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Joe Biden protagoniza una extraña campaña encerrado en su casa en medio del covid-19 y parece que le va bien

Una captura de pantalla muestra a Joe Biden dando un discurso de agradecimiento a los trabajadores de la salud en la crisis del coronavirus.

Mathieu Magnaudeix (Mediapart)

Joe Biden tiene 77 años, por lo que, en este tiempo de coronavirus, es una persona en riesgo. El ex vicepresidente de Barack Obama, que ya no tiene rival en la carrera para la investidura demócrata para las elecciones presidenciales del 3 de noviembre, vive desde hace dos meses aislado con su esposa en su residencia de Wilmington (Delaware), en la costa este de los Estados Unidos.

Sus colaboradores cercanos le aconsejan a distancia. Únicamente le visita de vez en cuando, y con mascarilla, su jefe de gabinete. Mientras Donald Trump se impaciencia por las ganas de empezar sus mítines de campaña, animado por las ruidosas manifestaciones de sus seguidores que reclaman la “reapertura” del país, a pesar de los casi 90.000 muertos causados por la extensión de la pandemia hasta por los pasillos de la Casa Blanca, Joe Biden no tiene intención de cambiar de planes.

El coronavirus es su divina sorpresa: candidato anacrónico en muchos aspectos, encarnación de los errores políticos de los demócratas desde hace cuatro décadas (pidió perdón varias veces por sus decisiones anteriores, empezando por el apoyo a la guerra de Irak), el moderado Biden quiere forzar el contraste con el 45º presidente de los Estados Unidos, que no escucha a los científicos y se niega a gestionar esta crisis sanitaria que ha negado durante tanto tiempo.

Mientras treinta y seis millones de estadounidenses se han ido al paro desde marzo, algo nunca visto desde la Gran Depresión, Biden, desde el estudio que ha montado en el sótano de su residencia, se posiciona como el candidato de la unidad nacional, vehículo obligado para dejar la era Trump.

Los episodios de las primarias frente a sus rivales demócratas parecen ya lejanos. A mediados de febrero, el senador socialista Bernie Sanders aparecía como favorito en la carrera para la investidura, pero Biden, distanciado hasta entonces, volvió al ruedo con una espectacular victoria en Carolina del Sur gracias a su popularidad entre el electorado negro de ese Estado.

El 4 de marzo, Super Martes en quince Estados, Biden ganó a Sanders con el apoyo de otros candidatos moderados. Era el fruto de un espectacular reagrupamiento en su candidatura de muchos demócratas, preocupados por la reelección de Trump y a veces a disgusto con el programa de izquierdas de Sanders.

Un mes después, Bernie anunciaba su retirada y hace poco ha dado su apoyo a Joe Biden, pese al enfado de una parte de sus allegados y voluntarios para los que Uncle Joe representa lo peor que ha producido el Partido Demócrata. En una pocas semanas el paisaje de las elecciones que están al caer ha cambiado radicalmente. El covid-19 ha causado hasta ahora 90.000 muertos en los Estados Unidos y ha destapado las alarmantes desigualdades sociales. La economía, parada en parte, ha hecho dispararse el paro en proporciones históricas cuando las redes sociales de seguridad son rudimentarias.

El Congreso aprobó a finales de marzo un plan de apoyo a la economía y a los ingresos por 2 billones de dólares, tres veces más que cuando la crisis financiera de 2009, un plan que resulta insuficiente. La Cámara de Representantes, de mayoría demócrata, acaba de votar este viernes pasado la Heroes Act con tres billones en medidas suplementarias, contra la opinión de su ala progresista que opina que esas medidas no va muy lejos en temas como la salud, la protección de las pensiones y las pequeñas empresas. Los republicanos, con mayoría en el Senado, anuncian ya que no lo van a aprobar.

Hace un año, cuando se lanzaba en campaña presidencial, Joe Biden aseguraba a los ricos donantes neoyorkinos que, con él, “fundamentalmente no cambiaría nada si resultaba elegido”. Ensalzado por su papel de vicepresidente simpático del popular Barack Obama (2009-2017), Biden, que ha sido durante mucho tiempo representante del paraíso fiscal de Delaware en el Senado, donde estuvo 36 años y presidió las comisiones de justicia y de asuntos exteriores, es en efecto uno de los elefantes del partido demócrata. Entre las decisiones que arrastra como una cruz a cuestas están la de su decisivo papel en la criminalización de los negros con Bill Clinton, la desregulación financiera y el voto a favor de la guerra en Irak.

Con la pandemia, el que aparecía como el más conservador de los candidatos demócratas, trata ahora de ganar talla: según una descripción del New York Magazine, Biden prevé “una presidencia que, por terrible necesidad, deberá ser más ambiciosa” que la de Franklin Delano Roosevelt, el presidente demócrata que dirigió el New Deal de los años 1930, un inmenso plan de recuperación tras la crisis de 1929.

Como prueba de buena voluntad respecto a sus adversarios que le habían atacado duramente durante las primarias, Biden ha incorporado a su plataforma presidencial propuestas cerecanas a las de Elizabeth Warren y Bernie Sanders. El pasado 13 de mayo, Sanders y Biden, que más allá de sus diferencias políticas tienen en común una edad avanzada y una larga carrera en el Congreso, han anuciado incluso “task forces unitarias” destinadas a presentar la unión política de los demócratas frente a Trump, y a negociar el programa presidencial de Biden.

