semanas antes del Brexit. Los jueces consideraron que los argumentos que les presentaron los abogados del Gobierno no “justificaban esta decisión al impacto extremo” y eso es todo lo que importa.

“El consejo que se dio a la reina para que suspendiera el Parlamento fue ilegal porque tuvo el efecto de frustrar e impedir que el Parlamento hiciese valer sus funciones constitucionales sin una justificación razonable”, explica el Tribunal en el resumen de su sentencia.

En otras palabras, la única víctima de Boris Johnson es la democracia parlamentaria. El hecho de que el primer ministro haya traicionado la confianza de la reina, causando palpitaciones a los más eminentes historiadores británicos, es una cuestión muy secundaria.

Lo que los jueces también dicen, y que puede haber ofendido a Isabel II, es que su intervención en el procedimiento de suspensión es apenas anecdótica: los jueces del Tribunal Supremo afirman, en esencia, que el sacrosanto respeto por las tradiciones monárquicas no tiene peso frente a la violación del poder parlamentario.

Más concretamente, el hecho de que la Reina diera su consentimiento para la suspensión del Parlamento durante cinco semanas, por recomendación del Privy Council (es decir, el consejo privado de la reina, presidido desde finales de julio por el también ministro de Relaciones con el Parlamento, el ultra Brexiter Jacob Rees-Mogg), de conformidad con las convenciones, no cambia el carácter inconstitucional de la suspensión del poder parlamentario.

La decisión de Boris Johnson de amordazar a los parlamentarios no estaba justificada y el visto bueno real que logró Jacob Rees-Mogg en Balmoral en su calidad de presidente del Privy Council mencionado no cambió nada; la suspensión fue “nula y sin efecto”.

Por lo tanto, “cuando los comisarios reales entraron en la Cámara de los Lores, fue como si lo hubieran hecho con una hoja de papel en blanco”, concluyeron los jueces por unanimidad. La ceremonia de suspensión parlamentaria celebrada en la Cámara de los Lores en plena noche del 10 de septiembre no tuvo ningún significado, por lo que el Parlamento, concluía el Tribunal Supremo del Reino Unido, nunca fue suspendido.

Antes de la histórica sentencia del Tribunal Supremo, ya se había establecido que la suspensión del Parlamento era sólo una pseudo “prerrogativa real”: la reina sólo la ejerce por consejo de su primer ministro. Esta es la doxa en esta materia y esta interpretación se adapta perfectamente a Isabel II. “El estilo personal y su inclinación es ser reservada. Es una de las claves de su éxito y popularidad a lo largo de su reinado”, dice Robert Lacey, autor de varias biografías de la reina.

El palacio lo recordó discretamente a la BBC tras la sentencia dictada por el Tribunal Supremo de Escocia a mediados de septiembre en relación con la suspensión ilegal del poder parlamentario. “La reina actúa y ha actuado por consejo de sus ministros”, dijo un portavoz de Isabel II.

La aclaración del Tribunal Supremo sigue siendo brutal. Los jueces afirmaban en su sentencia que el primer ministro tiene una “responsabilidad constitucional”, ya que es “la única persona” que puede ejercer la prerrogativa real de suspender el Parlamento.

La decisión de Lady Hale, la presidenta del Tribunal Supremo, y de sus diez colegas, es obviamente una bofetada a Boris Johnson, a quien no le importa. También es una aclaración muy saludable sobre la separación de poderes. Por último, es una operación importante para desmitificar el poder monárquico, un poder que necesita mil zonas grises para mantener su autoridad.

Las amistades del príncipe Andrés

Este aspecto de la sentencia ha sido poco comentada en la prensa británica, con algunas excepciones. En un editorial, el corresponsal real de la BBC señala que el fallo del Tribunal Supremo “arroja una luz brillante y crítica sobre la monarquía”. Hay cada vez más defensores de una constitución escrita, señala.

Sin embargo, si este ninguneo del derecho constitucional británico se materializa, podría llevar a la pregunta final, señala Jonny Dymond de la BBC: “En algún momento, por supuesto, algunos se preguntarán: ‘¿Cuál es el papel político de un monarca hereditario en el siglo XXI?'”.

En un momento en el que el país está más dividido que nunca en su historia reciente y el Brexit parece ser un problema irresoluble, interrogarse sobre el papel de la reina como jefa de Estado no es la prioridad para la mayoría de los británicos. Sin embargo, el episodio de la suspensión fortaleció el lado –muy minoritario– de sus detractores.

El 28 de agosto, el día en que la reina aprobó la suspensión del Parlamento en un tiempo récord, la etiqueta #AbolishTheMonarchy (Abolir la monarquía) se convirtió en uno de los hashtag más usados por los usuarios de Twitter en el Reino Unido. Aún más notable, tres días después, el día de la gran movilización contra el “golpe” y en la “defensa de la democracia”, los manifestantes se reunieron frente al Palacio de Buckingham en Londres.

