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La actriz francesa Adèle Haenel denuncia el acoso del director que la lanzó a la fama cuando era una niña

La actriz Adèle Haenel.

Primero, la “vergüenza”, profunda, tenaz, indeleble. Luego la fría “ira” que ha perdurado todos en años. Y finalmente, el sosiego, “poco a poco”, porque era necesario “pasar por todo esto”. En marzo de 2019, la ira se reavivó, “de una manera más constructiva”, durante el documental de la HBO sobre Michael Jackson, que sacaba a la luz testimonios demoledores que acusaban al cantante de pederastia y que revelaba un mecanismo de control sobre sus víctimas.

“Me hizo cambiar mi perspectiva de lo que había vivido”, explica la actriz Adèle Haenel, “porque siempre me había obligado a pensar que había sido una historia de amor sin reciprocidad. Había hecho mía su fábula del ‘nosotros, no es lo mismo, los demás no podrían entenderlo”. Y también me llevó ese tiempo poder hablar de las cosas, sin hacer de todo ello un drama absoluto. De ahí el momento elegido”.

Una mañana de abril de 2019. La actriz se toma su tiempo a la hora de elegir cada palabra que pronuncia. Hace largas pausas, continúa. Pero su voz es firme. “Estoy muy enfadada”, dice. “Pero la cuestión no es tanto cómo sobrevivo, o no, a todo esto. Quiero contar la historia de un abuso desgraciadamente banal y denunciar el sistema de silencio y complicidad que lo hace posible”. Hablar se ha convertido en una necesidad, porque “seguir guardando silencio se ha convertido en insoportable”, porque “el silencio siempre juega a favor del culpable”.

Adèle Haenel decidió contar públicamente lo que ella “considera claramente pedofilia y acoso sexual”. Acusa al director Christophe Ruggia de conducta sexual inapropiada entre 2001 y 2004, cuando ella tenía entre 12 y 15 años y él entre 36 y 39 años. La actriz denuncia en Mediapart (socio editorial de infoLibre) la importante “influencia” del cineasta durante el rodaje de la película Les DiablesLes Diables, seguido de un “acoso sexual permanente”, repetidos “tocamientos” en los “muslos” y el “pecho”, “besos robados en el cuello”, que supuestamente tuvieron lugar en el apartamento del director y en varios festivales internacionales. No quiere llevar el caso a los tribunales, que, en general, según ella, “condena tan poco a los agresores” y “una violación de cada cien”. “La Justicia nos ignora, se ignora la Justicia”.

Contactado por Mediapart, Christophe Ruggia, que ha declinado conceder una entrevista, no quiso responder a las preguntas concretas remitidas. Pero hizo saber, a través de sus abogados, Jean-Pierre Versini y Fanny Colin, que “rechaza categóricamente haber acosado, de ninguna forma, o tocado a esta joven, entonces menor”. “Me envía usted esta noche [la del 29 de octubre, tras la llamada de su abogado] un cuestionario con 16 preguntas sobre la relación profesional y emocional que tuve, hace más de 15 años, con Adèle Haenel, cuyo talento descubrí. La versión, sistemáticamente sesgada, inexacta, romántica, a veces calumniosa, que me remiten no me permite ofrecer respuestas”, señalaba por escrito.

Nuestra investigación, llevada a cabo durante más de siete meses y que nos ha permitido hablar con una treintena de personas, nos ha permitido reunir numerosos documentos y testimonios que confirman la historia de la actriz, incluidas cartas en las que el director le hablaba, entre otras cosas, de su “amor”, que “a veces era demasiado pesado de soportar”. Varias personas, según ellas mismas, intentaron, en el rodaje, y después con el paso de los años, alertar de la actitud del director para con la actriz, sin ser escuchadas.

Christophe Ruggia, de 54 años, se ha convertido en una de las voces del cine independiente francés, tanto –si no más– por su activismo, como por su filmografía. Ha defendido la causa de los refugiados, de los trabajadores del mundo del espectáculo y del cineasta Oleg Sentsov, encarcelado durante cinco años en Rusia. Copresidente de la Société des réalisateurs de films (SRF) hasta junio, los que le conocen le presentan como una “Pasionaria que quiere salvar el mundo”Pasionaria, “un director de intensidad permanente”, cuyas películas presentan a niños con historias difíciles.

Fue en su segundo largometraje, Les Diables (2002), donde debutó Adèle Haenel. Hoy, con sólo 30 años, ya cuenta con dos César y 16 películas en el Festival de Cannes, bajo la dirección de prestigiosos cineastas como los hermanos Dardenne, Céline Sciamma, André Téchiné, Bertrand Bonello y Robin Campillo.

La historia se remonta a diciembre de 2000. Adèle Haenel tiene entonces 11 años. Pasa el tiempo entre las clases en Montreuil (Seine-Saint-Denis), las clases de teatro y el entrenamiento de judo. Acompañaba a su hermano a un casting, cuando consiguió el papel de Les Diables. “La niña era excepcional, no había dos como ella”, recuerda Christel Baras, directora de casting de la película, que mantiene la amistad con la actriz.

En ese momento, la niña, como sus padres, estaba en una nube. “Fue un cuento de hadas, era completamente increíble que nos sucediera esto”, apunta su padre, Gert. “Estoy en una nube, quizás haga una película”, escribiría la actriz en su diario, escrito a posteriori, en 2006, al que Mediapart ha tenido acceso. Habla de la “novedad”, del “sueño”, del “privilegio” de “estar sola en el escenario, de ser el centro de la atención de todos estos adultos”, de “destacar entre la multitud”. De su “pasión” por el teatro. Y de sus “pequeñas discusiones con Christophe [Ruggia]”, que “la llevaba de vuelta en su coche”, “siempre la invitaba a comer”, después de que “se avergonzara la primera vez” porque no tenía dinero suficiente para pagar.

“Para mí, ella era una especie de estrella, con un lado divino sobre la faz de la tierra porque tenía el cine detrás, el poder y el amor por el juego”, explica hoy la actriz. Su familia –clase media intelectual– “de repente se vuelve excepcional”, recuerda. “Y entonces paso de ser una niña del montón a convertirme en ‘la futura Marilyn Monroe”, según él”. “En casa, Ruggia es recibido ‘con todos los honores’. [...] Era un buen director, de izquierdas, acababa de hacer Le Gone du Chaâba, una película muy buena. Confiamos en él”, dice su madre, Fabienne Vansteenkiste.

El guion de Les Diables, perturbador y salpicado de escenas de desnudos, no desanima a los padres. La película muestra el amor incestuoso de dos huérfanos fugitivos, Joseph (Vincent Rottiers) y su hermana Chloé (Adèle Haenel), autista, muda y alérgica al contacto físico. Lleva al descubrimiento del amor físico por parte de los dos preadolescentes. Christophe Ruggia nunca ha ocultado el carácter parcialmente autobiográfico de esta película, “un compromiso entre una dura realidad vivida por [sus] dos mejores amigos y la suya propia”, dijo a la prensa.

