Los diablos azules

Barcelona en el corazón

Vista de Barcelona.

Tras los atentados de Barcelona y Cambrils del pasado agosto, los poetas Felipe Benítez Reyes, Luis García Montero, Antonio Jiménez Millán, Joan Margarit, Ángeles Mora, Lorenzo Oliván, Francesc Parcerisas, Miriam Reyes, Manuel Rivas, Josep M. Rodríguez y Ada Salas se reúnen para dedicar unos versos a la capital catalana. Felipe Benítez Reyes, Luis García Montero, Antonio Jiménez Millán, Joan Margarit, Ángeles Mora, Lorenzo Oliván, Francesc Parcerisas, Miriam Reyes, Manuel Rivas, Josep M. RodríguezAda Salas

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Felipe Benítez Reyes

Las Ramblas

En el lugar de las flores ordenadas,

las flores esparcidas.

En el lugar de la vida,

cadáveres esparcidos.

En el sitio de todos,

de repente la nada.

Y la falta de realidad.

Y un exceso de realidad.

Las flores de unas muertes esparcidas.

Luis García Montero

Minuto de silencio

En este duelo están todos los duelos

como en su nombre pueden estar todos mis nombres,

los de mis hijos antes en encerrarse en su cuarto.

Bienvenido a la plaza una vez más,

nos lo dice el verano o el otoño a deshora,

la vieja lentitud de un dolor sin palabras.

Bienvenidos a un resto del silencio.

Es el deber de las autoridades,

enterrar a los muertos y convocar la muerte.

Con la lengua de fuego de un avión,

con los tambores del patíbulo,

con el desahucio en la memoria

y la oración del atentado,

convocar a la muerte y enterrar a los muertos.

Ya lo hemos visto todo, pero escucha…

De nuevo están ahí

los casco del caballo, las casas incendiadas,

la violación y las banderas.

Hoy han sido cien víctimas,

tal vez tú y yo, nosotros,

vivos en el ayer de las ciudades,

rodeados de mar, de sangre antigua,

con palabras mal puesta en la cola

de una conversación interrumpida.

Claro que tengo miedo.

Dora la luz el rostro de un cadáver

todavía caliente,

el zapato de un niño todavía dormido

y el cálculo preciso de un misil:

los sesenta segundos mal contados

que tienen los minutos de silencio.

Claro que estoy aquí, en esta plaza

donde la historia abre los balcones

para reconocer su duelo y su catástrofe.

Están aquí mis nombres,

las sílabas heridas con las que llamaré

esta noche a mis hijos:

que la cena está puesta,

que es la última cena como todas las cenas,

que duele la campana del reloj en la plaza,

el principio del fin,

la sábana de olvidos para tapar un rostro.

Y, claro está, la sombra me persigue.

Duele también la buena muerte,

lo que se llama y firma la muerte natural.

Lo saben los doctores de la nada,

lo saben de verdad,

como lo saben las mentiras,

como lo saben todas las lápidas sin nombre.

En este duelo pueden estar todos los duelos.

Antonio Jiménez Millán

Las Ramblas, 1967

Recuerdo que llegamos por la noche,

un domingo de marzo.

Una pensión umbría en el Raval

fue nuestro alojamiento: se escuchaba

la radio a todo volumen. Y luego,

Las Ramblas se llenaron de banderas

del equipo de fútbol que a mí ya me gustaba:

las únicas banderas permitidas entonces.

Fue mi primera noche en Barcelona,

con toda la familia.

Mi padre era viajante de comercio.

Volví después a hoteles, no a pensiones,

muchos años más tarde,

con parejas distintas, con mis hijas pequeñas

en tiempos más recientes.

Quise fundirme con la multitud

—una sana costumbre—,

sentir el sol filtrado por los árboles

de los que hablaba Jaime Gil de Biedma

y pasear con los amigos nuevos;

me citaba con Joan en el Café de la Ópera,

con Pere y con Miquel

en el Zurich o en el Boades.

Me angustia ahora ver la violencia y la muerte

en lo que siempre ha sido para mí

un espacio de libertad.

Los fanáticos siembran el terror,

escogen las ciudades que hemos amado todos.

Regresaré, sin duda, cualquier día.

Y nunca he de olvidar aquel primer viaje

en el Seat azul oscuro y lento,

las pesadas maletas

con informes y muestras de tejidos,

moviéndose en las curvas del Garraf.

Joan Margarit

Coneguda crueltat

La mateixa ciutat només dura el seu temps.

Totes les Barcelones són unes dins les altres

com unes invisibles nines russes.

La ciutat que jo estimo encenia pocs llums

en les nits fosques d’un país infame.

La de la llibertat va començar a ocultar-la.

Residus menyspreats de veritat

van tornar a mi com roses

salvades de qui sap quines escombraries.