Stephanie Kelton, economista del entorno de Sanders, creadora de una teoría sobre una reactivación masiva (leer nuestro artículo aquí), ha pasado a formar parte de la comisión de economía junto a Sara Nelson, dirigente del sindicato del personal navegante y estrella fulgurante del sindicalismo estadounidense. Por su parte, Biden ha procurado no nombrar a figuras demasiado marcadas por su ortodoxia económica.

¿Un remake de 2016?remake

Alexandria Ocasio-Cortez, parlamentaria de New York, símbolo de la renovación de la izquierda americana y autora de una resolución que preconiza un Green New Deal en los Estados Unidos, preside la comisión del clima junto a John Kerry, ex secretario de Estado de Barack Obama que firmó el Acuerdo de París en 2015 por parte de los Estados Unidos, acuerdo mundial del que Trump luego se retiró.

A este grupo pertenece también Varshini Prakash, fundadora del movimiento de jóvenes activistas del clima Sunrise, que había apoyado a Sanders durante las primarias y otorgado una muy mala nota al candidato Biden (una F, lo mismo que un cero absoluto). “Tener que votar a Biden es decepcionante”, dijo Prakash. “Se ha equivocado en varios temas importantes para los jóvenes. Es una oportunidad para él demostrar que (él y sus seguidores) quieren de verdad contar con el electorado joven y que se toman en serio la acción climática”. Las primarias han revelado en efecto una fractura demográfica dentro del partido: los más mayores, que son los que más votan, han votado masivamente a Biden, mientras que los más jóvenes, electoralmente más volátiles, ha preferido a Sanders.

En este momento es difícil decir lo que saldrá de este trabajo conjunto. Otra etapa dará las claves sobre la línea política que Biden espera defender: la elección de su vicepresidenta (será una mujer), esperada para antes de la convención demócrata prevista en el mes de julio, será pospuesta hasta agosto y podría tener lugar por primera vez de forma virtual.

Entre los nombres que se barajan están el de la senadora californiana Kamala Harris, hija de inmigrantes indios y jamaicanos, la senadora de Minnesota Amy Klobuchar, la representante por Georgia Stacey Abrams, todas ellas centristas, aunque Abrams, hija de militantes por los derechos cíviles, lucha en la Georgia republicana contra las purgas electorales que afectan a las minorías. Otro nombre posible es el de la socialdemócrata Elizabeth Warren, del centro-izquierda del partido demócrata, que ha defendido a las “clases medias” durante su campaña, un tema muy apreciado por Biden.

La candidata al puesto de vicepresidenta deberá tener la capacidad de asestar un golpe a Trump, cuya estrategia consiste en ocupar el espacio mediático a cualquier precio, aunque sea a base de comentarios sexistas y racistas o de mentiras. El equipo de Biden, que produce vídeos de campaña basados en la incoherencia de las declaraciones de Trump sobre la pandemia (es fácil y eficaz), espera transformar la elección en un “referéndum” contra Trump. Los demócratas acarician ya la idea de recobrar el Senado, hasta ahora en manos, por cuatro escaños, de los aliados republicanos de Donald Trump.

A pesar de su desastrosa gestión de la crisis y de la recesión que asoma, Trump sigue siendo un fuerte adversario. Dispone de la prima electoral de saliente, su base es fiel y cuenta con un tesoro de 225 millones de dólares para su campaña. Tener a Biden como adversario, un viejo demócrata en primera línea con las administraciones de Clinton y Obama, le dará también munición: el equipo de campaña de Trump ha lanzado publicidad en Facebook atacando su edad (aunque Trump tiene 72 años), cuestionando su salud mental y describiéndole como “marioneta de China”.

La línea de ataque de Trump parece clara: igual que en 2016 con Hilary Clinton, describe a su adversario como la manifestación del establishment demócrata “corrupto”, olvidando su propia corrupción masiva. Como hace cuatro años, cuando Donald Trump invitó a acusadoras del ex presidente Bill Clinton a un debate contra la ex secretaria de Estado, el presidente, él mismo también acusado de agresión sexual por unas veinte mujeres, podrá jugar otra baza: Tara Reade, ex colaboradora de Joe Biden en el Senado, le ha acusado de agresión sexual.

Hasta ahora era una de las mujeres que habían mostrado su malestar respecto de la actitud a veces muy tocona de Biden, una mala costumbre por la que ha pedido perdón. En el programa podcast de Katie Halper, Reade dijo, aportando detalles, que Biden la había agredido sexualmente en los pasillos del Senado en 1993. Su relato fue confirmado por un amigo y por su hermano, a quien había contado la historia en su momento, y también por la ex vecina de Reade y una ex compañera de trabajo.

Reade dijo que había tenido que dejar su trabajo en el Senado después de haber contado lo que pasó a sus superiores. Éstos lo desmienten y Biden asegura que el episodio “no era verídico”, añadiendo: “Lo digo sin equívoco: eso no ha ocurrido nunca, jamás”. Ante los relatos contradictorios y a falta de nuevos elementos, a los periodistas les resulta difícil corroborar los hechos aportados por Reade, que pide la dimisión de Biden con el apoyo de muchos activistas.

Defender a Biden de las acusaciones de agresión sexual a otra mujer será el ingrato papel al que se verá forzada a asumir la mujer que Biden escoja para acompañarle en la presidencia.

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Donald Trump y los republicanos están denunciando ya la hipocresía de los demócratas, que hoy hacen alarde de unidad detrás de Biden cuando el año pasado se opusieron al nombramiento para el Tribunal Supremo de un juez conservador que había sido acusado de agresión sexual en su juventud... y habían conseguido, en pleno movimiento #MeToo, la dimisión del senador Al Franken, también acusado de tocamientos.

Traducción de Miguel López.

Texto original en francés:

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