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El Gobierno de Brasil emprende una guerra cultural

Vídeo de Roberto Alvim.

Con el pelo recogido, la voz lúgubre y la mirada sombría, Roberto Alvim anunciaba, en un vídeo difundido a través de las redes sociales el pasado 16 de enero, un importante programa de apoyo cultural. “¡El arte brasileño de la próxima década será heroico y nacional [...] o no será!”, arengaba el secretario de Cultura. Mientras suena de fondo una ópera de Wagner, el compositor favorito de Adolf Hitler, pronuncia varias frases de un discurso de 1933 del jefe de propaganda nazi Joseph Goebbels, desencadenando las protestas. El exdirector de teatro, y como tal muy valorado en los círculos progresistas, se inspiró en una foto de Goebbels para recrear el escenario y las condiciones que terminaron por precipitar su caída.

No es la primera vez que un miembro del Gobierno hace una declaración grotesca o polémica. Roberto Alvim llegó a nombrar a un periodista al frente de un instituto para la promoción de la cultura negra (la Fundación Palmares), un periodista que relativizó la esclavitud y pidió el fin del movimiento negro. Por su parte, el presidente de la Fundación Nacional de las Artes (Funarte) llegó a decir que “el rock activa las drogas, activa el sexo, activa la industria del aborto, activa el satanismo”.

A menudo se reclutan nuevos colaboradores del régimen después manifestaciones similares. Por ejemplo, Roberto Alvim fue nombrado para el cargo después de atacar a una actriz considerada demasiado crítica con el Gobierno. Esta vez fue demasiado lejos. Olavo de Carvalho, el ideólogo del bolsonarismo, lo condenó a él y a muchos de los partidarios del presidente, incluyendo parte de la comunidad judía.

“Este Gobierno pone a prueba continuamente los límites de la democracia. Cuando los supera, todo lo que tiene que hacer es destituir a un fiel para preservar el proyecto”, apunta el filósofo Vladimir Safatle. Después de varios días de tergiversaciones, finalmente Regina Duarte, una exactriz muy conocida en Brasil, accedió a asumir el cargo. Conocida como la “prometida de Brasil”, afirmó haber aceptado la “propuesta de matrimonio” de Bolsonaro, por quien había hecho campaña.

Porque el proyecto presentado por el exsecretario de Cultura, que quería inaugurar una “máquina de guerra cultural”, sigue siendo relevante hoy en día. Según la web The Intercept, de Glen Greenwald, los objetivos prioritarios de la cultura en 2020 siguen siendo “el nacionalismo, la familia, el ‘profundo vínculo con Dios’ y la ‘lucha contra lo degenerado’”. “En el vídeo de Roberto Alvim se presentaban varias licitaciones y no se ha anulado ninguna”, explica el historiador Igor Tadeu Camilo Rocha de la Universidad Federal de Minas Gerais. “El objetivo explícito es reorientar la cultura brasileña”.

Para Jair Bolsonaro, Brasil se halla inmerso en una guerra cultural. “Este presidente forma parte de la línea dura de los nostálgicos de la dictadura. Este colectivo cree que el régimen cayó porque no pudo librar esta guerra cultural”, explica Vladimir Safatle. Para esta corriente, a pesar de la intensa censura, la dictadura fue demasiado permisiva en las universidades y permitió a la izquierda convertirse en hegemónica en el mundo de las artes. “Esto no es un proyecto secundario”, continúa el filósofo. “Es un elemento importante en el corazón de la revolución conservadora que pretende promover entre sus electores”.

Vía libre en el campo cultural

Muchos en la oposición consideran que las declaraciones del presidente y de su entorno sirven sobre todo de distracción cuando el Gobierno se encuentra en problemas. Lo que, tanto para el historiador como para el filósofo, supone un error; dichas declaraciones forman parte de un gran proyecto cultural. La destitución del secretario de Cultura sólo debería conducir a “una disminución de la intensidad durante un tiempo”, dice Vladimir Safatle. “Pero el Gobierno se está reorganizando para seguir avanzando”. Más aún por cuanto los contrapoderes que limitan las inclinaciones más radicales de Jair Bolsonaro en ciertos temas parecen dejarle vía libre en el campo cultural.

