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La denuncia silenciosa del #MeToo llega a Japón

Protesta de mujeres en Japón, en una imagen de archivo.

Primero llegaron con flores, girasoles, rosas, amapolas envueltas en una ira sorda. Después, en la plaza situada frente a la bulliciosa estación de trenes de Tokio, durante casi dos horas, sus historias de agresiones lo silencian todo a su paso. Era el 11 de abril de 2019. Desde entonces, todos los meses, el mismo día, varios cientos de mujeres japonesas se dan cita para exigir la reforma de la ley sobre la violación y las agresiones sexuales. Y en cada convocatoria son más las ciudades que se suman a la iniciativa. Este martes, 11 de febrero, tienen previsto reunirse en 33 prefecturas, del norte al sur del país.

Minori Kitahara no termina de creérselo. Hace diez meses instaba por primera vez en las redes sociales a concentrarse para denunciar las cuatro absoluciones de sendos acusados de violación. Acudieron casi 400 mujeres. “Hablamos de estos casos durante una hora y al final, las mujeres levantaron la mano”, recuerda la autora y activista feminista. "Querían hablar de su ira, pero también de sus experiencias, nadie se lo esperaba”. Al caer la noche en la capital japonesa, el frío congela las manos. Las historias que siguen una tras otra hielan la sangre. “Una mujer nos contó que fue violada cuando era niña. Tenía recuerdos tan dolorosos que había renunciado a ir a la universidad. Así que se había conformado con un trabajo a tiempo parcial, donde sufre acoso sexual por parte de su jefe”, recuerda Kitahara. “No entendía por qué la historia se repetía”.

Allí, en un lugar que atraviesan cada día miles de viajeros, surgió la primera Flower Demo, una iniciativa muy japonesa de un movimiento, #MeToo, que parecía fuera de su alcance. “Las flores son una forma de decirle a las víctimas que estamos con ellas. Hasta entonces, no teníamos nuestro movimiento #MeToo en Japón porque las mujeres no tenían donde hablar”, explica Minori Kitahara. Cada mes, a la manera de un ritual catártico imposible desde hace mucho tiempo, las pancartas de los manifestantes imponen el lema #WithYou [Contigo] entre las flores.

En los días siguientes a la primera manifestación, Minori Kitahara recibe muchos mensajes de apoyo en las redes sociales, pero también testimonios de mujeres víctimas de violencia sexual que, hasta entonces, habían ocultado su secreto. Todos saben que hablar en público sobre el tema o denunciar su agresión puede exponerlas a respuestas muy violentas. Algunos hablan de suicidio social. Shiori Itō lo sabe mejor que nadie. En su libro La Boîte noire [La caja negra], cuenta la historia de su violación en 2015 y su descenso a los infiernos cuando habló públicamente de ello, pensando que estaba sacando a la luz la verdad. La joven periodista, cenó con el director de una importante cadena de televisión, que le prometió una beca en la sede de Washington.

“Un dolor violento me hizo abrir los ojos. Unas cortinas finas desplegadas. Un dormitorio. Estoy en una cama con algo pesado sobre mí”, escribe la periodista, que amaneció el día después de la cena sin poder recordar lo sucedido. Las grabaciones de vídeo del hotel la muestran en el vestíbulo, incapaz de caminar, mientras su acompañante la sujeta por el brazo. Él hombre admite haber tenido sexo, consentido, con ella cuando estaba borracha. La “caja negra” se refiere a esta habitación de hotel donde se encierra la verdad, a puerta cerrada, único testigo de los hechos. En el caso de Shiori Itō como en los cuatro veredictos que llevaron a la movilización de las manifestantes de Flower Demo, lo que motiva los veredictos particularmente indulgentes de los jueces hacia los presuntos agresores es la dificultad de probar la falta de consentimiento de la víctima.

“Lo que pasó después de la violación terminó por destruirme. No encontré ayuda en ninguna parte. Ni los hospitales, ni las líneas telefónicas de ayuda, ni la Policía me ayudaron”, explica. El hombre al que acusa es poderoso, cercano al primer ministro Shinzo Abe. No consiguió un juicio penal y presentó una demanda civil. En un país donde el tema es tabú, su discurso público la aísla. Su supuesto violador la denuncia por difamación. Shiori Itō se marchó a trabajar al extranjero durante un tiempo. Más de cuatro años después, gracias a ella se ha abierto una brecha para las víctimas. A su salida del tribunal el 18 de diciembre, una muchedumbre esperaba el veredicto, que la mujer anunció con un megáfono: “Ganamos… es un paso importante”. Su presunto agresor ha sido condenado a pagarle un tercio de la indemnización que reclamaba, equivalente a unos 25.000 euros, que le permitirá pagar al abogado.

Lo que tanto el periodista como las manifestantes de Flower Demo piden ahora es un cambio en la ley de 1907. Reformada hace dos años, la ley endureció las penas contra los violadores, pero el punto más controvertido sigue intacto: para calificar una agresión de violación, la víctima debe probar que su torturador recurrió a la violencia o la intimidación y que no pudo resistirse.

Entre los casos que han molestado especialmente a Kitahara está el de una mujer de 19 años, violada por su padre desde que empezó a ir al instituto. Ocurrió en 2017 en la prefectura de Aichi, en el centro del país, y el caso fue juzgado el pasado invierno. El tribunal de Nagoya reconoció las relaciones sexuales “casi forzadas”, admitiendo que la joven había sufrido abusos sexuales durante años por parte de su padre y que él la había maltratado poco antes de violarla. El tribunal consideró estos actos “totalmente inaceptables”, pero absolvió al padre, al considerar que la joven “no estaba en un estado en el que fuera extremadamente difícil resistirse a él”.

