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Las cuatro lecciones de las presidenciales de EEUU

Donald Trump, antes de su intervención en la Casa Blanca esta madrugada.

François Bonnet (Mediapart)

El trumpismo no se diluye en agua calientetrumpismo. Hete aquí la principal lección que sacamos de las elecciones norteamericanas. Por supuesto, Joe Biden se convertirá en el 46º presidente electo de Estados Unidos, pero esta ajustada victoria, en unos comicios marcados por una participación sin precedentes desde 1900, va acompañada de numerosas derrotas para el Partido Demócrata.

No sólo no ha existido la “ola azul” que esperaban los demócratas, sino que pueden perder alrededor de una decena de escaños en la Cámara de Representantes. Tampoco han logrado ganar en el Senado. Y multiplican las derrotas en las elecciones locales que también se celebraban el 3 de noviembre, sin conseguir ganar en los parlamentos de varios Estados.

“Hemos perdido muchas batallas pero ganamos la guerra”, quiso consolarse el jueves Nancy Pelosi, líder de los Demócratas en la Cámara de Representantes, en una animada conversación con colegas. No precisó por cuánto tiempo. Porque esta guerra va a continuar sin lugar a dudas, puesto que el trumpismo parece sólidamente consolidado.

Donald Trump ha obtenido casi siete millones de votos más que en 2016. Mejora sus resultados en todos los segmentos de la población (excepto entre los “hombres blancos”). “Las mujeres blancas votaron más a Trump en 2020 que en 2016, a pesar del sexismo, por no decir más, del personaje”, explicaba la historiadora y especialista Sylvie Laurent el jueves en el plató del programa “À l'air libre” de Mediapart (socio editorial de infoLibre). Los afroamericanos también, así como los hispanoamericanos.

Porcentaje de electorado republicano, en función de la raza y el género.

Y Donald Trump arrasa en las filas de su partido. Viene a desmentir a esos líderes demócratas, convencidos como estaban de que una parte del electorado republicano se alejaría de un personaje tan desagradable... Y que era precisamente por esta razón, para atraerlos, por lo que había que realizar una campaña decididamente centrista, en voz baja, diciendo lo menos posible.

Joe Biden se ha limitado a jugar al contraste: él no era Trump. Él era “decente” y “profesional”; él prometía “reconstruir” unos “EE.UU. dañados”; él prometía “restaurar el alma de este país”. Su proyecto se resumió en una propuesta, el retorno a la normalidad.

Esta estrategia de campaña le dio in extremis lo necesario –la Casa Blanca– pero no lo suficiente. Al no controlar el Congreso, evidentemente tampoco la Corte Suprema, ni muchos poderes locales, Biden aparece ya paralizado. Sólo será un presidente de transición, sin duda incapacitado para liderar una agenda de transformación, como fue el caso de Barack Obama durante su segundo mandato (2012-2016).

Las encuestas a pie de urna realizadas el 3 de noviembre (más fiables que las efectuadas antes de la votación) y los primeros análisis de los sondeos plantean innumerables preguntas sobre las debilidades y los fracasos de la estrategia de los demócratas. El debate ya ha comenzado en el partido.

Muchas de estas preguntas tienen un claro eco en Europa y particularmente en Francia. Porque las elecciones presidenciales francesas tendrán lugar en menos de 18 meses. Y porque el país cuenta, desde hace tiempo, con una poderosa extrema derecha consolidada, en condiciones ya de pasar a la segunda vuelta, como hizo Marine Le Pen en 2017.

Si dejamos a un lado las fuertes especificidades del sistema estadounidense, surgen cuatro preguntas comparables entre ambos países; con una dificultad particular en Francia, el panorama político está fragmentado en múltiples fuerzas, mientras que el votante norteamericano sólo puede elegir entre dos partidos principales.

1 - La economía y la explosión de desigualdades

La situación económica ha sido el factor determinante número uno entre el electorado norteamericano a la hora de depositar su voto (un 35%, frente a un 11% que tuvo en cuenta la seguridad o un 20%, el racismo). Y el 82% de los que consideraron que este era el problema principal votaron por Trump (frente al 17%, que se decantó por Biden).

Principales problemáticas consideradas por los electores a la hora de votar.

