Los diablos azules

Cindy Sherman: el disfraz es el desnudo

'Sin título nº 156', fotografía de Cindy Sherman perteneciente a la serie 'Desastres / Cuentos de hadas'.

Marta Sanz

Publicamos un texto que Marta Sanz sobre la fotógrafa y directora de cine Cindy Sherman leído en el ciclo Retratos y ficciones literarias celebrado en el CaixaForum de Sevilla el pasado abril. La escritora reflexiona sobre sus propias inquietudes artísticas._______________________________Cindy Sherman lRetratos y ficciones literarias.

1. Voy a analizar fugazmente la propuesta de Cindy Sherman en conversación con lo que, en este momento, son mis propias inquietudes como escritora. Creo que es lo más honesto que puedo hacer, porque no soy una académica ni una profesional especializada. Soy una mujer que escribe y que lee y que disfruta reflexionando sobre la cultura en el sentido más amplio del término. Así que comenzaré con una declaración de principios y seguiré con un fragmento de mi historia familiar, porque a medida que pasan los años y acumulo lecturas –también escrituras no precisamente de propiedad—, desconfío más de los rutinarios artificios de algunas ficciones –no de todas—, de su mecánica celeste y sus oquedades, y soy más partidaria del impudor del selfie. Algunos selfies, algunos libros manifiestamente autobiográficos, también las fotos de Sherman, escapan de la pornografía o de la inanidad de las vidas compartidas en Facebook —quizá altamente literaria y preñada de matices semánticos—, por el efecto depurador de la conciencia del lenguaje.

2. Reflexiono sobre las representaciones de la pipa de Magritte; sé que una pipa pintada no es una pipa, pero también es una pipa se ponga como se ponga René Magritte; opto por una de ellas, pero mi elección está diciendo que lo que hoy más me interesa es la pipa en sí. Su realidad. Sus contornos y posición en el mundo. La mala voluntad de quienes pretenden desdibujarla con las brumas y nebulosas de lenguajes artísticos que, en lugar de ayudarnos a ver, emborronan los nítidos perfiles. “Andamos faltos de realidades”, escriben Alice Munro y Marguerite Yourcenar. Sí, andamos. Andamos faltos de ágoras públicas, de vínculos fuertes, de amores vividos sin cristales interpuestos. Estamos hartos de Tisbe y Píramo, del amor a través del muro. De Matrix. De Meetic. De la celosía.

3. Sin embargo, no conviene confundir la necesidad de realidad con la selección del realismo como única alternativa estética: la contractura de los códigos artísticos, sus contorsiones, los excesos barrocos y las superposiciones a veces apuntan hacia ese territorio que está fuera del lenguaje y de sus círculos viciosos; a veces el regodeo en la imagen y los jugueteos semánticos nos expulsan del texto para que el receptor se fije en lo externo a la palabra como enrejado, como jaula; para que se fije en ese magma del que surgen y al que regresan los discursos: en el fragor volcánico de las realidades. En ese gesto artístico hay algo profundamente moral. Sherman, pese a todas sus contorsiones y metamorfosis paródicas, se coloca a pie de calle y su gusto infantil por el disfraz la ha convertido, inevitablemente, en una artista política que hace del reciclaje y de la reinterpretación un procedimiento original y subversivo.

4. Mi búsqueda de la desnudez hoy no se relaciona tanto con la elección de un estilo anoréxico, con el desiderátum juanramoniano de “intelijencia dame el nombre exacto de las cosas”, como con el hecho de no superponer personajes fingidos o situaciones imaginadas al relato de una cruda realidad donde el yo, más allá de mitificaciones artísticas, bohemias o literarias, somos todos. También las escritoras somos mujeres de una infinita vulgaridad. Las fotógrafas. No estamos iluminadas por un halo luminiscente o por el aura de un polvillo de pan de oro. En este momento yo necesito decir en carne viva, y activo el material autobiográfico como expresión de lo común. A través del material autobiográfico pretendo establecer un vínculo con la comunidad: las oposiciones entre los individuos y sus comunidades son casi siempre una falacia de la mercadotecnia, una falacia que hace del artista fetiche y personaje abusando de lo selecto y lo exclusivo. Esta imposibilidad de escapar de nuestro contexto también es palpable cuando los individuos se sienten únicos y experimentan los límites de su libertad en entornos hostiles; entonces se rebelan —o no— contra los parámetros que constriñen su libertad a través de la acción política o artística. Por eso, porque no somos únicas ni tan especiales, ni estamos tocadas por el dedo de los dioses o las diosas, porque tenemos cosas en común, creo que mi imaginaria conversación con las fotografías de Cindy Sherman puede ser fértil. Somos mujeres que tomamos la palabra e iniciamos una acción que tiene mucho que ver con el hecho de contradecir.

