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Las ambigüedades del 'momento hamiltoniano' en la UE

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen.

Los franceses François-Xavier Bellamy y Stéphane Séjourné, ambos invitados a un encuentro con la prensa para analizar los anuncios de la Comisión Europea sobre la reactivación post-Covid, se vieron inmersos en un debate acrobático la semana pasada. El primero, eurodiputado francés de Los Republicanos, advirtió: “Es muy peligroso utilizar una crisis para impulsar una agenda federalista. La UE no debe pasar por un momento Hamilton”.

Bellamy recurre a una expresión que aparece en algunos titulares de la prensa anglosajona, en referencia a Alexander Hamilton (1757-1804). El primer secretario del Tesoro en la historia de Estados Unidos logró transformar la deuda pública de los 13 estados –herederos de las antiguas colonias inglesas– en una deuda federal: un momento considerado precusor para el estado federal americano. Frente a los desafíos derivados de la crisis del Covid, la Unión, a su vez, se encontraría en proceso de dar este paso fundacional: mutualizar la deuda de sus Estados miembros y consolidar su soberanía.

Por su parte, Stéphane Séjourné, jefe de la delegación de La República en Marcha en Estrasburgo, respondía a Bellamy: “Más que un momento hamiltoniano, es un momento rooseveltiano; defendemos un Green Deal, asumimos un programa que establece una nueva política industrial”. ¿Se trata de una simple confrontación entre dos eurodiputados y rivales políticos que no están de acuerdo con el grado de integración que debe alcanzar la UE? Sin duda, pero no solo.

El debate que está tomando forma es más amplio; ¿los defensores de una Europa integrada deben aprender algo de la constitución del federalismo en Estados Unidos a finales del siglo XVIII? ¿Sigue siendo relevante, aún hoy, pensar en la Europa de 2020 con los ojos puestos en Estados Unidos? Estas preguntas no son nuevas. Por ejemplo, la Convención sobre el Futuro de Europa, que llevó a la redacción de un proyecto de constitución, rechazado en Francia en 2005, tomó como modelo explícito la Convención de Filadelfia del verano de 1787. De ese encuentro salió la Constitución de Estados Unidos, que sigue en vigor.

Otro eco transatlántico: en 2018, la Comisión de Jean-Claude Juncker, que pretendía relanzar la construcción europea, encargó al Instituto Peterson, un centro de estudios estadounidense, la elaboración de un informe sobre las lecciones que debían extraerse de la historia de Estados Unidos “para la integración de la UE”. El exeurodiputado europeo Alain Lamassoure, contactado por Mediapart (socio editorial de infoLibre), que participó en los trabajos de la Convención sobre Europa y partidario de una Unión más integrada, se muestra prudente en cuanto a las lecciones aprendidas del caso estadounidense: “Los contextos políticos son muy diferentes, y nos decepcionó, en el momento de la Convención, cuando habíamos estudiado en detalle el funcionamiento de la Convención de Filadelfia, una sesión a puerta cerrada que duró sólo dos meses”. Este es el análisis en tres tiempos de las ambigüedades del “momento hamiltoniano”.

El momento hamiltoniano de 1790

La expresión se inspiró en el título de un clásico de la ciencia política de 1975 publicado en Estados Unidos, El momento maquiavélico, que se proponía revisar y defender mejor el pensamiento del humanista del Renacimiento florentino. En los 80, explica el economista Ludovic Desmedt (Universidad de Borgoña), los académicos estadounidenses, entre ellos Richard Sylla, volvieron a estudiar la figura de uno de los padres fundadores de la historia de Estados Unidos, Alexander Hamilton, que había caído en el olvido en esa época. Lo convirtieron en un Maquiavelo norteamericano.

“Hamilton estuvo muy aislado durante su vida, pero también fue el único que pensó en las finanzas de una manera algo moderna”, mantiene Desmedt. Abogado nacido en el Caribe y residente en Nueva York, se enfrentó a otros padres fundadores, entre ellos Thomas Jefferson y James Madison, del sur de los Estados Unidos. "Mientras que las antiguas colonias acababan de salir del dominio británico, Hamilton se inspiró notablemente en el modelo inglés para pensar en la moneda o la política económica, lo que resultaba muy molesto. Hamilton abogaba por una política industrial, mientras que Jefferson apostó por una economía agraria para el desarrollo del país”, explica Desmedt.

En lo que respecta a la mutualización de las deudas públicas, se fue gestando una oposición, exactamente al contrario de lo que vive Europa hoy en día; son los Estados del Sur, los menos endeudados, encabezados por Jefferson y Madison (Virginia, Georgia, etc.), los que se oponen a una mutualización, mientras que el Norte, menos “virtuoso”, aboga por una mayor solidaridad federal. “Esto se debe simplemente a que la lucha en la Guerra de la Independencia tuvo lugar en el Norte y no en el Sur”, precisa Desmedt.

Cuando Hamilton propuso, en abril de 1790, fusionar las deudas federales de los 13 estados –por un montante, en la época, de 70 millones de dólares o un tercio del PIB de ese momento– fracasó en el Congreso. Derrotado, se las arregló para que lo invitaran semanas después a una cena de reconciliación en casa de Jefferson. Después propondía un trato: acceder a la mutualización de las deudas y hacer que la capital del país esté en el sur. Jefferson acepta (aunque luego dirá que cometió el mayor error de su vida). Y de Nueva York se pasó a Washington, más al sur, que se convertiría en la capital política del país.

