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Bolsonaro aprovecha la crisis del covid-19 para acelerar la deforestación en la Amazonia

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Jean-Mathieu Albertini (Mediapart)

"Si yo viviera en Manaos, estaría muy preocupado". El secretario de Estado de sanidad fue cesado el 7 de abril, en plena pandemia, y el ministro de Sanidad, Sergio Moro, no ocultaba su preocupación. Días después fue cesado también el propio Moro y sus temores se han visto ampliamente justificados: apenas un mes desde el primer caso de contagio en el estado de Amazonas se ha desmoronado el sistema local de sanidad.

La pandemia va a ser incontrolable en un Estado que apenas cuenta con 290 camas de reanimación por cada 4 millones de habitantes y que carece de mano de obra especializada. El año pasado, 549 médicos dejaron de trabajar en Manaos porque tardaban en pagarles. La infraestructura de urgencias, el material y los refuerzos tardan en llegar mientras que el número de muertes se dispara. En un vídeo aparecido el 17 de abril se ven varios cadáveres mezclados con pacientes en los pasillos de un hospital.

Las cifras oficiales hacen un recuento de 3.194 casos confirmados y 255 víctimas pero, como en el resto del país, la infravaloración es la regla. La insuficiencia de pruebas rápidas es escandalosa y la capacidad de análisis de los laboratorios muy inferior a la demanda: sólo se somete a prueba rápida a los casos más graves y hay que esperar más de 15 días para tener el resultado. Recientes estudios han demostrado que el número de casos podría ser por lo menos 12 veces más que el anunciado. En los cementerios gestionados por el ayuntamiento se hacen 82 entierros diarios de media y antes de la pandemia eran 28. Desde el 22 de abril se ha pedido el refuerzo de excavadoras para enterrar los cuerpos en fosas comunes.

Las perspectivas son aún más sombrías. Manaos es la ciudad de Brasil donde menos se respeta el confinamiento. Para el alcalde, Arthur Virgilio Neto (del partido PSDB, derecha), los baños de multitudes recurrentes del presidente Bolsonaro y su política anti-aislamiento han desmovilizado a la población. "Es actualmente el principal aliado del virus", soltó sin miramientos el 13 de abril. Una semana después añadió, con lágrimas en los ojos, "estamos al límite de la barbarie". La propagación de la epidemia en el interior ya ha comenzado y se prevé una nueva catástrofe. El frágil sistema sanitario del Estado se ha concentrado de lleno en Manaos y muchos habitantes están a varios días en barco.

En realidad, está perturbado todo el equilibrio de la cuenca amazónica. En Belem, en la desembocadura del río Amazonas, los habitantes de las favelas cuentan principalmente con la ayuda mutua mientras que en la frontera con la Guyana, el pequeño Estado de Macapá está desbordado. Las decisiones del Gobierno parecen agravar una situación ya crítica, sobre todo porque el sector minero ha sido considerado como esencial. No lejos de la pequeña ciudad de Parauapebas, cientos de operarios del gigante minero Vale siguen trabajando sin protección. El virus causó allí su primera víctima el 10 de abril. Los médicos temen una explosión de casos con origen en esa inmensa mina.

En el Estado de Amazonia sólo hay 1,19 médicos por 1.000 habitantes (2,1 en el resto del país y 4,1 en Italia, por ejemplo). Las comunidades más alejadas de los centros urbanos no tienen acceso a los servicios sanitarios mientras los médicos cubanos del programa Mais médicos, expulsados por el Gobierno de Bolsonaro, no han sido totalmente reeemplazados. Sin un apoyo real, varias comunidades autóctonas han bloqueado preventivamente el acceso a su territorio.

Pero mucha gente quiere forzar el contacto. Fly Guajajara, miembro de los "guardianes de la selva" (un grupo que trata de proteger el territorio Guajajara de la deforestación), explica a Mediapart -socio editorial de infoLibre- que se han preparado como han podido para aislarse. En este territorio, el Maranhão, las incursiones de traficantes de madera han diezmado la caza y destruido muchos árboles frutales, forzando a la población a depender cada vez más del exterior: "No he podido comprar más provisiones que éstas en la ciudad, pero vamos a tratar de aguantar el mayor tiempo posible con lo que tenemos".

