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Olof Palme o la mala conciencia de la socialdemocracia

El primer ministro de Suecia, Olof Palme.

Se habían generado muchas expectativas con el anuncio del cierre de la investigación del asesinato de Olof Palme. Sin embargo, no se han visto satisfechas, cuando menos. El 28 de febrero de 1986, el primer ministro sueco, líder del Partido Socialdemócrata (SAP) desde 1968, era asesinado a la salida de un cine de Estocolmo. El caso nunca se resolvió; en realidad, tampoco está resuelto ahora. Se ha señalado a uno de los sospechosos, el diseñador gráfico Stig Engström, como el presunto asesino. Pero 20 años después del suicidio de éste, el fiscal del caso no ha presentado ninguna prueba técnica.

Así las cosas, el epílogo de este largo proceso judicial se presenta particularmente insatisfactorio y no está a la altura del hombre que seguirá siendo una figura importante en la socialdemocracia europea. Desaparecido brutal y prematuramente, Olof Palme se presenta sobre todo como la mala conciencia póstuma de una nación y de una familia política ahora en crisis de identidad.

Su asesinato, una investigación fallida, los rumores y fantasmas que generó, han actuado en la práctica como una revelación del lado oscuro de la sociedad sueca. Habitualmente presentada como modelo, como remanso de consenso y de prosperidad compartida, de buenas a primeras se vio que podía albergar desviaciones sociales, odio político e incompetencia.

La conmoción sacudió a todo el país y no resulta ajena a los esfuerzos de muchos periodistas y escritores por sondear los mitos y las páginas menos gloriosas de la historia sueca. Entre los thrillers publicados en esta línea, la saga Millennium es probablemente la más conocida. Su autor, Stieg Larsson, estaba tan apasionado con el asunto de Palme que acumuló 15 cajas de archivo sobre él.

De manera general, a partir de los años 90, los ideales de armonía social y de universalismo democrático supuestamente encarnados por el país se vieron puestos a prueba por algunos recordatorios desagradables. Entre ellas, la complacencia de las autoridades con el régimen nazi durante la guerra de 1939-45, que se tradujo en exportaciones masivas de mineral de hierro al Reich, la censura de la prensa e incluso la aplicación de algunas de las leyes raciales de Nuremberg. También se señalaron los aspectos paternalistas y coercitivos del llamado “modelo sueco”, incluyendo nada menos que las esterilizaciones forzadas que tuvieron lugar hasta los 70, en nombre de la “calidad” de la población, en un momento en que los socialdemócratas llevaban 40 años en el poder.

Olof Palme fue uno de los líderes más destacados de esta familia política, fundada sobre causas democráticas pero con una ingeniería social propicia a tales derivas. Si bien sus combates internacionalistas ya estaban en desacuerdo, en su época, con los reflejos atlantistas y occidentalizadores de la mayoría de sus homólogos europeos, contrastan aún más con el comportamiento de las élites socialdemócratas contemporáneas, actores sin complejos de la globalización neoliberal o celosos protectores de sus intereses nacionales. Para convencerse de ello, basta con leer la entrevista [en francés] concedida a Le Monde por la actual ministra de Hacienda sueca. Como socialdemócrata, rechaza claramente el principio de las transferencias incondicionales entre países europeos, argumentando que los pensionistas de su país no comprenderían tener pagar por los jubilados del sur.

Donde la trayectoria política de Palme es particularmente interesante y reveladora de una época es que mientras luchaba a nivel mundial por la solidaridad con los pueblos dominados, permitió que en el país se diera un auténtico giro hacia el neoliberalismo. El protagonista de esta evolución, a menudo subestimada en los discursos sobre el “modelo sueco”, fue sin duda su ministro de finanzas, Kjell-Olof Feldt. Pero este último actuó bajo la autoridad de Palme, después de que se abandonara uno de los últimos proyectos socialdemócratas verdaderamente ambiciosos, a saber, los fondos salariales colectivos que habrían conducido a una socialización progresiva de las empresas privadas, en beneficio de los trabajadores y sus representantes.

“Internacionalismo activo” y giro neoliberal

Las primeras legislaturas de Palme como primer ministro, de 1969 a 1976, se inscribían en una década marcada por la insubordinación obrera y el aumento de las reivindicaciones feministas, pacifistas, tercermundistas y ecologistas. Al igual que en otros países, la socialdemocracia incrustada en el aparato estatal se enfrentó a estas contestaciones. Pero más que en otros lugares, el SAP logró absorberlos y canalizarlos institucionalmente. De hecho, hay que señalar que sus resultados electorales hayan seguido fluctuando a un nivel muy alto, entre el 43 y el 45%.

