Los diablos azules

'La vida negociable': Vivir en los géneros literarios

Portada de La vida negociable, de Luis Landero.

Mientras esperamos el monográfico que la revista Turia le dedica en su próximo número a Luis Landero, acaba de aparecer su nueva novela, titulada La vida negociable. En ella, un personaje llamado Hugo Bayo, a punto de ser padre, durante una noche en la que no le viene el sueño, se pone a recordar su vida para intentar entender algo de lo que le ha sucedido, quién es realmente. El caso es que, tras muchos avatares, no siempre gratos, decide comprar una finca en el campo y dedicarse a cultivarla, pero al no conseguir adquirirla acaba quedándose con el traspaso de una peluquería, iniciando una vez más una nueva vida... Así, Hugo se imagina que se dirige a los clientes de la barbería, los pelucandos, para contarles "con orden y rigor" sus "andanzas", empezando por la tarde en que su madre le confió un secreto, "manantial de donde brotó inexorable el río de mi vida" (pág. 327). Con ello, el arranque del relato enlaza como el final, dirigiéndose a sus supuestos interlocutores: "Señores, amigos, cierren sus periódicos y sus revistas ilustradas, apaguen sus móviles, pónganse cómodos y escuchen con atención lo que voy a contarles" (pág. 11). De forma semejante, la narracción se presenta como un relato oral, conminando a sus posibles oyentes, y de paso a los lectores de la novela, a que presten atención y se pongan cómodos, pues es la única manera de seguir y entender la historia que va a contarles.

 

Landero le ha confesado a la periodista Elena Hevia que el origen de esta novela está en la figura de su protagonista, y más en concreto, en una imagen que le rondaba por la cabeza, en la que una madre deja a su hijo en un comercio, al cuidado de alguien, mientras ella desaparece durante unas horas, quizá para encontrarse con su amante, confiándole al chico su secreto. A partir de aquí, el relato se abre a numerosas posibilidades, pues, la existencia de Hugo dependerá del uso que haga de la confidencia que le ha hecho su madre.

La historia está contada en primera persona por el protagonista, aunque en ocasiones le ceda la voz a otros personajes, y en diversos momentos se imponga el diálogo. Hugo rememora su vida, se trata de una atípica novela de aprendizaje, en los términos propios de la picaresca, aunque más bien represente –en esencia— a un pícaro impostor. El relato se compone de dos partes semejantes, con 13  capítulos cada una. La trama aparece articulada por tres secretos, los dos que le trasmiten a Hugo sus padres, y el que le confiesa Leo, su novia; pero también por la relación que el narrador mantiene, de forma intermitente, con cuatro mujeres de distintas edades y condición, cada una de ellas con personalidad propia: su madre, Leo, Olivia y la coronela. Excepto Olivia, una niña bien, de la que no acaba de entenderse por qué se interesa por semejante botarate, y que consigue que nuestro hombre se pierda en disparatadas fantasías, los otros tres personajes femeninos resultan muy atractivos y logrados, cada uno a su manera. La madre, a pesar de sus largas ausencias, y Leo y la coronela, por sus singulares intervenciones. Leo, hija de una vidente y de un antiguo campeón de lucha libre, actúa como una especie de Sancho Panza, en una novela que posee ribetes cervantinos; mientras que el hilarante episodio de la coronela se desarrolla como una comedia bufa italiana, de Eduardo de Filippo. Esta importante presencia femenina es necesaria destacarla porque Landero suele basar sus historias, sobre todo, en los personajes masculinos.

El poder que le otorga a Hugo el conocimiento de los secretos será el punto de partida de su envilecimiento. El caso es que el protagonista se proyecta a través de sus sueños, tanto en los que conciernen a sus aspiraciones vitales, como aquellos que se refieren a los oficios que espera desempeñar, o los que acabará ejerciendo. No en vano podría afirmarse que esta es la novela de los oficios. Así, Hugo trabaja como peluquero y comerciante, cerrajero, pero en un momento u otro sueña con ser maestro, arquitecto, gran escritor, médico, saxofonista, granjero, ladrón, detective... La peculiar existencia del personaje, en sus diversas etapas, de la niñez a comienzos de los años noventa, a la edad adulta, ya en el nuevo siglo, adquirirá los tintes propios de la comedia y de la tragedia, pasando por todas las hibridaciones posibles, bien sea el esperpento, el folletín, la novela sentimental, bien el relato de intriga, como si la vida fuera un potaje de géneros literarios.

