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La Unión Europea se hace 'desmontable' tras el 'Brexit'

Una carroza que representa a Theresa May durante una manifestación contra el 'Brexit' en Londres.

Ludovic Lamant (Mediapart)

El enorme éxito de Boris Johnson en las elecciones parlamentarias de diciembre en el Reino Unido acababa con el suspenso que se había creado desde la victoria del Brexit en junio de 2016 y mantuvo despiertos a muchos eurócratas de Bruselas. ¿Puede un Estado miembro dar marcha atrás y salir de la Unión Europea? Ahora sabemos que la respuesta es sí; los diputados de Westminster aprobaron finalmente el Brexit Bill el 22 de enero. Un seísmo en la historia de la integración europea.

“Europa ha sido considerada durante mucho tiempo como un proceso irreversible que sólo podía avanzar. En el peor de los casos, la máquina se paralizaba. Pero no podía haber vuelta atrás”, dice Nicolas Leron del Centro de Estudios Europeos de Ciencias Políticas. La UE ha crecido constantemente con cada ampliación, la última vez, en 2013 con la llegada de Croacia.

Para Nicolás Leron, la materialización del Brexit el 1 de febrero marca una “ruptura con el método de Jean Monnet”, uno de los padres fundadores de Europa, este defensor de los “pequeños pasos” en la construcción de Europa: “Cuanto más concretos eran los vínculos entre los Estados, sobre el carbón o los derechos de aduana, más costoso resultaba retroceder. La apuesta al principio era que el coste de retroceder se había vuelto demasiado alto. Pero esta suposición está siendo manipulada”.

El preámbulo del Tratado de Roma (1957) habla de una “unión cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa”. La fórmula hizo que muchos británicos se pusieran nerviosos en el período previo al referéndum de 2016: implicaba que su adhesión a la UE debía ir acompañada de una profundización inalterable de las competencias de la UE en su país. Este concepto irreversible de integración se ha hecho añicos.

“Hay un síndrome de Mowgli en el Brexit; es más fácil salir de la selva que que la selva salga del corazón de Mowgli”, bromea Antoine Vauchez. El sociólogo de la Universidad París-1 se refiere al “costoso y conflictivo proceso de salida” del Reino Unido desde 2016: “El Brexit muestra que Europa ha transformado los Estados, sus élites, su legislación, su relación con las fronteras, que la UE los ha transformado desde dentro”.

Por encima de todo, estas negociaciones del Brexit han revelado la profunda naturaleza de la Unión, continúa Vauchez. La UE es ante todo un mercado, mucho más que una unión política exitosa. “En las negociaciones con Londres, vimos que el punto duro, la dimensión no negociable, era el acceso al mercado único”, señala Vauchez.

Los próximos meses deberían confirmar este análisis. A partir del 1 de febrero, la UE y el Reino Unido iniciarán la enésima etapa, de duración incierta, durante la cual negociarán, en la jerga oficial, su “nueva relación”, es decir, redactarán un acuerdo de libre comercio. Londres espera llegar a un acuerdo antes del 31 de diciembre de 2020, pero este calendario se considera poco realista en Bruselas, dada la magnitud de la tarea por delante.

En lugar de un acuerdo formal, Londres, que ha citado repetidamente el CETA, el acuerdo de libre comercio entre la UE y Canadá (negociado durante casi una década) como ejemplo, podría conformarse con una serie de acuerdos sectoriales, desde la salud hasta la banca, a corto plazo. A los europeos les preocupa especialmente que el Reino Unido empiece a aplicar tasas impositivas de dumping ya el próximo año.

En esta etapa, una pregunta permanece abierta: si el Brexit prueba que Europa puede dar marcha atrás, ¿es éste el comienzo de un proceso de desintegración más amplio? Después de 60 años de ampliaciones sucesivas, ¿vamos a pasar las próximas décadas deshaciendo el continente, empezando por el Este y los países de Visegrado? “No lo creo”, responde Nicolas Leron, que no cree en la hipótesis de un “método Monnet invertido”.

“La pertenencia a la UE no es sólo una cuestión de intereses. Hay algo más profundo en juego, que afecta al pacto político europeo", insiste Leron. "No hay más que mirar a los griegos, que tenían interés en salir del euro, pero no lo hicieron [en 2015], porque la mayoría de la población no lo quería”, añade.

El riesgo de propagación

¿Cómo se puede medir este riesgo de propagación del Brexit a otros países? Parte de la respuesta radica en la capacidad de Europa para responder a los desafíos que plantea la victoria del Brexit: desigualdades crecientes en el continente, falta de transparencia de las instituciones de la UE, aumento del discurso racista... desde 2016, no se ha producido ningún estallido particular en el seno de las instituciones, lo que implicaría, por ejemplo, una reforma de los tratados y una "profundización" de la integración europea, en particular mediante el establecimiento de un presupuesto específico para la zona del euro, como pidió París.

Ya en septiembre de 2016, la Declaración de Bratislava, adoptada por las 27 capitales como reacción al Brexit, descartó cualquier reescritura de los Tratados. A lo sumo, se refirió a la necesidad de endurecer el tono sobre la migración y de fortalecer la cooperación en materia de seguridad interna frente al terrorismo. Desde entonces, ha surgido poca acción. La nueva comisión de Ursula von der Leyen, que quiere pasar la página del Brexit lo antes posible, ha hecho del acuerdo ecológico y del mercado único digital sus dos prioridades.

En otoño, Emmanuel Macron rechazó enérgicamente la apertura de conversaciones sobre la adhesión de Serbia y Macedonia a la UE, una posición muy criticada en Berlín, pero adoptada por París, que quiere dar la prioridad a la “profundización” en lugar de a “la ampliación” de Europa. Sobre todo, se están aclarando los contornos de una convención sobre el futuro de la UE, que se lanzará el próximo 9 de mayo, Día de Europa, aunque todavía no se conoce el estado de los trabajos que se formalizarán allí.

El foro, que podría estar presidido por el ex primer ministro belga Guy Verhofstadt, debería permitir al Parlamento Europeo defender la constitución de listas transnacionales para las próximas elecciones europeas, o exigir el derecho de iniciativa. “Todo esto está muy bien, pero está muy por debajo del poder de la marea ascendente del populismo, no estamos en absoluto en la misma escala...”, dijo Nicolás Leron.

No cree que la solución sea institucional: “Es un problema de poder público. Un sentimiento de impotencia pública desmonetiza la votación de los ciudadanos. Tenemos que reconfigurar las coordenadas del debate europeo, y la única manera de hacerlo es a través de un presupuesto real”.

Antoine Vauchez también se muestra cauteloso con esta convención sobre el futuro de Europa: "Cada institución inyectará su programa. Esto aclarará las agendas de los jugadores. Pero no cambiará el juego, como parece confirmar la hipótesis de una presidencia de Verhofstadt", insiste Vauchez, que aboga por un tratado destinado a democratizar el funcionamiento de la UE ("TDem").

Y para resumir el actual punto muerto: “Estamos en una situación en la que la razón para mantener la UE reside más en el temor a los costes de la desintegración que en verse atrapado en una dinámica común”.

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Traducción: Mariola Moreno

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