La interpretación de los dos jóvenes actores en la pantalla fue posible gracias a un proyecto de seis meses antes del rodaje. Estos ejercicios particulares, dirigidos por el cineasta y su ayudante de dirección, su hermana Véronique Ruggia, tenían como objetivo “darles confianza para que pudieran abordar cosas difíciles, autismo, despertar a la sensualidad, desnudez, descubrir sus cuerpos”, explicó en su momento (TéléObs, el 12 de septiembre de 2002). Los tres hemos desarrollado una complicidad extraordinaria”. En total, desde la preparación hasta la promoción de la película, durante “casi un año los niños se separaron de sus familias”, reconocía entonces. Los vínculos que se crean son muy fuertes”. Varios familiares de la actriz están convencidos de que la “influencia” del director se construyó en este “condicionamiento” y “aislamiento”. “Influencia” que, según la actriz, habría abierto el camino a hechos más graves, después del rodaje.

Entre los veinte miembros del equipo de filmación contactados, algunos dicen “no acordarse” de este antiguo rodaje o no quisieron responder a nuestras preguntas. Otros dicen que “no notaron nada”. Es el caso, por ejemplo, del productor Bertrand Faivre, del actor Jacques Bonnaffé (presente durante unos días en el rodaje) o de la editora de la película, Tina Baz. Estuvo cerca del cineasta, a quien describe como “respetuoso”, “extremadamente cariñoso”, “con una dedicación absoluta a su obra” y una “relación paternal inequívoca” con Adèle Haenel.

Por contra, muchos describen a un director que es a la vez “todopoderoso” e “infantil”, “inmaduro”, “agobiante”, “vampirizante”, “acaparador”, “invasivo” con los niños, aislándose en una “burbuja” con ellos. Nueve personas describen una fuerte relación de “influencia”, o una fuerte relación “ascendente” o “manipuladora” entre el cineasta y los dos actores, que lo percibían como “Papá Noel”.

Durante el rodaje, que comenzó el 25 de junio de 2001, Christophe Ruggia supuestamente dio un trato especial a Adèle Haenel, de 12 años, “protegida”, “cuidada”, “demasiado protegida”, según varios testimonios recabados. “Fue especial conmigo”, confirma la actriz. “Claramente jugó la carta del amor, me dijo que la película me adoraba, que tenía talento. Tal vez me creí ese discurso en un momento dado”.

“Siempre he visto su proximidad”, dice el actor Vincent Rottiers, que sigue siendo amigo del director. Recuerda que “Adèle no dejaba de arrimársele, como una buena estudiante a su profesor” y que “Christophe le dedicó más tiempo a ella, la condicionaba”. “Sólo tenía tiempo para ella, tanto que a veces llegué a estar celoso. Pero pensé que era especial porque ella hacía de autista. Con el tiempo, lo veo de otro modo”.

Éric Guichard, el director de fotografía, no se dio cuenta de ningún “gesto inapropiado”, pero dice que “rara vez” había visto “tal relación de fusión” entre el director y la joven actriz, que vivía “el papel”, “subyugada por Christophe, muy involucrada” y “sólo se le confesa(ba) a él”. Describe una “influencia evidente” de Ruggia, pero la sitúa “al nivel de la realización de una película” y la atribuye “a la dificultad del personaje de Adèle”.

Para la actriz Hélène Seretti, contratada como coach de actores en el plató y que nunca ha perdido el contacto con Adèle Haenel, el director se “pegaba” demasiado a la niña. “Era muy de tocar, le ponía los brazos en los hombros, a veces la besaba. Por ejemplo, él le preguntaba: ‘¿Qué vas a comer, cariño?’. Poco a poco, fui pensando que no era una relación que un adulto debiera tener con un niño, no lo veía claro, me molestaba”. “Intranquila”, asegura que permaneció “en alerta”. Pero se limitó al papel de “niñera”, lejos del plató. “Christophe Ruggia tenía una relación especial con los dos niños, así que me dijo claramente: ‘No te ocupas de ello, he trabajado durante meses con ellos para preparar este rodaje’. Cuando él preparaba las escenas, me mantuvo alejada”, asegura.

Dexter Cramaix, del departamento de producción, recuerda la relación entre el director y sus dos jóvenes actores como “fuera de lugar”, “demasiado afectiva” y “exclusiva”, “más allá de lo puramente profesional”. “Entre nosotros, pensábamos que algo no era normal, que había un problema. A menudo se dice que los directores deben estar enamorados de sus actrices, pero Adèle tenía 12 años”.

Laëtitia, directora de producción de la película, que al final abandonó el rodaje, por agotamiento, confirma: “La relación de Christophe con Adèle no era normal. Parecía que era su prometida. Casi no podíamos acercarnos a ella o a hablar con ella, porque él quería que permaneciera en su papel todo el tiempo. Sólo él tenía derecho a estar en contacto real con ella. Estábamos muy incómodos en el equipo”.

Edmée Doroszlai, la script (véase la Caja Negra), explica que ella compartía el mismo sentimiento que uno de sus colegas: “Le dije: ‘Mira, parecen pareja, no es normal. Afirma que ‘dio la voz de alarma’ al señalar “el agotamiento y el sufrimiento mental de los niños”. “Fue demasiado lejos. Para protegerlos, detuve el rodaje varias veces e intenté contactar con la DDASS [asuntos sociales]”. “Manipulaba a los niños”, dice el fotógrafo Jérôme Plon, que dejó el rodaje después de una semana con la impresión del “funcionamiento algo gurú” y de un cineasta director que “tomaba en cierta medida posesión de la gente”. Preocupado, dice que habló de ello “con un amigo psicoanalista infantil”.

“No me movía y se enfadaba por que no consentía”

¿Cómo podemos distinguir, en un rodaje, la sutil frontera entre la atención particular prestada a una niña, protagonista de la película, una relación de control y un posible comportamiento inapropiado? En ese momento, muchos miembros del equipo tienen dificultades a la hora de verbalizar lo que estaban observando. Sobre todo porque ninguno de ellos fue testigo de ningún “gesto de connotación sexual” explícito del director hacia la actriz. “Siempre me encontraba entre el ‘aquí pasa algo’ y el ‘quizás estoy fascinada’, recuerda Hélène Seretti, entonces de 29 años. “Era joven, no confiaba en mí misma. Hoy sería diferente”.

La directora de producción, Laëtitia, también tenía dudas: “Es muy complicado pensar que el director para el que trabajas es potencialmente un abusador, que existe manipulación. A veces pensaba: ‘¿Lo he soñado? ¿Estoy loca?”. Y nadie querría interferir en su relación con los actores, atreverse a decir una palabra, porque es parte de un proceso creativo. De ahí el potencial de abuso, ya sea físico, moral o emocional, en los rodajes”.