Pero en esta zona, donde los conflictos con los traficantes de madera duran varias décadas, los localidades autóctonas están a menudo en los lindes de sus territorios. El aislamiento no es suficiente para asegurar su protección. El 31 de marzo fue abatido a tiros Zezico Guajajara, un líder territorial cercano a los "guardianes de la selva". Con toda la atención de los medios acaparada por el coronavirus, los criminales campan a sus anchas e intensifican sus constantes amenazas contra los autóctonos.

"Los traficantes de madera no hacen teletrabajo""Los traficantes de madera no hacen teletrabajo

Mientras una buena parte del mundo ha parado su actividad, motosierras y retroexcavadoras funcionan a pleno régimen en la selva amazónica. Desde la llegada al poder de Bolsonaro aumenta constantemente la deforestación, pero este marzo de 2020 se ha disparado, más del 279% respecto al año pasado. A causa del virus, la represión de las autoridades contra las actividades ilegales, que ya eran tímidas, ahora está casi parada.

"Como medida de prudencia, los funcionarios están confinados, pero los traficantes de madera no hacen teletrabajo", suspira Paulo Bonavigo, que dirige la ONG Ecoporé, activa en el Estado de Rondônia, uno de los más afectados por la deforestación (oeste de Brasil, en la frontera con Bolivia). Y aún peor, en el marco del tímido esfuerzo para reducir la población carcelaria para evitar focos de contagios en las prisiones, han sido liberados varios condenados por delitos mediambientales. El activista Bonavigo lamenta que ladrones de tierras tristemente conocidos, tan pronto han salido de la cárcel han reiniciado sus operaciones en el territorio de los Uru-Eu-Wau-Wau.

Más al oeste, en el mismo Estado de Rondônia, los Karipuna se enfrentan a un nuevo intento de invasión. El grupo étnico ha estado cerca de la extinción en los años 70. Sólo ocho sobrevivieron a las enfermedades causadas por los contactos forzados. En la actualidad son poco más de 60 y están atemorizados por miedo al contagio. André Karipuna, en cuarentena en su comunidad, teme lo peor: "Están cada vez más cerca, se oyen las motosierras. Tenemos miedo de que nos ataquen o que nos contagien...".

La primera víctima del virus entre los autóctonos es un joven Yanomami, probablemente contagiado por uno de los 20.000 buscadores de oro clandestinos que han invadido su territorio en el Estado de Roraima (extremo norte de Brasil). En el valle del Javari, una inmensa región de la Amazonia, ha empezado finalmente la expedición en helicóptero preparada por misioneros fanáticos para convertir a los aislados, los que no tienen contacto alguno con la sociedad, y se temen unas consecuencias dramáticas.

Esos autóctonos no pueden contar con el Gobierno. Tres semanas después de haber recibido 11 millones de reales (unos 2 millones de euros) para luchar contra el coronavirus, la institución encargada de la protección de los autóctonos, la FUNAI, no ha gastado un solo real de este presupuesto de urgencia.

La crisis económica que va a llegar puede que sirva de estímulo para las expediciones de criminales de la selva. "Esto va generar un paro enorme y muchos se verán obligados a realizar actividades delictivas para conseguir ingresos", analiza Christian Poirier, de la ONG Amazon Watch. Especialmente porque el aumento de precios de las materias primas anima a ello.

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"El precio del gramo de oro se ha disparado desde primeros de año (de 194 dólares a finales de 2019 a 268 dólares en marzo 2020). Al contrario, el valor del real ha caído, lo que dinamiza las exportaciones de productos, entre ellos los que son parte de la destrucción de la selva como el ganado o las maderas tropicales muy apreciadas...", precisa Christian Poirier. "Y lo peor está por llegar, porque en Amazonia estamos ahora en la estación de las lluvias, cuando la deforestación es menos importante". A finales de mayo, cuando comience la estación seca, la deforestación y los incendios pueden llegar a ser especialmente devastadores.

Traducción: Miguel López.

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