Los libros

‘Un año en la otra vida’, de José Mateos

Portada de 'Un año en la otra vida', de José Mateos.

Darío Jaramillo Agudelo

Un año en la otra vidaJosé MateosPre-TextosValencia2016

En el desempeño del oficio de comentarista de libros, a veces se me ocurre que lo mejor tal vez sería no añadir nada, no calificar sino dar tan solo una demostración empírica de la calidad de libro en cuestión, mostrando los subrayados que mi lápiz ha trazado sobre el texto.

A veces el reseñista preferiría hacer caso a su pudor y esconderse y poner sobre la mesa (¡y sobre la pantalla!) las pruebas de la calidad de libro comentado. Eso me sucedió con Un año en la otra vida de José Mateos (Jerez de la Frontera, 1963), el diario de un año exacto, de 13 de octubre a 13 de octubre entre 2013 y 2014, un libro lleno de virtudes, muchas, como la imaginación, como la sutileza, como la sensibilidad, como la pasión por la poesía, como la agudeza en la observación, todas ellas envueltas en una prosa limpia, con un ritmo sabio, con un apego al rigor de la buena escritura y con una honestidad que convierte en cómplice al lector.

Lo que me sucedió cuando terminé las 127 páginas de Un año en la otra vida fue darme cuenta de la cantidad de subrayados que había dejado mi lápiz 6B. Para empezar, y sin proponérmelo, tenía una colección, preciosa, magnífica, de cuentos brevísimos sobre fantasmas, cuentos originales —en un género en donde abundan las repeticiones— y llenos de humor. Diría que la protagonista principal del diario, a más del propio diarista, es una fantasma, Luisa. Como sin proponérselo, se revela en este diario la vocación aforística de su prosa.

Si al lector de una reseña le hablan de breves cuentos de fantasmas, sería un desaire no transcribir alguno. Mejor callarse y transcribir una pequeña muestra de mis subrayados:

Le apunté con la luz de la linterna y comprobé que aquella vez no era nadie conocido, aunque bien familiar que me resultaba. Se intuía que no era de los de este mundo porque se movía con esa lentitud y esa indecisión propia de los muertos. (…) Salió del dormitorio y, al rato de pasear por la casa, volvió de nuevo y se sentó al pie de la cama. Me miraba fijamente y yo, sin dejar de apuntarle con la linterna, lo miraba también intentando reconocerlo. Como soy algo curioso de vidas y muertes ajenas le pregunté si nos habíamos conocido:—Sí y no —me dijo—. Pero es inútil que busques en tu memoria. Soy algo que te pasará.

***

Desapareciste antes de que pudiera darte las gracias por venir. Te habías sentado en la última fila, a la espalda de todos. (…) Terminé la lectura y la sala se fue vaciando poco a poco. Cuando apenas quedaban dos o tres señoras, te acercaste hasta la mesa sin ser visto por nadie. (…) Te miré a la cara, me froté los ojos con los puños y después comprobé si seguías ahí. — No puede ser. ¿De verdad eres tú?— Claro. ¿No me reconoces?— Sí sé que eres tú (…), pero al mismo tiempo hay algo en ti que no eres tú.— Soy el mismo, pero cambiado por la eternidad.

***

Esos recuerdos que regresan del olvido inesperadamente, tan limpios, tan inéditos y rozagantes, ¿no parecen decirnos que hay un lugar dentro de nosotros donde vivimos sin nosotros, donde aquello que perdimos se encuentra a salvo de todas esas estratagemas del deseo, de todas esas ambiciones y conveniencias con que modelamos nuestro pasado?

***

Basta fijarse un poco en cualquier cosa para sentir que todo es siempre más de lo que es.

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La sonrisa es quizás la expresión más alta de la que es capaz el rostro humano. La única que sabe el secreto.

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Tengo la descabellada fantasía de creer que mientras haya librerías estaré a salvo. Que no hay herida, ni cansancio, ni dolencia que una visita a una librería no pueda curarme.

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Creo en los hilos invisibles que enlazan a vivos y muertos.

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Los grandes libros, cuando uno cree entenderlos, es porque los ha entendido mal.

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Una de las principales y más profundas enseñanzas de la poesía es probablemente anterior a la poesía. Se trata de un conocimiento antiquísimo que hunde sus raíces en lo religioso y lo mágico. Consiste en saber que ninguna cosa de este mundo es nada más que eso que es, que todas las cosas son muchas otras cosas… en muchos sentidos. Y eso que enseña la poesía es, en buena medida, lo que la hace posible.

*Darío Jaramillo es escritor. #dts iframe {display:none!important;} #dts #txt iframe, #dts .col8-f1 iframe {display:block!important;} Darío Jaramillo

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