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Biden se embarca en una guerra tecnológica con China armado con 250.000 millones de dólares

Biden se embarca en una guerra tecnológica con China armado con 250.000 millones de dólares

Martine Orange (Mediapart)

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Todo apunta a que el debate en las relaciones internacionales no será flor de un día. Se espera que este fin de semana salga a relucir durante la cumbre del G7, que se celebra en Cornualles, el primer viaje de Joe Biden al extranjero. Para Estados Unidos, las tecnologías del futuro se convertirán en pieza clave contra China en la lucha por la supremacía mundial.

El aparato político estadounidense, que ha tomado nota de esta nueva rivalidad, se pone en marcha. En una de esas raras ocasiones en que hay consenso entre republicanos y demócratas, los senadores estadounidenses aprobaron el pasado 8 de junio un plan de más de 250.000 millones de dólares para reforzar la investigación y la innovación, y los avances tecnológicos estadounidenses, sobre todo en lo que se refiere a inteligencia artificial, computación cuántica y semiconductores. El objetivo confeso es seguir el ritmo de China, que aspira a convertirse en líder mundial en tecnologías críticas.

“Este proyecto de ley pasará a la historia como una de las cuestiones más importantes que ha aprobado esta Cámara en mucho tiempo. Quien gane la carrera de las tecnologías del futuro será el líder económico del mundo, con repercusiones de largo alcance para la política exterior y también para la seguridad nacional”, insistió el senador demócrata Chuck Schumer, ponente del proyecto, antes de la votación.

Como suele ocurrir en Estados Unidos, el cambio es brutal y espectacular. Si bien hace varias décadas que los responsables estadounidenses desterraron cualquier directriz pública, creyendo que las fuerzas privadas y de mercado eran mucho más “eficientes”, en pocos meses están redescubriendo los méritos del apoyo estatal, que creen que es la única forma de coordinar la respuesta al creciente y amenazante poder de China.

La estrategia de contención de China es probablemente el único legado de la presidencia de Trump asumido por toda la clase política estadounidense. Aunque no todos aprueben la política de tensión escenificada por el expresidente, sí le reconocen el mérito de haber tratado de contener las ambiciones galopantes de Pekín. Biden, renunciando a las ocurrencias de su predecesor, toma el relevo con determinación, convencido, como toda la clase política estadounidense, de que es inevitable una nueva guerra fría con China y que la tecnología será decisiva.

Varios informes alertaron en el pasado a la Administración estadounidense de los riesgos de que Estados Unidos se vea superado por Pekín. Los inmensos esfuerzos de investigación y desarrollo del Gobierno chino plantean con el tiempo eventuales amenazas a la seguridad y la defensa, advirtieron. En marzo, la Comisión Nacional de Inteligencia Artificial alertó de que China podría superar a Estados Unidos en este campo dentro de una década.

Pero fue la escasez, los cuellos de botella causados por la pandemia en las líneas de producción en todos los sectores, lo que supuso el golpe definitivo. Fueron un indicador del grado de vulnerabilidad de la economía estadounidense. De repente, Estados Unidos se dio cuenta de que dependía de las importaciones chinas, tanto de aparatos y equipos médicos como de equipos electrónicos o semiconductores. Dada la extrema dependencia de este sector de Taiwán, Estados Unidos podría perder su liderazgo en microelectrónica, advirtió el exdirector general de Google, Eric Schmidt. En respuesta a esta amenaza, el Gobierno estadounidense ha decidido redoblar los esfuerzos en este sector, para alentar, en nombre de la seguridad nacional, a todos los fabricantes de semiconductores, empezando por Intel, que desde hace años se han deslocalizado a toda costa, a regresar a Estados Unidos. El proyecto de ley prevé la concesión de 52.000 millones de dólares lo antes posible para reconstruir la capacidad de producción, que actualmente se encuentra sobre todo en Taiwán y Corea del Sur.

Mientras el Gobierno chino destaca constantemente sus inversiones y logros en inteligencia artificial, una parte del proyecto denominado “Endless Frontier Act” (Frontera infinita) promete destinar 120.000 millones de dólares a apoyar las inversiones en inteligencia artificial ycomputación cuántica, y especialmente a desarrollar la investigación y el desarrollo y la cooperación entre las agencias federales, los grandes laboratorios públicos y los centros de investigación privados.

El esfuerzo se inscribe en el deseo de Biden de impulsar la inversión en investigación pública. El año pasado, el gasto público en investigación y desarrollo ascendió al 0,7% del PIB, según la National Science Foundation. En 1964, era el 2,2% del PIB, lo que permitió avances espectaculares tanto en el ámbito espacial, como en el genoma humano o internet, recordó el presidente estadounidense.

Biden está completamente decidido a conseguir que los europeos se sumen a su cruzada tecnológica. Durante la pandemia, los europeos también pudieron comprobar lo dependientes que eran tanto de China como de Estados Unidos. Las mascarillas escaseaban debido a las interrupciones en el suministro de las importaciones chinas. Pero las vacunas también escaseaban, como consecuencia de las prohibiciones de exportación de Estados Unidos.

En cuanto a internet, los dirigentes europeos han podido constatar lo que conllevaban 30 años de una política de “competencia libre y sin distorsiones”, que condujo a la destrucción de todos los actores de las telecomunicaciones, donde Europa tuvo en su momento una pequeña ventaja, y la falta de un eventual actor importante en el sector digital.

Escarmentados por los giros inesperados de Donald Trump, que les hizo ver que la alianza con Estados Unidos podría no ser eterna, los líderes europeos juran ahora que quieren construir su propia autonomía estratégica, sobre todo en tecnología. Sin embargo, los hechos no han estado a la altura de las palabras.

La Comisión Europea ha publicado un primer informe de evaluación de la vulnerabilidad económica de Europa. Según sus conclusiones, de los más de 5.000 productos, sólo hay 137, en los sectores más sensibles, en los que la Unión Europea es altamente dependiente de las importaciones externas. En el caso de 34 de estos productos, es decir, el 0,6% del total de las importaciones, la UE podría ser más vulnerable debido al escaso potencial de diversificación o sustitución.

En resumen, según los ponentes, es urgente no tener prisa. Ideal para muchos dirigentes europeos que se resisten a tomar decisiones que sólo pueden suponer una ruptura con la filosofía del laissez-faire de la construcción europea. A riesgo de que Europa se encuentre en el centro del campo de batalla entre Estados Unidos y China en la carrera tecnológica.

Traducción: Mariola Moreno

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