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Netanyahu se convierte en rehén de sus promesas y de Trump

Encuentro entre los presidentes de Israel y Estados Unidos, Bejamiin Netanyahu y Donald Trump, en una imagen de archivo.

Una semana después de la fecha elegida por Benjamin Netanyahu para anunciar la anexión de parte de Cisjordania, el Gobierno israelí aún no ha hecho pública anexión alguna. Y, aparentemente, no hay nada previsto para los próximos días. Una investigación del diario Haaretz publicada la semana pasada revelaba que no se había comunicado ningún plan de anexión para su negociación ante la Knesset, el gabinete de seguridad o el asesor legal del Gobierno.

Esto pone de relieve, de momento, los apuros del primer ministro. Apuros que explican la irritación del Estado Mayor.

Aunque se preocupan principalmente por todo lo relacionado con la Cisjordania ocupada, los responsables del Ejército se sorprenden de no haber recibido todavía un mapa detallado o un calendario para preparar una estrategia de respuesta a una posible ira o revuelta palestina. Un alto funcionario del Ministerio de Defensa, que acaba de dejar el cargo después de cuatro años de trabajar con cinco ministros sucesivos, lamentaba la semana pasada “no saber más sobre la anexión prevista que lo que los medios de comunicación habían publicado”.

Esta procrastinación del primer ministro israelí no es una sorpresa. Desde hace semanas está cada vez más claro que Netanyahu se ve apurado por la promesa que realizó a su electorado en abril de 2019, en vísperas de la primera de las tres elecciones parlamentarias, en menos de un año, a las que había arrastrado a su país. En ese momento, se comprometió a anexionarse el Valle del Jordán, que según él era esencial para la seguridad de Israel.

Este compromiso contó con el respaldo por Washington cuando el Plan Trump, dado a conocer en enero de 2020, propuso la anexión de parte de Cisjordania, incluido, con carácter prioritario, el Valle del Jordán. Se decidió entonces que esta anexión se anunciaría el 1 de julio. Con el tiempo, y después de una reelección casi inesperada, dicha promesa se convirtió en la carga más pesada de Netanyahu.

No es que haya cambiado de opinión en el fondo de la cuestión. Al contrario. Sigue creyendo en la legitimidad ideológica, incluso bíblica, de su elección, decidido a poner su nombre a este legado histórico. Y convencido de que esta ofrenda a los colonos y a sus partidarios le será muy valiosa a la hora de movilizar a la derecha y a la extrema derecha en las calles para que acudan en su ayuda si su juicio por corrupción sale mal.

Pero había subestimado el alcance de la reacción que su iniciativa provocaría en todo el mundo, incluso entre los amigos leales de Israel. Haciendo caso omiso de la oposición de una parte de la sociedad civil israelí y de la reticencia de muchos responsables actuales y anteriores de seguridad, tampoco imaginó que el extremismo obtuso de los colonos, que había alentado constantemente, pudiera algún día volverse en su contra. Sobre todo, no podía prever lo diferente que sería el contexto internacional. Y desfavorable.

Ante la pandemia covid-19, de la que se le acusa haberla gestionado muy mal, se enfrenta ahora a las reticencias de su ministro de Defensa Benny Gantz, un antiguo adversario que se ha movilizado en nombre de la Unión Nacional contra el coronavirus, que intenta hacer oír su voz. Tras afirmar que los palestinos que viven en los territorios que van a ser anexionados deben tener los mismos derechos que los ciudadanos israelíes –lo cual es inaceptable para Netanyahu–, repite ahora, en clara alusión a los planes de anexión, que “todo lo que no esté relacionado con el coronavirus puede esperar”.

También nos recuerda que en un país que ahora tiene un millón de desempleados (de 9,2 millones de habitantes) y que atraviesa una crisis económica de proporciones sin precedentes, la prioridad no es abrir otra crisis, de seguridad y diplomática.