Dos miembros del equipo de rodaje han reconocido a Mediapart que fueron apartados después de expresar su preocupación por la actriz. Hélène Seretti dice que “se puso en contra” al director al expresar sus dudas. Una mañana, aprovechó una “mala noche” de la actriz, después de que su madre le preguntara por el comportamiento de Christophe Ruggia, para hablar con el director de cine. “Era complicado hablar delante de él, intenté explicarle que Adèle no estaba bien, que las cosas estaban llegando demasiado lejos, que no podíamos seguir así. Me dijo: ‘Quieres arruinar mi película, no te das cuenta de la relación especial que tengo con ellos’”. Desde ese momento, la mujer asegura que “dejó de hablarle” y que “la continuación del rodaje no fue fácil”. Afirma que trató de hablar de sus miedos con varios miembros del equipo. “Es el cine, es la relación con el actor”; “el director es el jefe”, le habrían dicho. “No nos atrevimos a desafiar al director, tenía miedo y no sabía qué hacer ni con quién hablar”, dice hoy.

La directora de casting Christel Baras asegura haber sido “expulsada” de los ensayos después de un comentario en el verano de 2001, antes del rodaje. “Estábamos en la entrada del apartamento de Christophe [Ruggia]. Adèle estaba sentada en el sofá, más lejos. Quería que me fuera, que los dejara. Estaba muy incómoda, perturbada, era la forma en que la miraba, lo que decía. Me dije a mí misma: ‘Se me está yendo de las manos’, advierte. ‘No imaginé nada sexual en ese momento’, dice, ‘pero vi su dominio sobre la niña”.

Cuando se marchó, “miró al director a los ojos” y le advirtió: “¡Es una niña, una niña! ¡Tiene 12 años!”. Después de este episodio, Christophe Ruggia le dijo que “ya no la quería en el plató”. Una decisión que ella interpretó, unos años después, con el tiempo, como “un veto”, porque era “peligrosa”. ¿La directora de casting, de fuerte personalidad, era considerada demasiado invasora en el plató, o era una pantalla para la relación exclusiva que el director hubiera querido establecer con su actriz?

Tras el estreno de la película, la “desazón” de Christel Baras se verá reforzada en cualquier caso cuando vuelva a ver a la niña, “dos o tres veces”, en casa del director. Especialmente un sábado por la noche, cuando pasé sin avisar a buscar un DVD. “Eran las 8:00 o las 8:30, estaba molesta y dije: ‘¿Qué diablos haces aquí, Adèle, vete a casa, has visto la hora que es?”, recuerda. Según ella, “Adàle estaba bajo su influencia y volvía una y otra vez”. Christel Baras volverá a trabajar con el director en otra película, con adultos.

Los testigos se refieren a la actitud del “director todopoderoso” para explicar que nadie intentase alzar la voz contra su comportamiento. Algunos dicen que temían que no les renovase el contrato o que fueran a parar “a la lista negra” en este ambiente precario; otros culpan de su actitud a la “relación especial del director con sus actores”, a sus “métodos de trabajo” para “motivar a sus actores”. Y la mayoría dice que se preocuparon por un rodaje que califican de “difícil”, “agotador”, “con pocos recursos económicos” y de “seis días de trabajo a la semana”.

La madre de la actriz se cuestionó a sí misma. Fabienne Vansteenkiste cuenta a Mediapart el “desasosiego” que la invadió cuando llegó a Marsella al plató. “En el Puerto Viejo, Christophe estaba con Adèle de un lado, Vincent del otro, con los brazos sobre los hombros de uno y otro, dándoles besos. Tenía una actitud extraña para un adulto con un niño”. En ese momento, no dijo nada, pensando que no conocía el mundo del cine. Pero a la vuelta, preocupada, paró en una gasolinera para buscar un teléfono y llamó a su hija para preguntarle “qué pasaba con Christophe”. “Adèle me mandó a paseo, con un aire de ‘pobre, eres malvada’, rememora la madre. La noche siguiente, la joven estudiante sufrió una crisis nerviosa inusual. “No me calmaba, gritaba como un animal, estaba herida. Al día siguiente, me sentía incómoda en el plató, repetimos la escena un montón de veces pese a que era muy sencilla”, cuenta Adèle Haenel. Hélène Seretti no olvidó este episodio: “Había una dicotomía en ella, se sentía confusa –sin ponerle nombre aún– y al mismo tiempo repetía que quería seguir adelante con la película”.

Fue después del rodaje, finalizado el 14 de septiembre de 2001, cuando la relación exclusiva del cineasta de 36 años con la actriz de 12 años “derivó en otra cosa”, dice Adèle Haenel. Según su testimonio, hubo “tocamientos” durante los encuentros regulares, los fines de semana en el apartamento parisino del director, donde su padre a veces la llevaba. Christophe Ruggia, que dispone de una nutrida biblioteca de deuvedés, se ocupa de la cultura cinematográfica de la joven actriz, lee los guiones que recibe y la asesora. Según su relato, el cineasta “siempre procedió de la misma manera”: "Fingers de chocolate blanco y Orangina” en la mesita de la sala de estar, luego una conversación en la que “se le iban las manos”, con gestos que “poco a poco, fueron ocupando cada vez más espacio”. Los recuerdos de Adèle Haenel son precisos: “Siempre me sentaba en el sofá y él se sentaba delante de mí en el sillón, luego venía al sofá, se me pegaba, me besaba en el cuello, me olía el pelo, me acariciaba el muslo mientras se dirigía a mi sexo, empezaba a pasarme la mano por debajo de la camiseta por el pecho. Estaba excitado, lo apartaba, pero eso no fue suficiente, tenía que cambiarme siempre de sitio”. Primero al otro lado del sofá, luego de pie junto a la ventana y luego sentada en el sillón. Y “como me seguía, terminaba sentada en el reposapiés, que era tan pequeño que no podía acercarse a mí”, dice.

Para la actriz, está claro que “intentaba tener relaciones sexuales con ella”. Asegura que no recuerda “cuando los gestos [del director] se detuvieron” y explica que sus “caricias fueron algo permanente”. Cuenta el “miedo” que la “paralizaba” en esos momentos: “Yo no me movía, él estaba enfadado conmigo por no consentir, eso le provocaba siempre una crisis”, para hacerla sentir “culpable”. “Partía del principio de que era una historia de amor y que era recíproca, que le debía algo, que era mala por no jugar el juego de ese amor después de todo lo que me había dado. Cada vez que supe que iba a pasar, no quería ir, me sentía muy mal, tan sucia que quería morirme. Pero tenía que ir, me sentía en deuda”. Sus padres “no hacen preguntas”. “Yo pienso, ella ve películas, es genial que tenga esta cultura cinematográfica gracias a él”, recuerda su madre. Vincent Rottiers explica que iba demasiado “a menudo” a la casa de Ruggia para hablar de “cine y actualidad”, a veces “con amigos”. “Se había convertido en parte de la familia, Christophe. Mi padre del cine”. A veces Adàle ya estaba allí cuando llegaba, pensaba que resultaba raro, me hacía preguntas, pero sin entenderlo”. Christophe Ruggia, por su parte, “niega categóricamente” a Mediapart cualquier "acoso de cualquier tipo o cualquier tipo de tocamiento”.

