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El cónsul de España en Bayona echa a la calle a sus empleados domésticos en pleno confinamiento

La imponente mansión del cónsul (en primer plano) en el paseo marítimo de Bayona.

Camille Polloni y Antton Rouget (Mediapart)

La interpretación de las reglas de confinamiento no es la misma para todo el mundo. Hay ciudadanos que están obligados a trabajar, los que sacrifican su ocio y sus relaciones sociales para estar encerrados, los que se limitan a una salida de una hora al día para tomar el aire o los que se saltan algunas reglas para tomarse un respiro o involucrarse en acciones solidarias. Y luego está el cónsul de España en Bayona.

El 3 de abril, el diplomático echó de su palacete a la pareja de ucranianos que trabajaban allí desde hace doce años, según una investigación de Mediapart, socio editorial de infoLibre. Estos empleados domésticos, cuyos contratos de trabajo acababan de terminar, no hablan francés y no tienen medios de transporte ni alojamiento. La mujer sufre además de diabetes, una patología que le hace especialmente vulnerable frente al covid-19 y necesita cuidados diarios. Junto a su marido, han sido finalmente acogidos por una vecina que, impactada por la situación, ha decidido alojarles gratuitamente desde hace un mes.

Sus sustitutos, una pareja de filipinos procedentes de Madrid, han atravesado la frontera franco-española a pesar de las fuertes restricciones impuestas por las autoridades. Su llegada tuvo lugar el 24 de marzo, cuando el confinamiento llevaba en vigor desde hacía una semana en Francia y diez días en España. La frontera está oficialmente cerrada, salvo algunas excepciones: los camioneros, los sanitarios, los trabajadores transfronterizos y el personal diplomático pueden pasar sin problemas.

Con su coche Ford Mondeo, el cónsul español en Bayona y su esposa se fueron a San Sebastián. Su chófer, temiendo ese arriesgado viaje, está de baja por enfermedad. Entonces cogieron ellos mismos el volante y fueron a buscar a sus nuevos empleados para llevarlos a su residencia oficial, en Biarritz.

“Nuestras embajadas y consulados han recibido instrucciones consistentes en respetar las recomendaciones y directivas sanitarias locales. En este caso concreto, como en los demás, esta instrucción ha sido seguida al pie de la letra”, explican en el ministerio de asuntos exteriores español, aunque sin contestar a nuestras preguntas (ver nuestra Caja Negra). Contactados por Mediapart, la prefectura de Pirineos Atlánticos y el subprefecto de Bayona, Hervé Jonathan, no han querido decirnos si este desplazamiento contaba con una autorización particular concedida por sus servicios.

Desde julio de 2018, la villa Les Escalettes, una bella y gran edificación al borde del mar, construida en 1924 por el arquitecto y decorador Charles Siclis, está ocupada por Álvaro Alabart Fernández-Cavada y su esposa. El cónsul, anteriormente embajador de España en Mozambique, figuraba en 2018 en la lista de diplomáticos españoles con un patrimonio superior a un millón de euros (leer aquí). Desde su llegada a Biarritz contaba con un personal a cargo como Oksana y Pavlo (nombres ficticios), encargados de la cocina, del servicio, de la limpieza y de la ropa.

Álvaro Alabart, entonces embajador en Mozambique, visita en 2015 un centro de salud que trabaja en la malaria, el sida, la tuberculosis y las enfermedades diarreicas. EMBAJADA DE ESPAÑA EN MOZAMBIQUE

Empleados en la residencia desde hacía doce años, Pavlo y Oksana han venido compartiendo la intimidad familiar de cinco cónsules sucesivos. Estos empleados domésticos vivían allí, en dos habitaciones puestas a su disposición en el primer piso. Sus contratos de trabajo, según el Derecho francés, terminaron el 31 de marzo. Cuando llegaron sus sucesores, Oksana y Pavlo se dedicaron algunos días a enseñarles las tareas de la casa.

Los filipinos, hispanohablantes, se instalan en una vivienda en el sótano que había sido acondicionada por un cónsul anterior para ofrecer un poco de independencia a sus hijos. Las habitaciones, que luego sirvieron de almacén, fueron preparadas para ellos en las semanas anteriores.

Estos preparativos parecen indicar que la contratación de la pareja de filipinos estaba prevista bastante antes. Sin embargo, Mediapart no ha encontrado ninguna pista de un contrato de trabajo formal de los recién llegados. “El 9 de marzo, el cónsul general pidió hacer un contrato de asistencia técnica para la realización de obras en la residencia”, dice el Ministerio de Asuntos Exteriores español, añadiendo que los servicios centrales del ministerio “dieron autorización a una empresa por un periodo de tres meses” el 26 de marzo.

Esta asistencia técnica, “prevista para hacer frente a unas necesidades de corta duración y muy concretas”, no constituye “una alternativa al contrato de trabajo”, añade el ministerio. A pesar de nuestra insistencia, el ministerio no nos ha dado más detalles sobre la empresa en cuestión ni sobre el hecho de que el personal haya llegado a Biarritz el 24 de marzo, dos días antes de la fecha de autorización. Este tema “concierne directamente a la relación entre la empresa y sus trabajadores”.