5. Sherman y yo operamos narrativa y descriptivamente en una misma dirección, pero en dos sentidos opuestos: para ambas el disfraz es el desnudo, pero ella se empeña en subrayar la máscara –la civilización, lo aprendido, lo impostado— y yo me empeño en mirar en primer plano la piel como texto permeable a las vivencias. Sobre el cuerpo se dibuja el rastro de todos los disfraces que nos hemos ido poniendo sobre el cuerpo para amoldarnos a las convenciones: a la idea de lo que debe ser una mujer. También nos vestimos para protegernos del frío. De la soledad o la intemperie. Porque no somos la mujer, somos mujeres. En plural. Perseguimos desencializarnos para liberarnos. La desencialización pasa por la deconstrucción de todos los tópicos femeninos habitualmente emanados de miradas patriarcales: ése es el lado político que creo compartir con Cindy Sherman. Ese lado político y el sentido del humor que tal vez nos lleva a reconocer en clave auto-paródica que, como dice Adrianne Rich, aún necesitamos para hablarnos el lenguaje del opresor. Lo tenemos instalado en la cadena de ADN y en el oscuro occipucio. En la carne, la materia y la biología. Lo más sensato es que mientras buscamos nuestras propias palabras, nos aprovechemos de todo lo aprendido y le demos la vuelta como a los calcetines con tomates y nos fotografiemos disfrazadas de Judith decapitadoras con la cabeza de Holofernes en la mano. Con colores vivos y los pliegues de la vestimenta tan marcados como en las esculturas grecorromanas.

6. Como necesito decir en carne viva –igual que una desgarrada cantante de boleros— puedo seguir esta charla comentando que mi madre estudió en un colegio de monjas de Madrid. Era la hija de un empleado del banco de España que contaba con agilidad los billetes, procedía de un pueblo de Segovia y había sido cocinero en la retaguardia del frente Nacional en la batalla del Ebro. Mi abuelo se casó con una mujer, espigada y de nariz aguileña, que se ponía mantilla para celebrar en la iglesia las fiestas de guardar. Se parecía a las mujeres de Julio Romero de Torres. De pequeña le encantaba el cuento de Blancanieves y los siete enanitos con ilustraciones de Disney. También leyó vidas de santos ilustradas, Corazón, Mujercitas y La cabaña del Tío Tom de Harriet Beecher Stowe. Su padre leía en voz alta poemas de Gabriel y Galán. Cuando creció un poco, a mi madre empezaron a gustarle Parrish, la Gene Tierney de Que el cielo la juzgue, el rock and roll y el Dúo Dinámico. Los guateques. Estudió para ser ATS y fisioterapeuta, y sus estudios le despertaron ciertas admiraciones por el gremio sanitario. Quizá un lejano recuerdo de Florence Nightingale y mucha alegría de vivir tras el visionado de Las chicas de la cruz roja. Leyó La montaña mágica y Cuerpos y almas de Maxence van der Meersch y novelas rosas de la colección La novela Ideal que costaban tres pesetas: La extraña boda de Glori Dunn firmada por Sylvia Visconti, y otras obras de Carola Soler, Laura de Cominges o Esperanza Neyra. Mi madre tuvo dos hermanas y un hermano menores que ella. Una de sus hermanas, a quien a última hora de su vida le gustaba mucho Juan Luis Guerra, se murió de un linfoma. Antes de que eso sucediese, mi madre había conocido a mi padre en el autobús 37 que hacía la ruta Vallecas-Cuatro Caminos en Madrid. Ahora hace una ruta mucho más larga y el otro día mis padres celebraron sus bodas de oro. Cuando se ennovió con mi padre, mi madre conoció un mundo muy distinto al que frecuentaba: mi abuela paterna había pertenecido al Socorro Rojo, mi abuelo había luchado en el bando republicano hasta que le hirieron, su casa estaba llena de novelas y de zarzuelas, y mi madre empezó a emocionarse con El puñao de Rosas, La corte del Faraón o Las golondrinas, y también con las historias de Fortunata y Jacinta, La Regenta, las novelas de adulterio. Iba con mi padre a los cine-clubs y veían películas de arte y ensayo, que a veces la emocionaban y otras la sacaban de sus casillas, porque le parecían obtusas o pedantes. Durante su embarazo mi madre seguía yendo a misa y se mareaba con el olor del incienso. La militancia de mi padre y el 68 fueron transformando su mundo que se llenó de gentes con vocaciones artísticas y muchas ganas de liberarse de la oscuridad de cuarenta años de represiones sexuales, económicas, de violencias que se sentían en la carne y dentro de la médula. Muchas de esas violencias se relacionaban con el hecho de ser mujer. Por eso mi madre leyó Miedo a volar de Erica Jong , profundizó en Virginia Woolf, vivió el destape del cine español con una pizca de escándalo en el que confluían la educación nacional-católica y ciertos moralismos que quizá, hoy más que nunca, vuelven a tener sentido.

