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El país del 'Brexit', enfermo de coronavirus y de desigualdades

Boris Johnson en una imagen de archivo..

De Boris Johnson, creíamos haberlo visto y oído todo. Sin embargo, el primer ministro conservador británico lograba causar estupefacción, una vez más, el pasado 3 de junio en la Cámara de los Comunes.

Aunque la Office for National Statistics, el instituto británico de estadística, había publicado el día anterior un estudio en el que se afirmaba que el coronavirus había causado cerca de 50.000 muertes en el Reino Unido, el mayor número de muertes en toda Europa, el líder conservador afirmó estar “muy orgulloso” de la actuación de su Gobierno frente al covid-19.

Al líder laborista Keir Starmer, que se sorprendía al leer en The Daily Telegraph el mismo día que Boris Johnson anunciaba su intención de tomar el “control directo” de la gestión de la crisis sanitaria –“¿Quién ha tenido el control directo [de la crisis sanitaria] hasta ahora?”, le preguntaba–, el primer ministro le respondió que el balance de su Gobierno era “significativo”.

Los errores cometidos por Boris Johnson y sus ministros son mucho más significativos. Los británicos, que durante mucho tiempo han sido indulgentes con las autoridades, parecen ahora mucho más conscientes de los errores en la gestión de la crisis sanitaria; según una encuesta del YouGov publicada a principios de junio, el Reino Unido es el país del mundo en el que la población es más crítica con las autoridades, empatado con México.

Cabe recordar que, hasta el 23 de marzo, fecha del comienzo del confinamiento al otro lado del Canal de la Mancha, el Gobierno británico apostó por medidas mínimas para luchar contra la propagación del virus con la esperanza de crear una “inmunidad de rebaño”, una medida que probablemente causaría 500.000 muertes en el país, según reconoció a mediados de marzo el asesor médico principal del Reino Unido, Chris Whitty.

Dos meses y medio más tarde, el coste humano de la arrogancia de las autoridades británicas en las primeras semanas de marzo es evidente.

A finales de mayo, una investigación de la BBC demostró que los grandes espectáculos deportivos celebrados en Reino Unido a mediados de marzo –cuando el virus ya estaba causando estragos en España e Italia– habían contribuido al contagio y probablemente habían causado “la muerte prematura de algunas personas”, según Tim Spector, profesor de epidemiología del King's College.

Según los datos recogidos y analizados por el investigador, a las carreras de caballos de Cheltenham, que duraron cuatro días y atrajeron a unas 250.000 personas al noroeste de Oxford, y al partido de la Liga de Campeones entre el Liverpool y el Atlético de Madrid, que se jugó con espectadores en las gradas, le siguieron “brotes muy importantes” de Covid-19 en Cheltenham y Liverpool.

El Gobierno de Boris Johnson no sólo se niega a reconocer sus errores, sino que también trata de ocultar la gravedad de las desigualdades étnicas y sociales que ha puesto de manifiesto el coronavirus, con el telón de fondo de la creciente fuerza del movimiento antirracista Black Lives Matter.

Un informe del Gobierno publicado la semana pasada confirmaba lo que los medios de comunicación ya habían revelado en abril: los británicos de minorías visibles tienen muchas más probabilidades de morir por el coronavirus que sus conciudadanos blancos.

El riesgo es el doble para los habitantes oriundos de Bangladesh. Para otras personas BAME (Black, Asian y Minority Ethnic, es decir, negros, asiáticos y minorías étnicas), que según el censo de 2011 representan 7,6 millones de personas en Reino Unido, el riesgo de muerte por covid-19 es de 10 a 50% más alto que para los blancos.

Esto refleja las desigualdades económicas y sociales, según ha señalado el epidemiólogo Michael Marmot en un artículo publicado en la revista del Royal College of Physicians, el colegio de médico. De hecho, otras estadísticas oficiales han demostrado que los residentes en los barrios más pobres de Inglaterra y Gales mueren el doble de covid-19 que el resto de la población.

Michael Marmot, que publicó un informe alarmante sobre el empeoramiento de la esperanza de vida de las personas más pobres del Reino Unido a principios de este año, señala que “la pandemia ha puesto de manifiesto y aumentado las desigualdades de nuestra sociedad que dan lugar a desigualdades en materia sanitaria” y pide que “se aborde ahora el racismo estructural y las profundas desigualdades responsables de las desigualdades sanitarias”.

Hasta ahora, el ministro de Sanidad, Matt Hancock, sólo ha dicho que “las vidas de los negros importan” (Black lives matter), sin dar ninguna indicación de medidas gubernamentales futuras que puedan proteger más a los más vulnerables de Gran Bretaña frente al coronavirus, tal como reclaman los diputados laboristas negros, asiáticos y de la minoría visible.

Ni la retórica vacía del ministro de Sanidad ni el optimismo de Boris Johnson –que sustenta toda la estrategia del primer ministro para el futuro del país postBrexit– pueden enmascarar la brecha entre ricos y pobres y blancos y negros en el Reino Unido.

Sobre el papel, el primer ministro es teóricamente intocable ya que cuenta con una amplia mayoría en la Cámara de los Comunes, después de las elecciones generales de diciembre pasado. Pero en las últimas semanas, sin embargo, el apoyo público de Johnson se ha debilitado, incluso dentro de su propio partido y en los medios de comunicación que se supone que le apoyan.

Los británicos han expresado su indignación por el trato preferencial del primer ministro a su asesor más cercano, Dominic Cummings, que rompió las reglas del confinamiento el pasado mes de abril.

A finales de mayo, Johnson defendió a su asesor diciendo que Cummings había “seguido los instintos de cualquier padre y pariente” al ir al domicilio de sus padres a 400 kilómetros de Londres, cuando su esposa estaba enferma, por temor a contagiarse de coronavirus y no poder cuidar a su hijo de 4 años.

El lunes 8 de junio, tras la retirada de una estatua de un comerciante de esclavos en Bristol el sábado anterior, el primer ministro no mostró la misma indulgencia con los manifestantes antirracistas. El portavoz del 10 de Downing Street lo calificó de “acto criminal”. Y añadió: "El primer ministro cree que, en este país, hay un proceso democrático”.

En boca del hombre que el año pasado suspendió el Parlamento de forma inconstitucional para evitar que los diputados bloquearan el Brexit, esta defensa de la democracia suena a palabras huecas.

El lunes por la tarde, en vísperas de otra manifestación en Oxford para derribar la estatua de un colonialista del siglo XIX, el primer ministro se sintió obligado a expresar su empatía por los manifestantes antirracistas. “No podemos ignorar la intensidad de las emociones provocadas por las imágenes de un hombre negro muerto a manos de la policía”, dijo.

Boris Johnson, que en el pasado ha hecho numerosas declaraciones racistas y xenófobas, instó a los manifestantes a luchar contra el racismo y la discriminación “de manera pacífica y legal”. “Sigamos trabajando juntos con todas las comunidades de este país para volver a poner Reino Unido en marcha”, concluyó el jefe del Ejecutivo, en una frase extraña que sugiere que el antirracismo podría disolverse en un esfuerzo por reconstruir la economía nacional.

Es probable que las palabras del primer ministro no tengan mucho eco entre los activistas antirracistas y el público en general, mientras la Office for National Statistics (ONS) ha vuelto a revisar al alza el número de muertes del coronavirus; se estima que la epidemia ha matado a 63.000 personas.

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Traducción: Mariola Moreno

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