Según la actriz, el director tuvo los mismos gestos en otro contexto: las habitaciones de hotel de los festivales internacionales, que el cineasta recorrió con sus dos jóvenes actores tras el estreno de la película en 2002; Yokohama (Japón), Marrakech (Marruecos), Bangkok (Tailandia). Fotos, etiqueta de hotel, programas, reseñas de prensa; en una carpeta azul, la actriz guardó todo de esta “promoción” durante la cual descubrió con fascinación, a los 13 años, el avión, la playa, los buffets de lujo, los destellos de los flashes, los autógrafos. Pero tampoco olvidó las “estrategias” desarrolladas para escapar a los “tocamientos” en la “promiscuidad” de las habitaciones de los hoteles: “Cuando entraba en una habitación, sabía dónde ponerme, para que no se me pegara”. Habla con detalle del gran alféizar del Hotel Intercontinental de Yokohama, en junio de 2002, sobre el que se sentó, “porque no quería estar en la cama junto a él”. “Pero él venía a mí, se me pegaba, trataba de tocarme, decía ‘te quiero’”, cuenta. Evoca las “declaraciones” de Christophe Ruggia y los “I love you”, abiertamente, “en las fiestas”, sus “escenas extremas de celos”. Pero también el estado de “angustia” que ella sentía: “Una mañana, me desperté y me puse paranoica”, me dije: “No me dormí en esa cama”. En varias series de instantáneas del festival, que Mediapart ha localizado, vemos al director con un esmoquin coger a la actriz por la cadera, vestida ella con un vestido largo de noche y sin los dientes de leche.

Adèle Haenel también recuerda una escena que supuestamente tuvo lugar en el Festival de Marrakech en septiembre de 2002; el cineasta se habría enfadado cuando descubrió que la niña se había “comido el chocolate del hotel” mientras él le dedicaba “una declaración de amor en su habitación”. “Me echó a patadas y luego reabrió la puerta. Me dijo que me amaba, que estaba completamente loco. Me encontré allí con este drama. Por primer vez en mi vida permanecí despierta toda la noche”.

En junio de 2004, a los 15 años, se fue sola con Christophe Ruggia al Festival de Cine Francés de Bangkok. Recuerda que volvió a apartarle la mano que “le estrechaba la cadera, en el tuk-tuk”. “Eso le cabreó y quería que me sintiera culpable”, dice. En una carta dirigida a la actriz el 25 de julio de 2007, el director recuerda este “super viaje en muchos momentos, pero que le desestabilizó por completo” y los “problemas” que habían surgido en Tailandia”. ¿A qué “problemas” se refería? Preguntado al respecto, Christophe Ruggia no ha respondido.

Ese año, había escrito un guion “para [ella]”, cuyos protagonistas se llamaban “Adèle y Vicent”, y que quería “regalarle [...] el día en que [cumpliera] 16 años”, decía en su carta. Explica que estaba “aterrorizado” por el hecho de que la actriz no quisiera participar en esta nueva película, “por culpa de [él] (dada la forma en que [ella] le había tratado en ciertos momentos allí”, escribió. Según la actriz, el director ejerció un control importante sobre ella. Incluso hasta el punto de controlar cosas inofensivas, dice, como su tic de pasarse la lengua por encima del labio. “Me dijo que parara: ‘Es demasiado sexy, no te das cuenta de lo que me estás haciendo’”.

Sentimientos por Adèle

Varios documentos y testimonios recogidos por Mediapart sostienen la historia de Adèle Haenel. En primer lugar, las confesiones que el propio Christophe Ruggia supuestamente hizo en la primavera de 2011 a una exnovia, la directora Mona Achache. “Me dijo que había tenido sentimientos de amor por Adèle” durante la gira promocional de Les Diables, explica la directora, que no conoce personalmente a Adèle Haenel. Afirma que después de insistir en preguntarle a Ruggia, éste habría terminado contándole una escena concreta: “Estaba viendo una película con Adèle, ella estaba tumbada allí, con la cabeza en el regazo [de él]. Subió la mano desde el vientre de Adèle hasta el pecho, debajo de la camiseta. Me dijo que vio una mirada de miedo en sus ojos, completamente abiertos, y que él también tenía miedo y le quitó la mano”.

Mona Achache asegura que se sintió “sorprendida” e “incómoda” por “la forma en que contó la historia”. “Se sentía fuerte, leal, directo, por haber apartado la mano. Trataba de hacer humor diciéndome que estaba loco perdido de amor y que ella lo estaba volviendo loco. Ante sus preguntas, el cineasta se mostró supuestamente “un poco escurridizo”, “quitando importancia a las cosas”. “No se daba cuenta de que interrumpir su gesto no cambiaba nada del trauma que pudo haber causado”, recuerda. “No cuestionaba el principio mismo de estos encuentros con Adèle, ni la génesis de una relación que permitía a un niña estar en su regazo mientras veía una película. Permaneció concentrado en sí mismo, en su dolor, en sus sentimientos, sin ser consciente de las consecuencias de su comportamiento general para Adèle”. “Sorprendida”, la directora explica que lo dejó abruptamente después, sin decirle la razón, y que deseaba no volver a verle nunca más.

Dice que “guardó silencio”, porque “no le parecía justo hablar por Adèle Haenel”, sobre todo porque sólo sabía lo que “Christophe Ruggia había dicho”. En ese momento, sin embargo, se abrió a una amiga cercana, la cineasta Julie Lopes-Curval. “Estábamos en casa de Mona, me dijo que no había sido claro con Adèle Haenel”, confirma la directora a Mediapart. “No me lo contó todo, pero algo la avergonzaba. Había malestar, era obvio...”. Cuando se le preguntó sobre el relato de Mona Achache, Christophe Ruggia no respondió.

Otros testimonios refuerzan las palabras de la actriz. Como las preocupaciones expresadas en dos ocasiones por Antoine Jalife, que representó a Unifrance en el festival de Yokohama en 2002. Primero en enero de 2008, en el Festival de Rotterdam, con la directora Céline Sciamma, que vino a presentar su película Naissance des pieuvres, en la que Adèle Haenel sostiene el cartel. “No la conocía, me dijo: ‘Me gusta mucho tu película, y me sentí muy aliviado al saber de Adèle Haenel, contento al ver que no estaba muerta”, dice la directora. “Me dice que estaba muy preocupado por ella, me habló de Yokohama con gran detalle, Christophe Ruggia que la hizo bailar en medio de la obra, lo cual fue significativo. Estaba marcado”.

Diez meses más tarde, coincidiendo con un evento de Unifrance en Hamburgo, Antoine Jalife también se abrió a Christel Baras, durante un viaje en coche. “Me dice: ‘Me alegra verte, porque siempre he estado muy molesto con algo; hice la promo de Les Devils en Yokohama, nunca entendí esta relación que Christophe Ruggia tenía con esta joven actriz. No podíamos hablar con ella, no podíamos acercarnos a ella. ¿Qué pasó?”, rememora a la director de casting. Me dije a mí misma: “Ya está, no estoy loca”. Contactado, Antoine Jhalife no ha querido hacer declaraciones.