7. Hoy mi madre tiene más de 70 años –no muchos más— y, si tuviera que hacer una indagación sobre quién es ella; si tuviera que aglutinar los fragmentos que la convierten en una mujer armónica y a la vez llena de contradicciones, ensimismada y pródiga, que son los dos adjetivos con los que le dedico mi novela La lección de anatomía, diría que se cuerpo está hecho de su madre que se parecía a las mujeres de Julio Romero de Torres, de las heroínas del tebeo Florita, de Romy Schneider y su interpretación de Sissi Emperatriz, de Romy Schneider y su interpretación de Boccaccio 70, de Las Meninas de Velázquez y la Inmaculadas concepciones de Murillo, de las actuaciones de la Mangano en las películas de Pasolini, de Anita Eckberg en la fontana de Trevi y de los andares de pantera de Ava Gardner en Mogambo, de lo mona que era Elena María Tejeiro y de los papeles desgarrados de Charo Soriano, de Geraldine Chaplin en las películas de Saura, de las azafatas del Un, dos, tres y de aquellas otras chicas que empezaron a estudiar Filosofía y Letras, del pelito corto de Jean Seberg y de la inconmensurable belleza de Virna Lisi, de los Estudios 1 protagonizados por Marisa Paredes, Lola Herrera y Maite Blasco, de los seriales radiofónicos, de las monjas que regentaban los estudios de enfermería en la beata Mariana de Jesús, de las milicianas de la guerra civil y de las mujeres excéntricas –mis tías paternas— que fumaban, pintaban y usaban pantalones, de las feministas, las abortistas y las mujeres de rompe y rasga, de Charo López en Los gozos y las sombras, de los tersos desnudos mitológicos expuestos en los museos florentinos, de la Colometa de La plaza del diamant y de las Pepi, Luci, Bom, de las fatales, las musas, las madres, las putas, las sumisas, las santas.

8. De todo esos esos fragmentos y de algunos otros que quizá yo he ido depositando en la hucha de su carácter. Mis monedas, mis aportaciones: otras lecturas como Margaret Atwood, o Alice Munro, como Sara Mesa, Alicia Kopf, Elena Medel, Pilar Adón, compañeras de viaje más jóvenes… Dentro de mi madre se queda también mi vivencia de las fotos de Cindy Sherman y afloran dudas sobre la igualdad, la libertad y la fraternidad de las mujeres; otros modelos. En mi vientre está mi madre y, en el vientre de mi madre hay un cordón umbilical que la liga con Blancanieves y  las santas que mueren oliendo a alelíes, y otro que la vincula con las mujeres viperinas en cuyo vientre habitan las brujas, las hadas y las lúbricas ninfas que fornicaban con los centauros. Así que mi madre es un ser constituido por mil estereotipos que a su vez están configurados por psicologías complejas, cosidas las unas a las otras, heredadas de la Historia cultural y de las genealogías familiares, una red tupida que hace de nosotras lo que somos. Una red que a veces es tan hermosa como los hilos traslucidos de una tela de araña y a veces tan pegajosa con la secreción de baba donde fenecen las moscas. Somos lo común y lo que nos hace únicas. Creo que de todos es asuntos habla la fotografía de Cindy Sherman: del estereotipo que nos ahoga y del que nos libera, del disfraz y del autorretrato, de la máscara que se queda pegada al rostro. De las personas que son lo que parecen según quien las mire y de las personas que son lo que parecen y algunas otras cosas más. Una red dinámica que va cambiando a medida que los años pasan y mutan las relaciones de poder.