Más aún porque, según las encuestas, la opinión pública israelí no comparte el sueño mesiánico del primer ministro. Parece más bien apegado al statu quo estratégico de los últimos años, que ha permitido al país vivir en relativa seguridad y, para algunos, en verdadera prosperidad.

Pero estos obstáculos, así como las críticas más o menos veladas de los círculos de seguridad –el Ejército, la Policía, el servicio de inteligencia– que cuestionan la relación desventajas/beneficios de la anexión, no bastarían para poner a Netanyahu en apuros si no fuera por el problema que ahora plantea Washington. Porque todas las señales que vienen de la Casa Blanca, ayer protectora incondicional de Israel y su primer ministro, son una fuente de preocupación.

En primer lugar, está la situación política de Trump, cuya reelección en noviembre es hasta la fecha más que incierta. Debilitado por su práctica errática y aventurera del poder, se encuentra ahora en una posición muy difícil debido a su desastroso manejo de las tensiones raciales y su comportamiento irresponsable ante una pandemia, que ya ha matado al doble de ciudadanos estadounidenses en tres meses que la guerra de Vietnam en 20 años.

Familiarizado con el mundo político americano, Netanyahu es muy consciente de esta alarmante situación. Tampoco ignora que el opositor demócrata de Trump, Joe Biden, ya ha indicado que, al igual que su partido, se opone a la anexión de los territorios palestinos por parte de Israel.

Por eso el primer ministro israelí quería que el yerno y asesor israelí-palestino de Trump, Jared Kushner, le diera luz verde y un claro apoyo político antes de anunciar la anexión del Valle del Jordán, conforme al plan estadounidense. “Conmocionado por la naturaleza de su relación personal con Trump y por el hecho de que somos el único país del mundo que tiene dos embajadores en Estados Unidos, Ron Dermer, embajador de Israel en Washington, y David Friedman, oficialmente embajador de Estados Unidos en Israel pero en realidad un abogado israelí en Washington, Netanyahu pensó que se había dado luz verde a Estados Unidos”, constata un exdiplomático israelí. “Se equivocaba”.

Entretanto, la mayoría de las capitales del mundo árabe, y en particular del Golfo, han expresado sus reticencias, críticas o condenas al proyecto de anexión. Y Jared Kushner, que ha hecho del acercamiento a las monarquías del Golfo uno de los fundamentos de la estrategia estadounidense e israelí en la región, en virtud de una hostilidad común hacia el Irán, no tiene la intención de poner en peligro esta elección por un beneficio incierto. A diferencia de David Friedman, aboga por un proceso de anexión cauteloso y gradual.

Otra complicación para Netanyahu, el Yesha, el consejo que representa a los colonos de la Ribera Occidental, considera que el alcance de la anexión prevista en el Plan Trump es insuficiente. Sobre todo, rechaza la creación de un Estado palestino, incluso en la forma, también prevista en el plan, de un archipiélago de zonas palestinas separadas por zonas bajo control israelí y conectadas por puentes o túneles. Un proyecto que los palestinos consideran, con razón, inaceptable.

Desde hace semanas, expertos israelíes y estadounidenses han estado negociando sobre mapas que representan las propuestas de la Casa Blanca y del Gobierno israelí, pero también las de los colonos, que tratan de aprovechar la situación para obtener la extensión de las tierras asignadas a los asentamientos.

Al trazado original de las zonas que se van a anexar, elaborado por el coronel Danny Tirza, arquitecto del muro de separación que ya anexa de facto el Valle del Jordán y la mayoría de los bloques de asentamientos a Israel, han añadido en una de sus últimas versiones, tres modificaciones importantes, según ha podido saber Mediapart (socio editorial de infoLibre).

En el norte, cerca de Nablús, proponen reunir cuatro asentamientos separados (Elon Moreh, Yitzhar, Har Brajá, Itamar y sus reservas de tierras) en una sola unidad adjunta al enorme asentamiento de Ariel (20.000 habitantes).

