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Fútbol en Brasil o la historia de la lucha contra la dominación blanca

El equipo Cruzeirinho, uno de los participantes en la Liga Nacional de Futebol Porto-Alegrense, liga autónoma negra, en Brasil en 1920.

El 29 de mayo de 1919, en Río de Janeiro, hacía un sol de justicia sobre el estadio Laranjeiras. Las piernas agotadas de los 22 futbolistas parecían hundirse en un césped blando. Casi dos horas después del comienzo del partido, todavía no se había dirimido si sería Brasil o Uruguay el vencedor del campeonato de fútbol sudamericano, precursor de la Copa América.

De repente, el brasileño Arthur Friedenreich golpeó el balón, que terminaba por hundirse en la red. El entusiasmo reina entonces en las gradas: Brasil acababa de ganar su primer título internacional. Pero había una sensación de malestar entre la afición allí congregada. El artífice de esta histórica victoria es mestizo. Arthur Friedenreich es hijo de un empresario alemán y de una brasileña de piel negra (véase aquí).

El fútbol, que llegó a Brasil en 1894, de la mano del hijo de un ingeniero ferroviario británico, a principios del siglo XX, estaba oficialmente reservado a la burguesía blanca. Negros, mestizos y amerindios fueron excluidos de toda competición.

Sin embargo, en Campinas, una ciudad obrera del estado de São Paulo, en 1900 se había fundado el club Ponte Preta, que reunía a trabajadores ferroviarios no blancos. En 1907, el Bangu AC, un club de la fábrica local, en los suburbios de Río de Janeiro, acoge a futbolistas-obreros negros y se vio de facto excluido del campeonato carioca.

En el sur del país, en Porto Alegre, los jugadores negros, a los que se les prohibió jugar en clubes blancos, crearon su propia liga autónoma, la Liga Nacional de Futebol Porto-Alegrense, que pronto se denominó peyorativamente Liga das Canelas Pretas (Liga de las Tibias Negras). Su primer campeonato se organizó el 13 de mayo de 1920, aniversario de la abolición de la esclavitud en Brasil. “En esta liga, el aprendizaje del fútbol fue independiente, más lúdico y más intenso, lo que llevó a los negros y a los pobres en general a jugar aún mejor que la élite burguesa”, explica el historiador José Antônio dos Santos.

En los grandes clubes blancos, pocos mestizos hacen su aparición, obligados a ocultar su afro-brasilianidad. Cuando el primer mestizo, Carlos Alberto, se unió al Fluminense FC en 1914, se vio obligado a blanquearse la piel con polvo de arroz antes de salir al campo.

Arthur Friedenreich, por su parte, fue víctima del racismo de los árbitros blancos. Durante los partidos jugados en São Paulo, no se silbaban las faltas que cometía el equipo contrario, obligándolo a regatear para esquivar las faltas violentas. Según la leyenda popular, el gesto que hizo con la pelvis para esquivar a un coche, cuando se disponía a cruzar la calle, le dio la idea de reproducir el gesto sobre el campo.

“El regateo, ardid y técnica de supervivencia de los primeros jugadores negros, evita cualquier contacto con los defensores blancos”, escribió el autor Olivier Guez en su libro Éloge de l'esquive [Elogio del regate] publicado en 2014. “El jugador negro que regatea y se contonea no será vapuleado, ni en el campo ni por los espectadores al final del juego; nadie lo atrapará; regatea para salvar el pellejo”. Mediante sus regateos devastadores, Friedenreich manifiesta en el campo la condición misma de los dominados que, para existir, deben sobre todo escapar de la violencia de los dominantes.

La cuestión racial se fue convirtiendo gradualmente en una fuente de tensión en el fútbol brasileño. En 1921, el presidente de la República de Brasil, Epitácio Pessoa, aprueba un “decreto de blancura” para asegurar que sólo “lo mejor de nuestra élite futbolística, los chicos de nuestras mejores familias, las pieles más claras y los cabellos más lacios” fueran admitidos en la selección nacional.

