Los libros

‘La nueva lucha de clases’, de Slavoj Žižek

'La nueva lucha de clases', de Slavoj Žižek.

Sergio Hinojosa

La nueva lucha de clases. Los refugiados y el terror Slavoj ŽižekAnagramaBarcelona2016

Slavoj Žižek, filósofo esloveno, “el más prestigioso de los filósofos occidentales” (Adam Kirsch, New Republic), presenta en La nueva lucha de clases. Los refugiados y el terror (Anagrama, 2016) un análisis sintomático de los fenómenos crecientes del capitalismo global: los movimientos migratorios y el terrorismo. Los refugiados están en el núcleo de su planteamiento alternativo, pues representan el exterior más descarnado del sistema. Las clases medias de Europa, hasta ahora protegidas en el interior, ven en ese movimiento la amenaza de su ingreso en las filas de los excluidos. Las reacciones ideológicas y políticas a estos fenómenos van desde posiciones de ultraizquierda (la del cuanto peor mejor), a las del populismo de la ultraderecha anti inmigración, que, en espejo con el islamofascismo, ve en esa migración la puesta en peligro de su cohesión y solidaridad de grupo: su identidad.

No hay que pensar que los refugiados vienen todos con el deseo de integración. Llegan con su mentalidad, y algunos con costumbres bárbaras a las que no están dispuestos a renunciar. No hay que abrir los brazos a todo lo que las migraciones conlleven de inaceptable. Hay que librar a los refugiados de las costumbres que portan algunos de los suyos, y que son simétricas a las que se dan en comunidades radicalizadas, aisladas y reactivas frente a Occidente y cohesionadas por el lazo de la exclusión del deseo del Otro (libertades individuales, deseo de la mujer como individuo, homosexualidad...). Con esa misma regla, concluye Žižek, “deberíamos negarnos tajantemente a extraer la conclusión de que los izquierdistas occidentales deberían llevar a cabo una 'renuncia estratégica' y tolerar en silencio la 'costumbre' de humillar a las mujeres y a los gays en nombre de una lucha antiimperialista 'superior” (alude a Rusia o China y sus aliados sentimentales).

El terrorismo del ISIS es la otra cara de esa segregación. Con su estrategia de terror y propaganda pretende combatir a sus principales enemigos, los musulmanes moderados occidentales. Con terror amenazante cierra el acceso a la “modernización” en el centro, y en la periferia de origen deja abierta sólo la puerta de la radicalización islámica: una utopía regresiva que comparte mercado y el goce con el capitalismo.

“La crisis de los refugiados ofrece una oportunidad única para que Europa se redefina a sí misma, para que se distinga de los polos que se le oponen: el neoliberalismo anglosajón y el capitalismo autoritario con 'valores asiáticos”. Žižek ve, en la contradicción que se manifiesta en los refugiados (exclusión de la comunidad/deseo de Occidente), la nueva fuerza para fundamentar una solidaridad global que haga posible el cambio hacia una sociedad justa e igualitaria.

De las grandes contradicciones que muestra el capitalismo global, la de los excluidos del sistema de protección capitalista (acceso al consumo, cobertura escolar, sanitaria, etc.) es la que marca la dimensión más humana: la justicia. Las demás contradicciones, que se ofrecen como bienes, le están supeditadas. El bien de la cultura (forma inmediatamente socializada de capital cognitivo, el lenguaje, nuestro medio de comunicación y educación) frente a la tendencia al monopolio absoluto de ese bien. El bien común de la naturaleza exterior, puesto en jaque por el calentamiento global, la contaminación y la explotación. El bien común de la naturaleza interior (herencia genética de la humanidad) en el horizonte de una posible manipulación de la tecnología biogenética. La lucha por todos estos bienes solo alcanza su auténtica dimensión utópica (sociedad justa e igualitaria) si se articula con la lucha para solventar la contradicción que determina la existencia de los excluidos. “Los refugiados —aquellos de Fuera que quieren entrar en el Interior— son la prueba del mayor bien común en peligro: el de la propia humanidad amenazada por el capitalismo global, que genera nuevos Muros y otras formas de apartheid”, explica el filósofo. Por esto, sólo la referencia a los excluidos justifica el término “comunismo”.

“Hay que recuperar la lucha de clases”, nos dice, insistiendo en la “solidaridad global con los expulsados y oprimidos”. La utopía clásica se afirmaba desde la confianza en el Otro: “la historia está con nosotros”, el proletariado lleva a cabo una tarea predestinada de emancipación universal. Ahora, “el Gran Otro está contra nosotros: abandonado a sí mismo, el impulso interno de nuestro desarrollo histórico conduce a la catástrofe, al Apocalipsis”.

Para Žižek, toda reforma se muestra inconsistente. “El sueño de una alternativa es señal de cobardía teórica: funciona como fetiche que nos impide reflexionar sobre el punto muerto de la situación en que nos encontramos. En resumen, la postura realmente 'valiente' consiste en admitir que es probable que la luz al final del túnel sea la de un tren que se acerca en dirección contraria”. Con esta “valentía” avala el intento de algunos gobiernos de apartarse de las dinámicas impuestas por la globalización.

“¿No es ésta la disyuntiva en que se encuentra el Gobierno de Evo Morales en Bolivia, o el (ahora depuesto) Gobierno de Aristide en Haití, o el Gobierno maoísta del Nepal, o el Gobierno de Syriza en Grecia? Su situación carece objetivamente de salida: la corriente de la historia va básicamente en contra suya, no pueden confiar en ninguna 'tendencia objetiva' que los empuje, y todo lo que pueden hacer es improvisar, hacer lo que puedan en una situación desesperada. Y sin embargo, ¿no les concede eso una libertad única?”.

