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La victoria de Putin en Oriente Medio

Imagen de archivo del presidente de Rusia, Vladimir Putin, y el de Estados Unidos, Donald Trump, en Vietnam.

Thomas Cantaloube (Mediapart)

En 2015, cuando Vladimir Putin decidió enviar tropas a Siria para defender el régimen de Bashar al-Assad, dio a entender que su prioridad era salvaguardar la base naval de Tartús, la única que Rusia poseía en el Mediterráneo. Cuatro años más tarde, el presidente ruso está en camino de convertirse, si no en el nuevo rey de Oriente Medio, al menos en el hacedor de reyes de la región.

La última semana, desde que Donald Trump, por ignorancia o por convicción aislacionista, no está muy claro, ha retirado las tropas norteamericanas del norte de Siria y promovido la ofensiva militar turca, el presidente ruso ha ilustrado perfectamente la forma en que ha conducido la política exterior que le ha permitido volver a afianzarse en Oriente Próximo: la resolución y la flexibilidad, un marco estratégico global materializado en un oportunismo enloquecido.

En pocos días, Putin permitió que el régimen sirio se reasentara en un territorio que no controlaba desde hacía años, promovió la reintegración de los kurdos de Siria e, incluso si tenía poco que ver con ello, ofreció al presidente turco Recep Tayyip Erdogan lo que llevaba mucho tiempo codiciando: una zona tampón en una Siria libre de sus enemigos kurdos que le va a permitir enviar a los refugiados sirios de vuelta a su país si no tenían un hogar.

Sobre todo, Putin tuvo la inmensa satisfacción de ver a las fuerzas especiales norteamericanas liberar el territorio, humillados y sin disparar un solo tiro, sustituidas en sus bases por soldados de infantería y mercenarios rusos, “una victoria como la que Rusia no había conocido desde la salida de los militares de Vietnam en 1975”, se congratulaba la prensa rusa.

Incluso el alto el fuego temporal, oficialmente propuesto y firmado bajo los auspicios del vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, el jueves 17 de octubre de 2019, lleva la firma de Vladimir Putin. Las negociaciones finales para resolver la división de territorios y las líneas de demarcación entre los contendientes se llevarán a cabo en Sochi, Rusia, a partir del 22 de octubre, y su resultado dependerá de dos personas, Erdogan y Putin.

Es difícil saber si en 2015, cuando el jefe del Kremlin decidió rescatar al dictador de Damasco que veía cómo su país se le escapa, ya detectó la considerable oportunidad que se le presentaba. Lo cierto, sin embargo, es que Vladimir Putin se encuentra impulsado por su constante deseo de recuperar la influencia y el prestigio que la antigua URSS ha perdido desde la caída del Muro de Berlín. Es su matriz, su guía. El exagente del KGB nunca lo ha ocultado y esta es también la razón por la que los rusos siguen teniendo una mayoría de confianza en él, casi 20 años después de su llegada al poder. Putin pretende devolver a Rusia el papel de gran potencia que tenía bajo la era soviética.

En 2015, Rusia no es exactamente un paria internacional, pero su posición es inestable. Moscú ofreció asilo a Edward Snowden, invadió Crimea, lo que derivó en una serie de sanciones y la expulsión del G8, es sospechoso de haber permitido que las milicias ucranianas derribaran un avión de pasajeros lleno de civiles (Malaysian Airlines vuelo MH17). En Siria, se supone que Rusia debe garantizar la aplicación de un acuerdo sobre la destrucción de armas químicas alcanzado en 2013, pero Damasco lo viola con frecuencia.

A nivel interno, los rusos, a pesar de la ausencia de voces críticas, no desbordan entusiasmo por una intervención extranjera, un poco similar a la que tuvo lugar en Afganistán en la década de 1980 y que dejó profundas cicatrices en la sociedad (sin mencionar su papel en el colapso del régimen comunista).

Siempre atento a la opinión pública, Putin optó por un doble camino. Por un lado, pone en escena el nuevo arsenal con el que ha equipado a un Ejército ruso que se ha modernizado en los últimos años, y se jacta de ello afirmando en televisión: “Una cosa es que los expertos sepan que poseemos estas armas, otra cosa es que vean por primera vez que existen”. Por otra parte, para limitar el riesgo de quejas de las familias de los soldados, utiliza mercenarios, en particular los de Wagner Group, controlado por personas de su entorno. Por lo tanto, los medios de comunicación no sólo ignoran el número de muertos y heridos rusos en Siria, sino que la gestión de las pérdidas es responsabilidad de una empresa privada con la que las víctimas han firmado un contrato...

Además, a diferencia de las operaciones militares estadounidenses, que cuestan un potosí, las operaciones militares de Rusia son perfectamente sostenibles, incluso para las arcas de un país cuya salud financiera no es muy buena. Un experto estadounidense estima el costo de la intervención rusa en Siria en cuatro millones de dólares por día, frente a los 25 millones de dólares diarios de los despliegues del Tío Sam en el mismo lugar (operación Reesolución Inherente, en Irak y Siria, desde 2014).

