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Así funcionan los 'hoteles del crack' con los que París pretende sacar a los toxicómanos de las calles

Valéry, uno de los toxicómanos alojado en un hotel de París por la asociación Aurore, en septiembre de 2021.

Rémi Yang (Mediapart)

–“Viejo, ¿algo que decirme con ese caimán que llevas en la gorra? Encima, eres un canijo, ¿qué me vas a hacer?

–¡Ven fuera, que te vas a enterar!

Valéry y Abdel (a quien todos aquí llaman El Viejo) se enzarzan en el patio común. El tono sube rápidamente por una broma del primero que el segundo se tomó mal. La tensión puede cortarse con un cuchillo. Y, después, en unos minutos, el suflé baja en unos minutos y los dos compadres se ríen juntos. Valery y El Viejo, acompañados por un tercero, hacen una colecta y salen a comprarse una “piedrita de crack”crack. “Hay que fumar para despertarse”, espeta Valery, que acaba de salir de la cama.

En este establecimiento hotelero del norte de París, las 24 habitaciones están destinadas a alojar a consumidores de drogas duras. Sobre todo fumadores de crack como Valéry y Abdel. La asociación Aurore, que supervisa este régimen de alojamiento a través del servicio Assore, no desea dar a conocer la dirección exacta. “Los vecinos no lo saben y no queremos crear problemas con las personas alojadas”, se justifica Kujtim Kaci, responsable del servicio Assore. “De momento, nadie se ha quejado de su presencia”.

En París, la convivencia de consumidores de crack y residentes a veces resulta complicada. El pasado 10 de septiembre, la agresión que sufrió una maestra de la calle Tánger (en el distrito XIX) derivó en un escrito redactado por el personal en el que se afirma que el “clima de inseguridad” es tal que “todo el mundo está alerta y toma medidas para evitar el peligro” y amenazaban con no acudir a sus puestos de trabajo si “no se tomaban las medidas necesarias para garantizar [su] seguridad y proteger [su] integridad física en el trabajo”. Además, los habitantes del barrio de Pelleport (en el distrito XX) hace semanas que se movilización ante la construcción de una sala de consumo de bajo riesgo, hasta el punto de que el ayuntamiento del distrito organizaba una reunión informativa el pasado miércoles 15 para tranquilizar a los padres y al personal educativo.

“Me sorprendió mucho su amabilidad”, destaca con voz suave la señora Bouza, gerente del establecimiento hotelero. Desde el mostrador de recepción, esta mujer menuda, de pelo rubio teñido, antes de la crisis sanitaria atendía mayoritariamente a clientela extranjera. Sin embargo, con el cierre de las fronteras, una “situación catastrófica”, se quedó sin reservas. Que la prefectura de la región de Isla de Francia solicitase al establecimiento que albergase a estos toxicómanos le permitió reabrir con la garantía de conseguir unos ingresos fijos. La cuenta la paga la Dirección Regional e Interdepartamental de la Vivienda (DRIHL, por sus siglas en francés), un departamento gubernamental descentralizado.

“Mientras pueda pagar el alquiler y a mis empleados y comer, no digo nada. No podemos ser exigentes”, dice la jefa, mientras sirve el café. Aquí, habla con todo el mundo. De los problemas cotidianos, pero también de las preocupaciones por las drogas, la vida en la calle, las adicciones... “Quiero que se sientan bien. Porque tengan problemas no tengo que tratarlos de forma diferente. Son clientes como los demás”.

En la pequeña habitación de 9 metros cuadrados, que ocupa desde hace casi seis meses, las pertenencias de Valéry están de cualquier manera, dispersas entre la litera, el suelo y el lavabo. Fuera, sus dos compañeros están preparando la piedra de crack que acaban de comprar. El tipo grandón comprueba que no empiezan sin él; para ello, asoma la cabeza por la ventana. “Aquí tengo un poco de comodidad, puedo sentarme a fumar”, reconoce.

Valéry se disculpa por recibir a los invitados sin haber puesto un poco de orden. Sobre el colchón, hay un tomo de Vernon Subutex, la serie de novelas de Virginie Despentes que narra el descenso a los infiernos de la droga de un vendedor de discos. “Soy un ratón de biblioteca”, presume antes de sentarse en la cama para hablar de sus propias adicciones. “Empecé en el Ejército, durante el servicio militar en el sur de Francia. Me dieron farlopa y caí”.

El chico, de alrededor de 40 años, habla después de las “fiestorras” en el Sur [de Francia], del éxtasis, del subidón “de 10 o 12 horas”... “Cuando volví a París, después de separarme de mi novia, fue cuando caí en el crack. Eso fue hace cinco o seis años, pero ya he perdido un poco la cuenta de los años”.