Hay más. Dos cartas enviadas por el propio director a la actriz en julio de 2006 y julio de 2007 demuestran los sentimientos que sentía por ella. En estas cartas, a las que ha tenido acceso Mediapart, Christophe Ruggia habla de su “amor por [ella]” que “a veces ha sido demasiado pesado de soportar” pero que “siempre ha sido de una absoluta sinceridad”. “¡Te echo tanto de menos, Adèle!”. “Eres importante para mí”, “la cámara te adora”, escribe al tiempo que añade que tendrá que “seguir viviendo con esta herida y esa carencia”, a la vez que espera una “reconciliación”. “Incluso me pregunté varias veces si no era yo quien iba a dejar el cine. Todavía me lo pregunto a veces, cuando me siento demasiado mal”.

Un tiempo antes, en 2005, Adèle Haenel, ya estudiante de bachillerato, le dijo a Christophe Ruggia que quería cortar cualquier contacto con él después de la enésima tarde en su casa. “Ese día, me levanté y dije: ‘Tiene que acabar, está yendo demasiado lejos’. No podía decir más. Hasta entonces, no había verbalizado nada, para no herirlo, para que no se viera a sí mismo abusando de mí”. Según la actriz, el director ese día habría mostrado vergüenza. “No se sintió bien, me dijo: ‘Espero que estés bien’”.

Benjamin, su novio durante el bachillerato, confirma: “Hubo un encuentro en la casa de Christophe Ruggia distinta de las otras, que la obligó a contármelo. Estaba perturbada”. La actriz, que inicialmente “llevaba dos vidas totalmente estancas” y que, según el joven, cultivaba, “una vergüenza, un sentimiento de vergüenza, un sentimiento de culpa” en lo que a Ruggia respecta, le cuenta en esta ocasión las “declaraciones de amor culpabilizadoras” del director, su “influencia permanente” y “escenas en las que ella había estado incómoda, sola, en su casa”. El estudiante la “presiona” para que corte con todos los vínculos.

Para Adèle Haenel, fue “la incomprensión, incluso torpe”, de su amigo “la chispa que le dio la fuerza para irse”. “Había conocido a este chico, había empezado a tener sexo y la fábula de Christophe Ruggia era insostenible”.

En ese momento, la adolescente confundido “no veía otra salida que la muerte de él o ella o la renuncia a todo”. Finalmente renunciará al cine. La actriz asegura haber enviado una carta al director a principios de 2005, en la que explica que “ya no quiere ir a su casa” y que “deja el cine”. Una carta que se habría escrito con el sentimiento de “renunciar a muchas cosas” y a “una parte de ella misma”, confiesa a Mediapart: “Tenía la interpretación en las entrañas, era lo que me hacía sentir viva. Pero para mí, el cine era él, él que me había hecho estar allí, sin él no era nadie, volvía a caer en la nada absoluta”.

Por su parte, el director, que le escribirá después de recibir una carta que le llegó “al corazón”, intenta reanudar el contacto, a través de su mejor amiga, Ruoruo Huang, entonces de 17 años. “Almorzamos juntos en la Cantine de Belleville”, recuerda la amiga. “Yo no sabía nada al respecto. En medio de la discusión, me dijo que Adèle ya no le hablaba, que intentaba tener noticias e implícitamente transmitir un mensaje”.

Adèle Haenel deja a su agente, no responde a ningún guion ni casting y corta el contacto con el mundo del cine. “Elegí sobrevivir e ir sola”, dice. Esta decisión radical la sumió en una “enorme malestar”: depresión, pensamientos suicidas y un “miedo” visceral al encuentro con el cineasta, algo que ocurrirá en tres ocasiones –en una manifestación cerca de la Sorbona en marzo de 2006, en una panadería en 2010, en el Festival de Cine de Cannes en 2014– causándole, según dos testigos, “pánico”, “confusión”, “una reacción intensa”. “Seguí teniendo miedo en su presencia, es decir, concretamente: el corazón que late a toda velocidad, las manos sudando, los pensamientos desdibujándose”, explica la actriz. Recuerda diez años “de los nervios”, en los que “casi no podía mantenerse en pie”.

Sus diarios personales llevan las huellas de estas angustias. En 2006, la adolescente de 17 años relató el “caos monstruoso en su cabeza” y dice necesitar escribir “para [recordar, para aclarar las cosas”, porque tenía “dificultades [para recordar] exactamente lo que pasó”. En 2001, dice: “Me estoy convirtiendo en un centro de interés”. Seguido, en 2002, de estas anotaciones: “Festival + Christophe Chelou => Me siento sola, extraña”. Después: “2003: tengo un secreto, nunca hablo de mi vida. Estoy en un mundo de adultos. [...] 2005: Ya no veo a Christophe”. “A veces pienso que voy a ser capaz de contarlo todo... No puedo evitar pensar en la muerte”, escribió en 2006.

¿Por qué su entorno no percibió estas señales? Su familia lo vio por primera vez como una crisis de adolescentes. Su hermano Tristan dice que atribuyó la “distancia” y la “ira” de su hermana a la “pubertad”, no sin notar “algo extraño” en el comportamiento del director y su repentina desaparición: “En un momento dado, Christophe ya no estaba allí”. Sus padres enfatizan la confianza ciega depositada en el director a lo largo de los años. Su padre dice: “Más tarde me di cuenta de la influencia de Christophe Ruggia en ella. Para Adèle, él era el alfa y el omega, y de repente, ella no quería saber nada más de él. Pero fue difícil hablar con ella en su adolescencia”. Su madre explica que estaba absorta en su trabajo y en las preocupaciones de la vida cotidiana: “En esa época era profesora, también hacía publicidad, me metí en política y nunca estaba allí”.

“Como suelo suceder, todo el mundo miró para otro lado”

Fue al ver el miedo de la adolescente durante una llamada recibida en el teléfono de su casa en febrero de 2005 cuando la mujer dice haber “entendido” que había habido “un abuso”. “Adèle de repente se puso tensa, me dijo, aterrorizada: ‘¡No estoy! ¡Responde que no estoy!” Cuando vio que era un amigo suyo, se relajó y cogió la llamada. Le pregunté: “¿Temías que fuera Christophe?” Ella me dijo: ‘Sí, pero no quiero hablar de eso’”. “Muy preocupada”, su madre intentó varias veces poner el tema sobre la mesa, sin éxito.

“Me sentí tan sucia entonces, tan avergonzada, que no podía decírselo a nadie, pensé que era culpa mía”, dice la actriz hoy, que también tenía miedo de “decepcionar” o “herir” a sus padres. “El silencio nunca ha estado exento de violencia. El silencio es una violencia inmensa, una mordaza”.

La actriz explica que se centró “a tope” en los estudios, “para que nadie vuelva a pensar” por ella. “Podría haber aprendido boxeo tailandés, fui a filosofía. Durante este largo recorrido, dice que no recibió “el apoyo de nadie” y vivió “la soledad, la culpa”. Hasta que conoció a la directora Céline Sciamma y regresó al cine con el Naissance des pieuvres, lo que para muchos es un paso hacia el “renacimiento”.