Republic, la organización antimonárquica británica, aprovechó la oportunidad para pedir la abdicación de la reina y un cambio de régimen. En respuesta a la decisión de la Corte Suprema, la organización declaró que “no era posible tener una jefa de Estado que estuviera obligada constitucionalmente a hacer algo inconstitucional”.

Por el momento, el argumento de Republic no ha abierto un amplio debate en la opinión pública británica. Sin embargo, la histórica y esclarecedora decisión de la Corte Suprema se produce en un contexto delicado para la reina.

El expremier David Cameron reveló en sus memorias, publicadas a finales de septiembre, que la reina había intervenido a petición suya en la campaña del referéndum sobre la independencia de Escocia. A mediados de septiembre de 2014, cuando las encuestas indicaban una posible victoria del , la reina le dijo a una señora al final de misa: “Esperemos que la gente piense cuidadosamente en su futuro”.

En ese momento, se sospechaba que la Reina había hecho esta advertencia a los escoceses a petición del 10 de Downing Street. Incluso si la revelación de David Cameron no es demoledora, el Palacio de Buckingham no se dio cuenta en absoluto de que el exlíder conservador abría la veda sobre la intervención de la soberana. El “desagrado” del palacio y su “contrariedad” son fácilmente comprensibles.

En primer lugar, la popularidad de la reina entre los escoceses puede verse socavada. Sin embargo, estos últimos ya eran menos comprensivos que el resto de los habitantes del Reino Unido, según las encuestas de opinión.

Además, la revelación de David Cameron es una bendición para Nicola Sturgeon. La primera ministra independentista escocesa, que ha prometido un segundo referéndum sobre la independencia del país, aprovechó la oportunidad de este episodio para recordar que el futuro de Escocia “sigue siendo una cuestión que debe ser decidida por los escoceses”.

Por último, la imagen de un monarca políticamente neutral, uno de los pilares de la popularidad de la reina entre los británicos, destaca de este asunto. Si la reina actuó por orden del gobierno en 2014, ¿lo hizo en otras circunstancias y de qué manera? Y a cambio, ¿trató de influir en la acción del gobierno en beneficio propio?

En medio de una crisis política nacional, a menos de un mes de la salida prevista del Reino Unido de la Unión Europea, los británicos tienen otras preocupaciones además de la reina y las zonas grises que rodean su ejercicio del poder.

Pero la familia real está en crisis. El segundo hijo de la reina, el príncipe Andrés –conocido como el hijo predilecto de Isabel II– fraguó una larga amistad con Jeffrey Epstein. El financiero estadounidense, condenado en 2008 por prostitución de menores, se suicidó en prisión el 10 de agosto en Nueva York, cuando se iba a iniciar el juicio por explotación sexual de niñas menores de edad.

Una de las principales víctimas de Epstein, Virginia Roberts Giuffre, afirma haber sido forzada por Jeffrey Epstein a tener relaciones sexuales con el príncipe Andrés en tres ocasiones, incluyendo una en Londres en 2001. Una foto, en la que se ve al príncipe agarrando por la cintura a Virginia Roberts, de 17 años, demuestra que se conocían bien.

En agosto, el Palacio difundió una declaración tajante en la que afirmaba que no había “ningún contacto o relación sexual entre el duque de York y Virginia Roberts”, sin conseguir disuadir a la prensa que se interesase por el príncipe Andrés. El 28 de agosto, el caso salió en los titulares de parte de la prensa. “Andrés sabe lo que hizo”, tituló The Sun, citando a Virginia Roberts Giuffre.

En octubre de 1940, en plena guerra relámpago, la princesa Isabel, de 14 años, hizo gala de una compostura extraordinaria. “Todo el mundo sabe que con el tiempo todo saldrá bien”, dijo la adolescente en su primera intervención en la radio. Esta frase, la reina nonagenaria puede tenerla en mente mientras Boris Johnson mantiene un discurso cada vez más incendiario e irresponsable y el Brexit se encuentra en un callejón sin salida y cuando las nubes se amontonan sobre la cabeza de Andrés y la monarquía.

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Por el momento, no hay ningún incendio en la residencia real. 2019 no es otro annus horribilis, como lo fue en 1992, año de la separación del príncipe Carlos y Diana y del incendio del Castillo de Windsor en particular.

Sin embargo, como señala Patrick Maguire en el New Statesman, 2019 puede ser “el año en que la leyenda más dura de la vida política, a saber, que la infalibilidad de la reina, comience a resquebrajarse”. ___________

  Traducción: Mariola Moreno

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