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‘Los hombres del Norte’, de John Haywood

'Los hombres del Norte', de John Haywood.

Los hombres del Norte

John HaywoodArielBarcelona2016

En las aventuras juveniles que devorábamos hace unos lustros había ciertos personajes totémicos: piratas de Mompracem o de las Antillas, forajidos de Sonora, exploradores del Zambeze, cruzados en San Juan de Acre, proscritos ahorcados en York, y por supuesto, vikingos abriendo camino hacia Terranova. Estaban en los comics, las novelas, las películas… La fascinación por estos personajes impulsa al lector, en edad más madura, hacia el interés por discernir la realidad de la ficción, la crudeza histórica de la pasión aventurera. John Haywood ha añadido una muesca más al mapa que indaga en la historia vikinga, una cultura oscurecida por la ausencia de fuentes, por los mitos y falsedades que el ardor nacionalista y romántico dejó. Ni los vikingos llevaron cascos con cuernos ni tenían más profesión que el pillaje. Los hombres del Norte, editado por Ariel en traducción de Francisco García Lorenzana, es un análisis franco y llano, con cierto aire divulgativo, sobre la saga vikinga que comenzó para la historia a finales del siglo VIII de nuestro calendario y duró poco menos de cinco siglos.

La saga vikinga es el proceso de cristianización que convirtió a los territorios escandinavos, sujetos fuera de la historia en el 700, en reinos feudales totalmente integrados en la cultura europea hacia 1.200. Pero el camino fue largo, duro, sanguinario y apasionante. Haywood estructura el libro conforme a escenarios geográficos. Vikingos de los actuales estados de Dinamarca, Suecia y Noruega rodaron por todo el mundo conocido por los europeos medios de entonces, y algo más allá: rapiña en los reinos británicos, ocupación de las costas normandas, incursiones fluviales por las cuencas mediterráneas, fundación del reino ruso, colonización alrededor del círculo polar ártico, campañas bajo la égida de las cruzadas.

El libro recorre desde el oeste del Atlántico Norte hasta el Caspio. Cada uno de los pueblos vikingos, a los que vemos conformarse en reinos medievales siglo a siglo, con estirpes dinásticas entrelazadas, se embarcaban ya fuese bajo la capitanía de un jarl, de un incipiente conde o de un aventurero rey, para expandirse por las zonas que les eran favoritas para el saqueo y la colonización. Los daneses ocuparon parte de la Inglaterra actual, fundando el Danelaw y el reino de York, así como las costas normandas, donde su estirpe terminó por convertirse en germen de las dinastías europeas medievales. Atacaron Frisia, combatieron en el Báltico, tomaron París y Ruán, remontaron el Guadalquivir, atacaron las Baleares, Sicilia y creyeron conquistar Roma cuando tomaron Luni, en Liguria. Los noruegos colonizaron Islandia, fundaron los asentamientos de Groenlandia, lucharon entre Escocia e Irlanda, se perpetuaron en las Islas de Man, las Shetland y las Orcadas. Los suecos atravesaron todo el continente europeo a través de las cuencas fluviales rusas y sus descendientes fundaron el reino de los rus, la ciudad de Kiev, alcanzaron Constantinopla y comerciaron en Samarcanda y Bagdad.

Son muchas las epopeyas que protagonizan vikingos históricos en Los hombres del Norte: Erik el Rojoel Rojo, Harald Hadrada, Canuto el Grande, Svend Barba partida, Harald Diente azul, Magnus el Bueno, Rollo, Harald Piel gris, Olaf Tryggvason, Bjorn Brazo de hierro, y Hastein, Ivar Deshuesado y el legendario Ragnar Lodbrok, que la serie de televisión Vikings, producida por Michael Hirst ha puesto de moda. De todas las grandes aventuras, reseñamos en este artículo dos: las rutas comerciales varegas que atravesaron Rusia de norte a sur y la colonización de Groenlandia. Fueron empresas épicas que Haywood documenta con sencillez y narra con pasión. Los inquietos vikingos suecos, como se ha dicho, no solo se dedicaron al pillaje. Su intención también residía en la apertura de redes comerciales que cubrían en sus rápidos veleros y que dedicaban al intercambio de productos del Norte (ámbar, pieles, cuero, sogas de piel de foca) por codiciados dírhams, especias, sedas, espadas, vino de Crimea.