Pero, además de su propia historia, el narrador cuenta la de sus padres, de tal forma que podemos intuir, en gran parte, la negociación que mantienen entre ellos. Sea como fuere, casi todos los personajes buscan el amor, pero a lo más que llegan es a satisfacer circunstancialmente sus deseos. El caso más evidente, al respecto, es el de Hugo, incapaz de darse a los otros, aunque necesitado de amor y admiración, según veremos con más detenimiento. Y puesto que la historia que se cuenta es tragicómica (la foto de Scianna que aparece en la cubierta se nutre también de esos ingredientes), el humor desempeña un papel importante, pues oxigena la trama con el adobo de la ironía y la parodia, que nos distancian de los hechos –digamos— más sublimes. Podría afirmarse, por ello, que la primera fuente de humor es el afán desmesurado del protagonista. En la novela encontramos, además, momentos grandes, como la digresión sobre las peluquerías, la perorata del coronel, o la relación de Hugo con la fogosa señora del militar. Sin que falten algunos de los motivos propios de su narrativa: el citado afán o el uso peculiar del adjetivo grande, lo mágico y prodigioso, la enfermedad del amor, la ilusión de estar iniciando una nueva vida, la obsesión por el destino e incluso un par de alusiones –aunque sean de pasad—- a los motivos propios de Kafka. Y, además, en diversas ocasiones, el narrador se siente, o ve a los demás protagonistas, como personajes de la historia del cine o de la literatura, sus referentes habituales.

Para Hugo, que la vida sea negociable, que uno pueda justificar sus tropelías y quedarse tranquilo, un signo de nuestros malos tiempos (Landero le ha confesado al periodista Guillermo Rodríguez que nuestra sociedad está enferma de banalidad, de trivialidad y entretenimiento barato...), es quizá la válvula de escape que le permite seguir vivo... De hecho, según confiesa también el autor en esa misma entrevista, la novela podría haberse titulado La vida justificable. Lo importante, sin embargo, es que tras notables narraciones como Retrato de un hombre inmaduro (2010), Absolución (2012), y la obra desencantada con la ficción que es El balcón en invierno (2014), la prosa de Luis Landero ha ido ganando en sobriedad y precisión, buscando en la exactitud, en la palabra justa, la esencialidad del lenguaje, empeño que aparece intensificado.

Y a pesar de ello, La vida negociable quizá sea su novela más pesimista, la más amarga, aunque no la menos lúcida, en la que un clásico antihéroe con escasos atributos, haciéndose la víctima, nos relata su vida intentando justificar su falta de moral para poder reconcilarse consigo mismo y vivir con una cierta paz, una vez que –tras haber aspirado a todo— acepta que solo puede ganarse la vida con el único oficio que conoce y para el que está dotado, acompañado por la mujer con la que mejor se aviene, que lo conoce al dedillo, la única que a su manera lo ha querido, a pesar de ser Hugo como es.

Luis Landero se plantea aquí un tema latente, al menos desde los años de la Transición: qué aspiramos ser y en qué nos hemos acabado convirtiendo. Pero, en el fondo, la tragedia de Hugo estriba en que no es capaz de amar a sus allegados (ni a sus padres, ni a Leo, ni al militar que lo ampara, ni tampoco a su desvalido amigo Marco, a quien acaba comparando –en una imagen feliz— con una araña mojada), pues su concepción del cariño resulta banal. Además, sus expectativas vitales carecen de realismo, pues prefiere ignorar quién es realmente y a qué puede aspirar. Por ello, un día se siente un paria y otro se ve como un rey (pág. 106).

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Al final de la narración, cuando esta se centra en una búsqueda, la del supuesto amante de su madre, primero, y luego la de sus padres, ninguno de sus numerosos sueños se cumplen, y solo el puro azar lo lleva al oficio que siempre debió seguir, y tras muchos reveses y sufrimientos, acaba compartiendo sus días con la mujer que lo hará padre, mientras fracasa en todo lo demás. Así, aunque el final se presente abierto, el futuro no parece ofrecerle grandes esperanzas al fantasioso Hugo, pues como en una ocasión le comenta su padre (pág. 156), quien fundamenta en sueños su existencia es como quien quiere coger las sombras y perseguir el viento...

*Fernando Valls es profesor y crítico literario.Fernando Valls

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