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El virus pone de manifiesto las debilidades de Bolsonaro en Brasil

El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro.

El helicóptero del Ejército sobrevuela en seis ocasiones la explanada de los ministerios, en Brasilia. A bordo, Jair Bolsonaro saluda a una pequeña multitud de escasos seguidores. Aterriza 40 minutos más tarde para dar un par de paseos a lomos de un caballo de la policía militar.

El 31 de mayo, como todos los domingos desde el 15 de marzo, el presidente acude a saludar a sus simpatizantes, que piden la clausura del Congreso y del Tribunal Supremo. Al igual que su líder, estos simpatizantes, escasos en número, se están volviendo cada vez más radicales: algunos reclaman una guerra civil y diputados aliados del presidente amenazan a la oposición. El domingo 31, después de una manifestación a favor de la democracia, un diputado de Río de Janeiro dijo que “esperaba” que la próxima vez los participantes recibiesen “una bala en el pecho”.

El presidente no se queda atrás; en un vídeo de una reunión ministerial que se suponía confidencial, pero que se hizo pública el 22 de mayo, arremetía contra los demás poderes y decía estar dispuesto a armar a sus partidarios: “¡Quiero que todo el mundo esté armado! ¡Un pueblo armado nunca será esclavo de nadie!”. Aislados políticamente y sin opciones, Jair Bolsonaro y su séquito asumen cada vez más sus inclinaciones autoritarias que electrizan a los partidarios más extremistas.

Su actitud, considerada irresponsable frente a la pandemia, ha acelerado el desgaste precoz de su Gobierno. Su oposición sistemática a las medidas de confinamiento ha reducido la eficacia de las medidas adoptadas por los gobernadores. Sin el apoyo del Gobierno federal, las autoridades locales han iniciado ya el desconfinamiento, aun cuando el número de muertes diarias sigue aumentando. El 4 de junio, el país batió un nuevo récord con 1.473 víctimas mortales en 24 horas. Pero el presidente todavía parece no querer tomarse la pandemia en serio. “Todas estas muertes me entristecen, pero es el destino de todos”, manifestó a principios de la pasada semana.

Las deserciones, que van a más, a veces son clamorosas. La dimisión de su exministro de Justicia Sérgio Moro ha dividido a su electorado y ha llevado a la apertura de una investigación judicial.

Tras las acusaciones de Sérgio Moro, el Tribunal Supremo (STF) estudia si existió injerencia en la Policía Federal. Pero no es, ni de largo, la única amenaza de su mandato. El Tribunal Supremo Electoral (TSE) tiene que pronunciarse también sobre varias acciones, incluida una vinculada a una red de noticias falsa y al envío masivo de mensajes a través de WhatsApp durante la campaña presidencial, particularmente peligrosa para el presidente.

Por último, una treintena larga de peticiones de impeachment aguardan sobre la mesa del presidente de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia, el único que puede decidir la puesta en marcha de tal procedimiento.

Pero Jair Bolsonaro, a quien le cuesta someterse a unas instituciones que ha tratado de debilitar desde que inició el mandato, está dispuesto a hacer cualquier cosa para defenderse. Su probable presión sobre la Policía Federal (PF) podría permitirle obtener información privilegiada para proteger a sus familiares y atacar a sus enemigos.

El riesgo es real, ha señalado Fábio Kerche, profesor de Ciencia Política de la UERJ (Universidad del Estado de Río de Janeiro), especialmente porque, además de los dirigentes a los que ha nombrado, el presidente puede contar internamente con una base de simpatizantes activos y con un sindicato aliado.

Sin embargo, Fábio Kerche señala que este control sigue siendo limitado. “La PF sólo puede actuar por orden del Poder Judicial. Así fue durante las recientes operaciones contra su enemigo el gobernador de Río el 26 de mayo, que Bolsonaro aplaudió, o contra sus aliados acusados de organizar una falsa red de noticias, que lo hicieron enfurecer al día siguiente”.

La Policía Federal también está profundamente dividida, lo que hace más difícil lograr la dominación bolsonarista. Sin embargo, tras los intentos de injerencia, “todas las acciones contra los opositores políticos del Bolsonaro estarán bajo sospechosa, y la institución, que había ganado autonomía con los gobiernos anteriores, saldrá debilitada”, dice el investigador.

Jair Bolsonaro cuenta también con el Procurador General de la República (PGR), que puede decidir unilateralmente dar carpetazo a las acusaciones de injerencia en su contra; el fiscal es particularmente dependiente, porque Bolsonaro lo nombró por iniciativa propia. No lo eligió a partir de una lista de nombres propuestos por otros fiscales como se hizo anteriormente. Su alineamiento sistemático con el presidente resulta insoportable para muchos de sus colegas, pero el PGR debería actuar en su propio interés.

“Se trata de un excelente termómetro”, analiza Kerche. “Su sustitución está prevista para el año que viene. Si cree que Bolsonaro puede seguir en el poder, rechazará las acusaciones. Si no, permitirá que la investigación siga adelante”. Consciente de que el apoyo del PGR es incierto, Jair Bolsonaro intenta asegurar su lealtad prometiéndole un sitio en el Tribunal Supremo.

Paranoico e impulsivo, el presidente brasileño ha hecho saltar por los aires sus apoyos en el Congreso. Pero sus 27 años en el Parlamento le permiten dominar perfectamente las reglas del juego. Así que se ha acercado al centrão, que reúne a un gran número de diputados dispuestos a defender a cualquiera a cambio de puestos y subvencionescentrão.

