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Así es el primer gobierno de los talibanes: tipos duros o muy duros, en su mayoría clérigos y por supuesto ninguna mujer

Un soldado talibán acude a un encuentro para celebrar la retirada de las fuerzas estadounidenses en Kandahar.

Jean-Pierre Perrin (Mediapart)

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En la página de los más buscados, el FBI ahora ofrece una recompensa de 10 millones de dólares a quien ofrezca información que permita detener al hombre que el martes se convirtió en el nuevo ministro del Interior de los talibanes. Jefe de las redes que llevan su nombre y el de su difunto padre, que las creó, y que reciben el apodo de “redes del terror”, Sirajuddin Haqqani es sospechoso de varios de los peores atentados suicidas perpetrados en Kabul, entre ellos el cometido contra la embajada de India que mató a 41 personas en julio de 2008.

Ahora ocupa uno de los puestos más importantes en el Gobierno interino de los talibanes. Su nombramiento es la única sorpresa real de esta nueva “administración”: los talibanes se niegan a llamarla gobiernogobierno, término que consideran poco islámico.

El resto de ministros son personalidades conocidas del movimiento y algunos ya integraron el ejecutivo anterior, entre 1996 y 2001. De los 33 miembros del Gobierno, hay al menos 23 clérigos, pero ninguna mujer. A excepción de dos tayikos y un uzbeko, que ocupan puestos menores, los ministros son pastunes (los pastunes representan entre el 35% y el 38% de la población), en contra de las promesas de un Ejecutivo “inclusivo”.

El portavoz de los estudiantes de teología señaló, sin embargo, que aún no se habían nombrado todos los ministros y que su movimiento intentaría “llevar a personas de otras partes del país” (sic) e incluso a mujeres, dentro de los límites de lo que permite la ley islámica.

Al frente del Gobierno se sitúa Mohammad Hassan Akhound, un hombre de Kandahar, el corazón histórico del movimiento. Y uno de sus fundadores. Implicado en asuntos tanto religiosos como militares –fue un importante comandante del movimiento guerrillero–, también dirige los Quetta Shura (por la capital del Baluchistán pakistaní), una de las dos principales “asambleas” de los líderes del movimiento, junto con la rival de Peshawar, durante la ocupación estadounidense. También fue ministro de Asuntos Exteriores en el Gobierno de 1996. Desde 2001, figura en una lista de sanciones por terrorismo de las Naciones Unidas, que lo considera “uno de los comandantes talibanes más temidos”.

Otro cofundador de los talibanes, Abdul Ghani Baradar, se ha convertido en el número dos del nuevo Ejecutivo. Es el hombre del consenso en las diferentes facciones de los talibanes. En principio, todos le escuchan porque le atribuyen el éxito de las negociaciones de Doha (Catar) que condujeron a la debacle estadounidense y a la retirada de las fuerzas extranjeras. El mulá Yaqoub, uno de los hijos del mulá Omar, es el nuevo ministro de Defensa. Tenía fama de ser un líder militar de la línea dura cuando estaba a cargo del oeste del país. Amir Khan Muttaqi, el principal negociador de los talibanes en Doha, ha sido nombrado ministro de Asuntos Exteriores.

Por lo tanto, el Gobierno de Kabul lo componen líderes talibanes duros y muy duros. Sólo una personalidad parece ser un poco más pragmática: Sher Mohammad Abás Stanekzai, que fue el enviado diplomático de los talibanes y llegó a ser viceministro de Asuntos Exteriores, pero su papel es casi simbólico.

“Se coge a los mismos y vuelta a empezar”, apunta Karim Pakzad, investigador del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas (Iris). “Este Gobierno es un calco del de 1996. Las funciones de los distintos partidos simplemente han cambiado. La diferencia, sin embargo, estriba en la presencia de Sirajuddin Haqqani como ministro del Interior, lo que no deja de ser preocupante. Por lo demás, vemos un reparto de poder entre los kandaharis y las demás tribus y clanes pastunes, aunque los primeros conserven la ventaja, con algo más de la mitad de los puestos”.

El invisible guía supremo

Por encima de este Gobierno, según el modelo de la República Islámica de Irán, del que los dirigentes talibanes han reconocido inspirarse aunque rechacen la idea de una república, aunque sea clerical, se sitúa un Amir al-muminin, un “comandante de los creyentes”. El equivalente al guía supremo iraní Ali Jamenei. El maulavi (clérigo de mayor rango) Haibatullah Akhundzada ha sido confirmado en el cargo. Antiguo responsable de la Justicia en las zonas controladas por los talibanes, ahora tendrá la última palabra en asuntos políticos, religiosos, judiciales e incluso militares, aunque nunca haya formado parte de la insurgencia armada.