Conquistar es una cosa, mantener el poder o la influencia es otra

La decisión de Vladimir Putin de participar en el conflicto sirio es, por tanto, estratégica; quiere recuperar su posición en una región en la que Moscú no ha tenido mucha influencia durante 20 años. Además, pretende que EE.UU. se trague sus comentarios humillantes: con Barack Obam en la Casa Blanca, se refirió a Rusia como una “potencia regional”, que estaba a punto de “atascarse en el fango”.

La implicación rusa será entonces puramente pragmática. Putin respalda a Bashar al-Assad con apoyo aéreo sin ocuparse las leyes de la guerra (los aviones rusos han atacado regularmente hospitales), colabora sobre el terreno con las milicias de Hezbolá y el iraní Pasdaran. Combate a las fuerzas del Estado islámico con los estadounidenses y los europeos, y permite a Israel llevar a cabo bombardeos contra objetivos sirios o iraníes que se consideran amenazados por Tel Aviv. Negoció con Erdogan, tanto para reducir las tensiones directas entre Siria y Turquía como para llegar a una solución del conflicto (Proceso de Astana), y logró venderle un sistema ruso de antimisiles, mientras su país era miembro de la OTAN...

Sin apenas prácticamente, casi se podría decir que Rusia es amiga de todos en la región. Durante las revoluciones árabes de 2011, Moscú se puso del lado de las potencias dominantes, a diferencia de los norteamericanos y europeos, que abandonaron a Mubarak y Gaddafi, y nunca dieron lecciones morales a los tiranos de Oriente Medio; habría tenido grandes dificultades.

“La política exterior de Putin puede ser brutal e impopular desde una perspectiva occidental, pero es perfectamente realista y coherente. Se conocen sus intenciones y no duda en apoyarlas por la fuerza si es necesario. Sobre todo, Putin aprovecha la más mínima oportunidad para transformarlo en su beneficio, especialmente las vacilaciones y tergiversaciones occidentales”, dice un diplomático europeo.

Gran Bretaña abandonó muy pronto la causa siria, Francia nunca quiso hacerlo sola y Estados Unidos redujo gradualmente sus ambiciones y su huella en la región, hasta que Donald Trump tomó la decisión radical de dejar repentinamente a sus aliados kurdos. Al mismo tiempo, Moscú, que ya había facilitado la gestión de la cuestión nuclear iraní, se aproximó a Teherán negándose a aplicar sanciones estadounidenses. La enemistad que existía entre las naciones árabes del Golfo Pérsico y Rusia también se está disipando en nombre de un interés común: un mayor precio del petróleo.

Arabia Saudí y sus vecinos siempre han necesitado un “protector” que, durante 70 años, ha resultado ser Washington. Sin embargo, la sorpresa de ver a Donald Trump encogerse de hombros tras el ataque iraní a sus instalaciones petrolíferas, y luego la traición a los kurdos de Siria sacudió a Riad: los estadounidenses ya no son de fiar. Como resultado, la reciente visita de Vladimir Putin a Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos a mediados de octubre es similar tanto a una solicitud comercial como a una gira victoriosa.

El embajador saudí en el Reino Unido, que no es otro que el príncipe Jalid ben Bandar ben Sultan de la familia en el poder, confirmó recientemente este nuevo acuerdo en un debate público: “Rusia se está convirtiendo en un actor importante en la región, nos guste o no, es una realidad. En cierto modo, los rusos entienden mejor al Este que los occidentales. "Está claro que Moscú no tiene intención de dar lecciones de democracia o de derechos humanos a los países de Oriente Medio y que esto es algo que se aprecia. Sin embargo, dadas las buenas relaciones de Moscú con Irán, parece claro que Putin debería actuar como mediador entre Riad y Teherán”.

“Cualquiera que sea el futuro de Rusia en Oriente Medio, y hay que tener mucho cuidado antes de proclamar que Putin es el nuevo amo de la región, dados los constantes trastornos en estos países y el número de actores regionales con intereses divergentes, pero está claro que ha logrado sus objetivos”, afirmaba otro diplomático europeo, que ha residido en Rusia e Irán. Como los estadounidenses y los rusos en la era soviética han observado a menudo, conquistar es una cosa, mantener el poder o la influencia es otra. Y es costoso.

Pero, por el momento, Vladimir Putin tiene derecho a alegrarse. Ha vuelto a situar a Rusia en el centro del juego geopolítico internacional, ha desestabilizado por completo a su antigua OTAN enemiga, ha puesto de relieve una vez más la inercia de la Unión Europea, ha forjado nuevas alianzas con Turquía, Irán y Arabia Saudí, e incluso con Israel. Y se llevó el premio gordo con su inversión en Donald Trump en 2016. _____________

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Texto: Mariola Moreno

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