Dos años más tarde, el CR Vasco de Gama ganaba el campeonato de Río de Janeiro. El equipo, fundado por inmigrantes portugueses, estaba formado por tres jugadores negros, un mestizo y seis trabajadores blancos. Fue una verdadera afrenta a los clubes burgueses de Río, que trataron de imponer reglas discriminatorias dentro del torneo contra los futbolistas negros y de clase popular.

En una carta fechada el 7 de abril de 1924 –que pasó a la historia como la "Respuesta Histórica"–, el presidente del CR Vasco de Gama respondió que seguiría alineando a sus jugadores habituales. Unas semanas después, el equipo rompió las barreras de la segregación racial al ganar el campeonato de Río por segunda vez consecutiva.

En el Mundial de 1938, celebrado en Francia, el Viejo Continente descubre con estupefacción el estilo de juego de los afrobrasileños de la Seleção. El delantero centro negro Leônidas da Silva, el máximo goleador del Mundial, popularizó la bicicleta, regate que consiste en golpear el balón dando un salto atrás. Por su parte, el defensa mestizo Domingos da Guia se ganó al público con sus domingadas (el acto de salir de la defensa regateando a sus oponentes, uno a uno). “Hay algo que recuerda a la danza, la capoeira, en el fútbol brasileño, que suaviza y redondea este juego inventado por los británicos”, dijo el antropólogo brasileño Gilberto Freyre. “Este juego practicado de forma tan aguda y angulosa por los europeos, todo ello parece expresar [...] el mestizaje a la vez extravagante e ingenioso que puede detectarse hoy en cualquier declaración específica de Brasil”.

En 1950, le tocó a Brasil ser la selección anfitriona del Mundial. La Seleção, la favorita del torneo, ganó todos los partidos y se enfrentó a Uruguay en la final de Río de Janeiro. El partido se presenta como una formalidad en vista de la superioridad técnica de los brasileños, y los periódicos ya habían titulado con los futuros ganadores. Sin embargo, el 16 de julio de 1950, en un estadio de Maracaná estupefacto, los uruguayos se coronaron campeones del mundo en un partido que acabó 2-1.

Brasil vivió la derrota como una humillación nacional, un trauma que desde entonces se conoce como el Maracanazo, el “shock del Maracana”. El portero negro Barbosa, considerado el principal culpable, se ve condenado al ostracismo y a vivir como un paria y habría que esperar al Mundial de 2006 para que un portero negro, Dida, vuelva a ponerse bajo los palos de la SeleçãoSeleção. Los futbolistas negros estar en el punto de mira por no ser capaces de soportar la presión psicológica de los grandes partidos y por no ser suficientemente combativos. “Los jugadores negros pierden mucho de su potencial en las competiciones mundiales”, decía un informe oficial de la Confederación Brasileña de Fútbol en 1956.

La resistencia indígena y vanguardia ultra

Ocho años después del Maracanazo, Brasil jugó el Mundial de Suecia con un feroz deseo de superar la humillación del Mundial de 1950. A bordo del avión viajaban dos jóvenes esperanzas. Garrincha, nacido con una malformación congénita (sus piernas están arqueadas hacia afuera), proviene de una familia amerindia pobre. Su hándicap físico, que hace serpenteantes sus regateos y sus orígenes modestos lo convirtieron en un ídolo popular.

Al joven Pelé, de 17 años, se le ve como el joven prodigio negro del Santos FC. Él ve la profesión del fútbol como un ascensor social para escapar del determinismo racial de la sociedad brasileña. El jugador pasa su tiempo libre entrenando intensamente.

Pero, por encima de todo, la dirección deportiva percibe a Garrincha y Pelé como jugadores no blancos. El psicólogo convocado por la federación brasileña para evaluar mentalmente a los futbolistas considera a Pelé “incuestionablemente infantil” y desprovisto del “sentido de responsabilidad indispensable para cualquier juego de equipo”. De Garrincha, por su parte, se dice que tiene un coeficiente intelectual inferior a la media y que carece de agresividad.

Fruto de esos puntos de vista racistas, ambos jugadores no fueron titulares en los primeros partidos. Sin embargo, después de un empate con Inglaterra, el entrenador brasileño se arriesga alineando al dúo frente a la URSS. Desde ese momento, el regate de Garrincha martirizó a la terrible defensa soviética, mientras que Pelé marcó los goles de la victoria en los cuartos de final y las semifinales.