Ara ja és una altra Barcelona:

la que més llums ha encès,

la de la indiferència. La més cosmopolita.

Aliena i fugaç, una gentada emplena,

les nostres cases i carrers

igual que un escenari abandonat

on haguessin un dia rodat una pel·lícula.

Potser avui, si no fos per tants records,

ja no l’estimaria.

De sobte, res no acaba.

D’infant vaig veure assassins a missa.

Els mateixos silencis, flors, espelmes

per als mateixos crims.

Barcelona, quan torni a amenaçar-nos

aquella coneguda crueltat,

et tornaré a cantar.

Conocida crueldad

Una misma ciudad dura sólo su tiempo.

Todas las Barcelonas

están las unas dentro de las otras,

como unas invisibles

muñecas rusas.

Esa ciudad que amo encendía

pocas luces en las oscuras noches

de aquel país infame. Otra ciudad, después,

la de la libertad, la fue ocultando.

Despreciados residuos de verdad

volvieron como rosas hasta mí

salvadas de quién sabe qué basura.

Ahora es una nueva Barcelona:

la que más luces ha encendido nunca,

la de la indiferencia. La más cosmopolita.

Un gentío a la vez fugaz y ajeno

atesta nuestras casas, nuestras calles,

igual que un escenario abandonado

donde hubieran rodado una película.

Quizá no la amaría si no fuera

por todos mis recuerdos.

De pronto, nada acaba.

De niño pude ver asesinos en misa.

Esos mismos silencios, flores, velas,

por unos mismos crímenes.

Cada vez, Barcelona,

que aquella conocida crueldad nos amenace,

te volveré a cantar.

                                                 (Traducción del autor)

Ángeles Mora

Mi Rambla de las flores

  la única calle de la tierra que yo desearía que no se acabara nunca

Federico García Lorca

Poco a poco la Rambla

se abarrotó de gente.

Sus voces silenciaron a los pájaros,

soliviantados pájaros

como flechas

de luz.

No tinc por, era el grito,

golpeando la tarde.

No, no tenemos miedo

porque tenemos miedo

a dejarnos llevar como una rama

que arrastra el río

en su aguas violentas.

No tener miedo,

no cerrar nuestros ojos,

no callar nuestra boca.

Somos muchas las voces

que arrastramos jirones

de una historia podrida.

Entre todos sabremos levantarla.

Non tinc por, non tinc por,

era el grito.

Y de pronto ensordezco.

Debajo de las voces

oigo un rumor lejano:

son mis pasos felices de otro tiempo

(era joven y estaba embarazada).

La calle más alegre del mundo

latiendo con un viejo corazón

que renueva sus pasos.

Me veo. Te siento.

Se desnuda la tarde

llena de gente

porque he vuelto a encontrarte,

porque he vuelto a ser tuya, Barcelona.

Lorenzo Oliván

Calle río

(Las Ramblas, Barcelona, verano 2017)

Esta calle nos lleva hacia el mar nuestro,

hacia el mar de los griegos, donde hunde

su primera raíz,

de savia azul,

la mejor concepción de la belleza.

Quizá por eso la estatua

nunca señala ni advierte,

hace el gesto tan sólo

de fijar el asombro al presentir

la aventura, el dorado

de playas nunca vistas,

las ínsulas extrañas,

las Ítacas de Ulises.

Esta es la calle puerto abierto al viaje,

la calle travesía

que invita a partir lejos

y hacia sí,

la calle inclinación al horizonte,

la calle siempre flor

en sensualísima actitud de entrega.

La gente quizá intuye

ese norte magnético

y vibra ciegamente.

Esta es la calle río

que va a dar en el mar,

que nunca

–nunca aquí‒

es el morir.

Francesc Parcerisas

Agost

Les parets blanques, la carn blanca.

Cossos blancs. Llicorella i la navalla

al tou de l'ull, imams mitrats

‒feblesa de l'ull o de la carn

que som nosaltres.

Alzina, pi, mimosa, figuera

i, al fons, una mar que sembla eterna.

Adormit, insensible, exànime, numb.

Llibertat sense causalitat,

sense déus o dimonis

que provoquin allò altre.

Còdols, sorra, ulls de sirena.

Fe i raó diluïdes en la transparència

de l'aigua: minvant, furient, plàcida.

Potser el fons del no-res també és blanc,

com ho és tot allò que no veuré

i que possiblement sempre hi és:

cruel horror sense artifici

endins d'allò que ens fa com som.

Sorra blanca, mar blanc,

blancor desesperada.

Cadaquès, 19 agost 2017

Agosto

Paredes blancas, carne blanca. Cuerpos

blancos. La piedra de pizarra y la navaja

en el centro del ojo, imanes con la mitra

‒debilidad del ojo o de la carne

que somos todos.

