Los diablos azules

Felipe Benítez Reyes: “El novelista no es un notario, sino un embaucador”

El escritor Felipe Benítez Reyes.

No es que estuviera dedicándose a otra cosa. Han pasado casi nueve años desde que Felipe Benítez Reyes (Rota, Cádiz, 1960) se hizo con el premio Nadal con su anterior novelas, Mercado de espejismos. Desde entonces ha cultivado el relato (Oficios estelares, Cada cual y lo extraño), la poesía (Las identidades) y el ensayo (Bazar de ingenios). Podría parecer que hace tiempo que no frecuenta el género narrativo por excelencia, pero no se dejen engañar. Lleva años tirando de la tanza en la que picó Antonio, el protagonista y narrador de la novela que llegó el jueves a las librerías. 

O quizás picó el escritor. El caso es que Benítez Reyes lleva años desenredando la historia de Antonio, un "buscavidas" —el término es del autor, y no podría haber uno más adecuado— con el que comparte origen: el pueblo marinero de Rota. Sus calles son mucho más que el paisaje de fondo. La cercanía de la base militar norteamericana, entre otras cosas, será uno de los elementos que determinen la vida del pícaro. O al menos una de ellas. Porque vidas no le faltan a Antonio —y aquí puedes leer un adelanto—. Benítez Reyes (que responde a este cuestionario por correo electrónico) las recoge todas en un largo monólogo tan popular como literario. Pregunta. No volvía a la novela desde 2007, cuando ganó el premio Nadal. ¿Por qué ese descanso, y por qué el regreso?

Respuesta. En realidad, en cuanto a novela, ha habido un paréntesis de publicación, pero no de dedicación. En el intermedio, además, he publicado un libro de relatos y otro de poemas. Entre cosa y cosa, esta novela me ha ocupado los últimos siete años. Con abandonos, incluso con enmiendas a la totalidad, a la búsqueda del tono que creía adecuado y de la consistencia que pretendía dar a la historia, que requería unos equilibrios complicados entre memoria y ficción, entre reflexión y peripecia, entre diversas épocas de la vida del protagonista, que a la vez es el narrador. Es el libro que más tiempo me ha ocupado de todos los que he escrito.

P. ¿Por qué esta historia sí le exigía la extensión y la forma de una novela?

R. Eso es algo que nunca se sabe del todo, pero hay que hacerse la ilusión de que lo sabes a la perfección. En mi caso, las novelas, como mera ocurrencia inicial, parten de una anécdota minúscula, de un levísimo fogonazo. Incluso de una simple frase. Ves el cabo de un hilo y de pronto intuyes que podrías tirar de ese hilo, hasta rebobinar el carrete en otro sitio. A veces calculas mal y el hilo es más corto de lo que pensabas. O más largo, depende. En este caso, me dio por creer que había hilo suficiente, y por eso me dediqué a tirar de él. Ha sido, en cualquier caso, un proceso muy laborioso, aunque en esto la laboriosidad no es garantía de nada.

P. ¿Qué ha encontrado en la escritura de relatos durante este tiempo?

R. Me gusta escribir relatos. Procuro que los míos estén basados en la intensidad y en la extrañeza. En dos o tres folios tienes por una parte que acotar y por otra parte aspiras a expandir. Que el lenguaje sea muy sólido, y muy precisos los detalles, y que la historia reverbere. Ese contraste. Lo firme y lo etéreo, digamos. En cierto modo, el relato afortunado es el que empieza cuando acaba. La historia que continúa en la conciencia o en la imaginación del lector.

P. Hay quien sigue sosteniendo —Alberto Olmos, por ejemplo, lo ha dicho recientemente, después de publicar justamente un libro de cuentos— que el relato es un género menor. ¿Qué respondería?Alberto Olmos, por ejemplo, lo ha dicho recientemente

R. Pues no sé. Supongo que, al menos en principio, dependerá de qué novela y de qué relato. Es posible que no haya géneros mayores y géneros menores, sino escritores mayores o menores. Un cuento de Borges, de Arreola o de Ribeyro no creo que valga menos que una novela de García Márquez, de Arlt o de Ibargüengoitia, por ceñirme a ejemplos ultramarinos. No estoy convencido de que menos sea más, pero tampoco de que sea menos de lo que es. Es posible que las cosas no tengan valor por contraste, sino por sí mismas.

P. Hay elementos de la novela que tienen ecos en sus dos libros de relato anteriores. Pienso en los tebeos de superhéroes, los cines de adolescencia, las antigüedades, los pueblos costeros…

R. Sí, y también en algunas novelas anteriores. En la última lectura que hice de esta novela, ya en galeradas, me di cuenta de que tiene algo de corolario de todas mis tentativas narrativas anteriores. Una especie de compendio. De confluencia de tonos, motivos y procedimientos.

P. ¿En qué momento se le apareció el personaje de Antonio, Antoñito…? Porque da la impresión de ser un encuentro más que una construcción.

R. Supongo que una mezcla de ambas cosas. Cuando concibes un personaje que va a hablar en primera persona no sólo tienes que atribuirle una historia, unas anécdotas, sino también una conciencia. En gran medida, ese era el reto: construir una conciencia, un pensamiento que diese coherencia a un determinado comportamiento. En la vida, las desconexiones entre las convicciones y las acciones son inevitables, pero en una novela suelen resultar intolerables.