Gracias a este éxito, Hamilton consiguió más tarde abrir el primer banco central del país, el First Bank, en 1791, que debía financiar las inversiones para una futura política industrial. Madison, una vez elegido presidente, lo cerraría en 1811. El episodio llevó a Ludovic Desmedt a decir que “sin Hamilton, no habría habido política industrial en Estados Unidos”. Hamilton, que también fundó la primera bolsa de valores en Nueva York en 1792, encarna perfectamente el punto de inflexión norteamericano de los años 1790, cuando en pocos meses se establecieron los marcadores esenciales: el capital, la moneda, las orientaciones económicas...

Es un tal Paul Volcker, antiguo jefe de la FED y antiguo asesor económico de Barack Obama en cuestiones financieras (en el origen de las “leyes Volcker”), quien utilizará la expresión “momento hamiltoniano” para aplicarlo a la Unión Europea. En un discurso pronunciado en 2011, dijo: “Europa está experimentando su momento Hamilton pero sin Alexander Hamilton a la vista”. Desde entonces, la expresión se ha usado una y otra vez.

Los límites de un “momento Hamiltoniano” para Europa

¿Tiene sentido el acercamiento entre 1790 en Estados Unidos y 2020 en Europa? No está claro. En primer lugar, porque los anuncios de Bruselas son, en esta etapa, condicionales. París, Berlín y otras capitales han puesto sus cartas boca arriba, al igual que la Comisión Europea y el Parlamento. Pero los 27 todavía tienen que alcanzar un acuerdo por unanimidad. La partida todavía no se puede decir que esté ganada. El mecanismo propuesto por Ursula von der Leyen de la deuda conjunta corre el riesgo de ser enmendado. Podría, por ejemplo, concernir sólo a los 19 miembros de la zona euro.

Otra dificultad la magnitud del montante. Si la cifra de 750.000 millones de euros ha dejado su huella en la mente de la gente, para el futuro Fondo Europeo de estímulo, hay que fijarse sobre todo en los 500.000 millones de euros solamente, prometidos en forma de subvenciones (el resto son préstamos, sujetos a subvenciones). Y más particularmente al nuevo vehículo creado – Recovery and resilience facility, en la jerga europea–, que recibirá 310.000 millones de euros. Wolfgang Münchau, el editorialista estrella de The Financial Times, ha sacado la calculadora: “Al repartir el fondo de 310.000 millones de euros en cuatro años, me da un estímulo fiscal del 0,6% del PIB de la UE en 2019. No es una cantidad pequeña. Pero los que piden un momento Hamilton tendrán que buscar en otra parte”.

En 1790, Hamilton propuso un fondo común de todas las deudas del Estado, una medida radical. Hoy en día, Ursula von der Leyen se ha apresurado a crear un montón de fondos y acuerdos excepcionales que sólo llevarán a la puesta en común de una pequeña parte de la deuda de los europeos. Esto hace que Nouriel Roubini, un economista famoso por sus análisis sombríos, diga irónicamente que la UE todavía no ha salido de una “confusión de tipo no hamiltoniana”.

¿Pero tenía la presidenta de la Comisión los medios, tanto políticos como legales, para proponer más? Si bien se supone que el presupuesto de la UE, de acuerdo con los Tratados, debe permanecer permanentemente en equilibrio, y hay posibilidades de que los ciudadanos europeos lleven a los tribunales este principio de agrupación de la deuda en los próximos meses, el camino parecía estrecho en cualquier caso. En especial por que no hay nada que sugiera que ahora hay una mayoría de ciudadanos europeos a favor de un fuerte salto federal.

El comienzo del siglo XX americano, ¿el verdadero punto de inflexión?

Si la comparación con los Estados Unidos de 1790 parece irrelevante, otros estudiosos apuestan por interesarse por un período norteamericano diferente. En su opinión, debe estudiarse la primera mitad del siglo XX, con el fin de reflexionar sobre los contornos de una Europa más integrada hoy en día. La creación de la Reserva Federal en 1913, el aumento del gasto público, la aparición del federalismo fiscal tras el New Deal de Roosevelt...

“Estados Unidos también se estaba convirtiendo, en ese momento, en una verdadera economía nacional, estructurada por grandes empresas que extienden su estructura de producción por todo el país. Esto hace que la comparación con la UE sea relevante, porque las grandes empresas de la UE se han europeizado desde hace unos cuarenta años”, explica Christakis Georgiou, politólogo de la Universidad de Ginebra. La comparación está tanto más justificada por cuanto uno de los “padres fundadores” de la UE, Jean Monnet, trabajó en los Estados Unidos –fue banquero en Wall Street durante dos años– y trató de importar elementos del modelo americano al continente.

Pero este famoso “salto federal” sería mucho más difícil de lograr en la Europa de hoy que en los Estados Unidos a finales de la década de 1930. El gasto público se mantuvo bajo hasta la Gran Depresión y la creación de programas sociales bajo el impacto del keynesianismo. Según Georgiou, el gasto público no superó el 2,5% del PIB de los Estados Unidos hasta 1914... Por lo tanto, bastaba con aumentar gradualmente el gasto federal para lograr una mayor integración.

El patrón europeo es diferente, ya que el gasto público ya está en niveles mucho más altos (más del 55% en Francia). La idea no es aumentar el volumen total, sino transferir parte de este gasto del nivel nacional al europeo. La operación, como cabe imaginar, es mucho más delicada desde el punto de vista político, ya que equivale a socavar parte de la soberanía de los Estados. Y esto nos lleva de nuevo a esta pregunta fundamental, a riesgo de incomodar a más de un líder europeo –y a la que los escritos de Alexander Hamilton no ayudarán: ¿existe una mayoría de ciudadanos europeos hoy en día a favor de un salto federal?

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Traducción: Mariola Moreno

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