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Por qué Gaza es una 'bomba biológica' en plena pandemia: superpoblación, un sistema de salud precario, colapso económico y pobreza masiva

Un payaso palestino lleva una máscara protectora mientras entretiene a los niños que se quedan en su casa debido a una medida de precaución contra la propagación del coronavirus.

René Backmann (Mediapart)

El coronavirus entró oficialmente en Gaza el 21 de marzo, importado por dos predicadores que regresaban de Pakistán a través de Egipto. Los dos religiosos dieron positivo al llegar al puesto fronterizo de Rafah y fueron llevados en cuarentena a un hospital de campaña cercano que había abierto unos días antes. Con ellos fueron puestos también en cuarentena los empleados de aduanas y otras personas con las que habían estado en contacto desde su entrada en Palestina.

Por la tarde, el Ministerio de Sanidad del gobierno de Gaza, controlado desde 2007 por los islamistas de Hamas, confirmó esta información y envió camiones de bomberos a regar con agua clorada las calles del barrio de Shuja'iyya, al este de la ciudad de Gaza, donde viven las familias de los dos predicadores. Poco después comenzaron a circular coches de policía con altavoces dando órdenes a la población de no permanecer en grupos.

Desde mediados de marzo, cuando el número de personas contagiadas crecía cada día en Cisjordania y en Israel, es decir, al otro lado de la verja que rodea la franja de Gaza, el gobierno de Hamas había anunciado que los viajeros llegados al territorio procedentes de Egipto por Rafah o procedentes de Israel por el paso de Erez, serían puestos en cuarentena durante dos semanas. La entrada a Egipto por Rafah estaba al mismo tiempo prohibida por el gobierno de El Cairo, que imponía, en el otro sentido, horarios de paso con destino a Gaza tan cambiantes que unos 400 palestinos llevaban varios días bloqueados en el lado egipcio.

En cuanto a la entrada en Israel por Erez, fue cerrada por el gobierno israelí desde el 12 de marzo, incluso para los 5.000 gazatíes con permiso de trabajo en Israel. Solo seguían siendo admitidos en Israel, según la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU (Ocha), las urgencias médicas y los pacientes con cáncer que siguen un tratamiento en los hospitales israelíes.

Para acoger a los confinados han sido requisados una veintena de hoteles, escuelas, gimnasios y salas de reuniones. Los puntos de entrada y salida de mercancías, sin embargo, seguian abiertas con el régimen horario habitual, es decir, aleatorio. Los mercados, comercios y restaurantes seguían igualmente abiertos.

Alertados por las autoridades, algunos artesanos comenzaron a aumentar la producción de jabón y de desinfectante sin alcohol. Otros, previsores, se pusieron a confeccionar máscaras y trajes de protección. Se podía ver en los mercados gente con máscaras y con guantes de goma. Los termómetros y algunos medicamentos comenzaban a escasear. También empezaba a faltar el dinero, aunque eso no era nuevo, solamente más fastidioso.

En un territorio donde el 80% de la población necesita ayuda humanitaria para vivir y el 70% de la juventud está en paro, el problema para la mayor parte de los habitantes tanto ayer como hoy no es encontrar los productos que faltan en los supermercados, sino el dinero que permita comprarlos, y el temor a la epidemia no hace más que agravar la miseria. Según un estudio del International Crisis Group (ICG), los farmacéuticos de Gaza han empezado a vender pastillas de paracetamol, antibióticos y antiinflamatorios por unidades, en lugar de por cajas. Hasta el 21 de enero algunos gazatíes hacían aún bromas sobre el coronavirus en las redes sociales. Bromas amargas referidas a menudo al bloqueo israelí que les corta de todo desde hace trece años y que, por una vez, podría tener a bien cortarles también la pandemia.

Ahora, los tiempos de las bromas han terminado. Desde la llegada de los dos predicadores contagiados, las autoridades, visiblemente preocupadas, incluso aterrorizadas, han multiplicado las medidas de seguridad sanitaria para tratar de contener la plaga. Tras prohibir las celebraciones de bodas y funerales y las manifestaciones o reuniones públicas, el gobierno ha decretado el cierre inmediato de los cafés y restaurantes, suspendida la gran oración del viernes y cerrado el puerto. El ministerio de sanidad también suspendió, el 23 de marzo, todas las operaciones quirúrgicas no indispensables y las consultas.

El 25 de marzo, una nueva vuelta de tuerca: el ministerio de asuntos religiosos ordena el cierre de los lugares de culto y de enseñanza religiosa y pide a los “padres y madres que transformen sus hogares en mezquitas y escuelas”. La tradicional celebración del “Día de la Tierra”, prevista como cada año para el 30 de marzo, fue cancelada. El 31, diez días después de la detección de los dos primeros casos, son puestos bajo vigilancia médica otros diez contagiados más y 1.760 personas son puestas en cuarentena y asignadas a 25 centros. A falta de tests suficientes, la duración de las cuarentenas aumenta de 14 a 21 días.

