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La pandemia se convierte en el peor enemigo de la ultraderecha alemana: la 'magia' de la AfD se ha esfumado

Bandera de la AfD.

Desmarcarse claramente de Alternativa para Alemania (AfD, en sus siglas en alemán) en previsión de ataques cada vez más probables. Esta es la línea política que ha terminado por imponerse entre la gran mayoría de los conservadores alemanes durante la crisis del coronavirus: “Las fuerzas antidemocráticas y los movimientos autoritarios y radicales sólo esperan la próxima crisis económica y social para sacarle partido, sembrar el odio y avivar el malestar social”, advertía la canciller alemana Angela Merkel en un discurso en el Bundestag el jueves, cuando está previsto que Alemania asuma la Presidencia de la UE el 1 de julio. “Por ese motivo, el compromiso con el desarrollo sostenible y equilibrado de todas las regiones de Europa significa también la lucha contra el populismo”.

Minutos después, Alice Weidel, vicepresidenta del grupo parlamentario del partido de extrema derecha, subía al estrado para hacer exactamente lo que Angela Merkel había anunciado. La crisis del Coronavirus se “está utilizando para justificar la financiación pública ilegal e ilimitada mediante la impresión de dinero”. Pero “Alemania no tiene miles de millones para regalar” y ha dejado de ser “un país rico”, espetaba esta abogada, actualmente en el ojo de huracán por un escándalo de donaciones ilegales con origen en Suiza. “El sistema social alemán está atrapado en la doble trampa del envejecimiento de la población y de la inmigración no cualificada”, añadía, vaticinando, como suele hacer, “una oleada de desempleo y de quiebras”.

El tono de Alice Weidel, que en ocasiones presenta una oratoria incisiva, sin embargo, no fue muy afortunado. Con razón. Frente un Gobierno federal que no lo ha hecho todo bien pero que puede presumir de una gestión de la crisis que ha permitido limitar el número de muertes, la AfD ha mantenido un discurso incoherente. El partido, la principal fuerza de la oposición en el Bundestag, no ha conseguido sacar partido a la crisis del coronavirus. A principios de marzo, Alice Weidel criticó a la canciller su demora a la hora de decretar el confinamiento. Pero una vez decretado, la diputada se indignaba por unas políticas que ahogan la economía y roban la libertad a los ciudadanos. Y por ello reclamaba el fin “inmediato” del confinamiento.

Otros representantes de la AfD han adoptado posturas “corona-escépticas” similares a las de Donald Trump o Boris Johnson e intentaron, en vano, tomar el control de las manifestaciones contra la “corona-Diktatur”. Esto mientras el presidente del partido Jörg Meuthen explicaba en la televisión que “la cuestión del covid-19 no es un asunto del que se pueda sacar rédito político. Es demasiado grave”.

"De 2015 a 2019, la AfD no ha dejado de cosechas éxitos electorales”, recuerda el politólogo berlinés Hajo Funke, uno de los principales expertos en la ultraderecha de Alemania y autor de un reciente libro sobre la radicalización de la AfD: “El partido ha logrado aprovechar la crisis del euro, la crisis de los refugiados y, en menor medida, la crisis climática jugando la carta de los escépticos del clima. Pero esta vez, la ‘magia de la AfD’ se ha roto”, asegura.

Además de un discurso poco creíble sobre la lucha contra la pandemia, a la AfD se le acumulan los problemas: “El partido está en el punto de mira por financiación ilegal y fraude fiscal. En febrero, también se vivió un intento por imponer un ministro-presidente liberal en Turingia con los votos de la AfD. No salió adelante, pero el movimiento sacó a la palestra a un partido que trapichea. A esto hay que añadirle una guerra más que envenenada entre el ala moderada y el ala neonazi”, cuenta Funke.

En su opinión, las repercusiones del asesinato del prefecto Walter Lübcke, a manos de un simpatizante de ultraderecha el 2 de julio de 2019, el ataque a la sinagoga de Halle (que ocasionó dos muertos) y la masacre de Hanau (se saldó con diez muertos) desempeñaron un papel importante en el cambio de la percepción pública del partido.