“Es una alianza muy importante porque bloquea tanto el impeachment como un posible juicio en el caso de injerencia en la PF. Porque si el PGR decide seguir adelante con el proceso, de nuevo, dos tercios de los diputados deben dar su aprobación”, puntualiza Gabriel Elias, profesor de Ciencias Políticas de la UnB (Universidad de Brasilia). “Pero esta alianza es extremadamente inestable, estos diputados son poco fiables. Tan pronto como ya no valga la pena, lo van a abandonar”, añade el investigador.

Por último, las únicas acciones susceptibles de seguir adelante sin la aprobación de los diputados son las que depende del Tribunal Superior Electoral (TSE). “Es el camino más rápido pero también el más radical, porque podría anular la elección y así hacer caer también al vicepresidente. Pero sólo puede avanzar si se dan las condiciones políticas”, añade Gabriel Elías.

Un escenario así nunca se ha dado. Para evitarlo, las personas del entorno de Bolsonaro intentan intimidar a los otros poderes amenazando con una ruptura constitucional, asegurando que tienen el apoyo del Ejército.

La administración cuenta con más de 3.000 soldados, incluyendo nueve de los 22 ministros y el vicepresidente. Pero no hay indicios de que apoyen un golpe de estado. Al contrario, dice Christian Lynch, profesor de Ciencias Políticas en la EBUJ, aceptaron este matrimonio de conveniencia porque necesitaban legitimidad democrática para ejercer el poder.

“Salvo algunas excepciones, los ministros procedentes del Ejército no son bolsonaristas fanáticos. Los más extremistas son los generales de reserva que ya no son tan influyentes en el Ejército”, dice Lynch.

“Para personas como el vicepresidente, el general Mourão, Jair Bolsonaro es útil porque ha ayudado a echar a la izquierda del poder y porque su estilo une a muchos votantes”. El apoyo de los mgilitares no sería incondicional, sin embargo. La dimisión de Sérgio Moro, el ídolo de muchos generales, ha generado cierto malestar. “Si el presidente se vuelve demasiado impopular, bien podrían dejarlo caer. Tienen un plan B con Mourão, que puede tomar las riendas de forma provisional”, continúa el investigador.

Pero si bien la popularidad de Bolsonaro está lejos de hundirse, sí está disminuyendo constantemente. Por otro lado, la oposición sigue dividida. A pesar de los nuevos intentos de unión que van surgiendo, la idea de un frente común todavía no es unánime. A principios de la semana pasada, Lula, que sigue siendo una figura clave de la izquierda, manifestaba ciertas reservas. “Los movimientos callejeros pueden cambiar las cosas”, añade Gabriel Elías.

El 31 de mayo, en tres ciudades, grupos de aficionados al fútbol organizaron varias manifestaciones en favor de la democracia. En la principal localidad, São Paulo, la convocaron los hinchas del Corinthians, un club históricamente ligado a la lucha contra la dictadura. La manifestación estuvo marcada por algunos enfrentamientos con los partidarios del presidente, pero fue un importante punto de partida, dice Gabriel Elías.

Debido a la pandemia, la calle solo la ocupaban los partidarios del presidente. Pero muchos parlamentarios esperan la presión de las calles para actuar contra Bolsonaro. Si el movimiento se intensifica, la oposición institucional debería seguirlo”.

Sobre todo la crisis económica destructiva que se avecina puede socavar la popularidad del presidente y, por lo tanto, sumir al país en la confusión. Más que un golpe militar, el peligro podría venir de la policía militar, cuyos miembros están abrumadoramente a favor del presidente Bolsonaro.

“Los policías militares son más numerosos que los militares y Bolsonaro cree que puede contar con ellos. Dentro de las fuerzas policiales, existe se niega, pero es una preocupación real”, mantiene Rafael Alcadipani, miembro del Foro Brasileño de Seguridad Pública. “Cada estado tiene una policía militar específica. En São Paulo, los superiores expresan cierto cansancio de Bolsonaro y no parecen realmente dispuestos a seguirlo. En otros estados, sin embargo, es más incierto”.

En febrero, una huelga ilegal y altamente politizada en Ceará reveló el alcance del control de Bolsonaro sobre la fuerza policial. Un senador recibió un disparo y resultó herido cuando intentaba entrar con una retroexcavadora en un cuartel amotinado. Una vez más, Bolsonaro está jugando con el miedo a la insurrección armada, dice Alcadipani. “Es muy hábil en este tema. Hay un poco de fanfarronería, porque es difícil ver que todos se adhieren por completo a las acciones violentas, pero hay una minoría ultrarradicalizada que podría entrar en acción”. Otros policías también podrían dejar entrar en acción a milicias o grupos paramilitares en los que también podrían participar.

Menos de dos años después de su elección, el mandato del presidente es en cualquier caso más frágil que nunca. Aunque el tiempo esté en su contra, la caída no es inevitable. Todavía tiene un fuerte apoyo, como una gran parte de la comunidad evangélica, pero todo podría precipitarse dependiendo de las decisiones de unos pocos actores clave.

Sin embargo, Jair Bolsonaro parece desesperado y listo para cualquier cosa, excepto para ceder el poder pacíficamente, y su capacidad de desestabilización violenta sigue siendo muy preocupante, opina Gabriel Elías. “Bolsonaro no tiene los medios para sus ambiciones autoritarias, pero podría probar suerte eligiendo ignorar la realidad”.

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Traducción: Mariola Moreno

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