Sólo hay cinco hoteles como éste en París, destinados a alojar, íntegramente, a consumidores de drogas. “Tres de ellos son hoteles turísticos que ya no abrían y se ofrecieron a alquilar el establecimiento”, explica Kujtim Kaci. “Algunas plantas están cerradas porque no queríamos superar los 25-30 residentes”.

La mayoría de los 400 usuarios alojados de esta manera por la prefectura regional están repartidos en unos 60 hoteles donde se codean con clientes normales. El servicio Assore se ocupa de la gran mayoría de ellos, unos 320. Cuando surgió en 2014, el servicio solo gestionaba en torno a medio centenar de plazas. “Durante la crisis sanitaria, nuestro servicio debió aumentar a 200 plazas. Al final, nos hemos encontrado gestionado el doble”, rememora Kujtim Kaci.

“Necesitaríamos otras 100 plazas más”, argumenta Anne Souyris, teniente de alcalde de París, responsable de sanidad, que subraya la importancia de una estructura de acogida y de apoyo dedicada específicamente a las mujeres. “El Estado debe ayudarnos con este proyecto. Sin él, no podremos avanzar”.

“Estar aquí es diez veces mejor que estar en la calle”, exclama Farah, veinteañera, que se aloja en otro hotel del distrito XVIII. “Es demasiado peligroso estar fuera, sobre todo cuando eres una mujer. Eso no significa que haya dejado de consumir por completo, pero al menos me siento segura”.

Además de sacar a los toxicómanos de la calle, el proyecto pretende estabilizarlos antes de orientarlos hacia infraestructuras con un carácter más permanente. A Farah se le acaba de terminar un contrato temporal “de integración” en un centro de reutilización y ya está pensando en buscar un servicio cívico. “Es buena idea, ¿no crees?”. En su habitación, todo está ordenado, limpio y cuidadosamente organizado.

Pero no todos los usuarios reaccionan tan bien al salir a la calle. En el informe sobre el proyecto que realiza la Misión Metropolitana de Prevención de Conductas de Riesgo, dirigida por la ciudad de París y el departamento de Sena-Saint Denis, publicado en septiembre de 2020, la organización alaba los resultados del alojamiento en hoteles, al tiempo que subraya que es necesaria una mayor vigilancia de determinados usuarios. “Para poder formar parte del sistema, se requiere un apoyo gradual y más prolongado para superar las dificultades”, relacionadas con el mantenimiento de la habitación, la convivencia con otros usuarios, el problema y “la ruptura con la vida comunitaria en el panorama del consumo”.

“Algunos han vivido mucho tiempo en la calle y ciertos hábitos permanecen”, explica Kujtim. “Por ejemplo, hay quien recoge todo lo que encuentra en la calle y lo guarda en su habitación. Y eso es un problema”.

Hay que tener en cuenta que el 72% de las personas alojadas en estos hoteles han pasado al menos un año en la calle. El 20% ha pasado más de cinco años durmiendo a la intemperie.

Diallo es de los que han pasado por lugares de gran consumo. El crack y la calle le han dejado marcas en el cuerpo. Sus mejillas están cubiertas de largas cicatrices y su sonrisa agujereada indica la pérdida de varios dientes. Le han amputado todos los dedos del pie derecho por una gangrena. “Diallo, en la Colina [zona de gran consumo de drogas], era un kamikaze, siempre estaba haciendo tonterías. Está mucho más tranquilo desde que está en el hotel”, recuerda Kujtim.

En su habitación, en compañía del “jefe”, Diallo parece sereno, casi plácido. Sus pertenencias están ordenadas, el lugar está impecable. Excepto una pared en la que Diallo ha dibujado dos corazones con un bolígrafo y el lema Peace and love. “Esa era su firma, incluso en la Colina”, recuerda Kujtim, mientras Diallo sale de la habitación para conseguir un poco de Subutex, su tratamiento. “En cuanto vimos un Peace and Love, supimos que había estado allí”.

La “zanahoria”

Al filo de las tres de la tarde, Ombeline y Kujtim suben a dar una vuelta por las habitaciones. Aprovechan para saber cómo andan el resto de residentes. “¡Oh, Kujtim! Me alegro mucho de verte”, dice Icham, entreabriendo la puerta de su habitación. Los dos hombres hablan de sus vacaciones e Icham regaña al jefe por su sobrepeso.

“Conocí a Icham en la calle, hace cuatro años, cuando trabajaba en otra organización de atención al usuario”, recuerda Kujtim. “Vino a hablarme de sus problemas, intenté apoyarle y así surgió una especie de confianza entre nosotros. Ahora, lo derivamos a un centro médico-psicológico para que le hagan seguimiento”.