“El auge del movimiento neonazi interno bautizado como Der Flügel [El Ala], el acercamiento público entre los líderes de este movimiento y los movimientos neonazis, como durante las manifestaciones de Chemnitz en 2018, o el hecho de que los tres delitos los cometieran, por motivos de odio racial, simpatizantes o miembros de la extrema derecha, han sacado a la luz la influencia del discurso de la AfD en los círculos extremistas, que se sienten legitimados para pasar de las palabras a los hechos”, precisa el politólogo.

La onda expansiva que causó en el mundo político el asesinato del prefecto Lübcke, un crimen que volvía a ser noticia esta semana con el inicio del juicio a su asesino Stephan E. el martes 16 de junio, ha tenido un impacto particularmente negativo en la AfD. “El atentado de Halle y el asesinato de Walter Lübcke han mostrado claramente los límites de la lucha contra el terrorismo de extrema derecha en Alemania. Ha provocado un cambio de mentalidad y el terrorismo de extrema derecha se considera ahora una importante amenaza para la democracia alemana”, señala Nele Wissmann, investigadora invitada del Instituto Francés de Relaciones Internacionales (Ifri) en una nota sobre el terrorismo de extrema derecha en Alemania.

Desde entonces, las autoridades públicas han aumentado la presión. Se han prohibido varias organizaciones extremistas, incluido el muy violento “Combate 18”. Por su parte, el Ejército alemán ha declarado la guerra a los neonazis que se esconden en sus filas. Además, una nueva unidad de lucha contra los delitos de odio debería facilitar el enjuiciamiento de la hidra marrón. Y la Oficina Federal de Protección de la Constitución (BVS) amenaza con poner bajo vigilancia a la AfD.

En Alemania, la vigilancia de un partido, que debe justificarse en el Parlamento, se considera legal siempre que un movimiento político tenga objetivos antidemocráticos y anticonstitucionales de forma clara y recurrente. Dicha vigilancia permitiría utilizar los métodos tradicionales de escucha y vigilancia de los servicios de inteligencia. A la espera de lo que se decida relativo al partido, esta vigilancia tan intensiva ya se ha aplicado al ala Der Flügel, la federación regional de la AfD en Turingia y recientemente a la de Brandenburgo.

La amenaza llevó a la corriente Der Flügel a autodisolverse a finales de abril de 2020, sin que sus miembros tuvieran la más mínima intención de detener su operación de toma de control. Sin duda, también dicha presión ha contribuido al presidente del partido, Jörg Meuthen, a la cabeza del ala moderada, a la hora de contraatacar a los líderes más extremistas. Para sorpresa de todos, el 15 de mayo, la Junta Federal de Gobierno anunció la exclusión de uno de sus miembros principales, Andreas Kalbitz.

El todopoderoso jefe de la federación de Brandenburgo y antiguo líder de Der Flügel –un hombre que cree que “la AfD es la última oportunidad de evolución para este país [y] después, solo habrá que ponerse un casco”– ocultó su antigua pertenencia a camaradas neonazis cuando se unió a la AfD. Algo contrario a los estatutos del partido y que conllevó su expulsión. Por supuesto, Kalbitz y su entorno anunció que pondrían en marcha todos los recursos posibles para bloquear esta decisión ‘antidemocrática”. Desde entonces, se ha desenterrado el hacha de guerra y todo el partido se ha visto agitado por los sobresaltos de la lucha.

“No se puede descartar que la AfD se recupere en una próxima crisis. Sin embargo, lo que es seguro es que el conflicto actual se resolverá de la forma más dura, tal vez mediante una escisión o con la salida de una de las facciones”, comenta Funke. “El problema de la AfD es que ya no tiene un líder capaz de aglutinar las dos corrientes. Lo único que aún une a nacionalsocialistas y a ultraliberales es la xenofobia”.

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Traducción: Mariola Moreno

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