9. Hablo de mi historia familiar y sintetizo en una persona, mi madre, el puzle. Actúo centrípetamente. Cindy Sherman con sus retratos mete nuestras identidades –también la suya— dentro de una centrifugadora y nos ofrece por separado versiones estridentes y distintas de los estereotipos culturales y de otras mujeres comunes, que nos configuran. Sherman analiza lo complejo, lo separa en sus partes, lo reinterpreta paródicamente gracias al subrayado lisérgico del color. Y, aunque diga, que sus retratos no son autorretratos no creo que ella sea la única que pueda inhibirse de esa base cultural que a veces nos castra y a veces nos divierte. Porque ella somos también todas nosotras y la cultura, que Cindy refleja en sus fotografías y de la que a su vez forma parte, siempre deja huella. La historia se filtra en la biología, en el cuerpo y en ese cuarto oscuro que algunos llaman vida interior y que, desde mi humilde parecer, deberíamos ventilar lo antes posible.

10. Hay en otro punto en el que creo encontrarme con Cindy Sherman: ella hace de los relatos –escritos, filmados, pintados— imágenes; transforma los discursos literarios, religiosos, cotidianos en torno a las mujeres en retratos o performances, en objetos en los que el espectador puede demorarse hasta trepanar las capas más profundas de lo grotesco. En mis libros, otra vez en la misma dirección pero en sentido contrario, utilizo el recurso de la écfrasis: la descripción demorada de imágenes –retratos al óleo, polaroids, fotogramas cinematográficos, álbumes familiares—, de imágenes habitualmente femeninas, del desnudo femenino como fetiche, se movilizan a través del relieve de la escritura –también de su extensión— para indagar en ellas y en mí y en Cindy Sherman y en todas ustedes desde una perspectiva estilística y política. Al fin y al cabo, fotógrafas y escritoras utilizamos técnicas que tienen que ver con la fijación, la acumulación y la repetición que permiten indagar sobre la apariencia y su envés, sobre los delicados hilos de titanio que vinculan el dentro y el fuera, la víscera con la historia, el género con la civilización.

11. Sherman, en sus retratos, en la elección y el análisis de sus máscaras, indaga sobre su desnudo y sobre lo que su desnudo comparte con el desnudo de todas nosotras. Lo hace sin dramatismo. Sherman con su risa contraviene otra de las normas morales del arte femenino, interpretado desde una perspectiva masculina: la norma de que las mujeres no tenemos sentido del humor y hemos nacido para sufrir desde el día del parto de nuestra madre hasta el de nuestros propios y obligados partos, desde la preocupación por nuestros cachorros y por nuestros enfermos, desde nuestra atención primorosa al ahorro y a la vida familiar y al cuidado del cuerpo, la dieta, las grasas polisaturadas, la ingesta de verduras, los termómetros, las pomadas hemorroidales, la salud. Algunos creen que la risa de las mujeres es una burla, pero Sherman se ríe con risa estruendosa que se clava en los tímpanos. Es fenomenal: sus poses exageradas, su capacidad actoral, sus narices de pega, sus artificiosas composiciones que probablemente sacan a la luz la antigua y no por ello menos vigente idea beauvoiriana de que el género es una construcción cultural. Los retratos de Cindy Sherman son pura autobiografía colectiva. La expresión no es ni mucho menos un oxímoron.