La final de la Copa del Mundo de 1958 terminó con una rotunda victoria de Brasil frente a Suecia 5-2. El título internacional de la Seleção conjuró la maldición del Maracanazo.

Para el dramaturgo Nélson Rodrigues, esta consagración deportiva simboliza el advenimiento del orgullo afrobrasileño: “Recuerdo que después del final del partido entre Brasil y Suecia vi a una mujer negra. Una habitante típica de la favela. Pero el triunfo de los brasileños la había transfigurado. Caminaba por la acera con la seguridad de una Juana de Arco. Lo mismo ocurría con los hombres negros que, atractivos, radiantes, suntuosos, se parecían a los fabulosos príncipes de Etiopía”.

El jogo bonito, con sus regates lúdicos, la forma de esquivar y los regateos, traduce en opinión de los brasileños una forma de expresión colectiva con una dimensión descolonial. Este giro creativo de un deporte que simboliza la hegemonía cultural blanca también rehabilita una figura mítica popular, el malandro.

Encarnado en los campos por Garrincha gracias a su juego de pies –ginga, palabra que designa tanto el andar del ladrón de las favelas como un movimiento de capoeira–, el malandro es el gamberro que apuesta por su astucia para llegar a los niveles sociales que le están prohibidos. “El malandro baila y camina, simula y disimula, en la frontera entre el bien y el mal, de la legalidad y de la ilegalidad”, dice el músico Chico Buarque en una ópera dedicada al dandy de la calle. Fanfarrón, provocador, es un regateador social”.

La Seleção ganó posteriormente los Mundiales de 1962 y 1970, de nuevo gracias a su llamado arte del futebol, un fútbol que el escritor uruguayo Eduardo Galeano define como “hecho de regates de cintura, ondulaciones del cuerpo y vuelos de piernas que venían de la capoeira, la danza de guerra de los esclavos negros y los alegres bailes populares de los suburbios de las grandes ciudades”.

El estilo de juego y las victorias de los jugadores brasileños no blancos como Garrincha tuvieron un profundo efecto en las comunidades amerindias, que veían el fútbol como una voz para sus reivindicaciones. Así, cuando Brasil organiza el Mundial en 2014, los amerindios verán una oportunidad sin precedentes para hacer visible la resistencia indígena de Brasil en el plano internacional.

El movimiento amerindio decidió unirse plenamente a las luchas sociales que se estaban llevando a cabo en ese momento contra el Mundial en Brasil. “Vamos a unirnos a los diferentes movimientos sociales de Río de Janeiro, tanto a los de las favelas como a los del centro de la ciudad, a los de los gitanos, a los de los negros, vamos a unirnos todos para organizar la protesta”, anunció en 2012 Carlos Pankararu, uno de los portavoces de la Aldeia Maracanã, centro cultural amerindio de Río.

En junio de 2013, las comunidades indígenas se unirán a los millones de manifestantes que saldrán a las calles con el lema Não vai ter Copa (“La Copa no se celebrará”). El 27 de mayo de 2014, en Brasilia, la Policía carga contra una manifestación de miles de amerindios en torno al nuevo estadio nacional llamado Garrincha, después de ocupar la sede de la empresa propietaria del complejo deportivo.

Durante la ceremonia de inauguración del Mundial, el 12 de junio de 2014, un niño blanco, un joven amerindio guaraní y una niña negra soltaron una paloma, símbolo de la paz entre los pueblos, ante millones de telespectadores. Al salir del campo, el niño guaraní de 13 años, Werá Jeguaka Mirim, saca una pequeña pancarta roja que dice “¡Demarcação jà!” (“Demarcación ya”). El lema se refiere a la lucha indígena para conseguir que el Estado brasileño delimite las tierras amerindias que sufren la presión de los grandes terratenientes. El gesto de protesta será furtivo porque habría sido censurado, las cámaras enseguida enfocan a las gradas.