Las principales rutas de Europa Oriental fueron abiertas por el jaganato de los Rus, fundado por los suecos, donde gobernaron el famoso Rurik y sus hermanos a mediados del siglo IX. Estas rutas fluviales comenzaban en el Báltico, y atravesaban distintos ríos en dos rutas principales, una al oeste que utilizaba el Dvina Occidental hasta alcanzar el Dniéper, un largo y difícil viaje que podía incluir transporte de barcos y balsas a través de tierra, hasta el Mar negro. Desde allí se alcanzaba el Mar de Mármara por el Bósforo y la mítica Constantinopla. Era la ciudad deseada por los vikingos, cuyas murallas atacaron más de una vez y fueron derrotados. Pero los varegos, los vikingos suecos de Gotland, pudieron atravesar las puertas de Bizancio: desde el 988 se convirtió en costumbre que el emperador bizantino contase con una guardia compuesta por los feroces varegos, temidos guerreros, que progresaron en el control de la Corte durante al menos dos siglos. Sin embargo, había una ruta más delirante: de Staraja Ládoga, a poco más de 100 kilómetros del actual Leningrado, partía una ruta fluvial que recorría el río Vóljov hasta Nóvgorod y de ahí hasta el lago Ilmen y el río Lovat. Se porteaban los barcos hasta el nacimiento del Volga y tras más de tres mil kilómetros se alcanzaba el Mar Caspio, lo que posibilitaba comerciar con el califato abbasí, con capital en Bagdad.

La otra epopeya sucede a miles de kilómetros. Los noruegos habían colonizado Islandia, sobre todo su costa oeste, a partir de mediados del siglo IX y hacia el 930 la mayoría de la isla habitable había sido ocupada. Se gobernaba en mancomunidad, pero en constante relación con la corona noruega. Expulsado de la comunidad, Erik Thordvaldson, llamado el Rojo, arribó al sur de Groenlandia a finales del siglo X, con intención colonizadora. Fundó tres asentamientos costeros, y se estableció relación con las tribus paleoesquimales ubicadas al norte de la isla. La época climática bajo medieval o periodo cálido facilitó entre el siglo X y XIV una relación comercial de las colonias con Noruega e Islandia. Se supone que fue el hijo de Erik, Leif, quien alcanzó Vinlandia (Terranova). Estas colonias nórdicas en Groenlandia nunca alcanzaron un número de habitantes muy alto, quizá cinco mil personas, comerciantes de marfil de morsa, piel de foca, pero con una absoluta carencia de madera y hierro que les hacía depender de los reinos escandinavos. A mediados del siglo XIV las granjas y asentamientos coloniales comenzaron a desparecer. No se sabe si fue el enfriamiento climático o la presión de los pueblos inuit, el caso es que los últimos nórdicos desaparecieron lentamente.

Las últimas noticias sobre los colonos de Groenlandia se conocieron hacia 1418, cuando fueron saqueados por piratas que esclavizaron a gran parte de sus habitantes y llevaron a berbería. Ciertamente aquellos colonos, al contrario que las tribus inuits de Thule totalmente adaptadas al medio, persisitieron en sus modos de vida escandinavos, y cristianos, europeos. Cada invierno los glaciares avanzaban un poco más. Quizá los más jóvenes se enrolaron en los escasos barcos pesqueros que alcanzaban la costa y abandonaron sus viviendas. Los más viejos se quedaron en sus granjas, hasta que murieron. En 1492 el Papa Alejandro VI escribía sobre Groenlandia como una tierra perdida para la cristiandad. El mismo año en que Cristóbal Colón iniciaba sus viajes trasatlánticos que llevarían de nuevo a los europeos a Vinlandia. Otra historia, otra aventura.

*Alfonso Salazar es escritor. Su último libro es Alfonso SalazarPara tan largo viaje (Dauro, 2014).

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