Mientras en Israel, en confinamiento, habían sido identificados el domingo pasado 8.000 contagiados y registrados 47 muertos, y la Autoridad Palestina, también confinada, hacía un recuento en Cisjordania de 215 contagiados y un muerto, las agencias especializadas de la ONU y varias organizaciones humanitarias están ya advirtiendo de la situación, cada vez más alarmante, en la franja de Gaza.

“La propagación del Covid-19 en la franja de Gaza será un gran desastre, fruto de las condiciones excepcionales creadas por más de una década de bloqueo”, advierte B'Tselem, organización israelí de derechos humanos en los territorios ocupados. “Un sistema sanitario fallido, la extrema pobreza, la dependencia de la ayuda humanitaria, infraestructuras desastrosas, condiciones de vida difíciles que afectan a la salud pública –incluso antes de la exposición al nuevo virus– se combinan con la superpoblación para crear el escenario de una pesadilla. Un escenario producido por Israel”. Por su parte, Christian Saunders, comisario general de la Unrwa, la agencia de Naciones Unidas para los refugiados palestinos, anuncia que “Para una zona tan densamente poblada como la franja de Gaza, ya muy debilitada por los años de bloqueo, el Covid-19 podría ser un desastre”.

Diecisiete hospitales y dispensarios destruidos por los ataques israelíes

“Cuando vemos lo que pasa en Francia, en Italia o en España”, dice Ely Sok, coordinador local de Médicos sin Fronteras, “nos imaginamos lo que podría pasar en Gaza donde falta de todo, desde las simples batas hasta los respiradores, pasando por los kits de tests y los concentradores de oxígeno. Hay buenos médicos, pero están más entrenados para la cirugía de guerra, las amputaciones, que para la lucha contra una pandemia viral. Estamos preparando el envío de un stock de material de refuerzo pero con el cierre de los aeropuertos y la falta de aviones de carga disponibles, es difícil decir si el cargamento llegará antes o después de la propagación del virus al conjunto de la población. Lo único seguro es que la propagación ocurrirá y que nos esperan días muy difíciles”.

El profesor Raphi Walden, cirujano vascular, director adjunto del hospital Sheba-Tel Hashomer de Tel Aviv, dice, preocupado, que “en un territorio superpoblado, prácticamente sin agua potable, con una alimentación discontinua de electricidad, donde los hospitales carecen de equipos de protección, de instalaciones de cuidados intensivos, de ambulancias, de medicamentos esenciales, de respiradores, de tests e incluso de personal cualificado, la propagación del coronavirus puede provocar una enorme catástrofe”.

Raphi Walden, dirigente de la asociación Médicos por los Derechos Humanos, que da formación desde hace años al personal médico palestino en Cisjordania, en Gaza y en Tel Aviv, conoce bien la red hospitalaria de Gaza. “De las pocas decenas de respiradores de que disponen los hospitales de Gaza, la casi totalidad de los que funcionan deben estar disponibles para las afecciones pulmonares clásicas. Son pues inutilizables para los pacientes contagiados porque pueden llevar el virus a sus servicios. Lo que es también muy preocupante es la cantidad de estanterías vacías en las farmacias de los hospitales”. El mismo ejército israelí cree que la situación es muy crítica, hasta el punto de que el estado mayor ha iniciado ya contactos discretos con la Autoridad Palestina en Ramallah para comunicarles su disposición a cooperar, especialmente en el transporte de la ayuda humanitaria.

Pesadilla, desastre, gran catástrofe... son palabras alarmistas de los expertos porque la franja de Gaza concentra prácticamente todos los factores de riesgo graves que una colectividad puede presentar frente a una epidemia: falta de higiene, extrema pobreza, promiscuidad extrema y equipamiento médico y sanitario insuficiente.

Desde las elecciones de 2006, que ganó Hamas, y el embrión de guerra civil intrapalestina que siguió al anuncio de los resultados, los islamistas tomaron el control del territorio de Gaza mientras que Al Fatah y la Autoridad Palestina han conservado el de Cisjordania, que comparten, con tensiones, con Israel y sus colonos. Los dirigentes israelíes, que habían retirado en 2005 sus soldados de Gaza y los 7.000 colonos que protegían, ante la aparición a menos de 100 kilómetros de Tel Aviv de un bastión islamista, pusieron en marcha a partir de septiembre de 2007 un bloqueo terrestre, marítimo y aéreo a esta “entidad hostil”.