Un aspecto más anecdótico de su vida cotidiana fue sin embargo tomado en cuenta rápidamente: el 14 de abril, a pesar del confinamiento, una empresa regional especializada en antenas, encargada por el cónsul, intervino para que los nuevos empleados pudiesen ver la televisión en su apartamento.

“Los diplomáticos no hacen eso”Los diplomáticos no hacen eso”

El 31 de marzo, Oksana y Pavlo debían, en teoría, despedirse de la residencia, acercarse a Irún en coche y luego ir a Bilbao en autobús. Allí tomarían un avión para regresar a Lviv, en Ucrania, a través de Munich. Pero la epidemia del covid-19 y el confinamiento trastocaron su proyecto.

Los vuelos a Ucrania se cancelaron, las fronteras se cerraron y los hoteles también. Hablan español pero no francés, y no saben adónde ir. Oksana está preocupada por su salud. Su diabetes la hace especialmente vulnerable y necesita, desde que la operaron en enero, cuidados diarios en una enfermería a dos pasos de su lugar de residencia.

“Cuando vimos que todo estaba cerrado en España, le pedí al cónsul si podíamos quedarnos”, cuenta Oksana. “Él me respondió: Sí, sí, no te preocupes. Pero a continuación su mujer nos dijo que no íbamos a poder quedarnos”. Preguntado varias veces por Mediapart, Álvaro Alabart no nos ha dado explicaciones. En Madrid, la oficina de información del Ministerio de Asuntos Exteriores sólo nos dice que el 6 de marzo “los dos empleados de servicio presentaron por escrito su solicitud de jubilación a contar desde el 31 de marzo”.

El viernes 3 de abril por la tarde, Álvaro Alabart pide a la cocinera y a su marido que dejen la residencia al día siguiente. El cónsul no les propone ninguna otra solución, según la pareja ucraniana, salvo llevarles a España el siguiente lunes.

Oksana se vió obligada a rechazar esa oferta. “Soy diabética, hay muchos casos de covid-19 en España y la frontera está cerrada, esto no es serio. Mi permiso de trabajo es francés, mis papeles de la seguridad social son franceses. ¿Qué íbamos a hacer en España? No sé cómo ha podido ofrecerme eso, los diplomáticos no hacen eso”. Oksana estaba “completamente aterrorizada” después de esa conversación, según recuerda un testigo. Esa misma tarde, la pareja preparó sus cosas sin saber adónde ir.

Algunas llamadas más tarde, una vecina acepta, el sábado por la mañana, alojarles en la vivienda de su hijo, desocupada por el momento. “Estaba muy sorprendida de que el diplomático hiciera eso”, explica esta ciudadana española, muy conocida por los anteriores cónsules que ha visto pasar desde finales de los años 70. Esta jubilada sigue sorprendida por la situación: “Todo está cerrado ahí fuera. La casa del cónsul es bastante grande. No molestaría a nadie que se quedaran allí durante el tiempo de confinamiento”. A falta de algo mejor, les acoge con mucho gusto. “Oksana y su marido son muy discretos, no quieren nunca molestar y jamás han dado el menor problema”.

“Antes de las 14 horas habíamos salido del consulado”, resume Oksana. Su benefactora recuerda que la ex empleada doméstica “estaba muy afectada por la situación”. “Yo les dije que se quedaran en este piso todo lo que hiciera falta. Ella lloraba y lloraba y quería abrazarme”. En el momento de publicar este artículo, Oksana y su marido llevan ya un mes en este piso. “La embajada de Ucrania debe avisarme cuando empiecen otra vez los vuelos. Lo miro todos los días pero siguen cancelados. No se venden billetes”.

Según la información de Mediapart, el apartamento de los exempleados en la residencia del cónsul siguen a día de hoy sin estar ocupados. ¿Era imposible dejarles vivir allí algunas semanas más? El cónsul no ha contestado. “Nosotros no quitábamos el sitio a nadie”, dice Oksana.

Además de los dos apartamentos de servicio, la residencia cuenta con ocho habitaciones (y seis cuartos de baño) de las cuales tres estaban ocupadas durante las primeras semanas de confinamiento por el cónsul, su esposa y sus dos hijas, adultas, de visita. A pesar de las restricciones de circulación vigentes, una de ellas se fue de la residencia en coche, el sábado 25 de abril después de comer.

Más allá de las circunstancias de su salida, Oksana estima que las condiciones de trabajo se habían degradado mucho desde la llegada de Álvaro Alabart y su esposa hace dos años, cuando no había habido jamás ni un problema con los cónsules anteriores. “La mujer del cónsul tiene un carácter muy fuerte y llega a gritar. Nada estaba como ella quería. Desde hacía dos años yo trabajaba como una esclava. Jamás había trabajado tanto”.

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Su contrato era de 35 horas de trabajo a la semana, pero Oksana dice que las jornadas se estiraban “desde las 7 de la mañana hasta las 9 de la noche”, a veces sin parar y con encargos privados. “Cuando el cónsul y su mujer recibían a amigos, no en recepciones oficiales, teníamos que estar en la cocina hasta las 2 de la madrugada para servirles”, agrega.

Traducción de Miguel López.

Texto original en francés:

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