“Es un veredicto ridículo, pensamos que habría que sensibilizar a los jueces en asuntos de género”, cuenta Kitahara. Detrás de estos juicios tan criticados, los activistas también apuntan a una visión retrógrada de las relaciones de género.

“A nuestra sociedad no le gustan las mujeres enfadadas”

"Si miras los ránkings internacionales, Japón está en los puestos de arriba en muchas cosas como la educación. Pero cuando se trata de la igualdad de género, el país ocupa el puesto 110 de 149”, dice Tadashi Kaneko, miembro de Voice Up Japan, que cita el último informe del Foro Económico Mundial sobre la igualdad de género.

Voice Up Japan es una de las asociaciones más nuevas, de las pocas asociaciones existentes que promueven la igualdad de género. “Nuestra misión también es crear un entorno más seguro para que las mujeres hablen de sus experiencias de acoso”, explica el joven.

En diciembre de 2018, un tabloide publicó un ránking de las universidades del país donde es más fácil tener relaciones sexuales con estudiantes femeninas. “No era la primera vez que veíamos este tipo de artículo, pero decidimos lanzar una petición y tomar medidas”, cuenta Kaneko. Unas 100.000 firmas más tarde, los que más tarde se convertirían en los jóvenes miembros de Voice Up Japan, conocieron al editor del tabloide. Apesadumbrado, se disculpó: “En lugar de 'relaciones sexuales' deberíamos haber escrito ‘tener intimidad con’”.

“Para él, la preocupación eran las palabras utilizadas... En realidad, no es sólo esta revista, sino toda la sociedad la que tiene un problema con la cosificación de la mujer”, se lamenta el activista. Sin embargo, los editores aceptaron la sugerencia de los miembros de Voice Up Japón de publicar un artículo sobre el consentimiento sexual unos meses después. Después de eso, “las universidades nos pidieron que trabajáramos con los estudiantes”, dice Kaneko. “La mayoría nunca había oído hablar del consentimiento desde la escuela primaria hasta la secundaria. Ni siquiera sabían realmente cómo describir una agresión sexual”. Una abogada japonesa que estaba presente ese día, ella misma víctima de una agresión sexual después de una cena de trabajo, dijo estas terribles palabras: “Para muchos hombres, el consentimiento no es sexy”.

“Se supone que no debemos tener nuestros propios deseos y anhelos”, añade Wakako Fukuda. Esta joven de 26 años, de Tokio, se dio a conocer por su participación en el movimiento de protesta estudiantil Sealds (Acción de Emergencia de los Estudiantes por la Democracia Liberal), que se manifestó en 2015 y 2016 contra la coalición gobernante encabezada por Shinzo Abe. Gran usuaria de las redes sociales y activista comprometida con la defensa de la democracia, se vio rápidamente impulsada a la vanguardia, ocupada principalmente por sus colegas masculinos.

“Mi papel era ser guapa y un poco tonta porque como mujer, eso es lo que se espera de ti. Pero cuanto más nos han expuesto, especialmente en la televisión, más me he dado cuenta de que las mujeres del movimiento recibían una respuesta mucho más violenta que los hombres”, explica Wakako Fukuda, que recuerda los mensajes que recibía a diario. “Eres tan estúpida”, “eres sólo una mujer, no perteneces a este lugar”, “eres tan hermosa, ¿por qué haces esto? Ya nadie querrá casarse contigo”. Mensajes en los en ocasiones que se instaba al suicidio o a la violación.

En las calles, durante las manifestaciones, ella y otras mujeres sufren acoso habitualmente. “Siempre había hombres haciéndonos fotos a escondidas, nos invitaban a salir, nos tocaban el pelo o el cuerpo y nos decían que nos apoyaban, era muy extraño”, recuerda Wakako Fukuda. “Les daba igual si queríamos o no”. Cuando Wakako y los demás deciden hablar, les respondieron: “¡Sí, eso pasa!”. Nos desanimamos, no recibimos ningún apoyo”, dice la activista. Casi todas terminan cerrando sus cuentas en las redes sociales.

A nuestra sociedad no le gustan las mujeres enfadadas. Y por eso elegimos venir con flores”, rememora Kitahara. “En cuanto hablamos de sexismo o, más aún, de feminismo, incluso aquellos que se supone que son más liberales no lo entienden, nos dicen que estamos exagerando”, continúa Wakako Fukuda.

En abril de 2018, a su regreso de Leipzig, donde pasó dos años después de sufrir acoso, organizó una reunión con el lema No me callaré. En torno a 1.000 personas respondieron a la llamada. “A nuestro nivel, eso es mucho. Shiori Itō nos había escrito, la habían invitado, pero no vino porque no se sentía segura. Fue la primera en lanzar #MeToo en Japón, ¡pero había que ver cómo la describía la prensa nacional!”.

Como Minori Kitohara después de la primera Flower Demo, Wakako Fukuda recibió muchos mensajes privados. Las mujeres, a veces 15 o 20 años después de la agresión, cuentan lo sucedido, las violaciones padecidas, pero también las formas más cotidianas y solapadas de acoso que sufren. Desde entonces, la activista ha organizado reuniones para que las mujeres se hagan oír. También ha creado su propio grupo de activistas feministas: I am. “En el contexto japonés en el que llegamos a transformar #MeToo en #WeToo, para parecer menos individualista, estaba más que dispuesto a reafirmar el “yo”, insiste Wakako Fukuda. “Cuando hablamos de estos temas, tiene que ser en primera persona. Las mujeres necesitan reafirmarse como individuos”.

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Traducción: Mariola Moreno

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