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El rincón de los lectores

Luz y oscuridad

Portada de El sol de las contradicciones, de Eva Losada Casanova.

Miguel Ríos

No sé si Eva Losada Casanova es consciente del salto que, según mi modesta opinión, ha dado como escritora, desde El lado sombrío del jardín(Funambulista, 2014), su anterior y primer trabajo publicado, a este que hoy nos ocupa El sol de las contradicciones (Alianza Editorial, 2017). Seguro que sí, porque en el oficio de comunicar emociones se está muy atento al balance entre lo que se sabe y lo que se espera saber. En nuestros oficios hay señales que te indican cuando estás cerca de poder plasmar lo que sueñas. Quizá el salto lumínico que existe entre los dos títulos citados, y esa habilidad para deslizarse por la escala cromática del relato, tenga que ver con el trabajo y con el aprendizaje, con el talento y la comprensión de la función narrativa, que nos lleva a entender que el lector es el fin primordial de la escritura.

 

Como lector —aunque, aviso, académicamente poco cualificado— puedo observar el salto, la evolución estilística hacia la naturalidad narrativa que Eva muestra en esta nueva novela. Un empeño sin tregua por construir la compleja y, sin embargo, común historia de Mar Zheirman, “una escultora que no esculpe, madre de un hijo que no es suyo y al que cuida, a pesar de no sentir el deseo de ser madre”, y de la que escribe: “Los días se sucedían cada vez más vacíos de furia, del rencor que había brotando dentro de ella tan solo parecían querer permanecer la soledad, el pesado abatimiento y una tristeza inmensa que se aferraba a su cuerpo como un bebé hambriento, una tristeza de lluvia fina, pero intensa, una tristeza empeñada que, junto a la lluvia desganada, lo cubría todo”. El personaje de Mar, está sólido y convincentemente construido, como los demás habitantes de esta historia circular, en la que todos parecen girar involucrados en la trama principal, por muy ajenos a ella que parezcan. Mar es una mujer de nuestro tiempo que se ha visto envuelta en la maraña existencial de un tiempo engañoso. Una mujer de solidas convicciones, aunque de una fragilidad emocional también muy contemporánea.

La novela, construida como si de un juego de cajas chinas se tratara, cuenta con un componente narrativo que le da un gran peso literario. Se trata de su estructura. El sol de las contradicciones no está escrito de forma lineal, lo que contribuye, con gran pericia por parte de la autora, a crear una tensión narrativa de ritmo constante, que en algún momento recuerda, por la forma de dejar los capítulos abiertos el pulso excitante de algunos relatos de misterio. El hilo de la historia —a veces bastante truculenta— que se cuenta en la novela, al perder su linealidad, no solo no rompe la magia del texto, sino que obliga al lector a preguntarse. A estar alerta. Este no es un relato plano y apacible, sino una superficie rugosa y, a veces, escarpada, en el que aparecen algunas de las lacras sociales de nuestro tiempo, que no voy a desvelar aquí porque se trata de que lean el libro. Pero sí quiero resaltar que la poderosa construcción moral de alguno de sus personajes, alumbran este sol de las contradicciones que no es otra cosa, como decía antes, que un relato de ficción que retrata una realidad cruda y problemática, aunque cotidiana. Una realidad tan cotidiana, que hasta tiene su banda sonora referencial. “Cuando ese día llegó, cuando Álvaro se fue, dejó una lavadora puesta y un vinilo de Tom Waits. Aquel disco estuvo girando casi cuatro horas, las mismas que ella tardó en darse cuenta de que, ese día, él no volvería a cambiarlo”. La autora ha contado que “The Snake”, el tema de Al Wilson, es la canción que podría resumir el espíritu de la novela. Al margen de esta confidencia, se encuentran muchas referencias a la música de los ochenta y los noventa, pegadas a las dudas y vacilaciones de la escultora vocacional y galerista ocasional que es Mar Zheirman.

Como he dicho antes y si no, lo digo ahora, creo que en la construcción de los personajes está el lado luminoso de la algo oscura literatura de Eva Losada Casanova. La meticulosidad descriptiva y ambiental, la construcción sicológica y emocional de los habitantes de este relato la sitúan en un escalón literario considerable para una autora que publica su segundo libro. Ahí, en la descripción ambiental de los actores, nuestra novel parece una veterana. Lo mismo que denota maestría en el desarrollo de los relatos paralelos que se van incardinando en la historia principal para llegar engarzados al final, al que no se le puede hacer un spoiler.

Mi personaje favorito, y no solo porque seamos coetáneos, es el del padre de la protagonista, el pintor alemán Mario Zheirman: hombre, artista, espíritu libre… viudo y algo ligón. Vive en Menorca. Mario discute mucho con Mar sobre el proceso creativo y sobre los valores del artista. “Si una escultura o una pintura no son capaces de alterar uno solo de nuestros sentidos —le dice a su hija—, el llamado artista ha fracasado, no ha sido capaz de transformarse en su propia obra, de dejar en ella sus gestos vivos y, en consecuencia, aquello que nos presenta es tan solo un pegote, algo muerto, una mentira. El arte es rabia, serenidad, melancolía o violencia, es todo lo que somos capaces de tener dentro”.

Sí les puedo adelantar que esta es una historia de pocos y bien definidos personajes. Uno clave es Álvaro Beni, un tipo que pasa la narración inerme, en estado de coma y postración, pero sobre el que pivota la novela. Es el mal o su encarnación. Abandona a Mar y su hijo Mateo, que se convierte en el no hijo de Mar, otro personaje rico con el que atravesamos su infancia, las desventuras de su pubertad y los años inciertos del tránsito a la madurez. Estamos ante un texto tocado por la plusvalía literaria de la metáfora. “La heroína era un vagón estanco, sin puertas de salida, pero con enormes ventanales hacia la dulce irrealidad…”. Brillantes metáforas y frases redondas pueblan este libro escrito con pasión, honestidad y talento.

La acción se desarrolla en el  Madrid de las décadas cercanas al fin de siglo pasado, con sus bares y sus drogas, en el auge del imparable desarrollo del mundo del arte y de la moda, en el que la autora se mueve con un envidiable conocimiento del medio, sin caer en la pedantería de las imposturas cultistas y con la naturalidad de quien sabe de qué habla. También aparecen en la trama la Universidad, Bellas Artes, y los barrios bien, donde se encuentran las galerías y los compradores de arte y, ocasionalmente, hace una incursión fugaz y transgresora a la Barcelona vanguardista de la gauche divine. Menorca aparece en el texto como el lugar idílico y balsámico, la casa del padre, el hogar al que volver en busca de consejo y amor filial. La playa preferida del náufrago.

La literatura, y el oficio de escribir, está en plena captación de fieles y, lo que es mejor, muchos escritores en ciernes se hacen cada día en talleres literarios como La plaza de Poe, donde nuestra escritora ejerce magisterio y en muchos otros en los ella misma ha sido discípula. Se nota en el ambiente, y me alegro de que esta primavera rosada de los concursos de relatos cortos, del auge de la poesía y de presentaciones de libros sin fin esté dando frutos, aunque todavía no sea alimento general. No hay mejor noticia para el desarrollo del ser humano que la afición por la cultura y la desafección por la barbarie. Si en la distópica Fahrenheit 451 de Ray Bradbury los hombres libro tenían que aprenderse de memoria, para evitar su pérdida, una obra maestra condenada al fuego, llegará un luminoso día en el que podremos contar nuestra propia novela, porque todos seremos contadores de leyendas.

*Miguel Ríos es músico.Miguel Ríos

 

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