Para referirse a este éxito del régimen a la hora de digerir estas revueltas antiautoritarias y antiproductivistas, el sociólogo Göran Therborn habló de un Mayo del 68 sueco “diluido hasta el extremo”, a diferencia de su carácter “servil” en Italia o “explosivo” en Francia. En particular, el SAP fue capaz de desactivar las demandas antinucleares, prometiendo planificar el desmantelamiento mientras dejaba que se construyeran los reactores ya programados. Los líderes socialdemócratas, encabezados por Palme, se involucraron en las protestas contra la guerra liderada por Estados Unidos en Vietnam, hasta el punto de permitir que se deterioraran las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Suecia.

En el plano social, su Gobierno puso en marcha reformas tendentes a la “democracia industrial”, dando más derechos a los empleados y reduciendo las prerrogativas de los empleadores. Es significativo que estas decisiones se tomaron pasando por alto los canales habituales de negociación entre los sindicatos y la patronal, lo que provocó la ira de estos últimos y contribuyó al odio tenaz hacia Palme por parte de los más conservadores, él que procedía de este entorno y había decidido unirse a la socialdemocracia. En esta época, el líder sueco escribió, en un intercambio epistolar con sus homólogos alemán y austriaco, que “la tarea de la socialdemocracia es ganar a la gente para una alternativa al capitalismo privado y al capitalismo de estado burocrático”.

Después de un período de oposición, Palme y sus partidarios volvieron al poder en 1982 con una doctrina económica mucho más modesta. Según su mano derecha, Ingvar Carlsson, el partido tenía que mostrar disciplina presupuestaria y salarial para impulsar las exportaciones y salvar el pleno empleo. 15 años antes de los años de Blair y Schröder, se hablaba de una “tercera vía” entre el brutal neoliberalismo de Reagan y Thatcher y el anticuado socialismo de los franceses. Los expertos del Ministerio de Finanzas estaban entonces totalmente acostumbrados a las tesis liberales, y no dudaron en denunciar las “vacas sagradas” del SAP, en nombre de la “poción amarga” que sería imprescindible tragar ante la crisis.

Aunque no le gustaban estas provocaciones, Palme prefirió centrarse en los asuntos exteriores, dando un nuevo sentido a la famosa neutralidad sueca. Había salvado al país de la destrucción de la Segunda Guerra Mundial, hasta el punto de que el nivel de vida de los suecos durante esos años era el doble del nivel de vida medio de otros europeos. Frente a una postura de espera o aislacionista, Palme se afirmó más bien como el heraldo de un “internacionalismo activo”. Según esta visión, los valores socialdemócratas de justicia y solidaridad con los más débiles debían ser defendidos y exportados más allá de la escena nacional.

Hasta el final de su vida, no dejó de denunciar las lógicas imperialistas y racistas, de ahí su defensa de los no alineados contra los “Dos Grandes” norteamericanos y soviéticos, su feroz denuncia del apartheid en Sudáfrica y del régimen de Pinochet en Chile, y su defensa de los derechos del pueblo palestino. No eran sólo retórica. El aparato diplomático se movilizó para ayudar a los Estados más pobres a defender sus intereses en las Naciones Unidas, participar en la mediación entre los beligerantes en las zonas de conflicto y alentar a todas las potencias a desarmarse de manera concertada.

Mientras tanto, sin embargo, la política económica de la democracia social cambiaba cada vez más. Tras las medidas de austeridad y privatización aplicadas a principios de los 80, la transformación de mayor alcance de los acuerdos de la posguerra fue la importante desregulación del crédito y los movimientos de capital, mientras que el sistema financiero sueco siguió siendo uno de los más regulados del mundo. Lo que se denominó la “Revolución de noviembre” de 1985 alimentó una burbuja que daría lugar, seis años más tarde, una de las peores crisis económicas de la historia del país. Los conservadores que llegaron al poder respondieron con austeridad, no sin involucrar a los socialdemócratas. Mientras tanto, con el apoyo de los liberales, se aprobaba una llamada “reforma fiscal del siglo”, que era claramente antidistributiva.

Como jefe de gobierno, Palme se encontraba, pues, en el centro de las tentaciones contradictorias de la socialdemocracia: la de una radicalización del Estado social, que se prolongó durante mucho tiempo ante el conflicto que ello implicaba con el mundo de los negocios y las grandes potencias; y la de un acercamiento al paradigma neoliberal, que era el camino más o menos adoptado por todas las partes de esta familia, desde el Viejo Continente hasta Oceanía y Canadá. Al mismo tiempo, su acción internacional y la atención que prestaba a los movimientos sociales reflejaban una conciencia de algunas de las luchas más activas de la sociedad y una preocupación por la justicia mundial cuyos equivalentes contemporáneos son difíciles de encontrar.

En resumen, Palme aparece como la encarnación de la grandeza perdida de la socialdemocracia y del agotamiento de su originalidad frente a la revancha social de los poseedores. Su memoria, 34 años después de su asesinato, sigue viéndose privado de la verdad sobre su desaparición.

'Nueva Socialdemocracia'

'Nueva Socialdemocracia'

Traducción: Mariola Moreno

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