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Viktor Orbán despliega la alfombra roja a China y dispara las alarmas en Bruselas

El primer ministro húngaro, Viktor Orban.

Corentin Léotard (Mediapart)

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Al sur de Pest, en la orilla izquierda del Danubio, justo antes de que se divida en dos brazos, que rodean la isla de Csepel, es donde el Gobierno quiere construir la “ciudad estudiantil de Budapest”. Aquí es donde, en 2024, se establecerá Fudan, una universidad china de élite. Tiene su sede en Shanghái, está considerada la tercera universidad más popular de China y bien situada en varias clasificaciones mundiales.

Viktor Orbán se reunió con el presidente de Fudan en octubre de 2019 y el 16 de diciembre el Ministerio de Innovación y Tecnología húngaro firmaba un protocolo de acuerdo en Shanghái; el Boletín Oficial de enero publicaba que el Estado dedicaría 821 millones de florines (2,3 millones de euros) a la compra de títulos de propiedad.

Para Hungría y sus diez millones de habitantes, el proyecto es gigantesco. Fudan tiene previsto formar entre 5 y 6.000 estudiantes, de nivel de máster en cuatro sedes, lo que supone 20.000 alumnos en todo el país, en Medicina, Economía, Relaciones Internacionales y Ciencias de la Ingeniería. La Universidad Centroeuropea, fundada por el multimillonario George Soros, habría quedado en segundo plano, con sus 1.500 estudiantes; claro que, acosada por el Gobierno, trasladaba la mayor parte de sus actividades a Viena, en la vecina Austria, al inicio del curso académico 2019.

Al margen de la escuela de negocios que abrió la Universidad de Pekín en Oxford en 2019, Fudan será el primer campus chino en la Unión Europea. Que Hungría la acoja no tiene nada de raro: aunque muy asimétricas, las relaciones entre Budapest y Pekín son excelentes y Viktor Orbán parece dispuesto a hacer de Hungría un trampolín de China en Europa. “La apertura prevista del campus podría promover más inversiones chinas en Hungría y la creación de centros de investigación y desarrollo para empresas chinas en Hungría”, ha llegado a decir el ministro de Innovación y Tecnología, László Palkovics.

La crisis sanitaria sirve de acelerador

El prestigio de Pekín a ojos de la derecha nacionalista gobernante se ha acrecentado tras la crisis del coronavirus y la entrega de equipos médicos chinos en la primavera de 2020. El jefe del Gobierno dejó claro el 29 de enero en la radio estatal que, por lo que a él respecta, quiere que le inoculen la vacuna china. “Es la que más confianza me inspira”, dijo.

Su ministro de Asuntos Exteriores, Péter Szijjártó, anunció ese mismo día que había firmado un contrato con la empresa china Sinopharm para el suministro de cinco millones de dosis, suficientes para vacunar (con una dosis de recuerdo) a una cuarta parte de la población del país. Un decreto a medida y el desmantelamiento de la agencia del medicamento (OGYEI) va a permitir acelerar el proceso de validación. Además, ya se han encargado dos millones de dosis de la vacuna rusa Sputnik V, cuyas primeras entregas han comenzado y se prolongarán hasta finales de abril.

Hungría, que con casi 13.000 muertes tiene una tasa de mortalidad superior a la de Francia (1.300 muertes frente a 1.200 por millón de habitantes, según la Universidad Johns-Hopkins), no ha esperado a la Comisión Europea, que intenta armonizar las estrategias de los Estados miembros. Los actuales reveses de la Comisión en la obtención de las vacunas están dando la razón a Viktor Orbán, que ve en ello una nueva señal de la debilidad de las democracias liberales y de la Unión, y refuerza sus opciones geoestratégicas.

Cuando volvió al poder en 2010, el Fidesz hizo de la “apertura al Este” el nuevo pilar de la política exterior húngara, persiguiendo el objetivo de desarrollar sus intercambios, en particular con Asia Central y Oriental, y reducir así su dependencia de otros países europeos. “Navegamos bajo la bandera occidental, pero el viento sopla del este”, explicó Viktor Orbán.

Conocido en Europa Occidental por sus diatribas nacionalistas, el líder húngaro presenta una cara diferente cuando de relaciones internacionales se trata.

Junto con Al-Sissi en El Cairo, se cuida de desmarcarse de un Occidente que da lecciones, subraya que “Hungría no tiene un pasado colonial” y se congratula de su encuentro con el imán de la mezquita de Al-Azhar, un alto representante religioso (“el Islam es una gran civilización y el mundo musulmán no puede asimilarse al flujo de inmigrantes”, declaró a su regreso, en la radio pública húngara).

