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La cólera de las mujeres será clave este martes

Las mujeres blancas de clase trabajadora vuelven a perfilarse como claves para las aspiraciones de Trump y Biden.

Patricia Neves (Mediapart)

Dibujos de úteros y vulvas, puños en alto: su cuerpo, su decisión; punto. En los EEUU de Donald Trump, las manifestaciones de mujeres se han convertido en moneda corriente. El día después de su toma de posesión, el 21 de enero de 2017, más de cuatro millones de personas, la gran mayoría mujeres, salieron a la calle en más de 650 ciudades. Más que en las marchas contra la guerra de Vietnam de 1969 y 1970. Más que en las marchas de 2003 contra la guerra de Irak.

Este último fin de semana, cuando quedan poco más de 15 días para las elecciones, varios cientos de mujeres se manifestaron en Nueva York. Lo que ahora las une ya no es sólo la misoginia del presidente, que en 2005 se jactó de “agarrar” a las mujeres “por el coño”, sino también los incesantes ataques de la administración Trump a sus derechos.

“Vote him out, vote him out”, cantaban, pancartas en mano, frente al edificio Trump, un rascacielos de Wall Street en Manhattan propiedad del presidente. “Echémosle, echémosle”, de la Casa Blanca, “yendo a las urnas” el 3 de noviembre. En todas las pancartas, la misma cara: gafas, un moño y un cuello de encaje blanco, el complemento fetiche de la jueza progresista Ruth Bader Ginsburg, icono feminista, fallecida el 18 de septiembre.

Apenas unas semanas antes de las elecciones presidenciales del 3 de noviembre, la muerte de Ginsburg, de 87 años, le daba a Trump una oportunidad inesperada: ofrecer a sus electores lo que les había prometido, una mayoría ampliamente conservadora en la Corte Suprema. Ahora en posición, como muchos esperan, de anular el Caso Roe contra Wade, que en 1973 hizo posible la legalización del aborto en Estados Unidos.

Amy Coney Barrett, la jueza ultraconservadora elegida por Donald Trump en sustitución de Ruth Bader Ginsburg y cuya audiencia en el Senado comenzó la semana pasada, no oculta sus intenciones. En 2006, se opuso públicamente al “aborto bajo demanda”.

Donald Trump, candidato a la reelección, que en vísperas de las elecciones no las tiene todas consigo ante el demócrata Joe Biden, debe su victoria de hace cuatro años, en parte, a aquellas de las que a menudo se burla e incluso insulta, las mujeres. En los suburbios blancos y llamativos, en los suburbs, entre el 47% y el 52% de las mujeres le dieron su voto. ¿Pero Trump será capaz de convencerlas de nuevo? A decir de las manifestantes de Nueva York entrevistadas, no está claro.

Roe contra Wade, “todavía lo recuerdo”, dice Mary, 67 años. “En 1971, acababa de terminar secundaria. Recuerdo haber conducido, poco después, durante horas con un amiga de Pensilvania. Condujimos hasta Nueva York para que pudiera abortar”.

Si esta profesora jubilada de ojos azules se manifiesta en Manhattan junto a Lory, su compañera desde hace 35 años, es porque no entiende lo que le ha pasado a su país. Nunca se habría imaginado un panorama así, “ni en sueños”, asegura.

Apenas “hace cinco años”, Mary habría asegurado encantada que sus derechos habían por fin avanzado en Estados Unidos. Ya no está segura de nada. En Brooklyn, donde vive con su esposa, dice ser “acosada” en la calle, de forma habitual, por un grupo de religiosos.

Su historia resume lo que está en juego en una nueva nominación en la Corte Suprema que podría volver a la carga con el Obamacare, la Affordable Care Act (ACA). Ella, que fue profesora de estudiantes con discapacidades y que la defiende particularmente. “¿Y qué será de mi cuñada?”, pregunta María. “Antes del Obamacare, nunca había podido tener cobertura médica, ni siquiera a través del trabajo de su marido”Obamacare, puntualiza.

Hoy en día, las mujeres norteamericanas con cobertura médica a través de la ACA y sus empleadores pueden obtener anticonceptivos sin copagos. ¿Qué pasará en el futuro? En julio, la Corte Suprema aprobaba una medida de la Administración Trump que permite a los empleadores con objeciones religiosas negar la cobertura de anticonceptivos a sus trabajadores

Como Mary, las mujeres son más propensas a apoyar el acceso a la sanidad para todos, según los sondeos. A pesar de esto, Donald Trump sigue esperando su voto. Especialmente el de las mujeres blancas moderadas o conservadoras. Para ellas, utiliza otros argumentos. En campaña a mediados de octubre en Pensilvania, un estado de la costa Este donde en 2016 se impusieron los republicanos por la mínima, Trump jugó la carta de la seguridad mientras se multiplicaban las protestas en respuesta a la violencia policial contra los estadounidenses negros.