Haibatullah Akhundzada, cuyo nombre de pila significa “el espléndido temor de Dios”, estaría hoy en Kandahar. Pero ya es objeto de muchos rumores, ya que no ha aparecido en público ni ha dado un solo discurso desde hace varios años. Tampoco se manifestó tras la entrada de los talibanes en Kabul el 15 de agosto, ni siquiera tras la debacle del Ejército estadounidense y la formación del Gobierno.

Para Wali Massoud, hermano del difunto comandante Ahmad Shah Massoud, y uno de los líderes del Frente Nacional de Resistencia (FNR), con quien nos entrevistamos hace unos días en París, “Haibatullah Akhundzada lleva dos años muerto. Desde entonces, ni siquiera se ha visto una foto de él o la foto se hizo desde muy y lejos y no se distinguen realmente sus rasgos. Y es raro que ni siquiera anunciara la victoria de los suyos”. Sin embargo, algunos expertos dudan de que esté muerto, pues creen que los talibanes no se arriesgarían a ocultar su muerte.

Este Gobierno se esperaba desde hace tres semanas. Al parecer, las negociaciones fueron duras entre las distintas facciones. La formación del Gobierno se debió probablemente a la llegada a Kabul, el sábado, del teniente general Faiz Hamid, jefe de la inteligencia militar paquistaní (el Inter-Services Intelligence, ISI), que vino a reunirse con los altos dirigentes talibanes y fue recibido con gran pompa. “Él es quien ha desbloqueado la situación”, opina Karim Pakzad.

Uno de los puntos que mantenía el bloqueo parece haber sido el nombramiento de Sirajuddin Haqqani, quien, al igual que su padre, es considerado el hombre de los servicios secretos pakistaníes en la escena afgana. Antiguo jefe de las operaciones militares de los talibanes en el este del país, es también muy cercano al Tehreek-e-Taliban Pakistan (TTP), el movimiento ultrarradical de los talibanes paquistaníes, y, al igual que esta organización, mantiene desde hace tiempo estrechas relaciones con la cúpula de Al Qaeda, que tiene campos de entrenamiento en Waziristán del Norte, una de las siete agencias tribales paquistaníes situadas al otro lado de la “Línea Durand”, la frontera con Afganistán.

Waziristán del Norte es su feudo; él mismo nació allí. Para Islamabad, esto lo convierte en un ciudadano pakistaní, pero para Kabul, que no reconoce la Línea Durand, es obviamente un afgano. Sin embargo, según Karim Pakzad, Sirajuddin Haqqani ha conseguido mantener sus propias fuerzas armadas dentro del movimiento, lo que le garantiza cierta autonomía.

Con los Haqqanis –su hermano Anas dirige la seguridad en Kabul y hay otros Haqqanis al frente de varios otros ministerios– Islamabad ha echado demasiado peso sobre las espaldas del Gobierno talibán. Esto ha provocado reacciones airadas en Kabul, donde los manifestantes han denunciado la injerencia pakistaní. Desde el lunes, se han prohibido todas las manifestaciones y los talibanes han advertido que no tolerarán más ningún desafío a su poder. Varios periodistas que cubrían las últimas manifestaciones han sido detenidos, golpeados y sus equipos confiscados.

La visita del jefe del ISI, Faiz Hamid, coincide también con la caída el domingo del valle de Punjshir, que duró sólo tres semanas. Bozarak, la capital de la provincia, está ahora en manos de los talibanes, que se han apoderado de varios helicópteros y vehículos blindados estadounidenses. Sin embargo, la batalla no ha terminado; el lunes por la noche tuvo lugar una contraofensiva del Frente Nacional de Resistencia (FNR) y este partido parece seguir controlando el alto valle del Andarab, que prolonga el valle del Punjshir.

En un tuit, Ahmad Massoud, hijo del “león de Punjshir” y líder del FNR, rindió un vibrante homenaje a los guerrilleros del valle del Andarab, comparando su lucha con la de sus antepasados contra los invasores árabes. Según algunos de sus tuits, fue una “traición” por parte de algunos habitantes del Punjshir lo que permitió a los combatientes fundamentalistas penetrar en el valle, cuya entrada cerró en gran parte su padre y que podía desde entonces parecer inexpugnable.

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Traducción: Mariola Moreno

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