Cuatro años más tarde, Jair Bolsonaro era elegido presidente del país. Apodado “el candidato de los futbolistas” durante la campaña electoral, el exmilitar de extrema derecha recibió el apoyo de estrellas del fútbol brasileño como Rivaldo, Felipe Melo y Ronaldinho.

Apenas una semana después de las elecciones, el 4 de noviembre de 2018, el Esporte Clube de Bahia, un club profesional de primera división, se enfrentó al Fluminense FC en la liga brasileña. Los jugadores de Bahia saltaban al campo con los nombres de las grandes figuras negras de la lucha anticolonial en la parte posterior de sus camisetas. Ante miles de espectadores, los jugadores lucían los nombres de Zumbi Dos Palmares, pioneros de la resistencia contra la esclavitud en el siglo XVII, y María Felipa, una obrera que dirigió un grupo de 200 mujeres negras y amerindias que luchaban contra los portugueses en 1822.

Al año siguiente, en el estadio Maracanã de Río de Janeiro, los dos clubes se enfrentan de nuevo el 13 de octubre de 2019. El nuevo entrenador del Fluminense, Marcão, y el entrenador del Bahia, Roger Machado, están de pie uno al lado del otro, cada uno con una camiseta del Observatorio de Discriminación Racial en el Fútbol, una organización brasileña antirracista. En un país donde más de la mitad de la población no es blanca, Roger Machado y Marcão son los dos únicos entrenadores negros en la primera división de fútbol del país.

En la conferencia de prensa posterior al partido, Machado condenaba: “Si no hay prejuicios en Brasil, ¿por qué los negros reciben una educación menos buena? ¿Por qué el 70% de la población carcelaria es negra? ¿Por qué es más probable que los jóvenes negros sean asesinados en Brasil?”. De enero a junio de 2019, la Policía Estatal de Río de Janeiro mató a 885 personas, en su mayoría no blancos de las favelas, incluida una niña negra de 8 años, Ágatha Félix. Un récord absoluto.

Machado concluyó: “La verdad es que diez millones de personas fueron esclavizadas. Hace más de 25 generaciones. Comenzó en el Brasil colonial, continuó en el Brasil imperial y fue ocultado por la República Brasileña. [...] La gente dice que el hecho de que yo esté aquí es una prueba de que el racismo no existe. La prueba de que el racismo existe es que soy uno de los únicos negros aquí”.

Las protestas antirracistas y descoloniales también se intensificaron en las gradas con la llegada de Bolsonaro al poder. Unas 60 torcidas –grupos organizados de simpatizantes– antifascistas han surgido recientemente en las gradas de los clubes más emblemáticos de Brasil. La afición del SC Internacional de Porto Alegre se han movilizado con los movimientos negros de la ciudad y participan en el Quilombo Lemos, un espacio urbano autogestionado por la comunidad afrobrasileña local y nacido históricamente de la resistencia de los esclavos fugitivos.

Los hinchas del Palmeiras Antifascistas de São Paulo rinden regularmente homenaje a Marielle Franco en los estadios. La concejala negra fue ejecutada en el centro de la ciudad el 14 de marzo de 2018, cuando era una de las pocas figuras políticas que denunciaba los crímenes racistas de la policía.

Desde el 31 de mayo, estos grupos de simpatizantes han dejado temporalmente de lado sus rivalidades deportivas para unir sus fuerzas y hacer frente a la política de discriminación racial de Bolsonaro ante la pandemia. En São Paulo, grupos de ultras de los cuatro grandes clubes de la ciudad, incluyendo a los seguidores del Corinthians y a su enemigo acérrimo, el Palmeiras, se están manifestando juntos.

La torcida del Gremio se manifestó en cabeza de la protesta anti-Bolsonaro de Porto Alegre con una enorme pancarta donde se podía leer “Contra la violencia racial”, mientras que Fluminense y Flamengo hacían suyo el eslogan del movimiento Black Lives Matter en los desfiles de Río de Janeiro el 7 de junio. Una unión de aficionados al fútbol en las calles que no es diferente de las observadas durante el Hirak argelino en 2019 o, más recientemente, el movimiento social chileno.

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Traducción: Mariola Moreno

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