Paradójicamente, el impacto social y económico de la pandemia del coronavirus, con 20 millones más de personas desempleadas en pocos meses, repercutió positivamente en el presidente saliente, que no dejó de negar la peligrosidad del “virus chino”. A Trump también se le atribuyeron muy buenos resultados antes de la crisis sanitaria, resultados que a menudo se debían a su predecesor.

Mientras que Estados Unidos está destrozado por la desigualdad y habida cuenta de que las políticas de Trump consistían esencialmente en recortes masivos de impuestos para las empresas y los más ricos, fue él sin embargo quien se impuso en esta importante cuestión. Los demócratas han descuidado en gran medida el factor social y económico.

Se anunciaron medidas consistentes en hacer pagar más a los más ricos, sin que ello condujera a un proyecto global de recuperación, redistribución y de lucha contra la desigualdad. Al mismo tiempo, Biden no dejó de titubear con relación a la explotación del petróleo y el gas de esquisto, sin saber realmente cómo responder cuando Trump glorificó este sector creador de empleos.

Una ilustración de este callejón sin salida se puede encontrar en Florida. Trump se ha impuesto con comodidad en este estado. Al mismo tiempo, los votantes decidieron en un referéndum local aumentar el salario mínimo a 15 dólares la hora.

De hecho, los demócratas cedieron este terreno social y económico al candidato republicano. He ahí una lección útil para los izquierdistas franceses, en un momento en que Emmanuel Macron quiere fijar una agenda identitaria y de seguridad empleando el vocabulario de la extrema derecha. Y donde la Agrupación Nacional (antiguo Frente Nacional] se presenta desde 2017 como el partido de la protección económica de los franceses. La cuestión social, especialmente durante y después de la crisis sanitaria que estamos viviendo, es un factor determinante.

2 - La crisis democrática e institucional

En 2016, Donald Trump fue elegido como candidato antisistema (antiguo eslogan del FN/RN francés), el que iba a meter en vereda a Washington y a sus lobbies, “al estado profundo”. Sus incesantes denuncias de “complots” de todo tipo, su impugnación del resultado de las elecciones presidenciales de 2020, sus acusaciones de “fraude masivo” se basan en el agotamiento de un sistema institucional, agotamiento que va unido a una crisis de representación, como en Francia.

Trump confió en sus 88,4 millones de seguidores de Twitter (más de los 70 millones de votos obtenidos el 3 de noviembre) para hablar a diario, en directo y sin filtros con EE.UU. Como señaló nuestro cronista Harrison Stetler, “la crisis por la que pasa Estados Unidos desde hace 30 años hunde sus raíces mucho más allá del sistema partidista. La violencia que se percibe en las calles es también un signo de un sistema político e incluso de un orden constitucional que no logra canalizar o moldear la opinión popular”.

Lo mismo ocurre en Francia. Mucho antes de que el movimiento de los chalecos amarillos y la demanda, entre otras, de un referéndum de iniciativa ciudadana (RIC), la Quinta República y su “cretinismo presidencial” habían puesto en crisis nuestra democracia.

Mencionemos sólo tres ejemplos. ¿El derecho de los extranjeros a votar en las elecciones locales? Casi 40 años de debate y ningún avance (excepto para los ciudadanos de la UE). ¿Incluso una introducción limitada de la representación proporcional en las elecciones legislativas? Una promesa recurrente que nunca se ha cumplido. ¿La Convención de los ciudadanos por el clima y por lo tanto la participación directa de los ciudadanos en la elaboración de políticas? Tan pronto hecho como olvidado por las autoridades.

Y sin embargo, esta cuestión democrática se ha convertido en central. Hay que poner punto y final a la Quinta República para reconstruir la deliberación democrática. Ningún partido, con la excepción de Francia Insumisa, que propone “una asamblea constituyente”, ha optado por hacerla prioritaria.

3 - Los derechos de las minorías para la emancipación de todos

Este será el eje central de la batalla en el seno del Partido Demócrata. Los “liberales”, ese ala izquierdista de Bernie Sanders por resumir, habrían asustado al electorado demócrata tradicional con sus luchas por las minorías. Los movimientos de derechos civiles, contra la represión policial, contra la supremacía blanca, contra el racismo, en defensa de los indocumentados, LGBT, Black Lives Matter y tantos otros habrían establecido un programa político radical de izquierda, incluso “socialista”, que habría paralizado a Joe Biden y su campaña.