Este bloqueo está materializado sobre el terreno por la instalación de una alambrada de 50 km combinada con una “zona de exclusión” que ocupa el 25% del enclave y convierte en inaccesible al 35% de las tierras cultivables. El bloqueo, que se aplica también a 40 km de costa y al que contribuye Egipto, a su manera, en los 12 km de frontera con el territorio palestino, ha destruido literalmente la economía rústica del enclave, transformado en una cárcel gigante. Destrucción que ha sido agravada por las tres guerras desencadenadas por Israel en 2008, 2012 y 2014, oficialmente para responder a los ataques con cohetes o misiles lanzados desde Gaza sobre territorio israelí.

Estos tres conflictos, que han causado cerca de 4.000 muertos palestinos y un centenar de israelíes, añadidos a la asfixia continua del bloqueo, han jugado un papel importante en el hundimiento del sistema sanitario local. Un informe de 2009 de la OMS acusaba a Israel de limitar deliberadamente el acceso de aprovisionamiento de material médico y de repuestos, lo que provocó que la mayor parte del equipamiento médico de Gaza estuviera averiado o anticuado. En agosto de 2014, poco después de la guerra dirigida por el general Benny Gantz, antiguo rival político y ahora socio de Netanyahu, otro informe, esta vez de Amnistía Internacional, constataba que los ataques israelíes habían destruido 17 hospitales y dispensarios en la franja de Gaza. Y en 2018, cuando aún faltaba el 50% de medicamentos esenciales, murieron unos cincuenta pacientes por no haber obtenido a tiempo un permiso de salida.

Otros dos factores más han agravado el miserable sistema sanitario de la franja de Gaza. Las malas relaciones entre Hamas y la Autoridad Palestina son considerados responsables de la parsimoniosa entrega por Ramalah de material médico o de combustible para los generadores de electricidad, y la desastrosa situación económica y de seguridad ha provocado, desde 2018, la emigración de muchos médicos, entre 40 y 150 según las fuentes, un éxodo facilitado por la disminución estos últimos meses –antes de la llegada de la pandemia– de las condiciones de entrada en Egipto por el puesto fronterizo de Rafah.

Un contagio generalizado podría matar a 50.000 personas

Pero el hundimiento del sistema sanitario no es la única explicación del alarmismo de los expertos. Tanto para Ely Sok, de MSF, como para Raphi Walden, pionero de Médicos por los Derechos Humanos, la densidad de población, la falta de agua potable, los cortes de electricidad y la ausencia de una verdadera red de saneamiento suman unos factores agravantes que hacen correr el riesgo de una proliferación explosiva de contagios.

Las estadísticas oficiales, tanto israelíes como palestinas, indican que la franja de Gaza tiene unos 2 millones de habitantes, de los cuales 1,3 millones de refugiados, para una superficie de 365 km2 , lo que corresponde a una densidad, impresionante, de 5.479 habitantes por km2, situándola entre Gibraltar y Hong Kong (la de Francia es de 105,8 habitantes por km2). Pero basta con atravesar el territorio desde Erez hasta Rafah para darse cuenta de que las zonas habitadas sólo son una pequeña proporción de esta superficie, unos 40 km2 según los geógrafos palestinos. La verdadera densidad es entonces de unos 50.000 habitantes por km2, superior a la de Manila o Bombay.

Las cifras más altas se alcanzan en los campos de refugiados, concentración de chabolas permanentes donde se amontonan más de un tercio de los habitantes. En estos laberintos miserables, abrasadores en verano y embarrados en invierno, de Shati, Rafah, Khan Younis, Deir El-Bala o Jabaliya, donde nació la Intifada en 1987, familias de diez personas viven en unos pocos metros cuadrados. ¿Cómo puedes pedirles que respeten la distancia social durante días o semanas de confinamiento? Sobre todo si tenemos en cuenta que dos tercios de la población de Gaza tiene menos de 25 años y cerca del 45% menos de 15 años.

Cuando añades esta promiscuidad de cada instante a la situación desastrosa del sistema sanitario, se comprende mejor por qué los médicos locales temen un “contagio masivo” incontrolable que podría matar hasta 50.000 personas en solo unos días. Según las estimaciones de expertos consultados por ICG, los hospitales de Gaza necesitarían en caso de propagación del virus al menos 100.000 camas de atenciones y de reanimación. Por ahora solo tienen disponibles unas 2.500. El Ministerio de sanidad afirma que dispone solo de 65 respiradores, de los cuales algunos están siendo utilizados y otros están averiados. Calculan que necesitan con urgencia unos 150 aparatos.

La OMS ha comprado ya algunos respiradores, sistemas de vigilancia de pacientes y algunas camas de cuidados intensivos. Varias ONG han enviado a la Autoridad Palestina, encargada de la distribución en Cisjordania y Gaza, guantes, trajes aislantes y stocks de líquido desinfectante. El Ministerio de sanidad de la Autoridad Palestina ha transferido a Gaza una parte de los kits de detección que había recibido. Pero teniendo en cuenta las necesidades potenciales, si se produjera una “propagación explosiva”, todo sería insuficiente.