Fue Christel Baras, “harta de este lío y de haber seleccionado a Adèle para la película de Christophe Ruggia”, quien la contactó de nuevo para esta película en 2006. La directora de casting está segura: “Es un papel para Adèle. Con esta película, volvemos a empezar, todo lo demás quedará atrás, todo será positivo”. “Sólo hay mujeres y la directora es extraordinaria”, dice a la adolescente, que acaba de cumplir 17 años. “Volví, frágil, pero volví”, dice Adèle Haenel.

Al aceptar el papel, la actriz informó inmediatamente a Celine Sciamma de los “problemas” que habían surgido en su película anterior y se confió a alguien por primera vez. “Me dice que quiere hacer la película, pero quiere que la protejan, porque le pasó algo en su película anterior, que el director no se comportó bien”, explica la directora. “No entra en detalles, tiene dificultades para expresarse, pero me habla de las consecuencias, de su soledad, de haber dejado de trabajar en el cine. Entiendo que soy depositaria de un secreto”.

Este “secreto” se reveló al final del rodaje de Naissance des pieuvres, en el que participaron dos miembros del equipo de Les Diables: Christel Baras y Véronique Ruggia, coach de las actrices. Céline Sciamma recuerda haber descubierto, con asombro, que las dos mujeres “se preguntaban, preocupadas, hasta dónde había llegado, si Christophe Ruggia había tenido relaciones sexuales con esta niña”. “Todos habían estado viviendo con esta pregunta durante años y la mantenían en secreto y culpables por esta historia. También vi la admiración e influencia que Ruggia generó, porque es el director, su empleador, su hermano, su amigo”. Durante la conversación a mediados de octubre de 2006, Véronique Ruggia supuestamente “se derrumbó, muy afectada”, dice la directora. Ella le habría preguntado “si Adèle había dicho que no”, añadiendo: “Tenemos derecho a enamorarnos, pero cuando decimos que no, es no”.

Céline Sciamma, que comenzó entonces una relación amorosa con Adèle Haenel, dijo que ella misma se había “dado cuenta de la gravedad de los hechos” al ver Les Diables una noche con la actriz, que nunca la había podido volver a ver. “Fue muy impresionante”, recuerda. Adèle se asusta, se desmaya, grita. Fue doloroso... Nunca la había visto así antes”.

La directora, de 27 años, la anima a “no callar, a que no quede impune, a hablar”. “Surge la idea de hablar con Christophe Ruggia, pero también con los responsables que lo rodean y la gente de nuestro entorno”.

Adèle Haenel decidió hablar. Con Hélène Seretti, con Christel Baras, con Véronique Ruggia. A veces minimizando la realidad de los sentimientos, acciones y consecuencias –como muchas víctimas en este tipo de casos–. Recuerda su “confusión” confiando en Véronique Ruggia. “Hablamos mucho tiempo en su casa. No estaba muy bien, me avergonzaba tener que decirle eso, no podía hablar demasiado y disculpé mucho a Christophe, diciendo: ‘No, no es grave, sólo estaba un poco fuera de control’”, recuerda la actriz. “Véronique estaba afectada, estaba avergonzada y se sentía culpable, creo, pero aún así teníamos que poner en perspectiva la seriedad de las cosas”.

Puestos en contacto con Véronique Ruggia, confirma que lo había hablado con Adèle Haenel y Céline Sciamma. “Se me cayó una venda”, recuerda y explica que creía que no había habido “ningún acto”. Admite cierto vacío en sus recuerdos: “Me impactó tanto que ciertamente traté de olvidar muchas cosas. Yo también me sentí traumatizada con esta historia, por haber estado ahí y no ver las cosas que quizás había”. Recuerda que la actriz le había dicho que “había hablado con Christel [Baras] al respecto y le preguntó: ‘Pero, ¿qué hacían los adultos en este plató?, etc.”. “Ese día descubrí muchas cosas de las que nunca me había dado cuenta. Lo había hablado con mi hermano cuando Adèle me hizo estas declaraciones", dice, sin querer decir nada más, antes de “hablar con él”. “Preferiría que él hablara contigo”. (Véase la Caja Negra).

Adèle Haenel afirma haber depositado, en 2008, con su amiga Céline Sciamma, una nueva carta en el buzón de Christophe Ruggia, en la que afirma haber denunciado el problema. “La carta denunciaba la ficción de Ruggia y contaba los hechos en su cruda y cruel verdad”, confirma la directora. Adèle describió los hechos, las acciones, las estrategias de evasión. Ella lo puso frente a sus acciones. Era deflagrante”. Esa carta nunca tuvo respuesta. Cuando se le preguntó sobre estos dos puntos, Christophe Ruggia no respondió.

Seis años más tarde, en 2014, Celine Sciamma fue elegida directora de la Société des réalisateurs de films (SRF) junto con Christophe Ruggia. Confió su “malestar” a varios miembros de la asociación, pero no quiso hacer nada en lugar de Adèle Haenel. Por su parte, la actriz trata de contar su historia a conocidos comunes de la SRF, sin ser escuchada, dice. “Lo que me impidió hablar durante tanto tiempo fue que me dijeron, incluso antes de decir nada, que Christophe era ‘una buena persona’, que había ‘hecho tanto por mí’ y que sin él yo sería ‘nada’, dice. La gente no quiere saber, porque los involucra, porque es complicado pensar que la persona con la que se rio, fumaba cigarrillos, de izquierdas, hizo eso. Quieren que mantenga las apariencias”. La actriz cuenta cómo, a lo largo de los años, ha sido objeto de comentarios que oscilan entre el desasosiego, la negación y la culpa. Amigos del mundo del cine, a veces incluso feministas, cerraban la discusión con un “No puedes decir eso” o “Es un santo”. Su padre le animó a “perdonar” y sobre todo a no hacer público el caso.

Desde entonces, otros le han ofrecido ayuda. “Estoy avergonzada, no fui consciente de la magnitud, no entendí. ¿Qué podemos hacer al respecto?”,  preguntó más recientemente Catherine Corsini, directora y actual copresidenta de la SRF. La cineasta dijo a Mediapart que “se enteró hace dos años de que Adèle había querido denunciar el comportamiento inapropiado de Christophe Ruggia a los miembros de la SRF”, que no sabían qué hacer. “Para muchos, era inimaginable. Y era difícil intervenir sin saber lo que Adèle Haenel quería hacer. Celine Sciamma estaba sufriendo la situación”. Cuando en abril escuchó el testimonio detallado y el “sufrimiento” de la actriz, se sintió “conmocionada”. “Como suele pasar, todo el mundo cerró los ojos o no hicieron preguntas. Esa situación debe hacernos plantear muchas cosas”.