En China, destaca las raíces asiáticas de Hungría, que, según él, ahora son envidiadas después de haber sido objeto de burla durante mucho tiempo en Europa. Para mejorar sus relaciones con Asia Central, hizo que Hungría se adhiriese al Consejo Turco, que reúne a los Estados de habla turca, y planteó el muy dudoso origen turco-mongol de los húngaros, “descendientes de los hijos de Atila [el Huno]”, tesis favorecida por la extrema derecha antisemita para distanciarse de Occidente. “Ahora está claro que se ha derrumbado el viejo orden mundial, cuyo dogma era que el dinero y el conocimiento venían del rico y poderoso Occidente para fluir hacia los países pobres de Oriente", declaró en la cumbre del Consejo de Turquía en Kirguistán en septiembre de 2018.

Resultados aún inciertos

Por supuesto, es China el país que despierta toda la codicia. El Gobierno húngaro está plenamente comprometido con su proyecto geoestratégico de las “Nuevas Rutas de la Seda”, que debería abrir nuevas oportunidades comerciales con los continentes africano y europeo. Es un miembro entusiasta del formato “17 + 1”, la plataforma de cooperación entre China y los países de Europa Central y Oriental, que ven en ella una esperanza para pasar de una posición periférica en el mundo transatlántico a una posición central en el mundo euroasiático.

“Nunca hemos vivido el protagonismo de China en el nuevo orden mundial como una amenaza, sino como una oportunidad”, señalaba el diplomático húngaro Péter Szijjártó en su anterior cumbre en noviembre de 2017 en Budapest. La última tuvo lugar el martes 9 de febrero por videoconferencia.

Como concreción de esta proyección china hacia el Oeste de Eurasia, la línea ferroviaria entre Budapest y Belgrado, la capital de Serbia, a 400 kilómetros de distancia, se renovará para convertirse en una línea de alta velocidad, la primera de estas características en Hungría. Un consorcio chino-húngaro está ejecutando las obras, cuyo 85% (2.500 millones de euros) financia el Ejecutivo chino en el tramo húngaro.

Para China, se trata de transportar sus mercancías que entran en Europa a través del puerto del Pireo en Grecia. Péter Szijjártó se congratula: “Con la renovación de la línea ferroviaria entre Budapest y Belgrado, Hungría ofrecerá la ruta de transporte más rápida para las mercancías chinas entre el sureste y el oeste de Europa”.

Sin embargo, no hay que exagerar esta nueva influencia china. Deseoso de demostrar que su diplomacia, muy criticada por los partidos de la oposición, funciona, el gobierno propone la cifra de cinco mil millones de euros de inversión directa china en Hungría.

Pero la comunidad investigadora es escéptica. Si se excluyen las adquisiciones de empresas extranjeras por parte de China en Hungría, se reducen a menos de 2.000 millones de euros. “Incluso si aceptamos la cifra más alta de 5.000 millones de euros, sigue siendo una parte muy pequeña del stock total de IED [inversión extranjera directa] en Hungría”, afirma el politólogo Tamás Matura, especialista en China . “Existe una verdadera voluntad política por parte de Hungría y China, pero esta cooperación encontrará sus límites con el tamaño de la economía húngara. Hungría tiene poco que ofrecer a China”, precisa por su parte el analista Paweł Paszak, en un podcast producido por el Instituto de Varsovia, centro de análisis de las relaciones internacionales.

En general, la política exterior de “apertura al Este” de Fidesz ha tardado en dar resultados: más de tres cuartas partes del comercio húngaro siguen siendo con otros países de la Unión Europea, una proporción que no ha disminuido en la última década.

Tensiones con Washington

La luna de miel chino-húngara no pretende complacer a Estados Unidos. Durante una gira europea en febrero de 2019, el secretario de Estado Mike Pompeo fue tajante: “Estados Unidos ha estado ausente de Europa Central con demasiada frecuencia últimamente. [...] Nuestros rivales han llenado ese vacío”, publica Foreign Policy. Los nombró en una rueda de prensa: “Llamé la atención de mi socio húngaro sobre el hecho de que Rusia y China no son amigos de la libertad de las naciones pequeñas [y] sobre los peligros de permitir que China establezca una cabeza de playa en Hungría”. Su homólogo húngaro, Péter Szijjártó, no se dejó impresionar: “No permitiremos que nadie, ya sea la Unión Europea o cualquier otro, interfiera en nuestra política exterior”.

Las relaciones prometen ser pésimas con el Gobierno de Joe Biden, a quien los medios de comunicación estatales húngaros, bajo total control gubernamental, culparon de los disturbios del 6 de enero en el Capitolio. Las raíces húngaras del nuevo jefe de la diplomacia estadounidense, Antony Blinken (sus abuelos maternos y su suegra nacieron en Hungría), no ayudarán.

Budapest pretende plantar cara a Washington en la cuestión crucial del desarrollo de la red 5G, apoyándose en Huawei. El gigante chino de las telecomunicaciones tiene su mayor centro de suministro fuera de China cerca de Budapest y abrió un centro de I+D el pasado otoño.

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Traducción: Mariola Moreno

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