El paralelismo con Francia es sorprendente en un momento en que Emmanuel Macron quiere hacer de la “lucha contra el separatismo” la marca del final de su quinquenio. Esta histeria que denuncia el “comunitarismo”, nuevo enemigo interior, relevada por la Primavera Republicana y ciertos líderes de izquierda, es exactamente la agenda que la extrema derecha quiere imponer al país, en una guerra de todos contra todos.

Para evitar estas regresiones xenófobas e identitarias, cualquier proyecto emancipador comienza por la defensa de las minorías y la conquista de nuevos derechos. La historia de la izquierda y sus éxitos en Francia ha estado marcada por esos compromisos, y lo mismo ocurre en Estados Unidos.

En el incipiente debate en las filas demócratas, las cuatro mujeres parlamentarias del ala izquierda del partido fueron reelegidas sin mayores complicaciones. Alexandria Ocasio-Cortez, Ilhan Omar, Ayanna Pressley y Rachida Tlaib sostienen que son precisamente estas luchas contra el racismo y por los nuevos derechos, pero también por el Nuevo Pacto Verde, las que han atraído a nuevos votantes y provocado nuevas movilizaciones.

La victoria de Cori Bush, la primera mujer negra de Misuri elegida para la Cámara de Representantes, refuerza su posición. Y sin estas nuevas luchas lideradas por una nueva generación de activistas y defensores, es probable que Joe Biden no hubiera ganado en algunos estados.

4 - Movimientos y acciones ciudadanas en el campo

Porque esta nueva izquierda americana ha sido capaz durante años de desarrollar nuevos modos de acción y nuevos vínculos con asociaciones e innumerables movimientos ciudadanos locales. A raíz de las campañas de Bernie Sanders, los comunity organizers han peinado el campo. Vivienda, pobreza, violencia, discriminación, sanidad, medio ambiente...: luchas muy concretas, a veces barrio por barrio, han permitido “volver a atraer” a los ciudadanos a la política.

“Hay que mirar realmente a las comunidades que han obtenido estas victorias milagrosas en Arizona, Georgia, Minnesota, Michigan, etc. Rara vez son objeto de inversión política tradicional o de estrategia electoral, y a menudo se sacrifican en las negociaciones políticas”, señala Alexandria Ocasio-Cortez en un tuit que explica cómo estas luchas locales consiguieron la victoria de Biden.

Aquí también, los partidos franceses tienen mucho que aprender. La pertenencia esquelética a partidos de izquierdas o EELV, su lejanía, desconfianza o desinterés por las luchas sociales cotidianas son un hándicap importante.

“Joe Biden y los demócratas se negaron firmemente a oponerse a un convincente proyecto político alternativo a la reaccionaria política de derechas de Donald Trump. Trump parece haber perdido, pero sin crear esta alternativa, el trumpismo podría volver a estar vigente dentro de cuatro añostrumpismo”, escribe Barry Eidlin en la revista de izquierdas Jacobin.

Frente a la Unidad Nacional de Marine Le Pen, el desafío es el mismo. Proponer otro imaginario político que el de la exclusión y la identidad; construir un proyecto global que incluya finalmente a los ciudadanos y las dinámicas sociales. ¿Ya es demasiado tarde? Sin duda.

Desde hace tres años, los movimientos sociales y los levantamientos populares no han cesado en Francia. Sin embargo, todos ellos han sido observados con sospecha o distancia por la mayoría de las llamadas fuerzas políticas progresistas, ecológicas o de izquierda. No han sido capaces de hacer nada ni de construir sobre estas dinámicas a veces inesperadas y muy a menudo innovadoras que provienen de la sociedad. Las viejas estrategias, las divisiones insuperables, los apriorismos ideológicos, las luchas de ego, cada uno convencido de que es el hombre providencial –una figura perdedora– hacen imposible la construcción de un proyecto semejante. Al final de este camino está la ultraederecha. Donald Trump, incluso como perdedor, lo confirma. A no ser que...

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Traducción: Mariola Moreno

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