Año tras año, el director fue reelegido para el consejo de administración de la prestigiosa SRF y actuará como copresidente o vicepresidente varias veces entre 2003 y 2019. Por ejemplo, firmará conjuntamente el comunicado de prensa en el que se saluda el “viento del cambio” tras el caso Harvey Weinstein, o el que cuestiona las “posiciones” de la Cinemateca francesa tras la polémica en torno a sus retrospectivas sobre Roman Polanski, acusado de violación, y Jean-Claude Brisseau, condenado por acoso sexual.

Adèle Haenel y Céline Sciamma afirman haber alertado a otra persona: el productor de Ruggia, Bertrand Faivre, el 8 de diciembre de 2015, durante la entrega del premio IFCIC en el China Club de París. Esa noche, el productor comenzó la conversación sobre Les Diables. Le sorprende que la actriz nunca hable con periodistas sobre esta primera película. Está especialmente contento de haber protegido a la hija de la hija de un fotógrafo en el festival de Marrakech, que pedía una sesión de fotos en solitario con ella. “Se jactaba de salvarme del comportamiento potencialmente pedófilo de este fotógrafo. Así que salió de la nada y le dije: ‘¡No, no nos protegiste!’ Entonces dije que Christophe Ruggia se había portado mal conmigo”, recuerda la actriz, entonces de 26 años.

Handel y Sciamma no olvidaron la reacción del productor: “aturdido”, “perturbado”, “no podía creerlo”, “no daba crédito”. Decía que “no era posible”. “Si, ella acaba de decirte esto extremadamente claro, escúchala, escúchala, escúchala”, le dice en un aparte, Celine Sciamma, de acuerdo a su testimonio. “Ahora ya lo sabes. Vas a tener que hacerte preguntas”

“No puedo aceptar el silencio”

Contactado por Mediapart, Bertrand Faivre recuerda haber quedado “estupefacto” por la “cólera” y la “violencia” de Adèle Haenel, pero sostiene que no dijo nada “explícito” y que Céline Sciamma había “minimizado las cosas”. “Salgo de esta discusión pensando que algo serio ha sucedido entre Christophe y Adèle, pero no le pongo una connotación sexual”. Cuando volvía a casa, lo comparte con su mujer, asegura que después habló con Christophe Ruggia: “Me dijo que me fuera al infierno, me dijo que sí, que se habían confundido, pero que no era asunto mío. No fui más allá”. Dice que “se encontró” con Adèle Haenel varias veces después y se dio cuenta de su “frialdad” hacia él, pero que ella ya no volvió a hablar del asunto.

En cuanto a los hechos, afirma que se le ha “caído la venda”. “Fue un rodaje difícil e intenso, fue muy cansado, se prolongó muchas horas y hubo un agujero de 1,1 millones de francos en el presupuesto [168.000 euros]”, reconoce. Pero afirma que “nadie [le] informó de ningún problema con Christophe Ruggia” en el plató, y que él mismo, que estaba “regularmente” presente en el plató y luego en los festivales de Yokohama y Marrakech, había notado “nada que [le sorprendiera]”.

“Puedo vivir en la negación inconsciente, pero para mí, no había ninguna ambigüedad. Me encontraba muy cercano de Adèle y Vincent. Permanecieron juntos durante varios años después del rodaje, lo interpreté como un director que tiene cuidado de no defraudar a los niños después de la película, porque volver a sus vidas normales puede ser difícil”. Si bien admite que el método de trabajo de Ruggia con los niños era “especial”, explica que el director había “rodado con muchos niños antes”, lo que inspiró “confianza”.

Eric Guichard, operador jefe, también insistió en preguntarse por qué Adèle Haenel “no hablaba de Les Diables a la prensa”. Dice que obtuvo la respuesta “en 2009 o 2010” de "una persona durante el rodaje”. “De esta conversación entendí que había habido problemas con Christophe, tocamientos tras el rodaje”.

Por su parte, el actor Vincent Rottiers “se hizo preguntas” sobre el fin de la relación entre Ruggia y la actriz. “No lo entendí. Me dije que ya tenía una carrera”. El 5 de junio de 2014, durante un preestreno de Adèle Haenel en el Forum des images de París, la abordó directamente. “Le dije: "¿Por qué te fuiste? ¿Pasó algo grave, pedofilia? ¡Dímelo y lo resolvemos! Quería que reaccionara, dije una mentira para saber qué había ocurrido. No recibí mi respuesta, se quedó en silencio”, explica. Tres días después, la actriz transcribió esta conversación precisamente en una nueva carta a Christophe Ruggia a la que Mediapart ha tenido acceso. Relata detalladamente los hechos que denuncia, utilizando las palabras “pedofilia” y “abuso de alguien que se encuentra en una posición de debilidad”.

A veces hay una brecha entre lo que Adèle Haenel siente que ha expresado y lo que sus interlocutores han entendido. Con el tiempo, a los que querían escuchar, la actriz no les ocultó en los medios de comunicación que Les Diables había sido un calvario doloroso. En 2010, en una entrevista sobre la película, insiste en el peligro del “control” del director que “te ha sacado a la luz, te ha dado a conocer”, su poder para “dar forma a un actor”, sobre todo “cuando es pequeño”. “No se dan cuenta de que van más allá de los límites de lo que tienen que hacer con alguien”, dice. “Para mí, este tipo de cosas ya no me van a pasar, porque ahora ya he vivido este tipo de relación... y luego fui a la escuela”. Dos años más tarde, confió que “ya no podía ver la película, era demasiado extraña”. En 2018, recuerda en Le Monde una experiencia “traumática”, “incandescente, loca, tan intensa que después se avergonzó de ese momento”. “Teníamos que asegurarnos de que seguíamos viviendo para construirnos a nosotros mismos”, añade.

Cuando el movimiento #MeToo se desata en el otoño de 2017, muchas de las personas de su entorno pensaron “inmediatamente” en Adèle Haenel. Se preguntaban si la actriz daría el paso “para liberarse de esta historia”. “Tal vez sea la hora”, le dijo Céline Sciamma. Pero la actriz no está lista. La misma negativa un año más tarde, cuando salió en primera plana de la revista de Le Monde. “El periodista me preguntó: ‘¿Qué pasó en Les Diables’?”, recuerda Christel Baras. Llamé a Adèle: “¿Hablas de ello o no?” Ella me dijo que no. “No sabía cómo hablar de ello y el hecho de que estuviera cerca de un caso de pedofilia lo hacía más complicado que un caso de acoso”, explica hoy la actriz.

El detonante llegará en la primavera de 2019. Con el documental sobre Michael Jackson, pero también al descubrir que Christophe Ruggia estaba preparando una nueva película cuyos protagonistas llevan los nombres de pila de Les Diablos. “Fue realmente un abuso. Este sentimiento de impunidad.... Para mí, significaba que él estaba negando completamente mi historia. Llega un momento en que el fingimiento ya no es tolerable”, dice. La actriz también teme que los actos que afirma haber sufrido se repitan en esta nueva película, titulada L'Émergence des papillons, en la que aparecen dos adolescentes.