Frente a los raíles de circulación, el extravío creativo. Esta posición da prevalencia a la moral y a la transformación subjetiva, efecto quizá de haber aplicado conceptos psicoanalíticos (legítimos y pertinentes en su ámbito) al análisis de la complejidad económica y social de la globalización y sus efectos negativos. Pero el psicoanálisis está orientado al cambio libidinal del sujeto mediante la escucha de su palabra, tomado el sujeto uno por uno y en el aquí y ahora, y no en tanto colectividad sometida a la lucha ideológica, que no produce más cambios subjetivos que los aportados por la autoritas y sus dependencias.

Su análisis de las relaciones sobrevenidas por la movilidad de poblaciones y la puesta en peligro de las identidades —fundadas en el rechazo del deseo del Otro— son agudas y pertinentes, pero las numerosas y complejas cadenas de decisiones (manejadas en red desde la experticia) quedan obviadas y, con esta falta de horizonte, el posible cambio de las “condiciones objetivas” es reducido a la impotencia. El análisis de tales condiciones y de los medios para incidir sobre ellas apenas está presente desde un punto de vista político. Nada que reprochar, la tarea es descomunal y, si es posible, lo será de forma organizada y a escala.

Los valores de la Revolución Francesa, los que dieron paso a la idea de la Europa de los derechos humanos, de la libertad y de la igualdad, pueden renovar su fuerza desde los movimientos sociales marcados por la exclusión. La inquietud la han sabido capitalizar algunos partidos, incluso algunos gobiernos “creativos”, como el griego. El desprecio y el acoso de la derecha europea a Grecia fue un hecho, pero ello no debe justificar una postura acrítica ante la debilidad democrática de partidos y gobiernos, pues sus reglas son precisamente la base incipiente de una sociedad justa.

La tentación de moralizar el análisis y centrarlo en la subjetividad supone abandonar la vieja idea marxista del cambio de las condiciones objetivas como condición. Es cierto que la izquierda socialdemócrata, tildada aquí de “liberal”, en general sólo se plantea “gestionar” la complejidad capitalista. Pero el peligro de lanzar a la población de un Estado a la aventura de la “creatividad” sin un análisis claro que delimite qué se puede conseguir, cómo y cuándo, también es real. La “valentía” y la efusividad de los partidarios no lo justifican. Cierto que al saber y a la responsabilidad hay que añadir la “valentía”, pero ésta, sin atemperarse con la sabiduría política, puede conducir a la desconexión del país y al desastre (Venezuela, que Žižek no cita).

Su rico análisis, matizado por el psicoanálisis, retoma la fuerza subjetiva de la izquierda comunista, aceptando el horizonte de Occidente (el de la libertad, la democracia y la igualdad) y nos pone en guardia frente a una subjetividad que acusa el deseo de Occidente (de integrarse sin más en las sociedades consumistas) y contra aquella otra que percibe lo extranjero como peligro para su identidad, sean fascistas recubiertos de fundamentalismo islámico o de populismo derechista. Sin embargo, su llamado a la acción creativa parece olvidar que un movimiento de cambio debe conocer antes el alcance de sus acciones. El entramado por donde circula el cambio social a nivel planetario va de la mano de iniciativas privadas que se alejan peligrosamente del bien común. En parte, porque el planteamiento de las izquierdas europeas aparece como estrictamente político, en el sentido clásico partidario, y deja al descubierto los canales de participación de “partes implicadas” en los ámbitos de experticia globalizados gracias a Internet.

Es sintomática la escasa presencia de los Estados como agentes realmente activos en las redes del sistema agenciario, del sistema financiero, del desarrollo tecnológico y del I+D+i, en los que su ausencia nos priva de visión política y social. Pensemos, por ejemplo, en el alcance político que pueden tener los organismos de normalización en acuerdos como el TTIP o la participación activa en los organismos de patentes (como la World Intellectual Property Organization) para favorecer una auténtica política de licencias de uso libre y público que limite el poder privado. También se echa de menos la dimensión sociopolítica en los grupos de trabajo y en los comités técnicos que nutren a las agencias de innovación y desarrollo, o incluso en la inyección de humanidades (libertad y responsabilidad) a la llamada Academia (que en la nueva jerga gerencial incluye todas las universidades e institutos de investigación, hoy prácticamente fuera del control público y al servicio de la obtención de beneficio).

Estas no son cuestiones técnicas, pero son profundamente políticas, pues afectan de manera esencial a la estandarización de mercancías, de servicios (incluida la educación), de poblaciones y de ideologías (el cognitivismo cientificista). Gran parte de la segregación y de la expulsión al Exterior proviene —como el mismo Žižek reconoce— del desarrollo científico y tecnológico de ese capitalismo global. No basta la libertad política ni la participación en los canales clásicos de la política y sus medios, hace falta poner el foco público en esas “condiciones objetivas”, que circulan por la red y cambian vertiginosamente nuestras vidas. En el nuevo reparto de continentes virtuales debe incluirse una izquierda bien pertrechada de medios, con alcance global y con miras sociales y sentido político.

La lectura de este libro, su riqueza de matices, da pie a la crítica, pero sin duda ofrece al lector caminos para pensar el presente y el futuro. Como afirma Žižek, retomando un antiguo dicho hopi: “Nosotros somos aquellos a los que estábamos esperando”.

*Sergio Hinojosa es profesor de Filosofía.Sergio Hinojosa

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