Pino, encina, mimosa, higuera

y, de fondo, la mar con su eterna apariencia.

Somnoliento, insensible, exánime, numb.

Libertad sin causalidad,

sin dioses o demonios

que provoquen lo otro.

Guijarros, arenal, ojos de sirena.

Fe y razón diluidas en la transparencia

del agua: decreciente, enfurecida, plácida.

Tal vez el fondo de la nada es blanco,

como blanco es lo que no veré

aunque probablemente estará siempre:

cruel horror sin artificio

dentro de todo aquello que nos hace

ser como somos.

Arena blanca, blanco mar,

blancura desesperada.

Cadaqués, 19 de agosto, 2017

  (Traducción de Josep M. Rodríguez)

Miriam Reyes

donde haya un ellos

y un nosotros

habrá un muro

a cada movimiento de tierra sus piedras

caerán sobre nuestras cabezas sus cabezas que se parten

igual que las nuestras

un cuerpo es despedido o aplastado

siguiendo las leyes de la física

importan la masa la velocidad y el punto de impacto

no importa el signo de la violencia

ni de qué sudor fue creado

da igual cómo sus mejillas sus ojos sus dientes

las leyes de la física tratan a todos los cuerpos con la misma indiferencia

no saben del deseo de vivir ni de la locura de matar

nosotros sí

ellos también

28 de agosto de 2017

Manuel Rivas

A Inmortalidade

Eu non quero morrer.

Antes de ningún deus,

Xa estabamos aquí,

Na cova

Cun pigmento ocre

E un cuspe indestrutíbel

De muíño na boca,

Prendendo un lume

Cun vento desdentado

Na ánima da neve,

Abrazados a un abrazo

Aprendendo a signar

Con pel iridescente,

Outra vez, outra vez!,

Na invención da sombra.

Eu non quero morrer

Como os meus antergos

Que viviron

Crucificados polas asas

Como morcegos

Nas portas da aldea

Tomada polo deus

Dos enterradores,

El,

O derradeiro cravo.

Eu non quero morrer.

Non quero réquiem

Nin lápida de mármore

Contra o poderoso esquezo,

Nin ser cinza ao mar,

A pudorosa alquimia

Na vixilia das anemones.

Non, eu non quero morrer

Nin que me mate un odio

Inmortal.

Só quero durmir

Uns trescentos anos

De souto,

E espertar súpeto,

De raíz,

Pola  pobre arte

De morrer.

La inmortalidad

Yo no quiero morir.

Antes de ningún dios,

Estábamos aquí,

En la cueva,

Con un pigmento ocre

Y una saliva indestructible

De molino en la boca,

Encendiendo un fuego

Con viento desdentado

En el alma de la nieve,

Abrazados a un abrazo,

Aprendiendo a signar

Con piel iridiscente

¡Otra vez, otra vez!,

En la invención de la sombra.

Yo no quiero morir

Como mis antepasados

Que vivieron

Crucificados por las alas,

Murciélagos

En las puertas de la aldea

Tomada por el dios

De los enterradores,

Él,

El último clavo.

Yo no quiero morir,

No quiero réquiem

Ni lápida de mármol

Contra el poderoso olvido,

Ni ser ceniza al mar,

La pudorosa alquimia

En la vigilia de las anémonas.

No, yo no quiero morir

Ni que me mate un odio

Inmortal.

Solo quiero dormir

Unos trescientos años

De bosque,

Y despertar sin más,

De raíz,

Por el pobre arte

De morir.                                                (Traducción del autor)

Josep M. Rodríguez

Atardecer

Los coches, en hilera:

una deconstrucción del arco iris.

En la radio, palabras como muertos o furgón.

Llevamos ya dos horas retenidos

y una mujer se acerca a nuestro coche.

Su hijo tiene sed.

¿Cómo le habrá explicado lo que está sucediendo?

Yo también trato de explicarme el mundo,

quizá por eso escribo este poema.

(El sol de hoy no logra huir del tópico,

forma un charco de sangre.)

Llevamos ya dos horas retenidos,

estáticos,

como la superficie de un río congelado,

como el tiempo de las fotografías

que se verán mañana.

La muerte sigue estando tan lejos y tan próxima…

Nada ha cambiado.

Todo ha cambiado.

Ada Salas

El

sufrimiento no tiene

religión

no tiene

ni bandera ni patria el sufrimiento

dice

estoy aquí

no puedes

acallarme

no puedes

disfrazarme

no podéis

espantarme ocultarme

no

apropiaros de mí

no podéis

ni siquiera

hacerme más pequeño el sufrimiento

dice

puedo

adaptarme a la forma

de cada

corazón

trazar

en cada uno

Joan Margarit y Luis García Montero: poesía "en tiempo de manipulaciones"

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la señal de la muerte.

(Agosto 2017)

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