Los ataques no se limitan a las artes, sino que también afectan, por ejemplo, a los libros escolares o a los programas de educación sexual. Este mes de febrero se espera que el ministro de Derechos Humanos lance un importante plan para fomentar la abstinencia sexual y que el ministro de Educación intensifique sus ataques al mundo académico: el proyecto estatal se está expandiendo en todos los frentes para recrear una cultura brasileña influida por la extrema derecha.

Es “antirracionalista”, dice el historiador Igor Rocha. “Los especialistas son rechazados tan pronto como critican al Gobierno. Centrarse en la cultura sirve para redefinir las líneas generales de un radicalismo político que enfrenta a ‘los otros’, asimilados a los comunistas, contra ‘nosotros’, es decir, el gobierno y los ciudadanos conservadores y fundamentalistas...”.

Él ve en el bolsonarismo una “utopía de la destrucción”. Desde el comienzo de su mandato, la supresión del Ministerio de Cultura demostró esta voluntad de debilitar este sector para poner en marcha este proyecto. “El bolsonarismo se desarrolló a partir de la pérdida de confianza en varias instituciones... Destruye para proponer algo “nuevo”, una alternativa ultraconservadora y ultraliberal como brújula para esta sociedad. Por ejemplo, la cultura ha sido durante mucho tiempo un instrumento importante en la política exterior brasileña, un “poder blando” efectivo que ha elevado al país a un nivel internacional, pero que ahora está siendo socavado.

Antes de inspirarse en los nazis, Roberto Alvim ya se hizo notar en una reunión de la Unesco cuando dijo, para asombro de las delegaciones extranjeras, que “el arte brasileño se ha transformado en un medio de esclavizar al pueblo en nombre de un proyecto radical de izquierdas”.

Además de su importancia ideológica, el proyecto cultural es estratégico. Un año después de su elección, Jair Bolsonaro todavía parece estar en campaña y la cuestión está demostrando ser una forma efectiva de volver a movilizar a sus bases. Al mismo tiempo, la extrema derecha se apoya en sistemas de información alternativos sin los medios de comunicación tradicionales. No es coincidencia que el presidente se tomara la molestia de promocionar varios canales de YouTube desde los primeros días de su mandato.

Además, una de las principales referencias del bolsonarismo, Olavo de Carvalho, es por encima de todo un YouTuber. Un autoproclamado filósofo exiliado en los Estados Unidos, su influencia es inmensa en el campo de Bolsonaro. Responsable del nombramiento de dos ministros de Educación, sus “discípulos” (entre ellos Roberto Alvim) ocupan numerosos puestos en el Gobierno. Durante este primer año de su mandato, los olavistas han llevado a cabo varias operaciones de guerrilla interna, a veces con gran fanfarria, para aumentar su influencia dentro del Gobierno.

A finales de 2019, se impusieron en muchos puestos de responsabilidad en el mundo de la cultura. “Este proyecto de revolución conservadora no surgió de la nada. El propio Olavo de Carvalho es el producto de una tradición brasileña de extrema derecha, influido por el fundamentalismo (fascismo brasileño)”, dice Safatle. “Pero es la primera vez que este proyecto es tan hegemónico con el pleno apoyo del aparato estatal, que tiene tanto espacio y el apoyo de parte de la población. Y esto en un momento en que la izquierda está hecha jirones”.

El momento es dramático, dice el historiador Igor Rocha. La dictadura ejerció una censura violenta, pero “sus líderes nunca presentaron la producción cultural para apoyar sus ideales”. Con Bolsonaro, aunque la censura es más sutil que durante la dictadura, varias obras de teatro críticas con el régimen militar o que tratan temas LGBT ya han sido desprogramadas sin explicación. Con la supresión de las ayudas públicas, las películas, series y festivales también están amenazados. El predecesor de Roberto Alvim dejó su puesto asegurando que no quería “aplaudir la censura”.

Por su parte, Jair Bolsonaro rechaza el término pero dice que su veto de ciertas obras culturales sirve “para preservar los valores cristianos”. Cuando el grupo de comediantes Porta dos fundos lanzó su “especial de Navidad” en Netflix, en el que Jesús aparecía retratado como homosexual, su estudio fue atacado con cócteles molotov. El presidente y su entorno, que vilipendiaron la película, no condenaron el ataque.

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Traducción: Mariola Moreno

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