El guion, al que Mediapart ha tenido acceso, plantea preguntas. Aborda la violencia doméstica, “relaciones tóxicas”, acoso en la escuela, un asunto entre un adulto y un menor y un caso de “violación de un menor”. Como el resto de películas del director, este largometraje es “parcialmente autobiográfico, fuertemente inspirado en su adolescencia”, según el formulario obtenido por Mediapart.

Ruggia describe personajes de “recuerdos reales [que] se mezclan con recuerdos contados, fantaseados, reordenados de acuerdo con su inconsciente, sus miedos o su ira”. “Los primeros nombres fueron un guiño, un homenaje a los diablos”, explica el productor Bertrand Faivre a Mediapart. Dice que “congeló el proyecto, por precaución”, en julio, dos semanas después de conocer nuestra investigación. Explica que ya no “trabajará con Christophe Ruggia”.

El 18 de septiembre, para el estreno de la película Portrait de la jeune fille en feu, en la que Adèle Haenel sostiene el cartel, el director publicó en su cuenta de Facebook una foto de ella de la película, acompañada de un corazón. Preguntado sobre el significado de esta publicación, mientras tenía –según su hermana– conocimiento de las acusaciones de la actriz, Christophe Ruggia no respondió, aferrándose a su negación global.

Para Celine Sciamma, en este caso, la asimetría de la situación debería haber alertado: “Christophe Ruggia no ocultó nada. Declaró públicamente su amor a una niña en la sociedad. Algunas personas compraron su versión al amante rechazado, al que compadecer porque su corazón estaba roto, porque le había dado todo a una joven que estaba cosechando todo esto”.

Adèle Haenel dice que mide “la fuerza loca, la terquedad” que le llevó, “de niña”, a resistir, “porque era permanente”. “Lo que me salvó fue que sentí que no estaba bien”, agrega. La actriz siente que su ascenso social le ha permitido en parte romper el silencio. “Aunque es difícil luchar contra el equilibrio de poder impreso desde la adolescencia y contra la relación de dominación entre hombres y mujeres, el equilibrio social del poder se ha invertido. Yo soy socialmente poderoso hoy, mientras que él sólo se ha debilitado”, dice ella

La actriz ve su denuncia como un nuevo “compromiso político”, después de su salida a la escena del César en 2014. “En mi situación actual –mi comodidad material, la certeza del trabajo, mi estatus social– no puedo aceptar el silencio. Y si tiene que durar toda mi vida, si mi carrera en el cine tiene que terminar después de eso, que así sea. Mi compromiso militante es asumir, decir ‘eso es, lo he vivido’, y sólo porque seas una víctima no significa que tengas que avergonzarte, sino que tienes que aceptar la impunidad de los verdugos. Tenemos que mostrarles la imagen de sí mismos que no quieren ver”.

Si la actriz habla hoy públicamente de ello, insiste, “no es para quemar a Christophe Ruggia”, sino para “volver a poner el mundo en la dirección correcta”, “para que los verdugos dejen de pavonearse y miren las cosas de frente”, “para que la vergüenza cambie de bando”, “para que esta explotación de los niños y de las mujeres se detenga”, “para que no haya más posibilidades de doble discurso”.

Una afirmación compartida por la directora Mona Achache, para quien no se trata de “saldar cuentas” o “linchar a un hombre”, sino de “exponer un funcionamiento abusivo ancestral en nuestra sociedad”. “Estos actos parten de la premisa de que la normalidad radica en la dominación del hombre sobre la mujer y que el proceso creativo permite cualquier extensión de este principio de dominación, incluso el abuso”, analiza.

Al igual que ella, Adèle Haenel también pretende apoyar, a través de su testimonio, a las víctimas de la violencia sexual: “Quiero decirles que tienen razón al sentirse mal, al pensar que no es normal pasar por esto, pero que no están solas y que podemos sobrevivir. No estamos condenados a una doble pena de víctima. No quiero tomar Xanax, estoy bien, quiero llevar la cabeza alta”. “No soy valiente, estoy decidida”, añade. Hablar es una forma de decir que sobrevives”.

  Para esta investigación, hemos contactado con 36 personas y tres se negaron a respondernos –todas no aparecen en el artículo pero sus historias han contribuido a la investigación–. A menos que se indique lo contrario, todas las personas citadas fueron entrevistadas ampliamente por Mediapart entre abril y octubre de 2019 y grabadas con su consentimiento. Al contrario de lo que suele ocurrir en estos casos, todos accedieron a testificar con nombres y apellidos, con la condición, en su mayor parte, de releer sus citas antes de la publicación. Dos de ellos (Laëtitia y Benjamin) deseaban, debido a la reserva impuesta por su profesión, que sólo aparecieran sus nombres de pila.

Todas las personas mencionadas (con la excepción de Véronique Ruggia) revisaron sus citas. Por lo tanto, se han medido bien sus palabras.

Adèle Haenel nos concedió una entrevista de dos horas y media –grabada con su consentimiento– el 18 de abril de 2019, seguida de una serie de entrevistas adicionales a lo largo de varios meses para aclarar varios puntos y responder a nuestras preguntas. Para apoyar su historia, proporcionó numerosos documentos (fotos, cartas, cuadernos personales, archivos, etc.).

Contactado en varias ocasiones por teléfono, sms, e-mail (los días 25, 26, 27, 28, 28, 29, 30 de octubre), el director Christophe Ruggia no respondió a nuestras peticiones de entrevistas. A petición de su abogado, el 29 de octubre le enviamos un cuestionario de 16 preguntas detalladas, a las que se negó a responder, prefiriendo enviarnos una negación global, que aparece en el artículo.

Véronique Ruggia fue contactada por teléfono el 28 de octubre. Respondió a algunas de nuestras preguntas y aceptó una entrevista cara a cara, una vez hubiese “hablado con [su] hermano sobre lo que piensa al respecto”: “Se trata de mi hermano. También tengo que reflexionar sobre mi posición, que no es fácil: ni como hermana, ni como feminista, ni como hice trabajar a Adèle y Vincent en esa época. Vuestros tiempos no son necesariamente los míos y los nuestros. Lo que me dice significa mucho para mí”. Ya no respondió a nuestras demandas del 28, 29 y 30 de octubre, ni a las preguntas específicas que le enviamos.

El productor Bertrand Faivre fue entrevistado varias veces por teléfono entre junio y octubre y luego cara a cara el 11 de octubre. La producción había perdido una demanda ante los tribunales por “trabajo oculto” contratado por Edmée Doroszlai, la script citada en el artículo.

Contactado en junio, Antoine Jalife respondió que estaba preparando un proyecto en Arabia Saudí y que era “difícil para él dar entrevistas mientras preparaba este proyecto”. Contactado en varias veces, en particular con los dos testimonios que le afectan directamente, no hizo ningún comentario. También contactada en junio por las “acusaciones de violencia sexual contra Christophe Ruggia”, la directora Mona Achache había mencionado el nombre de Adèle Haenel, y luego relató la escena en el artículo. Nunca había estado en contacto con la actriz.

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  Traducción: Mariola Moreno

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