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Los diablos azules

En la muerte de un poeta

El poeta Dereck Walcott, en una imagen de archivo tomada en Costa Rica en 2012.

José Antonio Gurpegui

Ha muerto el poeta Derek Walcott, el autor de Omeros (1990), y me siento triste por mí y por la poesía. Dicen que la escritura tiene un singular efecto catártico, espero que también lo tenga balsámico… o que al menos lo tengan los recuerdos. Sin duda se publicarán estos días multitud de artículos de contenido académico, pero tal vez no tantos glosando la vida personal de un hombre con una humanidad tan grande como su obra escrita. Tal vez alguna que otra anécdota sirva para ilustrar la semblanza de Walcott.

Lo conocí tras la publicación de su magna epopeya del Caribe. Un amigo, a quien había comentado que la obra me había impresionado, me dijo que el autor vivía en Boston, donde yo me encontraba aquel año, no lejos de su casa. Con mi ejemplar bajo el brazo llamé a su puerta no sé muy bien por qué ni para qué; simplemente quería conocerlo. No solo me invitó amablemente a pasar, sino que acabamos cenando juntos una tortilla de patata en su cocina y hablando de poesía española. Conocía muy bien la obra de García Lorca, a quien consideraba no solo el mejor poeta español del siglo XX, sino uno de los tres o cuatro poetas referenciales de ese siglo (años más tarde, en un evento académico conjunto en Canarias, lo mencioné al hablar de sus gustos literarios y puntualizó diciendo que también debía incluir a Cernuda). Comenzó entonces una amistad que se solidificó con el paso del tiempo.

Tras la concesión del Premio Nobel, la Universidad de Alcalá le otorgó un Doctorado Honoris Causa y, aprovechando la circunstancia, viajamos durante un par de semanas por España. Tenía especial interés en conocer Granada, a donde volvería en un par de ocasiones más, y le pareció una de las ciudades más hermosas que había conocido. Entendía los homenajes y parabienes que le dispensaban como parte del tributo que debía pagar por su popularidad, pero cuando realmente se encontraba cómodo y revelaba su personalidad, su carácter divertido, era cuando se encontraba en la intimidad, en compañía de escritores y artistas. Entonces cualquier excusa era buena para la broma y la risa. Recuerdo una irrepetible cena en Granada, a donde habíamos ido con motivo de un festival de poesía; también participaba Luis García Montero y le acompañaba Almudena Grandes. Derek, como siempre hacía, comenzó a bromear con Almudena, yo le dije que era la compañera de García Montero, entonces él le miró y dijo con aspecto circunspecto y evidente ironía: “Pero yo soy Premio Nobel”. Las carcajadas en nuestra mesa acallaron al resto de comensales; ni que decir tiene que Sigrid, su inseparable compañera los últimos treinta años, estaba presente en la mesa.

En aquellas mismas fechas se celebraba en la ciudad de La Alhambra un homenaje a los represaliados del franquismo; los organizadores preguntaron si era posible que participara en el acto. ¡Por supuesto que estaba dispuesto a hacerlo! Su único temor era que los anfitriones del evento poético se incomodaran por tal hecho. Cuando quedó claro que no tenían impedimento alguno no solo participó, sino que abrió el acto y, tal como dijo, aquel fue “uno de los días más importantes de su vida” y se sintió “honrado” por poder colaborar. Particularmente no me sorprendió ni lo que dijo ni cómo lo dijo.

Walcott conocía muy bien la obra de Antonio Machado (“Reading Machado” es el título de uno de sus poemas en la sección dedicada a España en The Bounty —1997-) y la de Miguel Hernández, en particular El rayo que no cesa, y en especial la “Elegía” a Ramón Sijé, “indudablemente la mejor elegía jamás escrita” en sus propias palabras. Es una noticia triste para quienes le conocimos, para Esperanza, musa en alguno de sus poemas; para Luis Pastor –me hizo repetir una y otra vez su disco En esta esquina del tiempo, interpretando poemas de Saramago en el viaje entre Granada y Madrid—; para Luis y Almudena… y también para todos los amantes de la poesía.

*José Antonio Gurpegui es profesor de Filología Inglesa y traductor.José Antonio Gurpegui

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