P. El autor aparece como mero copista de las memorias de Antonio. ¿Por qué eligió esa estrategia narrativa?

R. Un ardid como cualquier otro, supongo. Quise hacer una narración que mezclase la artificiosidad del estilo con un tono de oralidad. Que el texto, a pesar de estar muy escrito, sonase como un monólogo conversacional.

P. Otro gaditano especialmente interesado en el habla popular del sur, Eduardo Mendicutti, ha elegido esa construcción en novelas como Una mala noche la tiene cualquiera. ¿Qué posibilidades tiene este tipo de monólogo?Eduardo MendicuttiUna mala noche la tiene cualquiera

R. No estoy tan cerca del habla popular como Mendicutti en algunas de sus novelas. Eso él lo hace magistralmente, porque aparte de una prosa muy buena tiene un oído infalible, al igual que otro gaditano, Fernando Quiñones. Me temo que mi búsqueda del espejismo de la oralidad está más en el tono que en la transcripción exacta del habla.

P. La geografía de la infancia del protagonista, así como ciertos modos de hablar, son un fantasma constante a lo largo del texto. ¿Estamos ante una cierta construcción autobiográfica?

R. En broma, pero a la vez muy en serio, suelo decir que mis novelas son tan autobiográficas como el Drácula de Bram Stoker. No me interesa contar mi vida, sino imaginar una vida que tenga que ver lo menos posible con la mía, porque no me tienta la confesionalidad. Hay cosas allí que por supuesto he vivido, he pensado o he sentido, pero en las novelas las transformo hasta convertirlas en experiencias ajenas. Digamos que no me disfrazo con las ropas de mis personajes, sino que en cualquier casos les presto un paraguas o un abrigo.

P. ¿Qué elementos del relato de Antonio ha recogido (es un decir) de la calle? ¿Alguna anécdota, algún personaje…?

R. Lo que te decía: las realidades las transformo a capricho y conveniencia, en función del propósito del relato. Al fin y al cabo, el novelista no es un notario, sino un embaucador.

P. Uno de los rasgos principales del personaje es su procedencia. ¿En qué medida condiciona su personalidad y su destino? ¿Podría ser Antonio de otro lugar?

R. El haber nacido y crecido en Rota, mi pueblo, le condiciona, claro está, en especial por la presencia de la base militar norteamericana, que tiene mucho protagonismo en la primera parte de la novela. Por diversos motivos, eso incide de manera determinante en el rumbo de su vida. De haber nacido en Chipiona, por ejemplo, a apenas 15 kilómetros de aquí, su vida hubiese sido sin duda alguna muy distinta. En este caso, el escenario es también un personaje central.

P. Antonio se define como “buscavidas” y podría ser un pícaro del siglo XX. ¿Cómo trasladar al presente esta figura?

R. Al menesteroso la vida suele condenarlo a la condición de buscavidas. Eso es invariable en cualquier época histórica y en cualquier lugar del planeta, y me temo que con mal arreglo en el futuro. Si es que no vamos a peor y de aquí a poco resulte imposible incluso aspirar a ser un buscavidas.

P. ¿En qué medida afecta el contexto político —del franquismo a la actualidad— a sus aventuras? Antonio parece haber construido un mundo paralelo a la realidad, y bastante sólido.

R. En la primera parte de la novela, sobre todo, he intentado reflejar el ambiente de confusión política que podía haber en los últimos años del franquismo, al menos en mi pueblo, cuando los jóvenes andábamos buscando ideales políticos que incluso podían enfocarse en Mao Zedong, que por entonces se llamaba Mao Tse Tung. En la novela se llega a constituir una comuna anarquista, bajo la inspiración y las directrices de una especie de réplica municipal de Bakunin. En cuanto al mundo paralelo… me temo que, de una manera o de otra, todos lo son. Hay una parte de nosotros que siempre se mueve en una especie de realidad psicodélica.

P. El protagonista se siente y se declara gobernado por el azar, arrastrado por fuerzas superiores. Esta sensación de poco poder sobre su vida, ¿está conectada con su procedencia humilde? ¿Están algunos más sometidos a los designios del azar que otros?

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R. De los caprichos del azar no creo que se libre nadie, nazca rico o nazca pobre. El grado de desvalimiento o de protección varía según las circunstancias de cada cual, por supuesto, pero no creo que nadie se libre del todo de ser una marioneta no sólo en manos de la casualidad, sino en manos de sí mismo, que suele ser lo peligroso. El protagonista se ve obligado a ganarse la vida desde los 13 años, y el hecho de tener que ganarse la vida desde niño conlleva el riesgo de echarse a perder la vida desde niño.

P. Antonio está preocupado por la capacidad o los límites del hombre para narrarse a sí mismo. Teme no ser fiel a su vida, a la realidad, o que esta sea demasiado caótica como para poder contarla. ¿Compartes esa preocupación?

R. La memoria personal es siempre un poco engañosa, por no decir que un poco fullera. Cuando hacemos recapitulación de nuestro pasado, es difícil que no resultemos ligeramente delirantes. Hay quien tiende a degradar su pasado, a melodramatizarlo, y hay quien opta por darse la absolución y erigirse su propia estatua, incluso ecuestre. Mi personaje creo que está en un punto intermedio, como tal vez la mayoría de la gente. El relato literario de una vida no es estrictamente el testimonio fiel de una vida, sino su recreación. Una especie de cadáver maquillado y vestido con su traje de los domingos.

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