El alojamiento en estas habitaciones de hotel también permite hacer un mejor seguimiento de los pasos que dan los residentes. Sobre todo, porque es complicado que este grupo acuda a la oficina de Assore, debido a los estragos del crack en la memoriacrack.

Por ello, los equipos de la asociación pasan revista todos los días. Ofrecen un seguimiento adictológico bajo petición, derivación a atención psiquiátrica, búsqueda de documentos de identidad, el acceso a la residencia en el país o los trámites del seguro sanitario... Todo este acompañamiento médicosocial es posible gracias a la Agencia Regional de Salud (ARS), la ciudad de París y la Misión Interministerial de Lucha contra la Droga y las Conductas Adictivas (Mildeca), que financian los recursos humanos y técnicos de Assore. La atención que se presta aquí es excepcional: en la mayoría de los establecimientos, la visita es semanal.

En el pasillo, Ombeline se encuentra con Rachid, alto y delgado, con el pelo teñido de rubio y peinado hacia atrás. Tras caerse por las escaleras, tuvo que pagar 50 euros por su férula. No tiene cobertura sanitaria. “Los que dicen que la CMU [seguro médico complementario] es fácil de hacer no lo han probado nunca”, dice con fastidio la trabajadora social. Saca un cheque de un sobre de cartón y se lo da a Rachid. El joven hace un mohín cuando lo recibe. “Te lo habíamos advertido, desde hoy serán de tres euros”.

Desde abril de 2020, los equipos de Assore distribuyen tickets para que los usuarios puedan pagar sus compras o ir a la lavandería. “Al proporcionarles vales a todos los usuarios, les hemos permitido cumplir con el confinamiento. Por ejemplo, teníamos un usuario en Ivry [Ivry-sur-Seine en el Val-de-Marne] que solía venir a París para recibir ayuda alimentaria. Con los tickets, podía comprarse comida en el Franprix, que estaba al lado de su hotel”, dice un trabajador social en un documento de la Misión Metropolitana de Prevención de las Conductas de Riesgos. El número de tickets distribuidos parece estar disminuyendo con el tiempo, por problemas en las subvenciones.

En el patio, Martínez le pregunta a Marie, una psicóloga de Assore que ha venido a pasar revista, si sería posible distribuir todos los tickets de la semana en una única vez. “No podemos hacerlo, si no sabemos que no van a estar cuando vayamos al hotel”, le responde.

Los vales de servicios suponen también una forma de garantizar la presencia de los consumidores en los establecimientos hoteleros. Una especie de zanahoria. “Por los comentarios que he recibido de algunos colegas, antes de que se pusiera en marcha este sistema les resultaba mucho más difícil conocer a los usuarios”, cuenta un educador de Assore.

Una vida comunitaria

En el establecimiento de la señora Bouza, los usuarios se quejan sobre todo de la falta de televisión en las habitaciones. Ya sea Azzedine, Diallo, Adel o el Anciano, esta queja surge una y otra vez en las conversaciones con el equipo de Assore. “Si no tienen televisión, se quedan solos en la habitación”, explica Kujtim Kaci. Lamentablemente, “las instalaciones eléctricas del hotel no permiten la instalación de un televisor en cada habitación, ni de una nevera”, añade Ombeline.

Sin embargo, el establecimiento cuenta con un patio común y de una sala con televisión. Es el único de los cerca de 60 hoteles gestionados por Assore que permite llevar una vida comunitaria. “Nos gustaría poder hacer lo mismo en todos los demás”, se entusiasma Kujtim. “Este espacio nos permite reunir a los residentes, proponer actividades colectivas, organizar grupos de discusión... Es más agradable para ellos y para nosotros”.

El albergue que dirige la señora Bouza es uno de los más ejemplares del programa. “Antes de la crisis sanitaria, no teníamos muchas opciones sobre los hoteles con los que trabajábamos”, recuerda Kujtim. “Este está muy bien mantenido, porque antes era un hotel turístico. Pero las condiciones de algunos hoteles son malas. Por ejemplo, puede haber cucarachas. Y aún así, descartamos solo los que realmente están mal”.

Sin embargo, con la reapertura de las fronteras y la tímida recuperación del turismo, es posible que algunos hoteles intenten recuperar pronto sus habitaciones. “Afortunadamente, hemos firmado un acuerdo con los hoteleros que nos da un plazo de tres meses para vaciar las habitaciones. De este modo, podemos sacar a los residentes de cinco en cinco y deberíamos ser capaces de absorber el flujo hacia otros establecimientos”, tranquiliza Kujtim.

Texto original en francés:

Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

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