12. Lo que no hace Sherman son auto-ficciones, porque jamás utiliza su propio nombre y sus propios apellidos para dar verosimilitud a composiciones que puedan suspender la credulidad del espectador. No actúa como esos escritores que se inventan un viaje a un país imaginario, pergeñan una rocambolesca aventura y para darle entidad a un desbordamiento imaginativo, a menudo difícil de creer, se erigen en protagonistas de sus narraciones. El documento nacional de identidad y las huellas dactilares de un ser humano de carne y hueso, convertido en personaje, funcionan como aval de la verosimilitud. En las fotografías de Sherman se anula la dramática oposición entre musa y artista, entre el que mira y es mirado: la capacidad de Sherman para cosificarse paródicamente no es castrante, sino profundamente liberadora. En ella se funden sujeto y objeto, ella es una extraña musa travesti y a la vez artista, contempla y es contemplada por debajo de sus capas de tul y de sus brochazos de rímel, reconocible entre lo irreconocible, ella… Un sofisticado impulso autobiográfico impregna un proyecto artístico coherente y sólido. Pese a su resistencia, porque ella dice de su propia obra:

 

“Yo no soy estos personajes… ellos son cualquier cosa, menos yo. Si se acercan a mi forma de ser, los rechazo.”1

A partir de esta cita Óscar Colorado Nates en su blog Oscar en fotos comenta atinadamente:

 

“Sherman ha insistido siempre que sus fotografías no son autorretratos (…) En inglés autorretrato se expresa self portrait. A su vez, podría traducirse de regreso al español como retratos del ser. Y eso son, exactamente, las fotografías de Sherman: retratos donde el ser es examinado con lupa, identificado, tasado, clasificado y donde se cuestiona toda forma de identidad personal o social, real o construida donde sátira, crítica y antífrasis convierten a la obra de Sherman en un catálogo de recursos retórico-fotográficos. Revisar el corpus shermaniano es observar una mutante e inestable casa de los espejos del ser.”2

Por mucho que se empeñe, Sherman no se escapa de la categoría del ser, de los seres, de los seres femeninos a los que lleva retratando desde hace más de cuatro décadas desde la óptica de la crítica cultural. Bajo los ropajes renacentistas, los pelucones, el maquillaje, los postizos, las miradas lánguidas o llenas de determinación, las siliconas para emular otros rostros; bajo el dramático blanco y negro de esas primeras fotografías donde los espectadores reconocemos fragmentos cinematográficos a la vez imprecisos y muy precisos, o bajo los colores intensos y la rigidez de la pose de una pierna demasiado estirada, de los cuerpos descompuestos y violentados de las mujeres; bajo los maniquíes, las muñecas rotas, los torsos desmembrados que dejan ver entre las piernas el hilillo de un tampón que sale de la vagina; bajo las chicas de pósteres desplegables, los clásicos de la pintura, los payasos y las mujeres excesivamente bronceadas o las chicas de aspecto desvalido, la multiplicación de personajes reconocibles y de personas anónimas también reconocibles, bajo la dispersión y el artificio, está la mujer que ha decidido retratarse así: es rubia, guapa y tiene los ojos azules. Cindy Sherman, matrioska, guarda a todas esas mujeres dentro de su tripa, y por debajo de sus mórbidas cáscaras y sus siniestras duplicaciones. Porque el yo somos todas y el disfraz es el desnudo. Y Cindy Sherman se disfraza y se desnuda inmejorablemente bien.

13. Yo también me desnudo bastante bien y me parece que el desnudo siempre es barroco, abigarrado, cárnico, fisiológico, cultural, elegíaco, enumerativo… Como las fotografías de Cindy Sherman; sin embargo, hay en un detalle en el que no me parezco nada a la fotógrafa estadounidense: nunca he cobrado cuatro millones de dólares por un libro. No sé fetichizarme con tanta competencia y soy tan moralista en lo que se refiere a las cuestiones de dinero que me cuesta imaginar qué pensaría de mí misma si, como a Cindy Sherman, se me abriese la cueva de Ali Baba y sus tesoros. Sin embargo, estoy aquí con ustedes, hablando de sus obras, feliz y bien remunerada. Ha sido todo un orgullo y un inmenso placer.

*Marta Sanz es escritora. Su último libro, Marta SanzClavícula (Anagrama, 2017).    1. (Cita traducida) Vogel, Carol. "ARTS & LEISURE; Cindy Sherman Unmasked", The New York Times. 19 de febrero de 2012. Disponible aquí

2.  La cita es de esta página.

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