Al sur de Jerusalén, proponen ampliar los asentamientos de Ma'ale Amos y Asfar y vincularlos al bloque de Etzion, que hoy en día tiene una población de casi 85.000 habitantes. Y al sur de Hebrón, quieren reunir media docena de asentamientos dispersos en un nuevo complejo que se adjuntaría al asentamiento de Kiryat Arba (8.000 habitantes). A cambio de estas “correcciones a favor de Israel”, como las denomina el mapa, se concederían “compensaciones a los palestinos” junto al Valle del Jordán y en el oeste de Cisjordania, a lo largo de la "Línea Verde" que marca la separación entre el territorio palestino e Israel.

Cada uno de los nuevos bloques anexos –¿hay que especificar?– agravaría la división y dispersión de los territorios destinados a convertirse en el Estado palestino. Tanto es así que incluso el equipo de Jared Kushner, que hasta ahora ha mostrado poca preocupación por el interés nacional palestino, pero que está decidido a mostrar a sus aliados árabes y europeos, que en general son hostiles al principio de anexión, un “plan de paz” más o menos creíble, no ha podido aceptarlo hasta la fecha.

Avi Berkovitz, el emisario de Jared Kushner –“un niño enviado por un niño”, decía con ironía un experimentado diplomático israelí–, llegaba el 27 de junio a Israel para volver a Washington cuatro días después sin haber logrado acordar con sus interlocutores israelíes un concepto, una ruta y un calendario comunes.

La Autoridad Palestina

Ante el gran problema que supone la falta de luz verde de su aliado americano, ¿se encuentra Netanyahu al límite de sus opciones? No. Sobre todo porque no parece impresionado por las advertencias, por el momento benignas, de la Unión Europea y del mundo árabe. Al término de una videoconferencia, los ministros de Asuntos Exteriores de Francia, Alemania, Egipto y Jordania se limitaron el martes a señalar que “la anexión es contraria al derecho internacional” y que “afectará a sus relaciones con Israel”, sin mencionar la más mínima posibilidad de sanciones. Según las filtraciones orquestadas por sus asesores, Netanyahu aún tendría la opción de elegir entre varios escenarios.

Podría, por ejemplo, hablar para indicar que el período de aplicación de la anexión comenzó el 1 de julio, que los diputados y el asesor jurídico del Gobierno serán consultados pronto pero que los procedimientos legales serán largos. Esto le permitiría esperar el resultado de las elecciones presidenciales de EE.UU. y ajustar su estrategia en consecuencia. Uno de sus imperativos es no poner en peligro los 3.800 millones de dólares de ayuda militar que Estados Unidos concede anualmente a Israel.

También podría anunciar la anexión de asentamientos pequeños y dispersos o de asentamientos bajo el paraguas de la “Gran Jerusalén”, cuya vinculación a Israel ya se ha negociado con los palestinos. Esto daría una garantía a los colonos sin provocar una crisis diplomática importante. También podría, a tenor de los rumores de Washington, especular sobre la pérdida de influencia de Kushner con su suegro, decidido, al acercarse la hora de la verdad electoral, a “apegarse a sus instintos” y dejar que David Friedman, un verdadero fanático de los asentamientos, recibiera luz verde por parte de la Casa Blanca.

Finalmente podría apelar directamente a su “amigo Donald”, recordándole hasta qué punto los evangelistas americanos están a favor del establecimiento de la “soberanía israelí” sobre toda la Tierra Santa de Judea-Samaria. Y lo decisivos que fueron en su elección como presidente. Un discurso que un hombre decidido a “seguir sus instintos” podría oír.

Una cosa es cierta, los aprietos de Netanyahu, la difícil situación política de Trump, el malentendido estadounidense-israelí sobre la anexión, no entristeció a nadie en Ramala, donde el “plan de paz” de Trump había sido denunciado como una estafa.