Amy Coney Barrett, ni siquiera “en sueños”

“¿Me querréis? He salvado vuestros barrios [de la inseguridad], ¿no?”. ¿Surtirá efecto el argumento? Según The Brookings Institution, hay motivos para dudarlo, al menos si nos atenemos a la tendencia establecida en 2018 durante las elecciones de mitad de mandato. El presidente y los republicanos registraron una caída de cinco puntos entre las mujeres blancas con y sin títulación universitaria. “El cambio más profundo en la vida política ahora, y en los años venideros, es el movimiento masivo de mujeres en el Partido Demócrata”, escribe el think tank progresista en un artículo de junio.

Debbie Walsh, investigadora de la Universidad de Rutgers en Nueva Jersey, especializada en la participación de la mujer en la vida política, atribuye el descenso a, entre otras cosas, la creciente brecha de género (gender gap), la creciente división electoral entre hombres y mujeres en Estados Unidos.

En 1980, el 55% de los hombres apoyaron a Ronald Reagan en las elecciones presidenciales, frente al 46% de las mujeres. En ese momento se estaba debatiendo la Equal Rights Amendment (enmienda sobre la igualdad de derechos, ERA, por sus siglas en inglés), una propuesta para enmendar la constitución para garantizar que la igualdad de derechos no se viese socavada en el ámbito estatal. La ERA nunca ha sido ratificada, pero desde 1992 la gender gap ha beneficiado a los demócratas en todas las elecciones presidenciales. En 2020, la brecha podría ser mayor que nunca.

Con la pandemia y sus casi 220.000 muertes al otro lado del Atlántico, hemos olvidado lo mucho que los insultos de Donald Trump a las mujeres han marcado su presidencia. Hillary Clinton, Elizabeth Warren, pero también Alexandria Ocasio-Cortez y sus colegas de la izquierda demócrata son solo algunos ejemplos de mujeres atacadas  por el presidente mediante tuits machistas.

Según la ensayista Rebecca Traister, autora de Good and Mad: The Revolutionary Power of Women's Anger (El bien y el mal: el poder revolucionario de la ira de las mujeres), el choque moral de la victoria de Trump, seguido un año después por el movimiento #MeToo, alimentó la “ira” política de las mujeres, que se reactivó en 2018 con el nombramiento de Donald Trump, para la Corte Suprema, del juez conservador Brett Kavanaugh, acusado de agresión sexual.

Sin mencionar las 20 mujeres que acusaron al propio Donald Trump de agresión sexual...

En Nueva York, el pasado sábado, la cuestión vuelve a salir una y otra vez en las conversaciones mantenidas por las manifestantes. ¿Cuántas de ellas han sufrido alguna vez un comentario sexista sobre su ropa o han escuchado frases como: ‘Estarías más guapa si sonrieses’, pregunta una organizadora a las allí presentes. ¿Cuántas de ellas han tenido miedo de volver a casa solas por la noche? ¿Cuántas han tenido que cambiar de acera porque las molestó un hombre? ¿Cuántas tienen miedo en el metro? ¿Cuántas han sido acosadas? ¿Cuántas han sido agredidas sexualmente? A cada una de las preguntas, excepto a la última, una abrumadora mayoría de las mujeres respondió afirmativamente levantando la mano.

Joana, de 26 años, es una de ellas. De ascendencia sudamericana, lleva diez años trabajando como niñera en Nueva York. Ha querido manifestarse unos días antes de las elecciones presidenciales, disfrazada del personaje de El cuento de la criada, una serie adaptada de una novela distópica de anticipación en la que las mujeres terminan esclavizadas en un régimen totalitario. “Cuatro años más de Donald Trump nos llevarían a esto, al mundo imaginado por Margaret Atwood”, asevera.

Joana no quiere este mundo. Dos semanas antes de las elecciones, los sondeos de opinión indican que la mayoría de las mujeres están dispuestas, como ella, a votar a Joe Biden. El candidato demócrata, si es elegido, gobernará el país junto con una vicepresidenta negra, la senadora Kamala Harris. Algo inédito. Hay una paradoja en todo esto: sobre el propio Biden penden acusaciones de gestos fuera de lugar, incluso agresiones sexuales. El enfado de las mujeres de EEUU no termina aquí.

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Traducción: Mariola Moreno

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