“El gobierno de Hamas dice que solo tenemos algunos casos y que todo está bajo control”, nos confiesa un médico de un gran hospital de Gaza, que prefiere no dar su nombre. “Es falso. No tenemos prácticamente equipos de protección ni desinfectantes. Una parte de la gente en cuarentena vive en condiciones de higiene inaceptables. Nosotros podemos hacernos cargo de algunas decenas de enfermos, pero no más. Realmente estamos trabajando con miedo”.

Según el último informe de la Oficina de Asuntos Humanitarios de la ONU, “continúa la estrecha cooperación entre las autoridades israelíes y palestinas constatada desde el inicio de la crisis”. Israel ha facilitado la importación por el gobierno de Ramallah de 10.000 kits de detección y ha organizado en el hospital Makassed, en Jerusalem-Este, una sesión de formación del departamento de urgencias para acoger a pacientes víctimas del coronavirus.

Con el régimen de Gaza, las relaciones son claramente menos cordiales, incluso en este periodo de movilización planetaria contra el enemigo común del virus. El Cogat, la unidad del ejército encargada de las relaciones con los civiles en Cisjordania y Gaza, se ha limitado por el momento a autorizar la entrada de 500 kits de detección y de 1.000 trajes de protección facilitados por la OMS. Pero ha prohibido a 1.700 enfermos, sin relación con el coronavirus, a atravesar el paso de Erez para ser atendidos en Jerusalem-Este. “Con nosotros, los israelíes se han mostrado bien dispuestos”, dice no obstante Ely Sok, de MSF. “Nos han dado ya la autorización para importar material de urgencia que estamos enviando desde Francia”.

“El sistema sanitario israelí no está preparado y se encuentra desbordado”, dice un informe del Interventor del Estado citado por un responsable para explicar que Israel no puede hacer más que dejar entrar, excepcionalmente, la ayuda internacional destinada a los palestinos. “Lo que sí se puede hacer”, decía recientemente un funcionario israelí a un visitante extranjero, “es que los palestinos de Gaza pidan a Qatar que compren lo que necesitan y que lo entreguen a la Autoridad Palestina. Nosotros no nos opondremos a la entrega de esos envíos a Gaza si se hace a través de la Autoridad Palestina”. El ministro saliente de Defensa, Naftalí Bennett, líder de la coalición de extrema derecha Yamina, tiene un concepto muy personal de este diálogo humanitario. Sugiere intercambiar la ayuda extranjera a Gaza vía Israel o el envío de ayuda humanitaria israelí por la entrega de los restos de dos soldados israelíes muertos en 2014.

Escudándose en su retirada unilateral de 2005, los dirigentes israelíes rechazan hoy toda responsabilidad de lo que pasa en el enclave. Como si los soldados y marinos que asedian la franja de Gaza a lo largo de más de 90 km de su periferia terrestre y marítima (los 12 últimos kilómetros son frontera con Egipto) no fueran israelíes, y como si Israel no controlara la mayor parte de las entradas y salidas de personas y bienes gracias al dominio de todos los puntos de paso, excepto Rafah. El acceso marítimo a Gaza está prohibido por la marina israelí y el único aeropuerto del territorio fue destruido hace tiempo por la aviación y los bulldozers del ejército israelí.

“La posición del gobierno israelí actual, de que Israel no tiene ya ninguna obligación ni responsabilidad en la franja de Gaza, no tiene ningún fundamento”, afirma un estudio de B'Tsselem. “Es verdad que el Estado de Israel ya no es el responsable del mantenimiento de la paz en el interior del territorio, pero con la aplicación del bloqueo está condicionando la vida diaria de sus habitantes y por consiguiente tiene responsabilidades al respecto”. Eso sin citar explícitamente el artículo 56 de la 4ª Convención de Ginebra que obliga a la “potencia ocupante” a “luchar (en el territorio ocupado) contra la propagación de enfermedades contagiosas y las epidemias”. El director de Médicos por los Derechos Humanos en los territorios ocupados subraya también las obligaciones legales de Israel con Gaza: ”En virtud del derecho internacional, Israel tiene la responsabilidad de proveer al ministerio de sanidad de Gaza de los medios que necesite”, e insiste en que “el gobierno de Israel tiene el deber legal y la obligación moral de ayudar a Gaza en un momento tan crítico. Pero también tiene tal vez interés. Si la epidemia se propaga en Gaza será una catástrofe espantosa y no será la barrera la que nos proteja”.

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Traducción de Miguel López.

Texto original en francés:

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