Pero los líderes palestinos no se dejan engañar. Sin hacerse ilusiones sobre la solidaridad estrictamente verbal de sus “hermanos” árabes y acostumbrados a la indignación mediática sin consecuencias prácticas de sus “amigos” de la Unión Europea, están decididos a jugar las pocas cartas que tienen a su disposición. Así, alternan declaraciones alarmistas con ofertas de diálogo. Hace unos diez días, una fuente anónima en Ramala reveló que la Autoridad Palestina había comunicado al Cuarteto (Unión Europea, ONU, Estados Unidos, Rusia) una propuesta para la reanudación de las negociaciones con Israel, que están interrumpidas desde 2014.

Concebido como respuesta al “plan Trump”, este documento de cuatro páginas, redactado en mayo, al que ha tenido acceso Mediapart, propone reanudar las conversaciones en los casos en que se hayan interrumpido, sobre la base del derecho internacional, los acuerdos ya firmados y los términos de referencia definidos desde Oslo. Sin embargo, en lugar del diálogo árabe-israelí patrocinado por Estados Unidos, que se considera desequilibrado e injusto, sugiere que se sustituya por una conferencia internacional con la participación del Cuarteto ampliado, que no debería durar más de un año.

Durante este período, el documento establece que “ninguna parte emprenderá ningún acto ilegal, como la colonización o anexión [...] Si Israel declarara la anexión de cualquier parte del territorio palestino –continúa–, ello daría lugar a la revocación de todos los acuerdos firmados”. “Nadie se beneficiaría más que los palestinos de un acuerdo de paz, señalan los autores del texto. Y nadie tiene más que perder que los palestinos por su ausencia”.

Confirmando el contenido de esta oferta, el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, dijo el domingo 5 a Angela Merkel, cuyo país preside el Consejo Europeo y el Consejo de Seguridad de la ONU desde el 1 de julio, que estaba dispuesto a entablar negociaciones con Israel sobre la base de las resoluciones de la ONU y bajo los auspicios del Cuarteto.

El día anterior, uno de sus más altos asesores, Nabil Shaath, había advertido a Israel de que la aplicación de la anexión podría provocar un levantamiento popular, “una tercera intifada, con una combinación de fuerzas entre Gaza y Cisjordania”.

Ante el peligro que supone el proyecto de Netanyahu, los islamistas de Hamás, que gobierna la Franja de Gaza desde 2006, y Fatah, que controla la Autoridad Palestina en el poder en Ramala, han alcanzado un acuerdo para “luchar juntos” contra “la conspiración israelo-estadounidense”. Anunciado hace una semana durante una videoconferencia de prensa conjunta, este acuerdo, que no es todavía oficialmente una reconciliación sino la manifestación de un “consenso nacional”, pone fin –quizás de forma temporal– a un desacuerdo político de casi 15 años que ha estado a punto de sumir a Palestina en una guerra civil. Y todavía causa profundas divisiones en la sociedad palestina.

La percepción de un peligro común tiene que estar llena de amenazas para superar una rivalidad tan real.

Los palestinos saben que la presencia de casi 700.000 colonos israelíes en Cisjordania y Jerusalén Oriental hace que la creación de un Estado viable sea difícil, si no imposible. Especialmente si Israel se anexiona gran parte de ella. También saben que la generosa utopía de un Estado binacional se ha hecho añicos con la adopción en julio de 2018 de la “ley fundamental” que declara a Israel “Estado nación del pueblo judío”. Finalmente, saben que lo que les espera, si Netanyahu logra sus objetivos, es un apartheid al que no se llama por su nombreapartheid.

Sólo una movilización excepcional de la opinión pública internacional y un cambio radical de las políticas de Washington pueden salvarlos de esta pesadilla. Es decir, hay poca esperanza.

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Traducción: Mariola Moreno

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